lunes, 22 de junio de 2009

35) Pozuelo de Alarcón






POZUELO DE ALARCÓN

En diferentes partes de éste blog hemos hecho referencia a Pozuelo de Alarcón (especialmente en los apartados “En las calles de Pozuelo” y en “Cementerio de Pozuelo”).  Hoy queremos traer el testimonio escrito de uno los protagonistas que vivieron aquellos sucesos.

Pedro Mateo Merino nació en 1912 en el pueblo de Humanes de Mohernando (Guadalajara). Perteneciente a una familia de modestos labradores, pronto comenzó una intensa actividad política en las filas comunistas, lo que le supondrá detenciones, torturas y encarcelamientos. La sublevación militar, el 18 de julio de 1936, le sorprende en Madrid, donde cursa estudios universitarios. Desde el primer momento empuña las armas en defensa de la República, actuando en Somosierra, Madrid, Brunete, Teruel, Lérida, Ebro, Cataluña y de nuevo en Madrid. Desde sus orígenes como miliciano, alcanza el grado de teniente coronel de infantería, mandando la 35 División en la batalla del Ebro. Obtiene las medallas republicanas del Valor y de la Libertad por méritos de guerra. Al producirse el golpe de Casado marcha al exilio (primero Francia y luego la URSS). Durante la Segunda Guerra Mundial participa en la defensa de Moscú. Tras la guerra desarrolla actividades militares docentes en diversos países (Yugoslavia, Polonia, Cuba) y se licencia en Ciencias Económicas por las Universidades de Moscú y de La Habana. Después de treinta y tres años de exilio regresó a España, donde continuó desarrollando su militancia política, y se dedicó a escribir sus memorias. Falleció en Madrid, el 19 de noviembre de 2000.

En 1986, la Editorial Disenso publicó su libro “Por vuestra libertad y la nuestra”, en el que Mateo Merino recoge parte de sus experiencias en la guerra civil española. En ellas, encontramos un capítulo entero dedicado a la lucha en Pozuelo de Alarcón en las duras jornadas de enero de 1937. Aunque pueden resultar un poco extensas, hemos decidido reproducir partes de las mismas en este blog, por considerar que constituyen un interesante complemento para tener una idea más completa de este episodio de la batalla de la Carretera de La Coruña.

“(…) Al otro lado de la calle, adivinado más que visto, empezaba el caserío de la colonia veraniega (“Colonia de la Paz”), que se hallaba en poder de los fascistas desde hacía muy pocos días.

Carecíamos de planos militares. Y hasta de mapas geográficos o turísticos más o menos aprovechables para el caso. Entre las barbecheras de Cerro Primero, al oeste de Pozuelo y el barranco de éste mismo nombre, extendiéndose casi a dos kilómetros, tomó posiciones con frente suroeste la primera compañía del antiguo 5º batallón (5º Regimiento). Con otras dos compañías del Sindicato de Artes y Espectáculos que guarnecían Húmera constituíamos una especie de subsector. A la derecha, bordeando la carretera de Majadahonda, y en el bosque de Remisa, había tropas nuestras: el batallón francobelga de la XI brigada, internacionales del general Cléber, milicias y otras unidades, todas ellas subordinadas al teniente coronel Barceló. El subsector del que formábamos parte lo mandaba el teniente coronel Perea, cuya jefatura se hallaba casi en el centro del triangulo Pozuelo de Alarcón-Húmera-Estación de Pozuelo (…)

Cuando amaneció nos encontramos con el enemigo a muy pocos metros. Y pronto establecimos en salidas nocturnas que teníamos delante al 4º tabor de regulares. Guarnecíamos dos posiciones clave, antes defendidas por un batallón muy quebrantado: la quinta de “Villa Rosa” (Huerta Grande), su extensa huerta y jardines, y un promontorio sobre el barranco de las afueras este que salía a nuestra retaguardia entre Pozuelo y la estación. Delante del mismo, en tierra de nadie, a pocas decenas de metros, se alzaba una confortable casilla bien protegida del frío.

Por doquier se veían las huellas de los recientes combates. Huecos y destrucciones causadas por la artillería; el zurcido de las ametralladoras y fusiles en las paredes, puertas, ventanas, tejados y postes; la maraña de los cables cercenados; cadáveres abandonados en las posiciones más inverosímiles, generalmente tendidos boca abajo, como si hubieran caído mientras corrían hacia las afueras; sacos terreros y maletas tirados, con los efectos más indispensables del evacuado, o la oprobiosa carga del saqueo de legionarios y marroquíes, “avanzadas de África” en el suelo español.

A nuestra derecha se perdía la continuidad del frente. Desde atrás, a casi un kilómetro, nos llegaban algunas balas sueltas. Tal vez fuera el enemigo. Podían ser tropas nuestras. Dos o tres kilómetros al suroeste, por los encinares de Boadilla del Monte se movían grupos de gente. La situación era confusa. Tampoco estaba muy clara a nuestra izquierda. La línea era al parecer discontinua en todo el sector. En realidad formábamos un saliente, una especie de islote.

