martes, 26 de mayo de 2009

31) Cuesta de Mataborricos



CUESTA DE MATABORRICOS

Hasta finales de los años ochenta, existió en Las Rozas, en lo que hoy es la C/ de Nuestra Señora del Retamar, y que en aquel entonces no era más que un tortuoso camino de tierra, la llamada cuesta de Mataborricos, muy popular entre todos los roceños.

Hoy, esta cuesta, no pasa de ser una suave pendiente, bien asfaltada, con grandes aceras y un considerable tránsito de vehículos y personas, por encontrarse situada entre el pueblo de Las Rozas, uno de sus polígonos empresariales, y la zona verde que constituye la Dehesa de Navalcarbón, además de ser una de las principales vías de acceso a Monte Rozas.

Pero la Cuesta de Mataborricos, hasta su profunda remodelación, realizada a finales de los ochenta para facilitar el acceso al nuevo polígono empresarial, era, como su ilustrativo nombre indica, un auténtico barranco, cuyo ascenso y descenso no resultaba especialmente cómodo ni fácil, debido al viejo camino de tierra, polvoriento en verano, embarrado y encharcado en invierno, que servía para atravesarlo.

A mitad de camino entre Las Rozas y La Dehesa, esta cuesta de Mataborricos se encontraba en una zona tranquila, rodeada de descampados donde los chavales de Las Rozas podían disfrutar de un gran espacio en el que jugar. Sólo existía en el lugar un viejo cementerio de coches, lo que proporcionaba un encanto especial al sitio. Acudir a esta zona tenía algo de trasgresor para los niños y niñas de la época, porque muchas veces suponía saltarse las normas impuestas por los adultos de no alejarse demasiado de casa.

Montados en las viejas bicicletas, que habían ido pasando por las manos de los hermanos y primos mayores hasta llegar a las de los más pequeños, la chavalería del pueblo acudía en diferentes pandillas, los días de verano o las tardes de fin de semana. Una vez allí, se jugaba al juego de temporada (canicas, chapas…), se exploraba el entorno, se cazaban pequeñas culebras y lagartijas, o lo que surgiera.

Existía una especie de “rito de iniciación” o “prueba de valor”, que consistía en ser capaz de bajar los pronunciados terraplenes de la zona, llenos de baches y profundos surcos causados por las lluvias, montados en las destartaladas bicicletas sin hacer uso de los frenos (de los que, por otra parte, muchas carecían). Era una prueba temeraria que no todos se atrevían a realizar, tan peligrosa o más, que la otra costumbre que consistía en ser capaz de bajar, también en bici y sin frenos, las escalinatas de la iglesia hasta la calle Real. Las caídas, heridas y llantos eran de antología.

Todos estos recuerdos me vinieron a la memoria hace poco, cuando revisando viejos documentos de la 8 ª División del II º Cuerpo del Ejército Popular de la República, en el Archivo General Militar de Madrid, apareció en diferentes momentos referencias a este lugar. En dichos informes, se mencionan explícitamente la Cuesta de Mataborricos y el Barranco de Mataborricos como lugares integrados en los Centros de Resistencia del frente republicano.

De esta manera, y por poner sólo algún ejemplo, en un “Plan de Fortificación de la 111 ª Brigada Mixta”, fechado en julio de 1938, podemos leer que, en ese momento, la zona constituía el Centro de Resistencia nº 5 de este Subsector del Frente. En este documento se habla de una Línea de Obstáculos “constituida por una línea de alambrada continua y algunos campos de minas”, y una Línea Principal de Resistencia “con buena cantidad de refugios, pero de poca capacidad de resistencia, pozos de tirador, de granadero, emplazamientos para maquinas automáticas y lanzabombas”. Aconsejándose mejoras en las defensas, tales como la construcción de “casamatas antitanque” y “de fortines”.

Unos meses más tarde, en febrero de 1939, a punto de terminar la guerra, en otro documento de la 111 ª Brigada Mixta, un “Informe Relativo a la Situación de Fuerzas”, en el Subsector nº 3 del frente republicano, incluye la Cuesta de Mataborricos en el Centro de resistencia nº 1, que estaba guarnecido por el 443 Batallón. Para esta fecha, el trabajo de las compañías de Zapadores ha dado sus frutos: “La fortificación de este Centro de Resistencia se ha consolidado últimamente por reconstruir en mampostería los emplazamientos de armas automáticas que anteriormente lo eran de rollizos. No obstante haberse trabajado bastante en esto, quedan, aunque en número muy reducido, algún emplazamiento que hacerse en la línea principal de resistencia, que está constituida por trinchera corriente en zig-zag descubierta, en buen estado de conservación”.

