jueves, 30 de julio de 2009

41) El final de una ofensiva



EL FINAL DE UNA OFENSIVA

Día 7 de enero de 1937: la resistencia republicana en Pozuelo termina cediendo. Las tropas al mando del general Varela insisten en sus ataques. La lucha se concentra ahora en Húmera. La Carretera de la Coruña es un cruento campo de batalla en el que se desarrollan fieros combates.

La guerra avanza como un torbellino arrollador que devasta todo a su paso. El frío y plomizo cielo de invierno es surcado por terroríficos proyectiles de artillería. Unos penetrantes silbidos preceden a las explosiones. Unas explosiones que desatan una tormenta de metralla y fuego.

La obsesión del mando republicano es cerrar las brechas abiertas en el frente, reorganizar una línea defensiva digna de ese nombre, impedir la penetración enemiga en El Pardo, defender las posiciones a toda costa y contraatacar siempre que se pueda. Pero el caos es enorme. La 38 Brigada Mixta, al mando de Zulueta, se consume tras jornadas de incesante lucha. Los hombres del Campesino, de Durán, de Hans y de Palacios, combaten obstinadamente o se retiran en desorden. Resulta muy complicado hacerse una idea aproximada de lo que está pasando.

Lo único claro es que los rebeldes avanzan. En Somosaguas se combate. Humera es ocupada. La carretera de La Coruña se ha convertido en una peligrosa amenaza para Madrid. En torno a ella, las vanguardias franquistas hostigan, presionan y, lo más grave, progresan hacia la capital.

En Aravaca la consigna es clara: “Resistir a toda costa”. Lister recibe la orden de ocupar la carretera de La Coruña entre los kilómetros 9 y 11, con la misión principal de asegurar la Cuesta de las Perdices y cortar el paso al enemigo. También llega al frente, procedente de Jaén, la 3 Brigada Mixta al mando de José María Galán.

El día 8, una importante fuerza franquista procedente de Las Rozas se une a los combates. El objetivo principal es Aravaca, donde las tropas republicanas al mando de Palacios van a recibir un duro castigo. Durante toda la mañana las baterías de distintos calibres vomitarán sus mortíferas cargas sobre uno y otro ejército. La tierra retumba, levantando espesas nubes de polvo y humo. El repiqueteo de las ametralladoras es constante. Las balas surcan el aire en todas direcciones.

Los hombres luchan desesperadamente desde el amanecer. Las tropas de Barrón ocupan el vértice Barrial, Asensio presiona sobre Aravaca que, tras cambiar de manos en diferentes momentos, y a pesar de una durísima resistencia republicana, terminará cayendo al final del día. En los lindes de la Casa de Campo se suceden las descargas de fusilería. Por todas partes se producen escenas violentas y desesperadas.

La caída de Aravaca supone un duro golpe para los republicanos, uno más. Los batallones se disgregan y pierden contacto entre si. En ciertas unidades cunde el pánico y el desaliento, produciéndose autenticas desbandadas. Algunas tropas han quedado incomunicadas en puntos aislados, donde combaten desesperadamente o se rinden al enemigo. La llegada de la noche cubre el campo de batalla de tinieblas. El hielo se mete en los huesos, y aunque los combates principales se detienen, las detonaciones y ráfagas siguen escuchándose de forma rutinaria.

El riesgo para Madrid está ahora en que los rebeldes consigan cruzar el Manzanares y enlacen con sus avanzadillas de Ciudad Universitaria y Parque del Oeste. Hay que proteger los posibles pasos. La orden emitida por el Alto Mando republicano a todas las unidades del frente es clara y contundente: “No más flaquezas, el que retroceda traidor”.

En el Puente de San Fernando las tropas de Gallo reciben el refuerzo de dos compañías de Guardias de Asalto. Lister tiene la orden de contraatacar de flanco “con todas sus fuerzas”. En la misma orden se señala que “es indispensable evitar por todos los medios que el enemigo progrese hasta el Puente de San Fernando”. Puerta de Hierro, las tapias del Pardo, la Dehesa de la Villa, la Playa de Madrid, Buenavista… todo lugar susceptible se ser convertido en línea defensiva es fortificado y ocupado por unidades de combate.

Durante el día 9 se lucha entre Aravaca y el Manzanares. Asensio y Buruaga, en colaboración con las tropas de García-Escámez, tienen la orden de ocupar la Cuesta de las Perdices y el Cerro del Águila. El pulso entre ambos contrincantes es fuertísimo. Los atacantes tienen Madrid al alcance de la mano. Los defensores ven que el enemigo se les mete dentro. Hay que echar los restos. Se lucha encarnizadamente por cada palmo de terreno. Las cargas a la bayoneta se suceden. Se ataca y se contraataca ininterrumpidamente. En el libro “Nuestra Guerra”, escrito por Enrique Lister, puede leerse: "Durante todo el día 9 en lo merenderos de la Cuesta de las Perdices se combatió furiosamente cuerpo a cuerpo. El arma más empleada fue la bomba de mano”.

Al final de la jornada los rebeldes alcanzan sus objetivos. La Cuesta de las Perdices y el Cerro del Águila son ocupados, pero resulta imposible seguir avanzando. El desgaste de ambos ejércitos es enorme. Los atacantes se establecen en plan defensivo, mientras, los republicanos van a intentar un nuevo ataque en Las Rozas, pero sin éxito. De esta manera, la ofensiva franquista iniciada el día 3 de enero llega a su fin el día 9. El día 10 transcurrirá más o menos tranquilo. Los franquistas refuerzan sus posiciones y los republicanos reorganizan sus líneas, a la vez que preparan su contraréplica. Al día siguiente, con refuerzos procedentes de otros frentes, comenzará el contraataque republicano. Éste supondrá cinco días más de intenso desgaste, pero sin conseguir desalojar a los rebeldes de sus recientes conquistas.

Sobre el terreno quedaban los estragos de la guerra. Una guerra que acababa de empezar y continuaría, con toda su crudeza y destrucción, por más de dos años.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografías: Soldados y periodistas que acompañan a las columnas franquistas en la caseta de peones camineros cercana a la Cuesta de las Perdices, enero 1937 (ABC).

martes, 21 de julio de 2009

40) Posición Jaca






POSICIÓN JACA

Uno de los lugares más emblemáticos relacionado con la guerra civil en Madrid es sin duda la “Posición Jaca”, nombre en clave del que fue el Cuartel General del Ejército Republicano del Centro.

Está ubicado en la Alameda de Osuna, dentro del Parque del Capricho, junto al palacio del siglo XVIII, y se trata de un gran refugio subterráneo, a una profundidad que oscila entre los 14 y los 16 m. La entrada principal (que es doble), fue construida aprovechando un talud del terreno que está situado frente a una de las fachadas laterales del palacio. Además de este acceso, el refugio cuenta con otras dos entradas (o salidas), una en los propios jardines, y otra que conduce al exterior del recinto del Parque del Capricho. Estas puertas, dan paso a unas pronunciadas escaleras, construidas en ángulos rectos y zig-zag, para minimizar los efectos de posibles explosiones (onda expansiva, metralla…).

El refugio consiste en una gran galería central de unos 30 m de longitud, 2 m de ancho y 2,50 m de alto, a cuyos lados se van abriendo habitaciones, que en su día, tuvieron diferentes funciones (sanitarios, cuarto de maquinas, oficinas…). Aunque han desaparecidos, el refugio contó con generador de electricidad, depósitos de combustibles, conducción de agua potable, sistema de ventilación y diferentes sistemas de comunicación (teléfono, telégrafo…). Tres grandes chimeneas (5 m en el exterior) ayudaban a la correcta ventilación del interior.