“Villa Rosa” quedó guarnecida por una sección, con lanzabombas, dos fusiles ametralladoras y una ametralladora. Esta fuerza comenzó a atrincherarse tras la cerca sur, con algunos boquetes que servían de aspilleras. Los accesos estaban batidos por francotiradores enemigos; se llegaba por una zanja de comunicación a medio hacer, recta, que bordeaba por dentro la cerca este. En el piso alto de la quinta, tras un balcón guarnecido con sacos terreros, se hallaba emplazada la ametralladora, apuntando al sur; los balcones y ventanas de las otras fachadas no tenían defensas. Era una Maxim´s 7,62. El ametrallador, un joven minero asturiano (“Asturias” le llamábamos), había quedado adscrito con su arma a la posición al salir la unidad relevada. Afable y voluntarioso, ejemplar y entrañable, lúcido y valiente, no tardó en ganarse la amistad y el cariño de todos. Su emplazamiento dominaba la colonia veraniega y era una pesadilla para los regulares que la ocupaban.

Otra sección, con dos fusiles ametralladoras, cubrió el flanco izquierdo. Su campo de observación y de tiro eran muy malos. De hecho la línea enemiga dominaba en todo nuestro frente, salvo el edificio de la quinta, demasiado visible para el enemigo, que la distinguía con su fuego.

Como al centro de una sinuosa calle empedrada, a media cuesta, no lejos de las afueras al sudeste del lugar, quedó instalado el puesto de mando. A poca distancia se hallaba el grupo sanitario. La primera línea corría por el principio de la contrapendiente y las condiciones de observación y de tiro eran pésimas en todos los sitios, excepción hecha del flanco derecho. Para conocer lo que pasaba había que ir a “Villa Rosa”, donde se hallaba emplazada la ametralladora, lugar de accesos muy batidos, prácticamente intransitables de día.

Nos entregamos de lleno a crear un sistema de nidos, trincheras, zanjas y observatorios que permitieran organizar nuestro fuego y posibilitara la maniobra. Descansábamos de día. Las noches transcurrían además en un continuo tiroteo que se extendía por todo el frente, creando una sensación extraña de gran batalla sin avances ni retrocesos.

Más de una noche acudió a ofrecer su ayuda fraternal Saturio Torón, capitán de milicias, con su compañía de zapadores, trasladada como nosotros del frente de Somosierra. Realizaba trabajos de fortificación al noroeste de Pozuelo de Alarcón, entre esta localidad y El Plantío. Siempre que los tiroteos alarmaban por su extraordinaria intensidad venía a nuestro puesto de mando con su unidad, presta para entrar en combate. Siempre por iniciativa propia. Su espíritu de solidaridad impresionaba; el compañerismo era para él un verdadero apostolado. Pasaron algunos días sin verlo… Nos causo extrañeza. Pensamos en algún nuevo traslado de suma urgencia. Sólo a finales de años, y ocasionalmente, vinimos a conocer la razón, harto dolorosa. Por unos zapadores… Así fue el relato:

-Efectuábamos el trazado de nuevas trincheras, en una noche cerrada. El capitán marchaba delante, a no mucha distancia. Nos detuvimos a clavar una estaca, y él siguió.
-De pronto una llamarada envolvió su silueta y una tremenda explosión nos derribó.
-Cuando se disipó el humo tratamos de averiguar lo ocurrido, en medio de la oscuridad. En el sitio del estallido había un gran hoyo. Por sus inmediaciones aparecían dispersos los miembros destrozados de nuestro intrépido capitán.
-Comprendimos que habíamos penetrado sin notarlo en un campo de minas, de configuración no muy delimitada al parecer o cuya existencia tal vez ignorase el jefe de nuestra compañía. Estudiamos la zona ya de día y al anochecer rescatamos sus últimos restos.

(…) Casi todo el mes de diciembre fue glacial y lluvioso. Con algunos días claros y soleados. En vísperas de Año Nuevo mejoró el tiempo. Se secaron los campos y alegró el sol. Hubo noches estrelladas de rara calma. Como si algo nuevo se estuviera gestando. La excesiva quietud nunca pareció ave de buen agüero.

A los pocos días de llegar quedó completa la trinchera de primera línea y las zanjas de comunicación con la retaguardia. Junto a la posición del barranco, en el flanco izquierdo, había un refugio excavado a suficiente profundidad para proteger a la escuadra vecina de toda clase de bombardeos (…) A menudo se hostigaba al enemigo con dos lanzabombas desde “Villa Rosa”, cuyas potentes granadas de metralla, al estallar en el laberinto de calles y hotelitos de la colonia veraniega, causaban mortíferos estragos entre los marroquíes que la guarnecían, no muy acostumbrados a este tipo de fuego. Sus atronadoras explosiones hacían callar generalmente el tiroteo de los mercenarios, situados al otro lado de la calle-carretera de Boadilla del Monte.

(…) En el orden táctico o informativo sólo recibíamos muy escasas orientaciones, esporádicas, cuando nos dirigíamos al jefe del sector en busca de instrucciones e informes. Diríase que todo estaba claro: ¡defender, resistir, batir al enemigo!... Pero hacer la guerra es labor harto compleja para contentarse con eso. Arte, ciencia y técnica confluyen en la empresa bélica, junto a razones morales, socio-políticas y económicas. La falta de un sistema de mando en el sector, con la información que él conlleva, no permitía coordinar adecuadamente los esfuerzos ni librarse de la sorpresa, temible adversario de nuestro naciente Ejército. Chocaba también que no hubiese un cierto programa de instrucción o capacitación bajo los auspicios de un mando superior. En lo esencial, estábamos abandonados a nosotros mismos. Y el trabajo político organizado era sencillamente nulo.