Los trabajos de fortificación fueron interrumpidos unas semanas más tarde por la rendición del Ejercito Republicano y el final de la guerra. Distribuidos por el entorno, quedaban abandonados los fortines, las trincheras y demás obras defensivas. Los fortines fueron resquebrajados por los chatarreros de posguerra para extraerles el hierro y acero que componían sus estructuras, las trincheras y refugios perecieron bajo la acción de los tractores, el paso del tiempo y la erosión hicieron el resto.

Los restos de aquellos fortines de mampostería también vinieron a mi memoria. Se trataban de pequeñas construcciones de cemento y piedra, cuyas ruinas asomaban aquí y allá entre la vegetación. Eran los “bunkers” de la guerra, distribuidos por diferentes lugares de Las Rozas idad (El Pinar, La Marazuela, El Montecillo…). Lugares perfectos para jugar y construir cabañas, y en los que los más mayores compartían cigarrillos que habían sisado a los adultos, o hacían hogueras en las que asaban patatas.

Hace tiempo que todo aquello terminó. La calle ya no es el juguete preferido de los niños, un espacio en el que poder desarrollar su propio mundo paralelo al de los adultos. La cuesta de Mataborricos no se parece en nada a la de aquellos años. El Polígono Európolis y las constantes obras y construcciones de todo tipo han modificado profundamente el entorno. Más o menos, en el lugar que ocupaba la cuesta de Mataborricos, se ha construido recientemente un parque no demasiado bonito. En su parte más alta, todavía es posible hacerse una idea de la importancia que tuvo éste lugar para las defensas republicanas. Se tenía un dominio visual muy bueno de la carretera de El Escorial y de las posiciones franquistas de Cerro Alto (Posición Rubio) y del Vértice Cumbre. Además, permitía un excelente control del pueblo de Las Rozas, en manos de los nacionales desde los combates de enero de 1937.

Hoy, todo aquello, solo pervive en la memoria de algunos y en viejos documentos archivados en carpetas durante décadas.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografías: Dos panorámicas desde la cuesta de Mataborricos en la actualidad.
de Mataborricos en la actualidad.

Documentación procedente del AGMA

jueves, 21 de mayo de 2009

30) Entre la niebla


ENTRE LA NIEBLA

Uno de los testimonios más ilustrativos de lo que supuso la contraofensiva republicana en enero de 1937 en el noroeste de Madrid, lo encontramos en un libro escrito por uno de los combatientes más emblemáticos de las Brigadas Internacionales: Gustav Regler.

La vida de Regler, como la de tantos otros jóvenes de su generación, resulta propia de una novela de aventuras. Como señaló Dostoiewski, “la realidad, muchas veces, supera la ficción”.

Gustav Regler, había nacido en la ciudad alemana de Merzig, en 1898. Participó en la Primera Guerra Mundial, en la que resultó herido, y tras el conflicto desarrolló una intensa actividad intelectual. Cursó estudios de filosofía, historia y francés, consiguiendo su doctorado en 1922. Muy pronto desarrolló una intensa actividad política, ingresando en el Partido Comunista (del que terminaría alejándose tras la guerra civil española). El progresivo ascenso del nacionalsocialismo le hizo tomar una posición decidida y comprometida contra el III Reich. La llegada de Hitler al poder convirtió a Regler en el “enemigo público nº 19 de la nación alemana”. Continuó su lucha clandestina en Alemania, hasta que acosado por la Gestapo, se traslado a El Sarre (territorio situado entre la provincia francesa de Lorena y Luxemburgo que, tras la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, pasó a ser administrado por la Sociedad de Naciones), teniendo que pasar a Francia cuando en 1936 Hitler se apoderó de este enclave.

El estallido de la guerra civil española convence a Regler de que es en España donde la lucha antifascista debe de presentar batalla. En el otoño de 1936 consigue entrar en la península y ocupa (tras ganar el pulso a Louis Aragon) el cargo de director de los servicios de propaganda del gobierno de la República, puesto del que no se encarga por mucho tiempo, ya que enseguida es nombrado comisario político de la XII Brigada Internacional y destinado al frente de Madrid. Durante la contienda, Gustav Regler será un testigo de excepción en muchas de las principales operaciones militares (resultando gravemente herido en el frente de Huesca).

Tras la guerra civil acabó en el campo de concentración francés de Le Vernet, donde permaneció hasta 1940, cuando con la intervención de destacados abogados, como Eleanor Roosevelt o de amigos como Ernest Hemingway, logró su liberación, justo a tiempo para poder escapar, una vez más, de las garras de la Gestapo que, con la ocupación parcial de Francia por parte del ejército alemán, intentaba ajustar cuentas con todos los disidentes políticos refugiados en suelo galo. Trasladado a México, continuó su actividad intelectual (política, literatura, cine, periodismo...), viajando por diferentes países hasta su muerte en Nueva Delhi, en 1968.