Una de las cosas que más llaman la atención dentro del refugio, son las enormes puertas metálicas de acceso, y las que cierran los pasillos subterráneos. Diseñadas por ingenieros navales (los mismos que diseñaban las compuertas de barcos y submarinos), cerraban herméticamente el refugio, protegiéndolo de un hipotético bombardeo con gases tóxicos o agentes químicos.

La “Posición Jaca”, con capacidad para unas 200 personas, se construyó en el primer semestre de 1937, y allí se trasladó el Alto Mando republicano, abandonando su antigua ubicación en los sótanos del Ministerio del Hacienda. Pero no debemos equivocarnos, el refugio, popularmente conocido como el “Bunker de Miaja”, no era la residencia habitual del mando del Ejército Centro o de su Estado Mayor. Ésta, estaba en el magnífico palacio de la Alameda de Osuna, en cuyos jardines, además del refugio, se encontraban otras dependencias e instalaciones (polvorín, alojamiento de tropa, cocheras…). El refugio, que de manera habitual albergaría diferentes oficinas, debió de ser utilizado por los altos mandos sólo en momentos de peligro, ya que, aunque el Palacio de Osuna se encontraba fuera del alcance de la artillería enemiga, no ocurría lo mismo con el riesgo que suponían los bombardeos aéreos, que fueron haciéndose más comunes y peligrosos a lo largo de la guerra.

La Posición Jaca y demás instalaciones del Capricho fueron utilizadas, entre otros, por el Jefe del Ejército Centro, el general José Miaja Menant, que tenía su residencia y despacho en el palacio. Miaja residirá en la Alameda de Osuna hasta abril de 1938, momento en el que se hace cargo de la jefatura del Grupo de Ejércitos de la Región Centro-Sur, y se traslada a Valencia. Su puesto sería ocupado por el coronel Segismundo Casado López, que mantendría el Cuartel General del Centro en la Alameda de Osuna hasta el final de la guerra.

La Posición Jaca fue escenario de los combates que se desarrollaron al final de la guerra en Madrid entre comunistas y casadistas. El día 7 de marzo de 1939 el lugar fue ocupado por los comunistas, siendo reconquistado el día 8 por los partidarios de la Junta de Defensa.

En la actualidad, la visita a los jardines del Capricho, propiedad del Ayuntamiento de Madrid, se encuentra restringida a grupos pequeños los fines de semana. El emblemático refugio permanece cerrado, y la visita resulta muy complicada, más bien imposible sin un permiso especial del Departamento de Jardines Históricos del Ayuntamiento de Madrid. El pasado viernes 17 de julio, un grupo de afortunados tuvimos ocasión de acceder al interior de esta construcción. Guiados por Antonio Morcillo López, presidente de Gefrema y uno de los mayores expertos de la guerra civil en Madrid (recomiendo a los interesados en la “Posición Jaca” su artículo publicado en la revista “Frente de Madrid” nº 11), pudimos recorrer las diferentes estancias subterráneas y conocer, in situ, los secretos de este enigmático lugar.

Cuando la pesada puerta metálica de cierre hermético se abrió, una bocanada de Historia nos dio a todos y todas en la cara. Descender las escaleras, atravesar las abovedadas galerías y habitaciones subterráneas, supuso un encuentro con el Pasado cargado de magnetismo y emoción.

"PROYECTO FRENTE DE BATALLA"

Fotografía 1: Acceso exterior principal del refugio (JMCM)
Fotografía 2: Entrada subterránea (JMCM)
Fotografía 3: Una de las habitaciones subterráneas (JMCM)
Fotografía 4: Galería central (JMCM)
Fotografía 5: Cuarto de maquinas (JMCM)

jueves, 16 de julio de 2009

39) Cerro de la Curia



CERRO DE LA CURIA

El 4 de enero de 1937, las tropas nacionales ocupan el municipio de Las Rozas. Los contraataques republicanos no conseguirán reconquistar el pueblo, que quedará convertido en línea de frente hasta el final de la guerra. Además del caserío de Las Rozas, los nacionales consiguieron ocupar la estación de ferrocarriles, las casas de Santa Ana, el cerro de La Paloma y otras construcciones que se levantaban al otro lado de la carretera de La Coruña, en la zona que hoy recibe el nombre de La Marazuela.

Desde el primer momento, todos estos lugares son fortificados. Los defensores aprovecharán muchos de los edificios existentes, en cuyos muros abren troneras y arpilleras. Trincheras y túneles sirven para comunicar los diferentes puntos del dispositivo, y las compañías de zapadores complementarán las defensas con fortines, refugios, pozos de tirador y otros trabajos de fortificación, convirtiéndose Las Rozas en una especie de fortaleza en la primera línea de fuego.

Por su parte, los republicanos deben de impedir una posible ruptura del frente en este sector por parte del enemigo. Si esto ocurriera, la situación se haría muy complicada, puesto que los atacantes podrían infiltrase en el monte del Pardo, cortar las comunicaciones con la sierra y progresar hacia la capital, con todo el frente republicano puesto patas arriba. A diferencia de los nacionales, el frente que deben de cubrir los republicanos en esta zona carece de pueblos y de buenas vías de comunicación. El terreno no presenta accidentes geográficos de importancia y la extensión a cubrir es muy grande.

Las espesuras del Pardo, sus cerros y barrancos, resultan buenos elementos defensivos, pero excluyendo esto, el terreno se compone de pequeñas lomas, algunos arroyos que normalmente permanecen secos, y grandes extensiones de pastizales con algunos matorrales dispersos. En torno a Las Rozas, casi todo el paisaje está compuesto por suaves ondulaciones y viejos campos de cultivo.

Poco a poco, una espesa red defensiva se fue tejiendo sobre el terreno, cuyos trabajos continuarían de manera ininterrumpida hasta el final de la guerra. Las defensas republicanas en Las Rozas, a grandes rasgos, se extendían desde el monte del Pardo, por Cerro Mocho, El Arenalón, El Tejar y el Cerro de La Patatera, haciendo frente a las posiciones nacionales de la estación de Las Rozas y del Cerro de La Paloma. Cruzando la carretera de La Coruña por el kilómetro 20, continuaban por el Cerro de la Curia, El Montecillo, Mataborricos, La Carrascosa y la Fuente del Cura. Cruzaban la carretera de El Escorial cerca de su kilómetro 3, y por La Puentecilla y La Cervera, llegaban hasta el río Guadarrama, a la altura del Puente del Retamar.

En todos estos lugares se procedió a un intenso trabajo de fortificación, algunos de cuyos restos perduran aun hoy integrados en el paisaje. Junto a la construcción de fortines, trincheras, etc. se procedió a la realización de pistas y caminos que permitieran una correcta y eficaz comunicación entre los diferentes puntos del frente y la retaguardia.

Entre los puntos más importantes de este complejo defensivo se encontraba el Cerro de la Casa de la Curia, también conocido como Cerro de la Curia. Este lugar se encuentra en el kilómetro 20 de la carretera de La Coruña, al noroeste de Las Rozas. Hoy en día está completamente edificado por urbanizaciones como Maracaibo o La Hiedra, y por pequeñas parcelas con casas unifamiliares. Desde las explanadas en las que actualmente se encuentra el auditorio municipal Joaquín Rodrigo, el Cerro de la Curia asciende en una pronunciada pendiente hacia la carretera de La Coruña. Hoy, las rampas, terraplenes y barrancas que antaño componían el paisaje, se encuentran perfectamente urbanizadas con calles asfaltadas y aceras para peatones, por ello, resulta muy difícil hacerse una idea de cómo era este cerro en plena guerra.

Los documentos del Ejército Popular de la República, fechados a finales de 1938, se refieren al Cerro de la Curia, con su posición dominante frente al pueblo de Las Rozas, como el punto más importante del Centro de Resistencia nº 1, del Subsector del frente nº 3. No obstante, este cerro tenía el problema de encontrarse en una situación delicada respecto al hostigamiento que recibía desde posiciones nacionales. Un informe de la 8ª División republicana de octubre de 1938 se refiere al Cerro de la Curia como una posición que: “además de muy deficiente por no tener apoyo desde sus flancos, constituye un islote a merced del enemigo”.

