jueves, 27 de agosto de 2009

45) Paseando


PASEANDO

El sol acribilla a bocajarro esta tierra seca y dura. Mis botas se abren paso entre el sinuoso trazado de viejas trincheras casi desaparecidas, ocultas por una amarillenta y espesa maraña de yerbajos muertos. Las piedras parecen derretirse bajo una canícula densa y compacta.

Hace mucho tiempo que por aquí no viene nadie.

Atrás he dejado amorfos trozos de metal oxidado. Fragmentos de una metralla brutal y mortífera. Huellas de las demoledoras tormentas de fuego que hace setenta años descargaron sobre este lugar.

Trincheras en zig-zag, puestos de combate y las ruinas de un fortín. Un simple montón de piedras y cemento. Amorfo y semienterrado hogar de lagartijas. En frente, a unos cientos de metros, las lomas por las que discurrían las posiciones enemigas. Un horizonte cercano hoy, pero lejano y peligroso en otro tiempo.

Desciendo el talud de lo que fue un parapeto. Mis ojos se fijan en una pequeña mancha verdosa que asoma en la arena. Me detengo, me inclino, y con el dedo la desentierro. Una bala de Mauser 7 mm. Miro a mí alrededor y veo otra, y otra más. Las recojo y las observo en la palma de mi mano. Es excitante encontrar restos de la guerra, pero a la vez, al pensar en su significado, produce un poco de tristeza.

Hay sensaciones y emociones que no pueden encontrarse en los libros.

La Historia deja su huella en el paisaje e impregna los lugares de un magnetismo especial. El Pasado se manifiesta en el Presente de diferentes formas. Sentirlo o percibirlo depende de la sensibilidad de cada uno. Encontrar su rastro está al alcance de cualquiera.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía: Vaina de Mosin Nagant olvidada en el paisaje (JMCM)

domingo, 16 de agosto de 2009

44) Los peligros de la noche



LOS PELIGROS DE LA NOCHE

En la guerra de posiciones, o guerra de trincheras, pueden pasar meses, incluso la contienda entera, sin que se produzcan operaciones militares de importancia. Los soldados de uno y otro bando permanecen en sus posiciones vigilando al enemigo, mejorando las fortificaciones, hostigándose mutuamente con fuego de fusilería, de morteros, de ametralladoras…

Los días pasan monótonos y aburridos. Una monotonía peligrosa, un aburrimiento en tensión permanente. En las primeras líneas no caben los descuidos ni las imprudencias. Un simple despiste, una bajada de guardia y el resultado puede ser mortal. La rutina es uno de los peores enemigos. Con frecuencia hay bajas por efecto de los francotiradores, del fuego de la artillería y los morteros, por las balas perdidas, etc.

En el fondo de una trinchera o en el interior de un fortín las horas pasan lentamente. Calor abrasador en verano, frío helador en invierno, barro y humedad cuando las lluvias descargan sobre las posiciones. Incomodidad permanente, parásitos y carencias de todo tipo.

Para combatir todos estos problemas es importante mantener a la tropa ocupada. Los Mandos mostrarán una especial preocupación porque sus soldados se mantengan lo más activos posible. El mantenimiento y ampliación de las defensas y fortificaciones, los entrenamientos y la instrucción, formarán parte de la vida cotidiana de las fuerzas que cubren posiciones en el frente.

Pero como una guerra es una guerra (y no un campamento de verano), las fuerzas de primera línea, de manera cotidiana, deben de realizar diferentes acciones de combate. Como se recoge en unas “Normas para la instrucción y preparación de nuestras tropas para la ofensiva”, de la 30 Brigada Mixta republicana, fechadas en junio de 1937:

“La actuación defensiva de las tropas no lleva consigo la inactividad. Es preciso mantener la acometividad de espíritu ofensivo de nuestra tropas para lo cual ha de transformarse la defensiva pasiva de hoy, en defensiva agresiva mediante el estudio, preparación y ejecución de golpes de mano”.

Por golpes de mano debemos de entender pequeñas acciones de tipo comando o guerrilla, mediante las cuales, un pequeño grupo de soldados (normalmente una escuadra, es decir: tres o cuatro soldados mandados por un cabo) se adentran en las líneas enemigas para recabar información, realizar sabotajes, capturar prisioneros, causar bajas o hacerse con armamento y munición del contrario. Estas acciones han de ser rápidas y contundentes, regresando a los puntos de partida antes de que el enemigo tenga tiempo de reaccionar.

En ciertas ocasiones los Mandos pueden considerar necesario realizar acciones más complejas, normalmente encaminadas a apoderarse de un puesto enemigo o a lograr avanzar las líneas propias ocupando posiciones estratégicas. En estos casos (conocidos en la terminología militar como “Operaciones Locales”) se requiere un estudio serio y una preparación más compleja de la acción. En ella participan más número de tropas (una o varias secciones, constituidas por unos 35 hombres, al mando de un teniente) y suele contar con apoyo artillero.