Con sus diarios de guerra escribió la obra a la que nos referíamos al principio, “The Great Crusade“, escrita directamente en inglés y que nunca ha sido editada en español. Prologado por Ernest Hemingway, constituye un importante testimonio (con calidad literaria) de las experiencias vividas por Regler en España. Una de las partes más importantes de este libro, se refiere a la lucha en el noroeste de Madrid en el invierno 1936/37. De hecho, fue Gustav Regler quien acuñó la definición "Batalla de la Niebla" para referirse a los combates por el control de la carretera de La Coruña.

Uno de los fragmentos más conocidos de "The Great Crusade" recuerda las jornadas de la contraofensiva republicana de enero del 37:

"La batalla duró tres días más. Los batallones deambulaban ciegos a uno y otro lado de la niebla. Allí permanecieron helados y tosiendo, al borde de las últimas colinas al norte de Las Rozas y al oeste de Majadahonda. La Brigada era como una aguda trampa de zorro en los pies del enemigo: con los talones heridos, el enemigo sangraba y forcejeaba; y en sus violentos intentos por liberarse habían aflojado la presión sobre Madrid. La cosa resultó, y los dos pueblos estaban repletos de armas y de muerte.

Los batallones se hallaban agazapados en los cráteres de niebla, y contemplaban las casas, que aveces parecían ponerse al alcance de la mano, y otra vez se hundían en las oleadas blancuzcas, convirtiendo todo en un sueño. Pero el sueño era interrumpido por las balas, que eran más peligrosas que en un ataque abierto, porque surgían de pronto de aquella nada blanca y buscaban su víctima dentro de aquella masa de algodón sucio que unas veces amortiguaba el grito y otras lo hacía sonar como si fuese el alarido de una compañía entera.

Los sanitarios corrían entre las líneas como perros borrachos. Señalaban los hombres a un árbol en el que creían haber oído gritar a un herido, y allí encontraban tres soldados que bebían en silencio. Mientras respiraban tranquilos, al volverse, sus botas chocaban con la frente todavía tibia de un cadáver. Los árboles se burlaban de ellos, los arbustos les jugaban malas pasadas como si fuesen enemigos; los pájaros chillaban y tropezaban. Una vez se quedaron petrificados en medio de los campos, convencidos de estar en territorio enemigo; pero el humo de una chabola próxima les hizo ver que se encontraban muy dentro de las líneas propias. Otra vez, al gritar su consigna a un centinela, oyeron en respuesta “Arriba España“ y pasaron en silencio y aterrorizados junto al vigía enemigo.

(...) Los polacos, impetuosos como siempre, habían intentado un asalto salvaje a Villanueva. Los defensores del pueblo les habían recibido con centenares de réfagas. Pero los polacos no se retiraron. Como perros que tienen clavados sus dientes en la presa y se olvidan de los golpes recibidos, se lanzaron una y otra vez contra las paredes imposibles hasta que fueron cayendo todos.

Los que fueron retirados sorprendieron a los sanitarios con sus gritos pidiendo ser devueltos al frente, no llevados al hospital. Emil Glasauge, el médico, les había hablado como a niños. Iban llorando a la retaguardia.

Entonces, al tercer día, la cortina de niebla empezó a levantarse y de pronto apareció al sol el pueblo, la línea de cráteres, caminos, cañones y ambulancias, todos ellos sorprendidos por el paisaje. Todo el mundo corrió a protegerse. Pero los cañones tenían su oportunidad, y enrojecían y se desvencijaban. Un tanque enemigo se encontró de pronto, al sol, entre los Garibaldis; la sorpresa fue tan enorme para todos que el tanque y los Garibaldis se volvieron de espalda, en rápido silencio, y sin hacerse daño.

En las trincheras de los internacionales la esperanza brillaba con los mismos rayos del nuevo sol. Todos aguardaban la llegada de los aviones. Algunos creían oir ya el ruido de los motores sobre las colinas. Cuando, de pronto, metro a metro, el viento helado volvió a tender sobre el paisaje la cortina de niebla. Y la muerte lenta comenzó otra vez..."


Estos fragmentos son solo algunos ejemplos de una obra que, al igual que su autor, permanece prácticamente olvidada en España, el mismo lugar en el que Gustav Regler y tantos otros como él, dejaron los mejores años de su juventud y, muchos de ellos, incluso su vida. Un olvido selectivo, un silencio generalizado durante décadas que provoca que esa memoria histórica de la que tanto se habla últimamente,se encuentre permanentemente segmentada, lo que facilita su manipulación y falseamiento.