Aunque desde el principio de la guerra, en el Cerro de la Curia se había trabajado con intensidad, el lugar arrastraba numerosas deficiencias en su fortificación, y sufría una situación de cierto aislamiento con respecto al resto de posiciones que componían la línea de frente republicana en este sector. Para lograr solucionar estos problemas, desde mediados de 1938, el Alto Mando republicano comenzó a desarrollar un intenso plan de actuación en éste sector del frente.

Junto a la mejora e incremento de los trabajos de fortificación, se procedió a mejorar las comunicaciones y enlaces entre el Cerro de la Curia y el resto de posiciones cercanas, especialmente con los puestos del barranco de Mataborricos (al oeste) y del cerro de la Patatera (al este). El trabajo de las compañías de Zapadores fue intenso y las mejoras fueron haciéndose palpables. Pero continuaban existiendo graves problemas debido a la buena posición de tiro con la que contaban las avanzadillas nacionales.

Este problema se resolvería por medio de una modificación de la línea llevado a cabo por fuerzas de la 111 Brigada Mixta, que consiguieron ocupar el cementerio de Las Rozas (el antiguo, que todavía existe encajonado entre la A-6 y sus vías de servicio. No confundir con el cementerio actual, situado en Navalcarbón) y avanzar la línea principal de resistencia varios cientos de metros. En un informe de la 8ª División republicana, del 21 febrero de 1939, podemos leer al referirse al Centro de Resistencia nº 1:

“La fortificación de este centro de resistencia se ha consolidado últimamente al rectificar la línea a vanguardia hasta el Cementerio de Las Rozas y sensiblemente al Sur de la cota 733, logrando de este modo anular las desenfiladas de las armas automáticas y aumentar el campo de tiro de éstas y por reconstruir en mampostería los emplazamientos de armas automáticas que anteriormente lo eran de rollizos”.

Esta ganancia de terreno permitió a los republicanos, no sólo mejorar sus ángulos y capacidad de tiro, también aportó una considerable mejora en las comunicaciones y enlaces entre las posiciones de uno y otro lado de la carretera de La Coruña.

De esta manera, el Cerro de la Curia, que hasta entonces había formado parte de la Línea Principal de Resistencia, se situaba entre 200 y 400 metros detrás de ésta, convirtiéndose en parte de la nueva Línea de Sostén o de Apoyo:

“La Línea de Sostén queda constituida, en virtud de la rectificación, por la antigua Línea Principal de Resistencia, que es una trinchera corrida de características parecidas a la Línea Principal, siendo el punto más fuerte de ella Casa Curia, que está organizada en todos los sentidos a base de mampostería y trinchera cubierta”.

La cercanía de las líneas enemigas, que en algunos puntos apenas estaban a 100 metros, desencadenó el habitual trabajo subterráneo de minas y contraminas, así como el continuo hostigamiento de fuego de fusilería y mortero de unas posiciones a otras. Los trabajos de fortificación continuaron hasta el final de la guerra. El Cerro de la Curia fue fuertemente fortificado con nidos de ametralladoras de mampostería, numerosos pozos de tirador y varios refugios. También contó con emplazamientos para tiro antiaéreo, casamatas y zanja antitanques, emplazamientos para lanzabombas, puesto observatorio, trincheras cubiertas y una nutrida barrera de alambradas. En él se construyó un Puesto de Mando de batallón, y se instaló un heliógrafo (instrumento destinado a hacer señales telegráficas por medio de la reflexión de un rayo de sol en un espejo plano movible de diversas maneras de tal modo que produce destellos más cortos o más largos, agrupados o separados, a voluntad del operador, para denotar convencionalmente letras o palabras).

De todos estos trabajos, en el Cerro de la Curia, hoy en día, resulta prácticamente imposible encontrar nada. La elevación de terreno que en su día constituyó un punto fuerte en el sistema defensivo republicano es hoy un lugar residencial abarrotado de casas. Muchas de las personas que viven allí desconocen que desde el lugar en el que se levantan sus viviendas, los republicanos hostigaban las posiciones nacionales de Las Rozas, y que desde éstas, se hacía lo propio con fuego de fusilería, mortero y artillería. Bajo el césped de los jardines deben de quedar enterrados abundantes fragmentos de metralla, casquillos, munición y otros restos arqueológicos de aquellos días.

La Historia es así, nunca se detiene. Como las hojas de los árboles en otoño, los episodios y sucesos del pasado van quedando sepultados o semiocultos por el imparable transcurrir del tiempo. Sólo algunos se empeñan en conocerlos y tratan de comprenderlos.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía 1: Placa de la principal calle que hoy en día atraviesa el Cerro de la Curia (JMCM)
Fotografía 2: Uno de los escasísimos restos que, sorprendentemente, aun perduran de lo que fueron las fortificaciones del Cerro de la Curia (JMCM)


Documentación procedente del AGMA

domingo, 5 de julio de 2009

38) las Fuerzas Atacantes en el NO de Madrid


LAS FUERZAS ATACANTES EN EL NOROESTE DE MADRID

El general Mola había diseñado el alzamiento militar meticulosamente. Los asesinatos del teniente de la Guardia de Asalto José del Castillo y del parlamentario monárquico José Calvo Sotelo precipitaron las cosas y el golpe se puso en marcha. Entre los días 17 y 20 de julio de 1936 se sucedieron los actos de rebelión en 44 de las 51 principales guarniciones. Casi toda la flota, parte de la aviación y la mitad de las Fuerzas de Orden Público se sublevaron. Además, los rebeldes se hicieron con el control de 5 sedes de División Orgánica (Burgos, La Coruña, Sevilla, Valladolid y Zaragoza) y sólo en tres (Barcelona, Madrid y Valencia) las milicias de los partidos y sindicatos y las Fuerzas de Orden Público que permanecieron fieles a la República lograron abortar el golpe.

A pesar de todo, los sublevados pronto pudieron comprobar que las cosas no iban a resultar sencillas. La marinería se amotinó contra sus oficiales rebeldes, y la flota bloqueó el estrecho de Gibraltar, impidiendo el rápido traslado del Ejército de África a la península. Aunque el golpe había triunfado en importantes zonas, la mayor parte de las guarniciones rebeldes se encontraban en una situación delicada, viéndose amenazadas en sus retaguardias y teniendo que atender a importantes focos de oposición en sus respectivas zonas.

De esta manera, Mola sólo pudo destacar hacia Madrid (principal objetivo de los rebeldes una vez que el golpe había fracasado, convencidos de que su control haría caer al gobierno) tres columnas procedentes de Pamplona, Burgos y Valladolid, las cuales, quedarían detenidas en los puertos del Sistema Central (Somosierra al Norte y Alto del León al Oeste) por tropas gubernamentales y columnas de milicianos.

El decidido apoyo de Alemania e Italia (materializado en el inmediato envío de 20 Junkers-52 y seis cazas Heinkel-51 alemanes, más 9 bombardeos Savoia-81 tripulados por italianos), permitió a los sublevados sortear el bloqueo con el que la flota republicana sometía al estrecho de Gibraltar, y las tropas del Ejército de África (legionarios y regulares) comenzaron a llegar a la península, en el que es considerado el primer puente aéreo de la historia.

Mientras, por todo el país se sucedían las acciones y operaciones de lo que empezaba a parecer una guerra convencional. Ante el temor de un avance de los rebeldes desde Andalucía, el gobierno republicano concentró unos 3.000 hombres en Despeñaperros, al mando del general Miaja, con el objetivo de cortar el paso hacia Madrid. Franco, jefe del Ejército de Marruecos, decidió lanzar sus tropas contra la capital por la ruta extremeña. En total, tres columnas, con el nombre de “Columna Madrid”, al mando del coronel Juan Yagüe, que desarrollando un vertiginoso y contundente avance, lograron situarse en el valle del Tajo a finales de agosto de 1936. El 9 de septiembre, la “Columna Madrid” lograba enlazar, en la zona de Gredos, con las columnas de Mola.