Nos hallábamos directamente subordinados al teniente coronel Perea, más no teníamos con él ningún tipo de comunicación que no fuese los enlaces a pié. No contábamos ni con una mala bicicleta, asno, mulo o caballo. Cualquier otro medio, técnico, de transmisiones, se encontraba fuera de nuestro alcance.

(…) A mediados de mes se intensificaron los combates a nuestro flanco derecho. Por Boadilla del Monte hubo fuerte cañoneo y extraños movimientos de tropas. Todo parecía indicar que se trataba de un ataque enemigo, y así fue; aunque no recibimos información de ningún género. Luego supimos “vox populi” que se había perdido Boadilla. Vimos acercarse los combates al bosque de Remisa y las inmediaciones de El Plantío. Estos cambios mejoraron mucho las posiciones del adversario y le dotaron de excelentes observatorios que dominaban gran parte de nuestra retaguardia en el noroeste de la capital. Había atacado, así mismo, en dirección a Valdemorillo.

En estos combates pereció heroicamente, batiéndose en las filas de la 1ª Brigada móvil de choque, el escritor y comunista cubano Pablo de la Torriente Brau, una de las figuras más prestigiosas del movimiento revolucionario latinoamericano. El 19 de diciembre de 1936, a la vista de Majadahonda, como a mitad de camino entre el vértice Romanillos y Boadilla del Monte, sobre una loma alargada con una casilla en lo alto, al rechazar un ataque de tropas moras con tanques. Nació en Puerto Rico, se hizo revolucionario en Cuba y murió en España por la libertad. Vino en funciones de corresponsal de guerra, y se entregó de lleno, por entero y en conciencia (hasta la misma muerte), a la tarea dura y abnegada de combatiente antifascista.

Los últimos días del año fueron de relativa calma. Fríos y lluviosos. Con golpes de mano sueltos y el tiroteo de siempre. Tuvimos una baja en extremo dolorosa: cayó el tirador de la ametralladora emplazada en Villa Rosa, nuestro camarada del legendario batallón Asturias, el primero entre las unidades de milicias. Una bala enemiga entró por la aspillera y atravesó su corazón. Murió instantáneamente, en mis propios brazos, pues recorría la línea y subí a la posición.

(…) Apenas habían transcurrido unas jornadas, resulté herido en la misma posición de Villa Rosa, con el antebrazo izquierdo atravesado por una bala. La herida no era grave y pude curarme sin abandonar el frente. Diariamente acudía al puesto médico del sector, a varios kilómetros de terreno enfangado y resbaladizo por las frecuentes lluvias. Así anduve buena parte de diciembre con el brazo en cabestrillo.

(…) En Pozuelo de Alarcón vimos pasar las Navidades y llegar el Año Nuevo. No faltaron algunos manjares, vinos y golosinas de fiesta suministrados por la intendencia militar. Aunque nada podía llenar (claro está) la ausencia de los familiares y seres queridos, cuya suerte para muchos era desconocida.

(…) Y así entramos en el año de 1937. Con días claros y soleados que favorecían el desarrollo de operaciones y el empleo de todas las armas. Ya en la jornada del dos creció la actividad de la aviación ítalo-germana y franquista. Sobretodo en misiones de exploración y bombardeo profundo. El tres de enero desencadenaron la ofensiva. Más al oeste, a escasos kilómetros de nosotros y alejándose en esa dirección, no cesó el cañoneo ni el movimiento de tropas durante las dos primeras jornadas. De sol a sol y durante buena parte de la noche la aviación facciosa se mantenía en el aire, bombardeando sañudamente la carretera de La Coruña y zonas adyacentes: Aravaca, El Plantío, Majadahonda, Las Rozas y más al norte.

La situación a nuestra derecha se hacía sumamente confusa. Teníamos informes limitados, aunque seguros, fruto de nuestra observación directa. Desde la quinta Villa Rosa o desde el lavadero lugareño en las afueras, seguíamos de continuo la marcha de los acontecimientos. En la noche del cuatro y durante el cinco llegaron grupos sueltos de fuerzas republicanas que se retiraban hacia la estación, asegurando que los facciosos habían roto el frente y se encontraban ya en Las Rozas y El Plantío. Según ellos, se combatía en las inmediaciones de Aravaca. Las noticias eran realmente alarmantes, pero había que comprobarlas.

En nuestro frente el enemigo no había intentado nada serio. Carecíamos de información o nuevas instrucciones de la superioridad. Pasó la noche, cerrada y con niebla. Al amanecer del seis enviamos una patrulla buscando enlace por la derecha, hacia El Plantío. Durante un recorrido de casi tres kilómetros sólo halló pequeños grupos en retirada, confirmando las versiones del día anterior. Por la carretera, entre El Plantío y Aravaca, había combates y movimientos de tropas hacia este último punto. Desde nuestra izquierda, de las unidades que guarnecían Húmera, nos comunicaron que el enemigo estaba entrando en Aravaca. Las alturas de Húmera dominaban el terreno circundante y tenían mejores condiciones de observación, pero nos extrañó la noticia. Seguimos comprobando desde nuestros observatorios durante toda la jornada. El combate se alejaba hacia nuestra profundidad. Al anochecer, la sección de nuestro flanco izquierdo informó de que nuestras tropas se retiraban de Húmera hacia la Casa de Campo.