Entre las nieblas del silencio y el olvido permanece una Historia por descubrir.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía: Gustav Regler en México, 1940.

martes, 19 de mayo de 2009

29) Jornadas de contraofensiva



JORNADAS DE CONTRAOFENSIVA

El día 9 de enero de 1937, tras días de potente ofensiva, el avance franquista parece detenerse. Se han conquistado un puñado de pueblos y cortado la carretera de La Coruña desde Las Rozas hasta la Cuesta de Las Perdices. Los republicanos, que han tenido que superar varios momentos críticos, parece que pueden respirar un poco. Pero al Alto Mando de la Defensa no le está permitido relajarse. El enemigo está a las puertas de Madrid y se hace necesario tomar la iniciativa para aprovechar el desgaste sufrido por las columnas franquistas durante su ofensiva e intentar arrebatarles las conquistas que han logrado. Es el momento de la contraofensiva republicana.

Como ya señalamos en otra ocasión (ver “CONTRAATAQUE EN LA NIEBLA”), para esta operación se han trasladado a la capital importantes contingentes procedentes de otros frentes. Con todos ellos se constituye la denominada agrupación Burillo (brigadas internacionales XII, XIV y la 35 Brigada Mixta, más otras fuerzas agregadas de las Divisiones 2ª, 3ª y 9ª), que contará con el apoyo de la brigada de tanques. Con estas fuerzas, Miaja va a intentar desarrollar una maniobra de combate que consiga hundir el cerco establecido por el ejército del general Orgaz al noroeste de Madrid.

En las primeras horas del día 11 de enero la contraofensiva republicana ataca la retaguardia franquista. Partiendo del puente del Retamar (Km. 7 de la carretera de El Escorial), las brigadas gubernamentales reconquistan el Vértice Cumbre, desde donde avanzan hacia Las Rozas y Majadahona mientras otras tropas atacan Villanueva del Pardillo. Hoy nos detendremos en el ataque sobre Las Rozas (dejando para otra ocasión Majadahonda y El Pardillo).

Tras la ocupación de Las Rozas por tropas de Barrón y de Iruretagoyena (día 4 de enero de 1937), las tropas franquistas se habían establecido en plan defensivo en este sector del frente. El 11 de enero, la reconquista del Vértice Cumbre por parte de los republicanos dejaba abierta la marcha sobre el pueblo. La mañana es gélida y la niebla persistente. Siguiendo la carretera de El Escorial, las vanguardias republicanas se aproximan cautelosas a su objetivo.

Los temidos T-26, los tanques de fabricación soviética, van en cabeza abriendo brecha en los tendidos de alambradas y escupiendo fuego sobre las defensas enemigas. Las primeras trincheras de contención franquistas, establecidas en las lomas que hay antes de llegar a Las Rozas, son superadas con facilidad y los atacantes alcanzan las primeras casas del pueblo, donde chocan con una enconada resistencia. Comienza así una lucha fiera y cruel. Lucha callejera en la que las bombas de mano, los morteros, las ametralladoras y los fusiles actúan a pleno rendimiento en un crudo combate a muerte. Los defensores se pegan al terreno, parapetados entre edificios en ruinas y escombros. El ataque es decidido, la resistencia recia y obstinada.

Los defensores se ven desbordados cuando los tanques republicanos penetran en el pueblo. La resistencia comienza a tambalearse. Pero en lo más crítico de la situación, los hombres del Tercio reaccionan. Algunos de los más decididos, o de los más temerarios, se arman con racimos de bombas de mano y, ocultándose entre los escombros, avanzan todo lo que pueden hasta los carros o aguardan agazapados en sus posiciones a que estos se acerquen para lanzar sus cargas explosivas a los puntos vulnerables de los vehículos. Otros, en acción suicida, intentan meter picos y barras de acero entre las cadenas para inutilizarlos. Pocos consiguen su objetivo y caen cosidos a balazos o aplastados bajo los carros, pero algunos de los terribles vehículos serán capturados o destruidos.

Las horas pasan y la lucha no cesa. Los carros necesitan retirarse para repostar combustible y munición. La confusión del combate y la niebla hacen creer a los atacantes que se ha ordenado la retirada y muchos soldados se repliegan junto a los T-26. La ocasión es aprovechada por legionarios y regulares para recuperar posiciones. Durante dos días, los republicanos intentan nuevos asaltos. Desde las espesuras del Monte de El Pardo surgen más ataques. Los asaltantes logran alcanzar la carretera que une Las Rozas con Majadahonda, cortando por algún tiempo la comunicación entre ambos pueblos. Su ocupación por parte de los republicanos parece inminente, pero una obstinada resistencia lo impedirá.