Yagüe fue sustituido por Varela al frente de la “Columna Madrid”, que reforzada con nuevas tropas, alcanzó el 25 de septiembre el río Guadarrama a la altura de Maqueda. El 28 era liberado el Alcázar de Toledo, lo que encumbró la figura de Franco dentro del bando rebelde, siendo nombrado generalísimo de los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire y Jefe del Gobierno del Estado por la Junta de Defensa Nacional de Burgos.

Bajo la dirección de Franco se constituyó una Junta Técnica del Estado, con el general Fidel Dávila a su frente, y se dividieron las tropas en dos Ejércitos: el del Sur (al mando de Queipo de Llano), y el del Norte (dirigido por Mola). A la vez, las informes agrupaciones de columnas que se habían ido formando durante el avance por el valle del Tajo, se encuadraron en Divisiones.

Entre estas nuevas Divisiones, la 7ª, mandada por Varela e integrada por las fuerzas procedentes de África que habían liberado el Alcázar, recibió la misión de apoderarse de Madrid. El 20 de octubre, Varela inició el avance simultáneo por las carreteras de Extremadura, Toledo y Andalucía. El 6 de noviembre, la División Varela alcanzaba los arrabales de la capital. La batalla de Madrid iba a dar comienzo.

Los asaltantes diseñaron un plan para atacar frontalmente a la ciudad: por el sur, entre los puentes de Toledo y de Segovia, fijarían a los defensores, haciéndoles distraer fuerzas. Mientras, el ataque principal se efectuaría por el oeste, desbordando las líneas enemigas y avanzando a cubierto por la Casa de Campo, para penetrar en la ciudad por el paseo de Rosales y la Moncloa. El 7 de noviembre comenzó la batalla, que se prolongó hasta el 23 de noviembre, día en el que Franco y Mola, muy desmoralizados ante la correosa resistencia desarrollada por los defensores de la ciudad, decidieron suspender el ataque, quedando consolidado el frente en la ribera del Manzanares con un pequeño entrante en la Ciudad Universitaria.

A partir de este momento, los dos ejércitos enfrentados comenzaron un intenso proceso de consolidación y estructuración de sus fuerzas. El nuevo Ejército Nacional pudo desarrollarse con más facilidad que el bisoño Ejército Popular de la República, debido a la mayor unidad política y militar reinante en sus filas, y a que disponía de un gran número de oficiales profesionales, careándose a la vez, la figura del “alférez provisional” (estudiantes y titulados universitarios que recibían una somera formación militar) para suplir la carencia de mandos subalternos. Por otro lado, las recién creadas Divisiones encuadraron perfectamente, tanto a las unidades orgánicas ya existentes, como a los nuevos efectivos que se iban reclutando.

El fracaso en el ataque frontal a Madrid decidió a los mandos nacionales a trasladar los combates a los flancos. El 29 de noviembre, Varela ataca Pozuelo con tres tabores de regulares y dos compañías de carros alemanes, apoyados sus flancos por las tropas de la Casa de Campo, al este, y por un grupo de caballería al oeste. Comienza así la batalla de la carretera de La Coruña, cuyo primer asalto por parte de los nacionales, termina en un nuevo fracaso.

El rumbo que iba adquiriendo la contienda obligaba a un cambio de estrategia y hacía necesario multiplicar los efectivos con los que se contaba. Por ello, Franco agrupó a las fuerzas que operaban en el frente de Madrid en un Cuerpo de Ejercito, creado sobre la base de la División Reforzada de Madrid, más las de Ávila y Soria, y la brigada de Cáceres, al mandado por el general Saliquet.

La División Reforzada de Madrid (unos 20.000 hombres) quedó al mando del general Orgaz, mientras otros 10.000 hombres, al mando de Varela, constituyeron una masa de maniobra con el objetivo de mejorar la situación de las vanguardias situadas en Ciudad Universitaria y Casa de Campo, intentando a la vez, el corte de la carretera de La Coruña y la profundización hacia la carretera de Burgos por el Monte del Pardo. El 13 de diciembre se inicia, desde las bases de Brunete y Villaviciosa de Odón, el segundo intento de cortar la carretera de La Coruña. El 16 de diciembre, el poderoso avance nacional es incapaz de progresar más allá Boadilla del Monte y Villanueva de la Cañada (donde resultará herido el propio Varela).

El nuevo fracaso no hace desistir de su empeño a los mandos franquistas. Casi 15.000 legionarios y regulares, encuadrados en cinco unidades de tipo brigada, cada una de ellas apoyada por una compañía de carros y cuatro baterías (más ocho baterías de acción de conjunto), entran en acción el 3 de enero de 1937. Comenzaba el definitivo asalto a la carretera de La Coruña, que finalizaría, tras jornadas de terribles ataques y contraataques, el 16 de enero, con el corte de la ansiada carretera y la ocupación por parte de los nacionales de una gran cantidad de pueblos al oeste y noroeste de Madrid.

Los nacionales no quieren renunciar a la capital y, para no perder la iniciativa, desarrollan nuevas operaciones de envolvimiento, esta vez al este de Madrid (batalla del Jarama, febrero de 1937), y por el norte (batalla de Guadalajara, marzo de 1937), en las cuales, tampoco se alcanzan los objetivos previstos.

Comienza así en torno a la capital una guerra de posiciones, en la que ambos ejércitos procuran asegurar sus zonas. De esta manera va estableciéndose una línea de frente en la que se desarrollarán intensos y continuos trabajos de fortificación, y por la que circularán diversas unidades a lo largo de la guerra.

El 3 de junio de 1937, el Mando supremo nacional procede a una nueva reorganización de sus tropas. Se crea así, el Ejército del Centro, con Cuartel General en Valladolid, al mando del general Saliquet. Este Ejército del Centro estaba formado por tres Cuerpos de Ejército: el V o de Aragón, el VII o de Castilla la Vieja y el I o de Madrid, más el llamado Sector de Cáceres y la Reserva General.

El I Cuerpo de Ejército, al mando del general Varela, se componía de las Divisiones 71, 72 y 74, mandadas por los generales Iruretagoyena, Asensio y por el coronel Carroquino.

La División 71 (Iruretagoyena), con cuartel general en Boadilla del Monte, defendía el frente desde el Guadarrama a la carretera de Extremadura.

Al comienzo de la batalla de Brunete (julio de 1937), el frente en el que se iba a desarrollar ésta, estaba guarnecido por la 71 División del Cuerpo de Ejército de Castilla (Varela), al oeste del río Guadarrama, y por la 11 del de Madrid (Yagüe), al este de dicho río. Iniciada la ofensiva republicana, Franco confió el mando conjunto a Varela, reforzando el sector con la 13 División y otras unidades sueltas del frente de Madrid. Ante la potencia del ataque republicano Franco suspendió su ofensiva sobre Cantabria y procedió al envío de la IV y V Brigadas de Navarra, las Divisiones de Cáceres y León, y parte de los aviones de la Legión Cóndor.

La batalla de Brunete supuso un importante movimiento de tropas y, tras un tremendo desgaste de ambos contrincantes, conllevó algunas alteraciones y modificaciones del frente, al ocupar la República la bolsa de terreno comprendida entre Quijorna, Villanueva del Pardillo y Villanueva de la Cañada. De esta manera, en la zona que había sido escenario, en enero de 1937, de la batalla de la carretera de La Coruña, el Ejército nacional, tras la batalla de Brunete, estableció una línea de frente que, más o menos, se extendía desde la margen izquierda del río Perales, hasta la Cuesta de las Perdices.

