lunes, 23 de febrero de 2009

19) Los subterráneos de la muerte



LOS SUBTERRÁNEOS DE LA MUERTE

Tras la batalla de la carretera de La Coruña (noviembre 1936-enero de 1937) los dos ejércitos procedieron a fortificar sus posiciones en el noroeste madrileño. Trincheras, observatorios, refugios, pozos de tirador, nidos de ametralladoras, túneles, alambradas de espino y todo tipo de elementos defensivos comenzaron a llenar el terreno, convirtiendo, las líneas de frente, en una especie de compleja tela de araña. Es el inicio de una guerra de posiciones, o guerra de trincheras, en la que los dos ejércitos se clavan al terreno, separados, el uno del otro, por una “tierra de nadie” que, muchas veces, apenas tendrá unas pocas decenas de metros.

La mayor parte de los estudios y trabajos publicados presentan el frente de guerra madrileño como un frente estable y relativamente tranquilo, especialmente tras la batalla de Brunete en julio de 1937. Es cierto que no van a producirse grandes operaciones militares, pero esto no significa que no existiera actividad bélica. Los trabajos de fortificación, que fueron constantes hasta el final de la guerra, estuvieron acompañados de manera regular por hostigamientos, bombardeos, golpes de mano y pequeñas operaciones de combate que, sumado a las difíciles condiciones de vida en las trincheras (frío en invierno, calor en verano, falta de higiene, parásitos, escasez de alimentos, enfermedades…), convirtieron Madrid en un frente de guerra duro y penoso para todos aquellos que fueron destinados a él.

Los Diarios de Operaciones de las diferentes brigadas y batallones narran pormenorizadamente todo lo que, día a día, sucede en los diferentes sectores del frente. Estos interesantísimos documentos están repletos de ejemplos y datos que reflejan la constante actividad de los morteros, de la artillería, del fuego de fusiles y de las armas automáticas que, sin cesar, provocan muertos y heridos. No faltan tampoco los golpes de mano, las emboscadas, las acciones de comando que actúan tras las líneas enemigas.

Entre estas acciones de hostigamientos y ataques al enemigo resulta especialmente llamativa la guerra de minas. Ésta táctica consiste en cavar largas galerías subterráneas hasta llegar debajo de las posiciones enemigas. Una vez allí, se colocan potentes cargas explosivas y se procede a su voladura. La posición enemiga salta por los aires, matando, hiriendo y sepultando a sus defensores. El momento de caos que produce la explosión es aprovechado por los atacantes para lanzarse al asalto e intentar conquistar la posición.

La primera mina estalló en Madrid el 11 de diciembre de 1936. Una poderosísima carga explosiva hizo explosión en las galerías que los republicanos habían excavado bajo el Hospital Clínico, punto de mayor penetración franquista en la capital. La parte central del ala sur de éste gran edificio se derrumbó por completo, sepultando bajo sus escombros a treinta y nueve legionarios de la IV Bandera. Desde entonces, éste tipo de acciones se generalizan por todo el frente madrileño.

La guerra de minas es terrible y atroz. Los batallones de zapadores que la realizan están formados inicialmente por trabajadores de las cuencas mineras de Asturias, de Río Tinto y Peñarroya, del Bierzo… Son gente dura y sufrida, acostumbrada a trabajar desde muy jóvenes a muchos metros de profundidad. Se les conoce como los “destripacerros” y durante semanas trabajan bajo tierra, casi sin luz, sin oxigeno, sin espacio, calculando el punto exacto sobre el que se encuentra el enemigo, abriendo las entrañas de la tierra por medios manuales, procurando no ser detectados, para hacerlo saltar todo por los aires. Estos trabajos son sumamente penosos y conllevan un enorme riesgo de derrumbes, de filtraciones de aguas y de asfixia por la escasez de aire puro con la que se realizan.

Para enfrentarse a estas brutales acciones surge la actividad de contramina. El contrario comienza también a cavar túneles y galerías para detectar a los minadores enemigos antes de que lleguen a sus líneas. Estos “topos humanos” se buscan bajo tierra los unos a los otros para matarse. Escuchando atentamente, intentan detectar el punto donde excava el adversario. Una vez localizados, colocan cargas de dinamita que, al detonar, destruyen las galerías y dejan sepultados para siempre a los zapadores enemigos. A veces sucede que los que están excavando una galería coinciden bajo tierra con el enemigo, que hace lo propio. Cuando esto sucede, la lucha que se produce es brutal: casi sin espacio, golpeándose fieramente con picos, con palas, con puños y patadas, intentando salir de ahí a rastras, empujándose con los codos, con las piernas, entre sombras, raíces, arena, gritos y humedad.