El puesto enemigo es atacado, muchas veces utilizando minas: galerías subterráneas que se excavan desde las líneas propias hasta situarse debajo de la posición contraria para colocar potentes cargas explosivas que se hacen estallar en el momento en que el asalto va a dar comienzo. Si la operación tiene éxito, los zapadores comienzan rápidamente a fortificar la nueva posición, que tendrá que aguantar los furiosos contraataques del adversario por recuperar el terreno perdido. Este tipo de acciones son muy frecuentes en la guerra de posiciones y tienen el objetivo de suprimir salientes o entrantes en las líneas de frente y apoderarse de posiciones estratégicas (observatorios, puestos de tiro, etc.).

Diariamente se realizan servicios de descubierta, en los que pequeñas patrullas entran en zona enemiga con el objetivo de explorar y vigilar el entorno. Estas acciones, que normalmente se realizan de noche, aportan una valiosa información sobre la situación del frente. Junto a las descubiertas, el terreno es vigilado desde los observatorios ocultos en alturas con buena visibilidad, y por el vuelo puntual de los aviones que sobrevuelan las líneas enemigas.

La oscuridad de la noche (en la que está prohibido encender luces que puedan dar pistas al enemigo) interrumpe el trabajo de los observatorios. De esta manera, este espacio de tiempo se convierte en uno de los más peligrosos, pues resulta casi imposible ver los movimientos del adversario. Cualquiera de nosotros que en alguna ocasión se haya alejado de la contaminación lumínica de las ciudades, ha podido comprobar el mar de absoluta oscuridad y tinieblas que rodea todo en una noche cerrada. No en balde, será la noche el momento en el que, normalmente, se realicen los golpes de mano y se inicien los ataques.

Para minimizar en lo posible los problemas que causa la noche, las tropas de primera línea organizan rondas nocturnas y establecen lo que se conoce como “puestos de escucha”. Estos puestos consisten en lugares situados lo más cerca posible de las líneas enemigas que, por la noche y en el más absoluto secreto, son ocupados por soldados que permanecen atentos a todo sonido sospechoso para dar la alarma en caso de necesidad. Se trata de algo muy peligros, porque el soldado, para llamar lo menos posible la atención, permanece solo a muy pocos metros del enemigo, escuchando las conversaciones y de más ruidos que éste produce.

Solo, en la tierra de nadie o dentro de las líneas enemigas, armado con un fusil y varias bombas de mano, en medio de la oscuridad, muy cerca del peligro, manteniendo un silencio total para no ser descubierto.

Como podemos imaginar, el adversario intentaba dar con los puestos de escucha del enemigo y eliminarlos. Así, muchas noches, de las trincheras salían pequeños grupos a “la caza del hombre”. El principal objetivo consistía en localizar a los escuchas y hacerlos prisioneros para llevarlos a las líneas propias e interrogarlos sobre todos los datos que pudieran resultar de interés (número de hombres con los que cuenta el enemigo, ubicación de los polvorines, depósitos y observatorios, tipo de armamento del que dispone, etc.).

No resulta del todo difícil imaginar los violentos episodios que este tipo de acciones debían de producir. En medio de las tinieblas, una pequeña señal delata la posición de un escucha que, solitario, permanece agazapado en su escondite (una simple ondulación del terreno, unos matorrales, o algo por el estilo). Si le da tiempo a reaccionar, su lucha es desesperada. Alejado de sus líneas, uno contra siete u ocho contrincantes y sabiendo lo que le espera si es hecho prisionero. Todo ello envuelto en el oscuro manto nocturno.

En la documentación de uno y otro ejército abundan las órdenes y los informes sobre este tipo de operaciones. A modo de ejemplo podemos fijarnos en un documento de la 10ª División republicana fechado el 18 de mayo de 1938. La acción se desarrolla en el sector de Villanueva del Pardillo, en una zona del Arroyo Palacios muy próxima a las posiciones franquistas de Mocha Chica. Aunque en dicho informe aparecen nombres y apellidos aquí, por respeto, no los reproduciremos.