Por este sector pasaron las Divisiones 11 (hasta junio de 1938), 16 (junio-julio de 1938) y 20 (desde agosto de 1938 hasta el final de la guerra en marzo de 1939). Esta última, la 20 División, se había creado el 1 de mayo de 1938, como reserva del Ejército Centro. El Jefe de la División era el coronel de Infantería Alberto Caso Agüero, mientras que el teniente coronel Manuel Alonso García ostentaba el cargo de Jefe de Estado Mayor.

La 20 División actuó en el frente de Extremadura, hasta que en la segunda quincena de julio de 1938, fue enviada al frente de Madrid para cubrir el sector comprendido entre el río Perales y la Cuesta de las Perdices.

Las reformas que experimentaron las Divisiones nacionales a finales de 1938, hicieron que la 20 División, con el coronel de infantería Alberto Caso Agüero como Jefe de la misma, pasase a depender del I Cuerpo de Ejército.

En enero de 1939, el Ejército republicano, casi a la desesperada, desarrolló una fuerte (y poco conocida) ofensiva en el sector de Brunete. Dicha ofensiva resultó un fracaso total, entre otros motivos, porque la orden de operaciones republicanas fue filtrada a la red madrileña del Servicio de Información y Policía Militar (SIMP), lo que proporcionó a las tropas nacionales del Guadarrama la posibilidad de prepararse y neutralizar el ataque. En estas acciones, la 20 División nacional jugaría un papel destacado.

La mayor parte de fortificaciones nacionales existentes en el oeste y noroeste madrileño, corresponden a trabajos realizados a partir del momento en que la 20 división se hace cargo de éste sector del frente, mejorando y perfeccionando las posiciones existentes y reforzando el frente con un importante número de fortines, algunos de cuyos restos aun pueden verse distribuidos por el entorno.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía: La Legión en Alcorcón en su avance hacia Madrid, noviembre de 1936 (Archivo Fernández Larrondo).

jueves, 2 de julio de 2009

37) Voluntarios rumanos





VOLUNTARIOS RUMANOS

A las afueras de Majadahonda, junto a la carretera de Boadilla y muy próximo al cementerio municipal, se levanta un curioso monumento íntimamente relacionado con la batalla de la carretera de La Coruña.

Construido en granito sobre una explanada que domina el entorno, se yergue una columna flanqueada por cuatro arcos y coronada con una gran cruz metálica. El recinto, que un día estuvo vallado pero al que hoy en día se puede acceder sin ningún problema, conserva varios mástiles en los que hace mucho tiempo que no ondea ninguna bandera. Como suele ser habitual, todo el entorno se encuentra en un lamentable estado de conservación, repleto de basuras y desperdicios de todo tipo. En lo alto del monumento puede leerse la siguiente inscripción:

A Ion Mota y Vasile Marin, caídos por Dios España y Rumania. 13-1-1937
Junto a esta inscripción, aparece una reja, símbolo de la Guardia de Hierro rumana, de la que hablaremos más abajo.

Si observamos con atención, en la base, grabadas en la piedra se reproducen dos supuestas citas de estos personajes: “He amado a Cristo y he marchado feliz a la muerte por él” (Ion Mota); “Lo he hecho con el mismo amor con el que lo hubiera hecho por mi patria” (Vasile Marin).

¿Quiénes eran estas personas a cuya memoria se levanta un monumento tan particular en Majadahonda?

La Guerra Civil fue uno de los más trágicos episodios de nuestra Historia, pero, como es sabido, la contienda española se convirtió en un importante campo de batalla ideológico al que acudieron voluntarios de medio mundo y en el que participaron, directa o indirectamente, diferentes Estados.

Entre aquellos que apoyaron a Franco encontramos algunos voluntarios rumanos, fueron muy pocos, pero como podemos comprobar, algunos dejaron su huella en el noroeste madrileño.

Desde la década de los años veinte Rumania, al igual que otros muchos países europeos, había experimentado la aparición de organizaciones y grupos fascistas. En 1927, Corneliu Zelea Codreanu, jurista con formación militar, fundó la “Legión de San Miguel Arcángel”, organización ultra-nacionalista con un fuerte componente religiosos (cristianismo ortodoxo), antisemita y enemiga a muerte del comunismo, el parlamentarismo y el liberalismo. Esta organización se dotó de un brazo armado, la “Guardia de Hierro”, colectivo paramilitar encargado de su protección y del hostigamiento contra los enemigos políticos.

Como ocurrió en otros países, el movimiento fascista de Codrenau fue adquiriendo cierto peso en la vida política rumana al combinar métodos legales (elecciones, alianzas políticas…) con otros ilegales (violencia, paramilitares…). En no pocas ocasiones, el rey Carol II se sirvió de esta organización para realizar el trabajo sucio contra la izquierda de Rumania, aunque, puede decirse, que nunca existió una confianza mutua, ya que el monarca rumano terminó persiguiendo a este movimiento, desarrollando una contundente represión contra Codrenau y sus seguidores a finales de los años 30.

El alzamiento militar del 18 de julio de 1936 llamó la atención del fascismo rumano que creyó encontrar una clara afinidad en los postulados de los sublevados. En diciembre de 1936 decidieron enviar una delegación a España con el objetivo de mostrar su apoyo a la "causa hermana". Junto a Mota y Marin acudieron: el maestro Banica Dobre, de 20 años de edad; el ingeniero Clime, de 47 años; el reverendo padre Dumitrescu (en algunas fuentes aparece con el nombre de Dimitriu Borsa); el aristócrata Georgios Cantacuzino, de 70 años y héroe de la I ª Guerra Mundial; y Neculai Totu, ingeniero agrónomo y abogado de 32 años.

La delegación rumana organizó un acto simbólico en el que se entrogó al general Moscardó (el héroe del Alcázar) una espada (réplica de la que siglos antes, el rey español Felipe III había regalado al príncipe rumano Miguel el Sabio), estableciéndose a la vez diferentes actos de hermandad entre los delegados rumanos y la Falange.

A raíz de estos episodios, algunos de los miembros de la Guardia de Hierro decidieron quedarse en España y combatir en las filas franquistas. Entre los más entusiastas partidarios de combatir en suelo español destacó Ion Mota. Mota, abogado que en aquel entonces contaba 34 años de edad, había sido uno de los fundadores del movimiento fascista en Rumania, destacándose como comprometido militante estudiantil. Dirigente de la Guardia de Hierro y cuñado del propio Codrenau, había intentado sin éxito combatir en Etiopia junto al ejército expedicionario italiano. Ahora veía en España el lugar idóneo donde luchar en defensa de sus ideales.

Por su parte, Vasile Marin, también abogado y dirigente de la Guardia de Hierro en la región de Bucarest, a sus 32 años ya había cumplido condena en prisión por su participación en el asesinato del Primer Ministro rumano Ion Duca.

Los rumanos voluntarios se alistaron en la Legión y, tras una rápida instrucción, fueron integrados en la 21 Compañía de la VI Bandera, con la que llegaron al frente madrileño tras las Navidades de 1936, en plena batalla de la carretera de La Coruña. Uno de estos voluntarios, Neculai Totu, escribiría el libro “Notas del frente español. 1936-1937”, publicado en castellano el 13 de octubre de 1970 con motivo de la bendición del monumento de Majadahonda. En este libro, Totu recoge sus experiencias en suelo español:

“La Bandera a la que pertenecíamos, la VI, era la más famosa... y de la VI Bandera la Compañía 21 era insuperable (…) Hay unas reglas muy extrañas en el Tercio, que nos han sorprendido mucho. Unas son excelentes, pero otras no tienen mucha justificación. Por ejemplo, cuando estamos en marcha nadie se agacha, sino que seguimos adelante cuando llega el obús. Era considerado miedoso aquel que se agachaba o se doblaba. Tenemos que quedarnos firmes para no disminuir nuestro prestigio. Luego no hay que evitar, ni huir de las balas.”