Son muchos los edificios, las avanzadillas y las posiciones de todo tipo que, a lo largo de la guerra, van a caer por las demoledoras minas. En la Ciudad Universitaria, en Carabanchel, en las posiciones de la carretera de La Coruña, en Usera… Día y noche, los minadores, abren la tierra, quiebran la roca, con túneles y galerías, dispuestos a reventarlo todo en mil pedazos.

El sector de Las Rozas es uno de los lugares donde estas acciones son más habituales. En muchos puntos, las posiciones de uno y otro ejército, se encuentran a menos de cien metros. En un informe de la 8ª División republicana, con fecha del 13 de octubre de 1938 podemos leer:

“En el subsector de la 111 Brigada Mixta se registró algún movimiento en virtud de la pequeña operación que a las 6h 30’ de hoy se llevó a efecto por fuerzas propias en número de más de una sección, las que atacaron previa voladura de una mina propia de carga pequeña, la avanzadilla que en las inmediaciones del Km. 2,700 de la carretera de Las Rozas a El Escorial tenía establecida el enemigo, logrando ocuparla totalmente. Como consecuencia de esto los morteros enemigos actuaron intensamente, haciendo durante toda la mañana, sobre diversos puntos de este subsector, pero especialmente sobre la avanzadilla conquistada, unos 1.000 disparos de mortero calibre 81; los propios se dedicaron a contrabatirlos con eficacia. La artillería enemiga actuó sobre Cuesta de Mataborricos, Alto de Canascosas y Casa Curia, haciendo unos 75 disparos.”

Es sólo un ejemplo de los muchos que se dieron y que los Diarios de Operaciones de las diferentes Divisiones y Brigadas de uno y otro ejército, recogen con detalle.

La vida en las trincheras de Madrid era dura, cruel, atroz. El riesgo era constante. Un exceso de confianza, un simple descuido, y una bala enemiga te volaba la cabeza. Diariamente se recibía una lluvia de metralla artillera. Los aviones sobrevolaban amenazantes el cielo. La noche favorecía la emboscada o el ataque sorpresa. Durante tres años, la muerte, con sus múltiples rostros, se paseó a su antojo por el paisaje madrileño. Una muerte violenta, implacable, cruel y despiadada. Una muerte que, a veces, venía de las mismísimas entrañas de la tierra, tragándose, en resonante explosión,  hombres, armas y parapetos.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía 1: Trabajos en el frente de Madrid.
Fotografía 2: Entrada de una mina en la Ciudad Universitaria.

Documentación procedente del AGMA

martes, 17 de febrero de 2009

18) Siguiendo la pista



SIGUIENDO LA PISTA

El tiempo ha pasado. Un transcurrir de horas, de meses, de años. A la primavera le siguió el verano, al verano el otoño y, a éste, el invierno. Una vez y otra más, y otra y otra. Tantas veces como caben en setenta años.

Setenta años de cambios, de transformaciones profundas, de modificaciones, alteraciones y variaciones. Setenta años de olvido, de silencio, de indiferencia. Setenta años de erosión, de destrucción, de ruina.

Prácticamente, no queda nada ni nadie de los que protagonizaron aquellos días. Días ya lejanos de una terrible etapa que se prefirió olvidar. A aquella generación le siguió otra, y a esa, otra más. El tiempo pasó. La Historia continuó su inmutable ritmo, y los desastres de la guerra fueron quedando atrás. En los campos en los que antaño se combatió, volvió a cultivarse. Sobre las devastadas ruinas se levantaron nuevas casas. Los pueblos crecieron. La vida, mal que bien, continuó y los años se sucedieron. La modernización, con todas sus consecuencias (las buenas y las malas) terminó por llegar. Un progreso que supuso avances y retrocesos. La guerra civil, poco a poco, fue convirtiéndose en un episodio más de nuestra Historia reciente.

El momento presente permite acercarse a todo aquello con otra perspectiva. Alejados los viejos espectros de la contienda, se hace posible una visión más sosegada. Verlo desde la distancia, con un punto de vista histórico, cultural e incluso lúdico. Adentrarse en ello a través de la lectura, del estudio, de la investigación. Explorar los escenarios, descubrir los restos que el terreno esconde, conocer los lugares, mirar con otros ojos el entorno, el paisaje.