Poco a poco, el impulso inicial de la contraofensiva va desinflándose. Los batallones atacantes se dispersan, pierden conexión entre sí, se extravían en la niebla o se ven diezmados por las bajas. Todas las carencias de las que adolecen el ejército republicano se manifiestan provocando las peores consecuencias. No se consigue un correcto suministro de municiones y provisiones, los heridos permanecen abandonados a su suerte por falta de un adecuado servicio sanitario, las órdenes no llegan a sus destinos y los mandos no reciben la información que necesitan.

Se envían más refuerzos y, aunque se logran algunos éxitos, la contraofensiva se va consumiendo. Las conquistas conseguidas no son convenientemente aprovechadas. Muchos batallones se encuentran aislados, sin apoyo, escasos de munición, y terminan abandonando las posiciones cuya ocupación tantas bajas y penalidades han costado.

El 13 de enero, a las 7 de la mañana, parte de Boadilla del Monte una columna franquista formada por cuatro batallones, carros y artillería. Su misión: “batir las concentraciones enemigas que se han filtrado entre Majadahonda, Las Rozas y Villanueva del Pardillo, y cooperar al restablecimiento del vértice Cumbre”. Esta fuerza, a la que se unirán otros refuerzos y las guarniciones que llevan días defendiendo el terreno, conseguirá restablecer la situación el día 16 de enero de 1937.

La batalla de la carretera de La Coruña llegaba a su fin. Atrás quedaban días de destrucción, de sangre, frío y fuego. Atrás quedabann cientos de bajas en uno y otro ejército. Dos ejércitos que comenzaban a ser conscientes de que la guerra no iba ser cosa de dos días. Madrid no había caído. La República había demostrado ser capaza de levantar un ejército que, a pesar de sus muchas carencias, estaba dispuesto a presentar batalla. El futuro aun era incierto para los dos contrincantes. La guerra no había hecho más que empezar.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ


Fotografía: Misa de campaña en Las Rozas, utilizando como altar uno de los carros T-26 capturados al enemigo.

martes, 12 de mayo de 2009

28) Cartuchos 8x57 JS-7,92 mm. Mauser



CARTUCHO 8x57 JS – 7,92 mm. MAUSER

También conocido como 8 mm Mauser, éste cartucho ha sido la munición de referencia del ejército alemán durante buena parte del siglo XX. Sus orígenes hay que situarlos en 1888, cuando el ejército germánico decidió renovar su armamento, dotando a sus tropas de un fusil que no utilizara pólvora negra y cuyo calibre fuera más reducido. En 1898, tras diversas modificaciones y perfeccionamientos, aparece éste tipo de calibre, masivamente utilizado en las dos guerras mundiales y, como no podía ser de otra manera, en la guerra civil española.

Su potencia y velocidad, le convirtieron en un cartucho tremendamente eficaz (superior y generalmente con mayor rendimiento que su primo, el mauser español 7 mm ó el Mosin Nagant del 7,62 mm). Su poder perforante, a una distancia adecuada, podía causar serios problemas en parapetos, atrincheramientos y materiales que otros calibres no eran capaces de atravesar.

En cuanto a su nomenclatura, parece ser que la “J” es una derivación de la letra gótica “I” (de infantería), mientras que la “S” sería la inicial de “spitzer” ("aguda" en alemán), por la forma ojival de sus balas. Las diferencias al referirse a su calibre (8x57 ó 7,92 mm) varía según el país.

Es muy frecuente encontrar restos de esta munición en los escenarios de la guerra civil en el noroeste de Madrid: cartuchos completos, vainas (especialmente en posiciones nacionales, aunque no exclusivamente), peines y balas (éstas últimas soportan muy mal el paso del tiempo y suelen aparecer muy oxidadas).

Los marcajes que aparecen en el culote de las vainas pueden resultar un verdadero rompecabezas por la enorme variedad de cifras y letras que aparecen. Esta complejidad en los sistemas de identificación parece responder a cuestiones prácticas: desde el Tratado de Versalles (1919), Alemania, derrotada en la I ª Guerra Mundial, tenía severamente restringida la fabricación de armas y municiones. Con estos códigos difíciles de interpretar, la industria germana pretendía “camuflar” su producción armamentística que, desde la llegada de Hitler al poder, experimentó un espectacular incremento, un incremento que había que intentar disimular ante los organismos internacionales.

Los peines son algo más pequeños que los del calibre 7 mm, pero intercambiables y utilizados por los combatientes indistintamente para cargar sus fusiles. Las vainas son similares a las del mauser español, pero, lógicamente, con una boca de mayor tamaño.