El 9 de enero de 1937 había terminado la ofensiva del general Orgaz. La carretera de la Coruña estaba cortada desde Las Rozas a la Cuesta de las Perdices, y buena parte de los pueblos al oeste y noroeste de Madrid habían sido ocupados por las columnas franquistas tras jornadas de intensos combates.

Como ya hemos señalado en diferentes puntos de este blog, la contraofensiva republicana no se hizo esperar. A las fuerzas desplegadas en el sector (5ª y 8ª Divisiones republicanas) se va a unir la denominada Agrupación Burillo, situada al sur de El Escorial, con las Brigadas XXXV (Nanetti), XII (“Lukacs”) y XIV (“Walter”), más varios batallones sueltos y los tanques soviéticos. El objetivo es destruir las conquistas enemigas. Lister y Paulov deberán romper el frente desde el monte de El Pardo, la Brigada III (J. M. Galán) avanzará sobre Las Rozas y el bosque de Remisa, y Burillo atacará Majadahonda con el fin de apoderarse del Vértice Cristo.

El 11 de enero comienza la contraofensiva. El primer impulso del ataque republicano es fuerte. Se reconquista el Vértice Cumbre y la presión sobre Las Rozas y Majadahonda es intensa, cortándose la carretera que une a dichos pueblos y llegándo a envolver al primero.

En Majadahonda, la unidad de la que forman parte los voluntarios rumanos recibe la orden de ocupar las cercanías de la carretera de Majadahonda a Boadilla, donde deben cavar trincheras y parapetarse en las lomas del lugar para hacer frente al ataque republicano.

Los combates se desarrollan con fuerza en el terreno comprendido entre Majadahonda, Villanueva del Pardillo y Las Rozas. Tomando como base un bosquecillo al sur de Majadahonda, los republicanos atacan Majadahonda. Los batallones de la XII Brigada Internacional llegan a sus proximidades. Los tanques republicanos actúan con eficacia en un terreno que les es propicio. En algunas zonas los blindados alemanes logran evitar la progresión enemiga. La artillería descarga su furia. Los asaltos y escaramuzas se suceden entre el frío y la niebla que lo envuelven todo. Los defensores resisten bien, son gente dura y fogueada.

La posición en la que se encuentran los voluntarios rumanos es atacada con contundencia. En una de las embestidas de carros e infantería caerán muertos Ion Mota y Vasile Marine. El que prácticamente es su bautismo de fuego será también su final. Sus cuerpos son evacuados pero la lucha continua.

La contraofensiva republicana va perdiendo fuerza. La Compañía de Ametralladoras del Batallón Henri Barbusse, comandada por Gabriel Hubert, se hace fuerte en el antiguo cementerio de Majadahonda (desaparecido en la actualidad), convirtiéndose en una pesadilla para los legionarios y regulares que defienden Majadahonda. Pero para el día 16 la batalla está decidida. Bajo los copos de nieve las tropas republicanas van abandonando sus posiciones, replegándose a sus bases de partida. Concluye así la batalla de la carretera de La Coruña.

Ion Mota y Vasile Marine se convertirían en mártires de la causa fascista rumana. Sus cuerpos fueron embalsamados en Toledo, celebrándose un gran funeral en su memoria. La guerra lleva poco tiempo y todavía es posible honrar a algunos caídos con ciertos honores. La muerte en combate de voluntarios extranjeros supone un importante elemento propagandístico, especialmente para el fascismo rumano, que convierte a Mota y Marine en mártires de su causa. El octogenario general rumano Georgios Cantacuceno, aristócrata y figura muy destacada de la Legión de Hierro, viajo a España para recoger los féretros y solicitar a Franco licencia para que el resto de voluntarios rumanos pudieran volver a su país. Los restos mortales de los nuevos héroes fascistas fueron trasladados a Rumania, haciendo escala en París y en Berlín, en donde el régimen nazi les rindió honores. En su patria, el movimiento fascista desplegó toda su parafernalia y simbología, convirtiendo el suceso en un acto propagandístico y en una exhibición de fuerza.

La participación rumana en las filas de Franco no pasó de la anécdota pero el tiempo y los avatares de la Historia quisieron revestir a ésta de un protagonismo especial. Tras la Segunda Guerra Mundial, Rumania cayó bajo la órbita soviética. Muchos rumanos señalados como anticomunistas fueron represaliados o tuvieron que huir de su patria. Sirva como ejemplo que, salvo el sacerdote Dumitrescu, todos los miembros de la delegación rumana que acudió a España en 1936 fueron fusilados por los comunistas el 21 de septiembre de 1939. Algunos militantes fascistas encontraron asilo en la España de Franco. Estos refugiados, apoyados por excombatientes y simpatizantes españoles, se decidieron a que los nombres de sus camaradas muertos en suelo español no cayeran en el olvido. Se construyó así este monumento. Su valor artístico es nulo, pero gracias a él, hoy en día conocemos el nombre de dos de los caídos en aquellas terribles jornadas. Otros muchos permanecen en el anonimato, sepultados bajo la losa del paso del tiempo y el olvido.

Según señala Andreu Castells en su libro “Las Brigadas Internacionales en la guerra de España”, los rumanos que participaron en el otro bando, es decir, del lado de la República, fueron 615 integrados en las Brigadas Internacionales. De ellos murieron 43 y otros 12 fueron dados por desaparecidos, los heridos ascendieron a 322. Que yo sepa, no existe ningún monumento en su memoria.

Todos los años, el 13 de enero (fecha en la que cayeron los voluntarios rumanos) diversas organizaciones y grupos fascistas y de extrema derecha se concentran en este monumento a las afueras de Majadahonda. En el acto también participa algún miembro de la Iglesia ortodoxa rumana. Entre cánticos, discursos, banderas y coronas de flores, recuerdan a sus mártires caídos. Normalmente, en los días previos, tienen que adecentar un poco el lugar, donde con frecuencia, aparecen pintadas antifascistas.

El resto del año el monumento es poco transitado, a excepción de los fines de semana y días festivos, en los que se convierte en un lugar idóneo para los militantes del “botellón”. Los grafitis lo cubren todo, y los fragmentos de metralla que hace setenta años arrasaban el lugar, han sido sustituidos por multitud de cristales rotos y residuos de todo tipo.

En el centro del recinto monumental, en el lugar exacto en el que supuestamente cayeron Mota y Marine, se colocó una gran cruz de granito sobre un pedernal que ha sufrido todo tipo de agresiones, teniendo que ser sustituida por otra metálica que parece va a terminar corriendo el mismo trágico final de su predecesora.

Cualquiera que visite el Cerro de la Radio, que se extiende a espaldas del cementerio de Majadahonda, podrá encontrar sin ningún problema el monumento a los fascistas italianos. Sorprendentemente, este cerrillo que se levanta entre el pueblo y las relativamente recientes construcciones del Carralero, permanece sin edificar (quizás se deba a la proximidad del cementerio municipal). Por la zona, a simple vista, es fácil encontrar restos de metralla. También se comprende la importancia estratégica que tuvo el lugar, tanto en la ofensiva franquista de los primeros días de enero de 1937, como en la consiguiente contraofensiva republicana de mediados de ese mismo mes.

Las bajas en aquellos combates fueron muchas. Combatientes de uno y otro bando, en su mayoría anónimos, de los que ya no queda ni el recuerdo (aunque existen algunas excepciones).