Pasear por las trincheras, adentrarse en las viejas fortificaciones, toparse con un curioso hallazgo… resultan interesantes experiencias al alcance de cualquiera. Cuanto más vas conociendo, más quieres aprender. Como un detective sigues las pistas, buscas los indicios, estudias las pruebas. En cada rincón del paisaje, al subir una loma o bajar por un barranco puedes llevarte la sorpresa. Un complicado pero entretenido rompecabezas cuyas piezas hay que buscarlas en los libros de las bibliotecas, en los planos y mapas, en los paseos por el campo, recorriendo las calles y contemplando los edificios más viejos de los pueblos…

Algunas cosas llevan setenta años esperando. Hay toda una historia por descubrir, un pasado por conocer, cuyas huellas son, aun hoy, visibles para todo aquel que tenga interés o simple curiosidad.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ


Fotografía 1: Caminando por las trincheras (J. I. Fernández Bazán)
Fotografía 2: Algunos hallazgos de un paseo matinal (JMCM)

miércoles, 11 de febrero de 2009

17) Contraataque en la niebla



CONTRAATAQUE EN LA NIEBLA

Noche fría, oscura, húmeda. Aun faltan algunas horas para que amanezca el día 11 de enero de 1937. En el frente de Madrid la guerra continua, pero el día anterior ha sido una jornada tranquila en el sector de Las Rozas. El 9 se produjo el último intento republicano por reconquistar este pueblo. Ataque que de nuevo han rechazado las tropas franquistas.

Desde el día 5 de enero los legionarios y regulares al mando de Iruretagoyena se han establecido en plan defensivo sobre el terreno conquistado en días anteriores, entre Villanueva de la Cañada y Las Rozas, protegiendo la retaguardia del resto de columnas franquistas que confluyen hacia la capital, y que, tras duros combates, han ocupado ya la Cuesta de las Perdices y el Cerro del Águila.

La situación se hace grave para los defensores de Madrid. Por ello, el Alto Mando Republicano ha preparado un ambicioso contraataque con el objetivo de destruir las conquistas franquistas en este sector y atacar por la retaguardia a las tropas del general Orgaz. La idea de maniobra diseñada por Vicente Rojo es la siguiente: la XII Brigada Internacional atacará Majadahonda; por el centro el batallón Garibaldi y a la izquierda el Dombrowski, que debe de enlazar con la XIV Brigada Internacional y con la 3 Brigada Mixta con la misión de cortar la carretera entre Majadahonda y Las Rozas, ocupando esta última localidad. Cubriendo el flanco derecho del dispositivo, la 35 Brigada Mixta, que atacará Villanueva del Pardillo.

Para cumplir esta misión, el 10 de enero han llegado a Madrid la Brigada XIV desde Córdoba, y la XII desde Brihuega. Ambas llevan 48 horas sin dormir. Están exhaustas después de violentos combates ofensivos en sus respectivos frentes. Entre los hombres se murmura, hay descontento. El batallón alemán de la XIV pide que se le concedan 12 horas de sueño. Pero su comandante, el “General” Walther, no quiere saber nada de quejas y se limita a leer las órdenes que ha recibido del Estado Mayor. Walther se dirige a los delegados de batallón. En vez de hablarles de antifascismo o consignas revolucionarias (con las que los oficiales solían animar a las tropas), les explica la crítica situación: si los rebeldes amplían su saliente al oeste y noroeste de Madrid la ciudad se verá obligada a rendirse. “El gobierno ha llamado a sus mejores tropas, camaradas, y eso sois vosotros. ¿O es que se equivocó al elegir a la XIV Brigada?”. Todo esto se lo transmite en polaco mientras un intérprete traduce al alemán (posiblemente sea la única vez en la historia en que un polaco a arengado a tropas alemanas). Los delegados volvieron a sus batallones y la XIV Brigada se dispuso a intervenir en la batalla.

Apenas queda una hora para que amanezca. En las explanadas del Puente del Retamar, donde el Arroyo del Lazarejo se une al río Guadarrama (km. 7 de la carretera de El Escorial), las tropas republicanas ultiman los preparativos. Las fuerzas de choque ajustan las bombas de mano a sus cintos y correajes, calan bayonetas, se colocan sus cascos. Con dedos entumecidos por el frío van llenando de cartuchos los peines-cargadores. Algunos apuran la ración reglamentaria de aguardiente y coñac que se reparte entre aquellos que la quieren. Tensión, nervios, humedad, miedo.