Todo se complicaba, creando una situación en extremo comprometida. Al hacerse de día podíamos encontrarnos cercados en la retaguardia enemiga. Había que completar los informes, verificarlos, y precisar nuestra misión sin la menor demora. Acompañado de un enlace, me dirigí al puesto de mando de la columna, ahora ya 38.ª brigada mixta. En todo el recorrido no hallamos un alma. Dentro del mayor silencio y oscuridad, sólo alterados por algún disparo suelto en aquella noche cerrada, llegamos a la jefatura del teniente coronel Perea. Allí no había nadie. Ni siquiera centinela. Caminamos unos cientos de pasos cuesta abajo, hacia la estación. Oíanse ahora los estampidos del tiroteo y un eco desordenado de voces. Al subir un repecho vimos el resplandor de los incendios en dos o tres sitios del caserío. Ardían varios edificios del arrabal contiguo a la estación de Pozuelo, en nuestra retaguardia cercana.

De vuelta para las posiciones, en el mismo camino, tomé la decisión. Había que retirarse sin demora, asumiendo la responsabilidad de hacerlo, y restablecer el contacto con nuestras tropas. No incumplíamos órdenes, pues habíamos sido abandonados, o quizás olvidados en las prisas incontroladas de última hora. Lo efectuaríamos siguiendo el arroyo situado entre las carreteras de la estación a Húmera y Carabanchel. Rodeando la estación de Pozuelo por el este, para salir a la carretera de La Coruña entre Aravaca y el puente de San Fernando antes de llegar el día. Triste y doloroso trance: dejar Pozuelo de Alarcón sin orden de hacerlo, renunciando al combate, después de tanta sangre y tantos esfuerzos. (…) Clavados en el terreno, esperamos sin embargo una jornada más de intenso combate, sin suministro, hasta que llegó la noche del siete al ocho.

Así fue como pasamos por el amargo trance de aquella retirada. Primero un pelotón de cada sección, luego dos escuadras de cada pelotón restante, y finalmente, uno tras otro, con intervalos, los combatientes de las últimas escuadras, se fueron concentrando en la quebrada al noreste del lugar, entre Pozuelo de Alarcón y húmera. En ellos entrarían avanzada la mañana las tropas de Buruaga y Escámez. Y salimos por la vaguada, cruzando la carretera de la estación a Húmera, bien distantes de ambos puntos, ya de madrugada. A la izquierda, en la primera, se alzaban las llamas de nuevos siniestros, originados verosímilmente por los bombardeos.

Además de la brújula, nos íbamos orientando por el tiroteo, cada vez más cercano y siempre a nuestra izquierda. Sorteando por el este la zona de los disparos y las explosiones. A lo lejos, en esa dirección, quedaba Madrid, oculto tras el enmascaramiento nocturno, sin una luz en el horizonte que permitiese localizarlo. Bordeando con mil recelos los hotelitos de veraneo, sin escatimar precauciones, tras cruzar el arroyo de Pozuelo, salimos a la carretera de La Coruña entre Aravaca y el puente unas horas antes de amanecer. A corta distancia, en un grupo de casas, montamos la guardia y nos echamos a descansar mientras se exploraba la zona. Cesó el tiroteo, se hizo la calma. Cuando empezaba a clarear, entre las brumas del crepúsculo reanudamos la marcha. En las cunetas y tierras adyacentes había grupos acampados. Durante la noche, luego de repetidos ataques y contraataques, Aravaca había caído en poder del enemigo. Nuestras líneas se halaban casi en las mismas afueras. Recibimos orden de concentrarnos cerca del Puente de San Fernando, al otro lado de la carretera. Allí nos situamos en espera de instrucciones.

Con el nuevo día renació el estruendo del combate, sostenido con escasas intermitencias, y un tono creciente de cercanía. Nuevos grupos de otras unidades en retirada iban llenando la contrapendiente. Por Aravaca se batía la gente de la 1.ª Brigada móvil de choque y algunas otras unidades, cerrando el paso a las fuerzas de Barrón. Establecimos contacto con el teniente coronel Perea. Las bajas eran considerables, entre los heridos se hallaba el capitán Zulueta. Creo que hasta se sorprendió de que todavía existiéramos. Sin reproches ni explicaciones, al anochecer recibimos la nueva misión: trasladarnos al cuartel de la Marina en Ciudad Lineal, pues la 38.ª Brigada, en vías de organizarse, quedaba en reserva.”


JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía 1) "Villa Rosa" (Huerta Grande), en la actualidad.
Fotografía 2) Cartel de azulejos en una de las puertas existentes en la valla de Huerta Grande.
Fotografías 3 y 4) Algunas de las pocas casas de época que quedan en la actual "Colonia de la Paz".
Fotografía 5) Detalle de la fachada de una casa en la "Colonia de la Paz"

domingo, 21 de junio de 2009

34) Recuérdalo tú y recuérdalo a los otros




RECUÉRDALO TÚ Y RECUÉRDALO A LOS OTROS

Son muchas las fuentes de las que es posible obtener información sobre episodios, personajes y periodos históricos: documentos escritos, fotografías, prensa de la época, restos materiales, archivos, arqueología, libros, estudios, trabajo de campo… y un largo etcétera.