Son muchas las balas y vainas que de éste calibre siguen apareciendo en el noroeste de Madrid. Paseando con atención, paciencia y algo de suerte, uno puede toparse con alguno de éstos vestigios. Viejas y oxidadas pruebas que evidencian que aquí, no hace demasiado tiempo, hubo una guerra.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía 1: Restos de munición del 8x57 JS - 7,92 mm Mauser (JMCM)
Fotografía 2: Diversos tipos de peines-cargador de éste calibre (JMCM)

domingo, 10 de mayo de 2009

27) ¡Gefallen!




¡GEFALLEN!

La batalla de Boadilla fue una experiencia durísima para los internacionales, que consumieron batallones enteros, tanto en su defensa, como en los posteriores intentos por reconquistar el pueblo. Los ataques y contraataques se sucedieron por todo el sector (Romanillos, Mosquito, encinares en torno a Boadilla…), en una lucha cruel y sangrienta. Entre los días 14 y 22 de diciembre de 1936 se sucedieron jornadas terribles. Las fuerzas de choque nacionales (moros y legionarios en su mayoría) demostraron una decisión y fuerza que terminó superando la resistencia de los republicanos.

El británico Esmond Romilly (que era sobrino de Winston Churchill), combatió en la XII Brigada Internacional, en el grupo británico del Batallón Thäelmann. Durante la II Guerra Mundial fue piloto de guerra, muriendo en 1941, cuando su avión, no se sabe muy bien si derribado por el enemigo o a causa de un fallo técnico,  se precipitó en el Mar del Norte. Sus experiencias en la guerra civil española las recogió en un libro cuyo título es “Boadilla”, de la que no existe edición española y que en inglés, es caro y difícil de conseguir.

En aquel invierno de 1936, Esmond Romilly tenía 18 años. Tras la pérdida de Boadilla, los republicanos se hicieron fuertes en las lomas cubiertas de encinas y pinos que aun hoy pueden verse al norte del pueblo, y en la zona boscosa que se extiende hasta Majadahonda. Desde estos bosquecillos partieron diferentes contraataques republicanos para intentar recuperar Boadilla, contraataques que fracasaron, pero que supusieron numerosas bajas para uno y otro ejército.

En su libro, Romilly da testimonio de aquellos combates, habla del frío y de la niebla (que le hacían pensar “que podría estar en Inglaterra"), de las explosiones que descortezaban los troncos de los árboles, nos cuenta como las ráfagas de ametralladoras frenaban en seco los ataques de los batallones, dejando el suelo cubierto de muertos y heridos, recuerda el caos de órdenes y consignas, mezclándose las voces en alemán, en italiano, en polaco, en inglés, en español… entre el tronar de morteros y cañones.

Un buen ejemplo de la dureza de aquellos combates lo encontramos una de las veces que Romilly nos habla del Batallón Thäelmann (formado mayoritariamente por alemanes, aunque también contaba con combatientes de otras nacionalidades, como ingleses o españoles, y del que ya hemos hablado en otra ocasión). Romilly recuerda como fue el pase de lista del Thäelmann después de uno de los intentos de reconquistar Boadilla del Monte:

“Walter tomó en sus manos la lista de la primera compañía del batallón Thäelmann, momentos antes del cambio de guardia de medianoche. Pronunciaba cada nombre y hacía una pausa hasta que el silencio se volvía insufrible.

Oswald y su patrulla de quince hombres… faltaban todos; de pronto recordamos aquellos fusiles apuntando hacia abajo en aquella trinchera y los bayonetazos en aquellos cuerpos. El comandante cruzaba sus nombres con la misma palabra: “gefallen” (“caído”).

De la primera y de la segunda sección, quince hombres respondieron: ¡hier! (¡aquí!). Cuarenta y tres no respondieron. Tercera sección, tres alemanes respondieron ¡hier! Hasta que llegó al grupo inglés:

Addley: sin respuesta, sin información, ¡gefallen!; Avener: muerto, ¡gefallen!; Brich: sin respuesta, probablemente muerto, ¡gefallen!; Cox: muerto, ¡gefallen!

Nosotros sabíamos que habían muerto, pero todavía no podíamos creerlo. Era como si estuviésemos asistiendo a la última oportunidad de aquellos hombres de apelar contra una sentencia de muerte que sabíamos irrevocable.

Gillan: herido; Gough: muerto, ¡gefallen!; Jeans: muerto, ¡gefallen!; Messer: sin respuesta, desaparecido, ¡gefallen!”