Por fin, la potente agrupación de combate se pone en marcha hacia sus objetivos. En vanguardia, la infantería, a los flancos, algunos carros de combate, los temidos T-26 de fabricación soviética. Primer objetivo, el Vértice Cumbre, puesto clave del sector. Todos avanzan confundidos entre una espesa niebla.

En esos mismos momentos, en el Vértice Cumbre, a la altura del Km. 3 de la carretera de El Escorial, un destacamento de marroquíes hace guardia en las mismas trincheras de las que días antes han desalojado a los republicanos. Envueltos en sus chilabas y turbantes aguantan el frío nocturno de enero. Prohibido hacer fuego, fumar o encender ninguna luz que pueda servir de referencia a los francotiradores enemigos. En una espesa y húmeda oscuridad, cubiertos por una densa niebla, los africanos escrutan el terreno, atentos a cualquier mínima señal que pueda delatar un ataque sorpresa. La noche va llegando a su final, pero la visibilidad sigue siendo casi nula. La niebla lo cubre todo. Uno de los vigías avisa al oficial. En la distancia le ha parecido escuchar un sonido mecánico. Todos agudizan el oído, pero sólo un inquietante silencio se extiende por el entorno. Parece una falsa alarma. Pero, de repente, todos pueden escucharlo. Un chirriar metálico, un acompasado retumbar avanza por la carretera. No hay duda, son carros de combate que se están aproximando a la posición. Agitación y nervios en el Vértice Cumbre. Carreras, voces, órdenes, preparación de fusiles y ametralladoras.

No han terminado de darse cuenta de lo que pasa cuando la artillería republicana ha comenzado ya a abrir su fuego de cobertura. Los obuses caen sin piedad sobre la posición franquista. Sus defensores intentan protegerse de la metralla tumbándose en el suelo, acurrucándose contra las paredes de la trinchera. La tierra tiembla. El humo y el polvo se juntan con la niebla. Al terminar la lluvia de fuego los hombres están aturdidos, llenos de barro, algunos sangran, otros han quedado tendidos para siempre en el fondo de la trinchera. Pero no hay tiempo que perder, porque, a los lamentos de los heridos y a las voces de los oficiales, se unen los gritos de los atacantes. Entre la niebla los internacionales trepan las rampas que suben hasta el Vértice Cumbre. A la carrera, bayoneta en mano, se lanzan al asalto.

Los moros los tienen prácticamente encima. Desesperadamente abren fuego con las ametralladoras, casi a ciegas, disparan sus fusiles contra una niebla de la que salen balas y gritos. Los T-26 rodean la posición, disparan sus cañones y ametralladoras. Los primeros asaltantes llegan a las trincheras: bombas de mano, filos de bayonetas, tiros y más tiros. Pronto, la resistencia de los defensores comienza a quebrarse. Algunos marroquíes se rinden, otros intentan huir dirección Las Rozas. Unos lo consiguen, otros son alcanzados por la espalda.

Son las primeras horas del día 11 de enero de 1937 y, el Vértice Cumbre, vuelve a ser posición republicana. Tras este éxito inicial las tropas se desdoblan: la XII B. I. avanza en dirección Majadahonda, la XIV lo hace hacia Las Rozas. Por delante quedan cinco días de fieros combates por el control de estos pueblos. Con temperaturas que rondarán los 0º, los ataques y contraataques se sucederán con obstinación. Finalmente, una tenaz resistencia franquista terminará por neutralizar la ofensiva republicana. Los dos ejércitos, exhaustos y agotados, suspenderán los ataques el día 16 de enero, poniendo fin a la Batalla de la Carretera de La Coruña.