Las fuentes orales y la memoria escrita, es decir, los recuerdos e impresiones de las personas que vivieron un determinado momento, constituyen una de las fuentes historiográfica más curiosas e interesantes con las que contamos. La información que proporciona es delicada y debe de ser tomada con ciertas precauciones. La memoria, consciente o inconscientemente, es selectiva y muchas veces fantasiosa. El paso del tiempo distorsiona los recuerdos, mezclándolos con imaginaciones, invenciones y errores. La reactualización del pasado desde el presente, conlleva muchas veces la confusión de unos hechos con otros, la mezcla entre lo que pasó de verdad y lo que hemos oído, leído o imaginado.

Por otro lado, esta información, sean diarios escritos más o menos en el momento de los hechos, o se trate de la narración directa del protagonista años después de lo que cuenta, será, inevitablemente, una información subjetiva. Todo ello irá mezclado con las emociones, sentimientos e ideas del narrador que, muchas veces, puede mentir o manipular los datos para ocultar o justificar conductas o sucesos escabrosos, o por multitud de motivos diferentes (miedo, deseo de protagonismo, prejuicios morales…)

Todas estas cuestiones deben de ser tenidas en cuenta a la hora de utilizar los testimonios y recuerdos que los protagonistas de un momento histórico nos proporcionan. Aunque la verdad es que, si lo pensamos fríamente, todas las fuentes historiográficas son susceptibles de ser falsas. Un documento histórico puede ser tan falso, y estar tan manipulado, como un recuerdo personal (existen multitud de ejemplos). Además, no toda la Historia se encuentra recogida en documentos. Si sólo nos basáramos en la información que podemos encontrar en los archivos, tendríamos una Historia incompleta y, muchas veces, manipulada. Pensemos en la cantidad de documentos que se han perdido a lo largo de los tiempos, y no por ello, la Historia que contenían ha dejado de existir. Todas las fuentes historiográficas deben de ser contrastadas y, en la medida de lo posible, comprobadas antes de establecer una hipótesis.

Las memorias de los protagonistas, más allá de los datos concreto y específicos, proporcionan información que no puede encontrase en otras fuentes. Las historias personales están cargadas de sentimientos, emociones, impresiones y detalles que “humanizan” la Historia. Está es su principal fuerza. En los recuerdos de una persona pueden confundirse ciertos datos, o manipular éstos conscientemente, pero será el historiador o investigador quien, contrastando con otras fuentes, convierta esta información en una herramienta historiográfica útil. Evidentemente, no se puede aceptar sin más todo lo que una persona dice.

Una de las más interesantes características de las fuentes orales y de las memorias escritas es el hecho de que, por su propio carácter, se mueven dentro de los márgenes del mundo de lo cotidiano, por lo que nos ayudan a reconstruir ambientes, estilos de vida y sistemas de valores y creencias.

En lo referido a la guerra civil española, este tipo de fuentes son muy amplias y numerosas. Existen de todo tipo: desde las elaboradas por figuras de gran responsabilidad y peso histórico, hasta las correspondientes a personas más o menos anónimas. Todas son muy interesantes y en todas podemos encontrar datos y detalles importantes. Además, para muchos episodios del pasado, sólo contamos con la información que proviene de estas fuentes, por lo que el historiador o investigador, con todas las reservas y precauciones necesarias, debe de tenerlas muy en cuenta si quiere elaborar una visión lo más global posible de algunos momentos del pasado.

En este blog, queremos ir incluyendo, poco a poco, algunos de los testimonios y memorias que algunos de los protagonistas fueron dejando a lo largo del tiempo sobre la guerra civil en el noroeste de Madrid. En ellos, quizás encontremos contradicciones entre lo que cuentan y lo que, según hemos podido leer en la Historia “oficial”, ocurrió de verdad. Qué cada cual saque sus conclusiones e interprete los datos en función de la información que maneja, pero es innegable que estos relatos suelen tener un gran atractivo y nos proporcionan una información que nunca podremos encontrar en las grandes obras y ensayos publicados por investigadores e historiadores profesionales.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotograía: Milicianos repubicanos escribiendo cartas desde el frente de Madrid, 1936.

domingo, 14 de junio de 2009

33) La bayoneta




LA BAYONETA

Mucha gente se sorprende al conocer el gran uso que se hizo de la bayoneta durante la guerra civil española, considerando este arma más propia de épocas ya muy lejanas. Sin embargo, la bayoneta resultó un complemento indispensable en el equipo de los soldados de infantería de ambos ejércitos.

Este arma blanca, que convierte el fusil en una especie de lanza corta, tiene un remoto origen, allá por los últimos años del siglo XVII, como evolución o desarrollo de las viejas picas, lanzas y alabardas con las que, en la Edad Media, los infantes intentaban frenar las demoledoras cargas de los acorazados caballeros, quienes, desde el año 900 y hasta el 1500 aproximadamente, impusieron su superioridad en los campos de batalla de toda Europa.