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía 1: Aspecto originario del monumento.
Fotografías 2-4: Diferentes detalles del monumento en la actualidad, algo adecentado de cara al acto que se celebra todos los años en él (JMCM)

miércoles, 1 de julio de 2009

36) Las Fuerzas de la Defensa en el NO de Madrid


LAS FUERZAS DE LA DEFENSA EN EL NOROESTE DE MADRID

 A medida que las tropas nacionales progresaban en su avance hacia la capital, las autoridades republicanas comenzaron a tomarse en serio la amenaza que se les venía encima. En los meses previos a la batalla de Madrid se realizaron algunas obras de fortificación en las zonas noroeste y oeste de la región encaminadas a frenar un posible ataque por este sector. Los pueblos fueron poco a poco desalojados, evacuando a sus poblaciones a lugares más seguros y el sector fue siendo ocupado por tropas de diverso tipo.

Es la etapa de las “Columnas”, que desde el comienzo de la guerra, con la descomposición del Ejército, habían proliferado por los distintos frentes. Unas estaban organizadas por el gobierno, en su mayoría bajo el mando de jefes profesionales. Otras habían sido impulsadas por las distintas organizaciones políticas, siendo ellas mismas las que ejercían el control, con o sin asesoramiento técnico. Esta situación hacía muy difícil, cuando no imposible, una correcta coordinación de esfuerzos, y era un gran obstáculo para el desarrollo de un adecuado plan de defensa. A marchas forzadas se fue intentando poner orden en el desorden que imperaba en las fuerzas de la defensa de Madrid.

Poco a poco, el Ministerio de la Guerra fue haciéndose con el control teórico de estas columnas, pero eran muchas las carencias y dificultades que impedían una articulación de fuerzas correcta y eficaz. En el mes de octubre de 1936, con las tropas de África muy cerca de Madrid, el general Pozas fue nombrado Jefe del Ejército del Centro, con mando sobre las tropas que cubrían la capital, y al atardecer del 6 de noviembre de 1936, con el enemigo en los arrabales madrileños, fue designado el general Miaja como Jefe de la Defensa de Madrid, poniéndose a sus órdenes todas las tropas y medios distribuidos entre el río Guadarrama, al oeste de Boadilla del Monte, y Vaciamadrid, en la confluencia de los ríos Jarama y Manzanares, al sudeste de la capital.

Al comienzo de la Batalla de Madrid existía una heterogénea masa de unidades y combatientes que, aunque tenían nomenclaturas oficiales (Sección, Compañía, Batallón, Batería…), se encontraban agrupados de manera arbitraria e irregular. Algunas de estas unidades eran mandadas por cuadros profesionales de jerarquía modesta y la mayor parte por jefes de milicias designados por los partidos políticos o por la Inspección General de Milicias.

Al noreste de Madrid, entre Valdemorillo y Pozuelo se estableció la Columna Barceló, posiblemente, la columna más numerosa de las que se encontraban distribuidas por el frente al comenzar la Batalla de Madrid (unos 4.000 hombres). Su Puesto de Mando se encontraba en Majadahonda y actuaba conjuntamente con la III Brigada (José María Galán), que defendía el sector de Pozuelo, y las Columnas Cavada, Enciso, Palacios y Savio, distribuidas entre Pozuelo y Puerta de Hierro.

El general Vicente Rojo, en su libro “Así fue la defensa de Madrid”, nos da una idea del caos y desorden que reinaban en las tropas madrileñas:

“Para dar una idea de la pulverización orgánica de nuestras unidades combatientes, me basta señalar este dato: cuando en el curso de los combates de los primeros días logramos conseguir información sobre las unidades de las que disponía el Tte. Coronel Barceló que con su Columna, cubría el frente de nuestra ala derecha, apoyándose en Majadahonda-Boadilla del Monte y que actuaba conjuntamente con la III Brigada Mixta y las tropas batidas de Fernández Cavada (Aravaca-Humera y Pozuelo) contra el flanco izquierdo de los atacantes, supimos que en aquella base había reunido los restos de diversas pequeñas unidades con efectivos variables entre 40 y 600 hombres. De ellas 7 eran restos de unidades de tropas regulares (Bat. de Instrucción, Guardias de Asalto, Seguridad, Guardia Civil, Aviación, Compañías de los Regimientos de la primitiva guarnición de Madrid y Campamento, y Caballería a pie); las demás eran unidades de milicias (Columna Vasca, Compañía del 5º Regimiento, Batallón Dimitrov, Batallón Pestaña, Bat. Acero, Juvenil, Campesinas, Columna Libertad, Batallón España y otros) de las cuales, aunque algunas se titulaban Batallones eran meras agrupaciones de 200 a 300 hombres, algunas sin cuadros; de dichos Batallones sólo uno disponía de 600 hombres y otro de 400. De las demás Columnas (Cavada, Enciso, Escobar, Mena…) cabe decir lo mismo.”


En líneas generales, el terreno defendido por la Columna Barceló, se vio poco afectado por las acciones del ataque directo a Madrid. En plan defensivo, la columna presionó el ala izquierda del avance franquista, pero hasta finales de noviembre, el protagonismo de la lucha se centró en el frente de la ciudad (Ciudad Universitaria, Casa de Campo, Parque del Oeste, Carabanchel, Usera…).

La cosa va a cambiar a partir del 23 de noviembre, cuando el Estado Mayor de Franco considere que la conquista de Madrid por ataque frontal no es posible. Las operaciones las trasladan entonces a su flanco izquierdo, primero al sector de Pozuelo, y después, ante la inquebrantable resistencia republicana, varios kilómetros al oeste, al sector defendido por la Columna Barceló.

Para entonces, el Estado Mayor de la Defensa de Madrid, presidido por el general Miaja, está inmerso en un vertiginoso proceso organizativo. Se trata, a marchas forzadas, de estructurar y perfeccionar el instrumento de combate con el que cuenta. El 26 de noviembre Vicente Rojo presenta un plan para transformar las columnas en unidades regulares absolutamente dependientes del Estado Mayor, asegurándose además el correcto funcionamiento de los servicios esenciales (víveres, municionamiento, sanidad…). Rojo propone “refundir las pequeñas unidades y grupos sueltos en unidades tácticas de tipo batallón”, dotándolas de eficientes órganos de Mando.

Al mismo tiempo se establece una nueva organización del frente madrileño, dividiendo éste en tres Sectores de Defensa. El oeste y noroeste de Madrid se convierte en:

Primer Sector o Ala Derecha. Al mando se encuentra el conocido como “general Kléber”. Las fuerzas en él desplegadas son: Columna Barceló, III Brigada Mixta (J. Galán), Brigada “X” (antiguas columnas Cavada, Enciso y Palacios, al mando de este último), V Brigada Mixta (F. Savio), y XI y XII Brigadas Internacionales. Éste sector llegaba desde el río Perales a la Facultad de Medicina, en la Ciudad Universitaria.

El 14 de diciembre de 1936, en plena batalla de la carretera de La Coruña, las fuerzas de este Primer Sector se estiman en unos 12.000 hombres.

Los esfuerzos organizativos del Mando republicano continúan desarrollándose de manera ininterrumpida en el transcurso de la batalla. El 31 de diciembre de 1936 el general Miaja transformó las llamadas Fuerzas de la Defensa, en el Cuerpo de Ejército de Madrid. Desde este momento, todas las unidades se organizaron en Divisiones (entre 10.000 y 15.000 hombres) y Brigadas (entre 3.000 y 4.000 hombres) reglamentarias y con un número identificativo.

El frente volvía a dividirse en Sectores, esta vez cinco, estando cada uno a cargo de una División con tres Brigadas. El Ala Derecha siguió denominándose Primer Sector, pero ahora era cubierto por la 8ª División, al mando de “Kleber”, que pronto (el 3 de enero) sería sustituido por el comandante Eduardo Cuevas. Formaban esta División las Brigadas XXXV (Nino Nanetti), y las Brigadas XXXVII y XLIV, en formación y dirigidas respectivamente por los teniente coroneles Julián Fernández Cavada y Ricardo López.