Poca gente se acuerda de estas cosas. El magnífico Puente del Retamar, que data del siglo XVIII, continúa viendo pasar por sus ojos de granito las aguas del río Guadarrama. Unas aguas menos salvajes y más contaminadas que antaño. Las explanadas en las que se concentraron las tropas republicanas para su contraataque son hoy una agradable zona de recreo con aparcamiento, merenderos y columpios infantiles. El Vértice Cumbre es un lugar tranquilo al que no se acerca demasiada gente. Los vertidos incontrolados de escombros han alterado algo la zona, pero aun se yerguen las ruinas de varias fortificaciones construidas por los franquistas tras los combates de enero de 1937. Han pasado más de setenta años y aquellos días de guerra, por fortuna, quedan ya muy lejos.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía 1: Soldados republicanos al asalto de una posición (Archivo Rojo, AHN).
Fotografía 2: Tanque T-26 en acción

jueves, 5 de febrero de 2009

16) Un lugar privilegiado




UN LUGAR PRIVILEGIADO

La zona noroeste de Madrid esconde en sus rincones grandes sorpresas. La que fue, sin ninguna duda, la mayor desgracia que esta zona tuvo que vivir a lo largo de su Historia, ha dejado, esparcidos por el lugar, interesantes restos, huellas de unos tiempos bélicos que hoy, lejos de los desastres de la guerra, se revisten de un atractivo especial, confiriendo al entorno una personalidad única.

Como despojos de un naufragio, los jirones de la Historia aparecen aquí y allá, sorprendiendo al paseante curioso, despertando sentimientos, planteando preguntas. Aparentemente olvidados por todos, resisten el paso del tiempo, esperando la que parece su inevitable y definitiva desaparición.

Las fortificaciones son los restos más llamativos e interesantes, sin embargo, este patrimonio histórico no cuenta con ninguna protección específica. Su presente y su futuro dependen de su resistencia a la erosión y de que no se encuentren ubicados en lugares de interés urbanístico. Es por ello que cada vez quedan menos, eliminados del paisaje en el que ya se encuentran integrados, a golpe de plan urbanístico y excavadora.

Quizás algún día, tarde ya, como suele suceder con casi todo lo referente a restos de interés histórico y arqueológico, las autoridades competentes adquieran la sensibilidad que hasta ahora demuestran no tener y sean conscientes de que estas construcciones constituyen, al día de hoy, el patrimonio histórico más importante con el que cuentan los municipios del noroeste madrileño. No se trata de conservar todo, pero si de preservar lo más interesante. Algunos de los fortines mejor conservados de España se encuentran aquí. Cada vez despiertan mayor interés en la gente y su mantenimiento no conlleva demasiado esfuerzo ni gasto. Es simplemente una cuestión de voluntad.

Un buen ejemplo es la Dehesa de Navalcarbón en Las Rozas. En este reducido espacio se encuentran concentrados interesantísimos restos del frente de guerra. Hasta la fecha hemos catalogado los restos de doce construcciones (algunas en perfecto estado de conservación, de otras apenas quedan huellas), así como numerosas trincheras y otros tipos de excavaciones relacionadas con la guerra. No parece tan complicado limpiar y cuidar estas construcciones de la misma manera que se hace con el resto de la Dehesa. Sin embargo, los fortines no reciben la más mínima atención. Resulta vergonzoso que el interior de estas construcciones se mantenga repleto de basura. Al margen de su valor histórico, no puede entenderse que, en un entorno natural como es este, se mantenga, de manera indefinida, concentraciones de desperdicios de todo tipo. Sólo porque no salta a la vista, esta basura, a diferencia de lo que sucede periódicamente en el resto de la Dehesa, no se recoge. No tiene mucho sentido, pero esta es la realidad.

Tener en cuenta el valor histórico-cultural de estas construcciones en los proyectos urbanísticos en vez de destruirlo todo sería lo ideal y estamos convencidos que el resultado, en muchos casos, sería muy satisfactorio. Integrarlos en parques o conservarlos a modo de ornamento, por poner algún ejemplo sencillo, podría ser una buena solución. La colocación de placas explicativas, como se hace con otras cosas, tampoco es tan difícil.

Mientras esta sensibilidad no cuaje en las instituciones y autoridades correspondientes, Proyecto Frente de Batalla se dedica, poco a poco, a localizar, catalogar, limpiar y señalizar con placas explicativas los restos de la guerra civil en el noroeste de Madrid, un lugar privilegiado para los estudiosos de la guerra civil y, en general, para todos los amantes de la Historia.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía 1: Fortines en el Cerro Los Gamos, en Pozuelo (JMCM)
Fotografía 2: Fortín en la Dehesa de Navalcarbón, en Las Rozas (JMCM)
Fotografía 3: Fortín en Cerro Alto, en Las Rozas (JMCM)