El progresivo uso que de la pólvora comenzaron a hacer todos los ejércitos occidentales desde el siglo XV, supuso una profunda remodelación en los equipamientos, técnicas y tácticas de combate. Desde ese momento comenzaron a crearse destacamentos combinados de arcabuceros y piqueros. Éstos formaban cerrados cuadros con las lanzas y picas por delante, creando una barrera de filos y puntas que protegía a los lentos arcabuceros del rápido y contundente ataque de la caballería. Las formaciones de picas y alabardas llegaron a estar tan bien organizadas y eran tan disciplinadas, que incluso podían avanzar en orden cerrado en medio de la batalla. De éste modo, los soldados de infantería comenzaron a ganar protagonismo e importancia en las guerras, desplazando a los caballeros que, durante varios siglos, habían sido los dueños del campo de batalla.

Los alabarderos y piqueros llegaron a ser los más temidos soldados de infantería de toda Europa. Sus armas llegaban a tener mangos de hasta 5,5 m de largo que los soldados alzaban hacia los caballeros antes de que éstos pudiesen acercarse. Usadas en formación cerrada podían frenar la más furiosa carga de caballería. Las picas se fueron perfeccionando, y aparecieron diferentes formas y modelos con los que derribar a los jinetes de sus sillas y atravesar sus escudos y armaduras. La táctica de los cuadros cerrados fueron perfeccionándose, y durante toda la Edad Moderna, constituyeron la forma de combate más demoledora y eficaz (el ejemplo más claro lo encontramos en los temidos Tercios Españoles).

Poco a poco, el perfeccionamiento y desarrollo de las armas de fuego, permitieron un uso más ágil y sencillo de las mismas, lo que proporcionó una mayor libertad de movimiento para los fusileros. Las picas fueron reduciendo su número y tamaño en los destacamentos de infantería, hasta que desaparecieron del todo, siendo sustituidas por la bayoneta: arma corta, de quita y pon, a la que el infante podía recurrir cuando era necesario.

El nombre de bayoneta, parece tener su origen (aunque existen muchas teorías), en el hecho de haber sido en la ciudad francesa de Bayona donde primero se utilizó este arma, concretamente, durante el asedio al que las tropas españolas sometieron a esta plaza en 1523. Según se cuenta, parte de sus defensores, agotada la polvora, decidieron atar sus cuchillos a los mosquetes para poder continuar combatiendo. Sea cual fuera su origen, lo cierto es que desde entonces, la bayoneta es parte indispensable de la mayoría de los cuerpos de infantería de todo el mundo, creándose y perfeccionándose una disciplina propia: la esgrima de bayoneta o esgrima con fusil, que exige destreza, velocidad y mucha decisión, pues la más leve vacilación, una vez que se ha llegado al cuerpo a cuerpo, puede costar la vida.

Como señalábamos más arriba, durante la guerra civil española la bayoneta fue un arma muy utilizada. Los combates que se desarrollaron en la zona noroeste de Madrid están repletos de episodios en los que su uso tuvo un protagonismo de primer orden. La escasez de munición con la que se enfrentaron las tropas republicanas hizo que, en muchas ocasiones, sólo pudieran contar con bayonetas y algunas bombas de mano para atacar al enemigo, teniendo que recurrir al armamento y munición que arrebataban a éste para poder continuar la lucha.

Entre las tropas nacionales, los combatientes norteafricanos tenían fama de expertos en el manejo de armas blancas, prestando una muy especial atención al cuidado de sus bayonetas, cuyos filos procuraban tener siempre en perfecto estado. Son muchos los episodios y testimonios (mezclados a menudo con el mito) de cómo se las gastaban estos combatientes cuando llegaban al cuerpo a cuerpo, y los pocos miramientos que tenían con los heridos o prisioneros, que muchas veces, sufrían el cruel tormento de los cuchillos y bayonetas de los moros. Esta leyenda negra que giraba en torno a las tropas marroquíes, en parte era exagerada y alimentada como arma psicológica contra el enemigo, pero no dejaba de tener su parte de realidad. La guerra de Marruecos (1911-1926) había sido un enfrentamiento cruel y despiadado en el que el salvajismo y la barbarie de uno y otro bando había dado rienda suelta a todo tipo de crueldades y actos sangrientos. Estas sádicas prácticas, atroces y despiadadas, fueron utilizadas por el Ejército de África en la península para extender el terror entre sus adversarios. Por ello, fueron abundantes las mutilaciones, tormentos y torturas que se practicaron, tanto con los soldados enemigos como con la población civil, jugando la bayoneta y el cuchillo un especial protagonismo en éstos actos.

En el libro de Francisco Sánchez Ruano, “Islam y guerra civil española”, el autor recoge el testimonio de Sellam, perteneciente al III tabor de Regulares de Tetuán, referente a las macabras rondas nocturnas que efectuaban los moros en el frente de Madrid durante los combates de 1936: “se iban de noche, bajo la hilera de árboles y volvían luego con… testículos humanos que exhibían delante de nosotros”. Otros testimonios hablan de orejas cortadas que, a modo de guirnaldas, eran ensartadas en alambres que colgaban del cinturon como trofeos de guerra. Parece ser que "lindezas" de este tipo eran habituales en aquellos días. La guerra es así, desata las peores pasiones y da pie a los más siniestros actos del ser humano.