Como vemos, las calles y encinares de Boadilla del Monte se regaron con la sangre de combatientes nacionales e internacionales. Combatientes en su mayoría anónimos o cuyos nombres permanecen prácticamente olvidados. Jóvenes de diferentes nacionalidades que murieron (algunos muy lejos de sus hogares y familias) defendiendo sus ideales en aquel frío invierno del 36.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía 1: Esmond Romilly
Fotografía 2: Brigadistas alemanes

domingo, 3 de mayo de 2009

26) Objetivo Boadilla





OBJETIVO BOADILLA

En los primeros días de diciembre de 1936, el primer intento de los sublevados de cortar la carretera de La Coruña queda detenido, pero éstos, a pesar de los durísimos combates y los pocos resultados obtenidos no desistirán de su empeño. Lo más crudo del invierno madrileño ha llegado, produciendo días más cortos y temperaturas muy bajas, pero se siguen mostrando optimistas y estudian todo tipo de proyectos y maniobras. Cuentan además con un importantísimo incremento de efectivos. La División Reforzada de Madrid, con cuartel general en Navalcarnero, y mandada por el general Orgaz, se había reorganizado con tropas de refresco procedentes de nuevos reclutamientos y de otros frentes transitoriamente estabilizados, constituyendo un autentico ejército de unos 50.000 hombres bien equipados, preparados para entrar en acción y asesorado por expertos italianos y alemanes.

Tras días de obligada pausa por las malas condiciones atmosféricas, el 14 de diciembre comienza el nuevo ataque con un fuerte bombardeo artillero sobre las posiciones republicanas. Una de las mayores fuerzas montadas por los rebeldes en la lucha por Madrid se ponía en marcha (unos 10.000 hombres, dos compañías de carros pesados y un importante incremento de artillería de diversos calibres). Ejercía el mando el general Varela, en dependencia directa del general Orgaz. La misión de las columnas (dirigidas por los coroneles Sáez de Buruaga, Monasterio, García Escamez y el teniente coronel Barrón) consistía ahora en ocupar la línea Villanueva del Pardillo-Majadahonda-cruce de caminos al sureste de Las Rozas-bosque Remisa-Aravaca-Cuesta de las Perdices-cerro del Águila. La idea de maniobra era operar de sur a norte, partiendo de la línea Villaviciosa-Brunete. El ataque se dirigió contra todo el sector noroeste de Madrid, desde la Casa de Campo a Navalagamella.

Envueltos en una persistente neblina, con temperaturas de hielo y moviéndose en un terreno enfangado, las tropas franquistas avanzaron directamente hacia los primeros objetivos. Su envestida fue tan fuerte que no tardaron en tomar la posición Vértice Mosquito, lo que favorecía la conquista de Boadilla. Sobre los defensores republicanos de este pueblo cayó el peso de tres columnas atacantes, lo que suponía una aplastante superioridad.

La resistencia republicana en Boadilla del Monte (estratégico nudo de carreteras a 20 Km. de Madrid) se resquebrajó y sus defensores, ante la superioridad de los atacantes, se retiraron en desorden al norte del pueblo. A primera hora de la tarde los franquistas se adueñaban del núcleo más importante del caserío. Poco antes del anochecer los republicanos solo dominaban el Palacio del Duque de Sueca, defendido por miembros de la Guardia Civil fieles al gobierno republicano (la Guardia Civil que tras la sublevación militar de julio del 36 permaneció fiel al Gobierno fue rebautizada con el nombre de Guardia Nacional Republicana). Luís María de Lojendio, en su libro “Operaciones militares de la Guerra de España, 1936-1939” nos hace un estremecedor relato de estos combates (aunque se refiere al palacio como castillo):

“Fuera del pueblo quedaba el castillo: una mole imponente en la que resistía un resto de tropa de la Guardia Civil roja, parapetada con ventaja en su fortaleza. Fue necesario avanzar al asalto como en las grandes ocasiones. Las fuerzas del Tercio derribaron un trozo del muro del jardín y a pecho descubierto emplazaron sus máquinas. La lucha personal, cuerpo a cuerpo, se generalizó hasta en sus últimas instancias (…). De cual fue la naturaleza del encuentro que allí se libró da idea el hecho de que, al ocupar el castillo, de sus habitaciones hubo que retirar un centenar de cadáveres enemigos. Buena estampa representativa de los violentos combates de esta época en el sector de Madrid.”

Las pérdidas que sufrieron ambos contendientes entre los días 15 y 16 fueron enormes. Los ataques y contraataques se sucedieron ininterrumpidamente apoyados por la aviación y los tanques. Los internacionales de los batallones Dombrowsky y Thaelmann, milicianos, Guardia Nacional y de Asalto, apoyados por cinco blindados soviéticos, vuelven a asaltar Boadilla. Penetran en su interior y parece que consiguen recuperar el pueblo. Pero los sublevados no dan por perdida su presa y vuelven al ataque, produciéndose una lucha terrible en las calles de Boadilla. Nuevamente Lojendio, en su obra, escribe:

“El combate, duro y encarnizado, se generalizó entre las casas, sobre las calles de Boadilla quedaron los cadáveres de 78 milicianos internacionales: franceses, checos y rusos en su casi totalidad, y aquella misma tarde los tanques enemigos desfilaron prisioneros por la carretera de Alcorcón.”