La primera de las citadas, la Brigada XXXV, era la antigua Columna Barceló, cuyo jefe había sido sustituido el 31 de diciembre de 1936 por el comunista italiano Nino Nanetti, al resultar herido el primero. Sobre este episodio se ha escrito mucho. La versión oficial señaló que el teniente coronel Barceló había resultado herido en combate, pero en el Diario de Operaciones del Estado Mayor de las Fuerzas de la Defensa (fecha 1 enero 1937) puede leerse: “En la Columna Barceló, el comandante de milicias del batallón Dimitrov, Carlos Alfonso Sanz, solicitó el relevo de dos compañías, no autorizándole el teniente coronel Barceló, por cuyo motivo marchó al puesto de Mando descompuesto, donde disparó contra el referido teniente coronel, hiriéndole en la cara…”.


Como vemos, el proceso de militarización de las milicias, con la implantación de la disciplina y la obediencia entre la tropa, no fue siempre sencillo, y muchas veces, las ordenes y disposiciones del mando, no sólo no se cumplían, sino que en ocasiones generaban reacciones de rebeldía y violenta oposición. Así se las gastaban en los orígenes de lo que acabaría siendo el Ejercito Popular de la República.

En la tercera y última fase de la batalla de la carretera de La Coruña (iniciada el 3 de enero de 1937), el Primer Sector de la Defensa, ante la potencia de las ofensivas enemigas, se encontraba cubierto por dos Divisiones de efectivos considerables: la 8ª y la 5ª.

La 8ª División (Cuevas) sólo tenía en línea a la XXXV Brigada (antigua Columna Barceló, mandada ahora por Nino Nanetti), que se situaba desde Valdemorillo a Villafranca del Castillo, ambos incluidos. Al Este de esta Brigada figuraba otra que en realidad pertenecía a la reserva: la XI Internacional (al mando de “Hans”), que se encontraba allí ocasionalmente, tras el ataque frustrado del día 29 de diciembre sobre Villanueva de la Cañada y ante la amenaza de penetración enemiga hacia la carretera de La Coruña. Las otras dos Brigadas, la XXXVII (Ferández Cavada) y la XLIV (primero al mando del teniente coronel López y después del comandante Enciso), como hemos señalado anteriormente, estaban en periodo de organización, y por tanto, a retaguardia.

En el Sector de Pozuelo se situaba la 5ª División (teniente coronel Perea), con la Brigada XXXVIII (capitán Zulueta) en Pozuelo de Alarcón, y la Brigada XXXIX (comandante Palacios) desplegada desde Humera, rodeando la línea enemiga de la Casa de Campo, hasta el Puente de San Fernando, en la orilla derecha del Manzanares.

En reserva figuraban los batallones españoles de la XII Brigada Internacional (no desplazados al frente de Guadalajara como sus camaradas extranjeros), varios escuadrones internacionales, y la V Brigada del teniente coronel Fernández Recio.

Estas son las fuerzas republicanas(a las que se irán sumando refuerzos de otros frentes) con las que tendrán que enfrentarse las tropas de la División Reforzada de Madrid, al mando del general Orgaz (de las que hablaremos en otra ocasión), en el definitivo asalto a la carretera de La Coruña, que terminará con el corte de la misma y la ocupación de una importante bolsa de terreno por parte de las tropas franquistas.

La Batalla de Madrid convenció a los máximos responsables republicanos de la necesidad de consolidar una estructura militar tradicional, convirtiendo, las indisciplinadas y desorganizadas milicias, en Brigadas Mixtas encuadradas en Divisiones, Cuerpos y Ejércitos. Pero la creación del Ejército Popular de la República no sería un proceso fácil. Algunos importantes sectores (especialmente las bases anarquistas) no aceptarían de buena gana renunciar a las conquistas revolucionarias, entre las que las milicias populares, “el pueblo en armas defensor de la Libertad y la Revolución”, constituía uno de los mayores símbolos, y una de las más importantes fuerzas con las que contaban.

Tras los combates de diciembre del 36/enero del 37, continuaran los cambios y reformas de todo tipo en el noroeste de Madrid. Una consistente línea de frente comienza a desarrollarse para oponerse a la constante amenaza enemiga. Esta línea será objeto de diferentes divisiones y remodelaciones a lo largo de la guerra, y por ella irán desfilando diversas brigadas y unidades de las que, poco a poco, iremos hablando.

Al finalizar la guerra (marzo de 1939), la zona que había sido escenario de la batalla de la carretera de La Coruña, estaba defendida por el I y II Cuerpos de Ejército:

El I Cuerpo de Ejército era mandado por el teniente coronel Luís Barceló Jover, ocupaba la zona comprendida entre Somosierra y Villanueva del Pardillo, y en él, se integraban las Divisiones: 1ª (mayor Calvo), 2ª (mayor Suárez) y 69ª (teniente coronel Gallego).
En julio de 1937, en la zona cubierta por el I Cuerpo de Ejército, se va a desarrollar lo más duro de la batalla de Brunete. Sin embargo, no será este Cuerpo el que desarrolle el esfuerzo principal, sino un Ejército de Maniobra, mandado por Miaja, creado con las mejores tropas de la República para desarrollar la ofensiva. Este Ejército de Maniobra estaba compuesto por dos Cuerpos de Ejército: el V, al mando de Modesto e integrado por las Divisiones 11 (Lister), 35 ("Walter") y 46 ("El Campesino"), y el XVIII, con Jurado al mando de las Divisiones 10, 15 y 34, más otras dos como reserva general, la 45 y la 69.

El II Cuerpo de Ejército se desplegaba desde Las Rozas hasta Vallecas, y estaba al mando del teniente coronel Bueno. Las Divisiones que lo conformaban eran: 8ª (mayor Ascanio), 7ª (teniente coronel Zulueta) y la 4ª (mayor Oliva). En mayo de 1937, el II Cuerpo de Ejército, ante las excesivas dimensiones que había alcanzado, se desglosó en dos, creándose así, el VI Cuerpo (coronel A. Prada Vaquero), que cubrió el frente comprendido entre Las Rozas-Navachescas (Monte del Pardo, zona Los Peñascales)-Torrelodones-Hoyo de Manzanares. Esta modificación duró poco, porque en enero de 1938, el II Cuerpo de Ejército volvió a hacerse cargo de sus antiguas posiciones.

Hoy en día, son muchas las huellas que podemos encontrar de lo que fueron las líneas de frente defendidas por estas fuerzas. Fortines, trincheras, refugios, observatorios, etc. permanecen sobre el terreno como prueba evidente de aquel pasado. En ocasiones, corroídos por el óxido, aparecen restos de munición, fragmentos de metralla y otros despojos de la guerra. Prácticamente olvidado durante décadas, este patrimonio, poco a poco, va despertando el interés de más número de gente. Lo que empezó como pequeñas iniciativas particulares, va cuajando y son cada vez más las personas que muestran una sensibilidad especial en el cuidado, estudio y recuperación de esta parte de la Historia. Las instituciones y organismos oficiales, en líneas generales, muestran una lamentable indiferencia, aunque ciertamente, comienzan a darse algunas honrosas excepciones.

Aunque históricamente no ha pasado demasiado tiempo, lo cierto es que el desconocimiento y olvido que envuelve a la guerra civil en el noroeste de Madrid resulta enorme. Se hace necesario ir desarrollando un trabajo serio y constante de investigación e interpretación, que permita entender esta parte de nuestra Historia. El tiempo corre en contra, porque los estragos causados por el paso del tiempo y el “progreso” no perdonan, destruyendo los restos a marchas forzadas. El trabajo por realizar es mucho, por eso, algunos, ya se han puesto manos a la obra.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía: Instrucción de voluntarios en Nuevos Ministerios. Madrid, noviembre de 1936 (Archivo Fernández Larrondo).