Pero el principal uso de la bayoneta estaba en el combate. Si los defensores de una posición no se rendían o huían, y los atacantes lograban alcanzar las trincheras enemigas, la lucha cuerpo a cuerpo se hacía inevitable, y tanto atacantes como defensores, recurrían a la bayoneta. Estos combates cara a cara son salvajes y brutales: gritos, filos que cortan y sajan, algún disparo suelto, bombas de mano, confusión, puños, culatazos y patadas, sangre y sudor, mordiscos y arañazos. Una lucha fea y sucia, un choque salvaje y primitivo, a base de golpes y entre cortantes filos, donde se hecha mano de todo lo que sirve para atizar: armas, herramientas, piedras, etc. Aquí se ve la cara del que mata y del que muere, se siente al enemigo, su miedo, su odio, su rabia, su dolor… Son combates agotadores que suponen difíciles experiencias y emociones a quienes los viven.

La variedad de bayonetas que se usaron durante la guerra civil española es enorme. Cada modelo de fusil contaba con la suya y, fusiles, se usaron de todo tipo. Hoy nos detendremos en la bayoneta mauser modelo 1893, que era el fusil reglamentario del ejército español al comenzar la guerra civil y, por tanto, uno de los más utilizados durante la contienda por uno y otro bando.

De la bayoneta mauser modelo 1893, en función de sus formas y dimensiones, existieron dos variedades: el cuchillo-bayoneta, con hoja corta (25 cm. de longitud); y el machete-bayoneta, con una hoja más larga de casi 40 cm. Salvo las cachas de la empuñadura, que solían ser de madera de nogal, sujetas a la espiga por medio de pasadores remachados, esta bayoneta era de una sola pieza de acero fosfatado para evitar su corrosión. La hoja, de un solo filo, estaba surcada en ambas caras por un canal que servía, tanto para reducir peso, como para facilitar la entrada de aire en el cuerpo del herido, lo que agravaba enormemente la lesión. Su adaptación al fusil se realizaba gracias al ojal de su cruz, por donde se introducía la bocacha, y por el pomo soldado al extremo de la empuñadura, el cual tenía una ranura o canal para la introducción del soporte que llevaba el fusil, quedando éste anclado gracias a un sistema de pulsador, muelle y trinquete instalado en el pomo de la bayoneta.

Cuando la bayoneta no estaba armada en el fusil, permanecía enfundada en una vaina que protegía su hoja. Esta vaina era de cuero y contaba con dos flejes interiores que, por presión, impedían que la bayoneta se desprendiera. La funda terminaba en una protección metálica, rematada con una bola que cuidaba la punta de posibles golpes y servía para, a través de una cinta, sujetar la vaina al muslo del soldado. Por medio de un tahalí y abrazaderas todo ello quedaba bien ajustado en el cinto.

El relucir de las hojas de bayonetas enemigas, a pocos metros de una posición, debía de ser una visión terrorífica para los defensores que en ella se encontraban. Los asaltantes, como embriagados por la locura, la rabia y el miedo, asaltaban los parapetos tras haber superado una desesperada carrera entre balas, alambradas de espino y metralla. En el camino quedaban los compañeros muertos o heridos, a los que no se podía atender. Exhaustos por el esfuerzo y la tensión llegaban a su objetivo, donde les esperaban unos defensores dispuestos a batirse hasta la muerte. Gritos y alaridos saliendo de gargantas enrojecidas, mientras las bayonetas atravesaban cuerpos, tajaban músculos y sesgaban tendones, cortando venas y arterias, impregnándose las hojas de una sangre caliente y espesa.

Un desesperado combate a vida o muerte, que se hizo habitual en el noroeste de Madrid aquel frío invierno de 1936/1937.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ
Fotografía: Machetes-bayonetas mauser modelo 1893 encontradas en el noroeste de Madrid (JMCM)

martes, 2 de junio de 2009

32) En las calles de Pozuelo





EN LAS CALLES DE POZUELO

Desde los primeros momentos de la batalla de la Carretera de La Coruña (finales de noviembre/principios de diciembre de 1936). Pozuelo había sido un objetivo prioritario para las tropas franquistas. En el primer intento de alcanzar la carretera (iniciado el 29 de noviembre), las columnas de Varela habían sido incapaces de progresar mas allá del cementerio de Pozuelo, teniendo que abandonarlo tras chocar, una y otra vez, contra la tenaz resistencia de los republicanos, fuertemente parapetados en el Cerro de los Perdigones, el casco urbano y la estación (ver apartado “Cementerio de Pozuelo”).

Tras este fracaso, los atacantes amplían el arco de maniobra, trasladando los combates a varios kilómetros de la capital (Boadilla del Monte, Villanueva de la Cañada…), intentando aprovechar la superioridad que sus experimentadas tropas demuestran en campo abierto. Frente a Pozuelo, las fuerzas de Garcia-Escaméz fijan sus posiciones, desde las que se hostiga constantemente a los republicanos a la espera de otra oportunidad.

La guerra no cesa, pero habrá que esperar al tercer y definitivo intento de cortar la carretera de La Coruña (principios de enero de 1937), para que las tropas franquistas intenten un nuevo asalto a Pozuelo.