El día 16, el batallón Comuna de Paris aguanta tenazmente el asalto de los tanques, logrando inutilizar, a base de bombas de mano, dos blindados, pero entre muertos, heridos y prisioneros sufrirá un gran número de bajas. Con lo que queda del batallón Dombrowski pasa algo parecido.

Las tropas republicanas se las ven negras para frenar al enemigo. El mando republicano traslada al sector las tropas de “El Campesino”, mientras que Lister, Prada, Bueno y Rovira atacaban en el sur de Madrid. En la prensa madrileña de esos días podía leerse:

“Estamos ante un ataque en toda regla. Ya no se trata de operaciones de tanteo. El enemigo pretende llegar a nuestras líneas y profundizar intensamente (…) su objetivo pertinaz y obstinado es romper nuestro frente abriendo brecha, para irrumpir en la capital de la República."

En la parte de Romanillos, en terreno descubierto, la XI Brigada Internacional (con los grupos de voluntarios ingleses incorporados a los distintos batallones) vuelve a entrar en acción. Parte del batallón Thaelmann (compuesto principalmente por alemanes) espera cantando en sus posiciones himnos de lucha para que los soldados nazis enviados por Hitler para apoyar a Franco puedan escucharlos. El combate entre connacionales alemanes fue durísimo, quedando buena parte del batallón de brigadistas materialmente aplastado por los tanques alemanes. De los ingleses sólo quedaron tres supervivientes. El batallón Edgar André (formado en su mayoría por alemanes y austriacos) pudo escapar del aniquilamiento total gracias al sacrificio, en última instancia, de doce voluntarios alemanes y tres ingleses que resistieron hasta el fin, dando tiempo al grueso de las fuerzas para el repliegue a posiciones más atrasadas.


El día 18 comienza un fuerte contraataque republicano. La XII Brigada Internacional actúa en colaboración con carros blindados al este de Boadilla. Las Rozas sufrió su primer bombardeo, que ocasionó importantes destrozos. Desde el 19 se suceden encarnizados combates en todo el frente que abarca la ofensiva. Los fuerzas atacantes, al mando de Monasterio, ocupan Villanueva de la Cañada. En días sucesivos, hasta el día 22, las fuerzas republicanas no sólo frenaron el ataque, sino que llegan a reconquistar parte del terreno perdido, pues esa noche los franquistas se ven obligados a replegarse, abandonando todo el terreno ocupado en los días anteriores, con la excepción de Boadilla del Monte y de Villanueva de la Cañada, renunciando de momento a la conquista de Villanueva del Pardillo, Las Rozas y Majadahonda, que eran el objetivo inicial. El segundo intento de cortar la carretera de La Coruña había vuelto a fracasar.

Hoy en día, una visita a Boadilla del Monte supone una agradable sorpresa. Este municipio, a pesar de las profundas transformaciones experimentadas en las últimas décadas, matiene alguno de sus edificios más emblemáticos.

Sin lugar a dudas, el edificio más representativo y llamativo es el Palacio del Infante Don Luís (también conocido como del Duque de Sueca), impresionante construcción del siglo XVIII, obra del arquitecto Ventura Rodríguez, actualmente en propiedad del Ayuntamiento de Boadilla y que permanece cerrado, en espera de una imperiosa restauración que nunca llega.

Como hemos visto, entre sus muros, patios y jardines se libraron cruentas luchas a muerte, viéndose seriamente dañado por la acción de la aviación y la artillería. Tras la Batalla de la Niebla, el palacio fue puesto de mando, hospital, prisión, cuartel y depósito de armas y municiones. Después de la contienda, el Plan de Regiones Devastadas procedió a diversas reformas y restauraciones, siendo utilizado por Auxilio Social para diferentes actividades.

Aunque permanezca cerrado, sólo por el palacio (que en 1974 fue declarado Monumento Nacional), merece la pena una visita a Boadilla del Monte. Conocer que en su defensa y conquista corrió la sangre de uno y otro bando hace que se contemple con otros ojos. Como sucede en tantos otros municipios, la maldita guerra dejó su impronta en calles, campos y edificios. Una impronta que, setenta años después, sigue presente en diferentes, recuerdos, aspectos y detalles para todo aquel que quiera descubrirla.


JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía 1: Combates en los alrededores de Boadilla a finales de 1936.
Fotografía 2: Indicador toponímico de época, en un muro con huellas de la contienda (JMCM)
Fotografía 3: Fachada principal del Palacio del Infante Don Luís (JMCM)