Tras la caída de Majadahonda, Las Rozas, Bosque de Remisa y El Plantío, las líneas republicanas se quiebran por diferentes puntos. El día 6 de enero de 1937 la ofensiva rebelde converge con todo su potencial hacia el Este, y la amenaza se cierne sobre Pozuelo. Las columnas de Barrón y de Asensio alcanzan el kilómetro 13 de la carretera nacional, mientras que Buruaga progresa hacia la Estación de Pozuelo. La orden del Alto Mando de la Defensa es la de resistir a toda costa.

Sobre el terreno se encuentra desplegada la 38 Brigada Mixta, a la que se irán uniendo diferentes refuerzos y parte de las tropas que retroceden desde Las Rozas y Majadahonda. Hace semanas que los republicanos permanecen parapetados en los edificios de Pozuelo. Su iglesia, la estación y la gran cantidad de casas de verano que rodean el pueblo han sido fuertemente fortificadas. De sus ventanas y balcones asoman fusiles y armas automáticas. Tras sus muros, milicianos y brigadistas de diversas nacionalidades están dispuestos a cumplir la consigna del ¡No Pasarán! y lograr que la nueva ofensiva se estrelle otra vez contra sus defensas. Entre estas fuerzas destacará el Batallón Comuna de París (integrado mayoritariamente por franceses y belgas), cuyas ametralladoras supondrán un mortífero obstáculo para las tropas de choque franquistas.

A medida que van cerrando el cerco sobre Pozuelo, los curtidos legionarios y moros (entre los que destacará el III Tabor de Tetuán, el mismo que semanas antes cruzara el Manzanares o defendiera fieramente El Clínico), se van encontrando con más y más obstáculos. La lluvia de días y la intensa acción de la artillería han convertido el terreno en un lodazal. El barro cubre las botas, salpica las ropas, mancha las armas. Un barro sucio y espeso que dificulta los movimientos y llena los huesos de frío y humedad. Aquí y allá aparecen edificios en ruinas, casas sospechosas, cercas y vallas que cortan el paso. Avanzan entre las balas que silban por todas partes. Las defensas republicanas constituyen un auténtico laberinto lleno de trampas mortales. El cronista franquista Victor Ruiz Albéniz, más conocido por el seudónimo del Tebib Arrubi (el "Médico Cristiano" que le llamaban los bereberes),escribiría pocos años más tarde en su libro “Madrid en el cepo”:

“Desde primeras horas de la mañana tuvieron todas nuestras fuerzas que emplearse a fondo, porque a cada paso se encontraban con líneas de trincheras tendidas en Pozuelo y Aravaca, revestidas en su mayoría de cemento, con nidos de ametralladoras de cemento y hierro y todas con doble alambrada de seis hilos dobles”.

Los defensores son tan tenaces como los atacantes. La lucha es dura, las bajas se multiplican, la muerte campea a sus anchas, mientras un frío helador lo envuelve todo. Las columnas franquistas, que muchas veces no saben desde donde les disparan, avanzan con decisión y profesionalidad, apoyadas en algunos puntos por los blindados. Los milicianos, que en ciertos momentos quedan aislados o incomunicados, hostigan constantemente al enemigo. Conocen bien el terreno y los puntos de resistencia establecidos, y aunque en ocasiones retroceden, lo suelen hacer combatiendo, intentando sorprender y contraatacar cuando es posible.

La resistencia republicana terminará quebrándose a lo largo del día 7 de enero. Tras horas de incesante lucha, las fuerzas combinadas de García-Escámez y Buruaga se hacen con el control del pueblo. Pero el avance franquista no ha terminado todavía. García-Escámez ataca y ocupa Húmera, y los hombres de Buruaga rebasan el barrio de La Estación y se sitúan en el kilómetro 11 de la carretera de La Coruña, enlazando con la columna de Asensio. Los partes nacionales dicen haber contabilizado más de doscientos cadáveres enemigos en la zona de Pozuelo-Humera.

Los republicanos se repliegan hacia Aravaca. El movimiento de tropas es frenético, se intenta enviar refuerzos, se reorganizan batallones y compañías con lo que se puede, que es muy poco. Faltan municiones, falta armamento y falta organización. La situación, una vez más, es crítica. Pero sobra espíritu y decisión. Hay que evitar que el frente caiga del todo. Madrid debe resistir.

De todos aquellos combates hoy no queda prácticamente nada. Pozuelo, que sufrió graves destrozos durante la guerra, fue reconstruido al finalizar ésta. En sus calles aun pueden verse algunos edificios de época, pero es difícil encontrar huellas de la contienda en su casco urbano, muy modificado y alterado por la actividad urbanística de las últimas décadas. Sólo en las fotografías podemos encontrar algunas referencias interesantes. Escasos instantes retenidos para siempre en viejas estampas en blanco y negro que hoy en día constituyen un magnifico documento historiográfico. En ellas podemos contemplar lugares y personas desaparecidas hace ya muchos años. Son algunos de los auténticos escenarios y protagonistas de unos hechos que, afortunadamente, hoy podemos contemplar desde la distancia.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía 1: Regulares descansando en la estación de Pozuelo, junto a un parapeto republicano en el que aun puede leerse No Pasarán (ABC).
Fotografía 2: Estación de Pozuelo tras los combates (ABC).
Fotografía 3: Un atrincheramiento republicano en uno de los accesos a Pozuelo, poco después de ser conquistado por los nacionales(ABC).
Fotografía 4: Las calles de Pozuelo después de la guerra.