"INFORME DE LA OPERACIÓN REALIZADA EN LA NOCHE DEL 17 DE MAYO DE 1938 PARA LA CAZA DE ESCUCHAS ENEMIGOS:

En virtud de la Orden de operaciones recibida de la División, con fecha 14 del actual, se ha llevado a la práctica una pequeña Operación por la Sección de Especialidades de esta Brigada al mando del Sargento Don. X, acompañados del teniente del SIEP (Servicio de Información Especial Periférico) de la División, Don. Y, habiéndose desarrollado y obtenido los siguientes resultados:

DESARROLLO: A las 22:30 h del día 17, un pelotón (unos 6 u 8 hombres) de la Sección de Especialidades, con los mandos antes expresados, se puso en marcha por el cauce del Arroyo Palacios con dirección a las posiciones enemigas, al objeto de aprisionar y traer algún escucha enemigo (…)

RESULTADO: Infiltrado el pelotón de nuestras fuerzas en campo enemigo, descubrieron a un escucha del que trataron de apoderarse, entablándose lucha y a las voces de éste acudieron un sargento, un cabo y otro soldado que efectuaban servicio de ronda y mientras que parte de nuestras fuerzas intentaban hacer prisionero al escucha y traerlo a nuestro campo, sin conseguirlo porque al morder a un soldado nuestro consiguió escaparse por lo que hubo de ser muerto, el resto de nuestros soldados intimó a que se rindieran al sargento y sus acompañantes, siendo agredidos por éstos, por cuyo motivo nuestras fuerzas repelieron la agresión y, a pesar de intentar hacerlos prisioneros, se vieron precisados a darles muerte y replegarse a nuestras líneas por observar que acudían más fuerzas en ayuda del enemigo (…) "


Antes de retirarse, el comando se apoderó del armamento y de la documentación de los caídos: fusiles Mauser, pistola Astra, varias bombas de mano, chapas de identidad, cartera con dinero, cartas particulares, carnets, emblemas y condecoración de Falange Española de las J.O.N.S, varias fotografías y un escapulario.

Multitud de acciones como ésta, con variado resultado, se repitieron por toda la línea de frente a lo largo de los tres años de guerra civil. Más allá de las grandes operaciones militares y de las emblemáticas batallas de las que todas y todos hemos oído hablar, la contienda estuvo plagada de dramáticas situaciones cotidianas. Un sinfín de episodios violentos, crueles y desesperados en los que los hombres se buscaban para capturarse, para herirse, para matarse. Una lucha sangrienta y feroz por defender o conquistar pequeños palmos de terreno.

Hoy en día, al visitar los restos que aun perduran de las líneas de frente, no puedo dejar de pensar en todo esto. Pienso en aquellos hombres que aquí estuvieron. Pienso en sus experiencias, en sus sentimientos, en su valor y en su miedo. Observo el paisaje que me rodea y por mi imaginación comienzan a desfilar escenas de un tiempo que, afortunadamente, no tuve que vivir. La tarde, en silencio, cae por el horizonte, y el absurdo y la locura que supone una guerra se me manifiesta con toda su crudeza.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía: Soldados republicanos en servicio de descubierta (Archivo Rojo. AHN). Al ver esta imagen me pregunto ¿van o vienen de la operación? No lo sé, pero desde luego sus rostros resultan reveladores sobre la dureza de este tipo de acciones.

Documentación procedente del AGMA

lunes, 10 de agosto de 2009

43) Seguimos actuando




SEGUIMOS ACTUANDO

En “Proyecto Frente de Batalla” seguimos trabajando en diferentes líneas de actuación por el cuidado, estudio y divulgación de los restos de la guerra civil en el noroeste de Madrid.

Una vez más, hemos pasado a la acción. Esta vez para, en la misma línea que venimos desarrollando desde hace ya tiempo, limpiar y adecentar el aspecto de los fortines. En esta ocasión la labor de limpieza se ha llevado a cabo en la Dehesa de Navalcarbón (Las Rozas), donde quedan importantísimos restos de lo que fue parte de la segunda línea o línea de contención republicana en este sector.

Tras los duros combates de enero de 1937, que ocasionaron la conquista de Las Rozas y el corte de la carretera de La Coruña por parte de las columnas franquistas, ambos ejércitos comenzaron a atrincherarse. Se estableció así un frente que apenas variaría hasta el final de la guerra, pero en el que se va a desarrollar una intensa y constante actividad de fortificación.

Por parte del ejército republicano, estos trabajos se caracterizaron por la falta de una correcta coordinación. Se tardó bastante en aplicar un criterio único, primando las decisiones, más o menos afortunadas, de los diferentes jefes de brigada responsables de cada zona. Esta caótica situación provocó que, aunque se había desarrollado una intensa actividad durante meses, los trabajos no siempre ofrecían las suficientes garantías para la correcta defensa del frente, sufriendo gran cantidad de carencias y peligrosas debilidades.

A principios de 1938 el mando republicano, necesitado de trasladar tropas a otros frentes activos alejados de la capital y ante la constante amenaza de una posible ofensiva enemiga en este sector, decidió poner orden en el desorden que había imperado hasta aquel momento. Teniendo que hacer frente a serios problemas (escasez de materiales y mano de obra cualificada principalmente), la Comandancia de Ingenieros del II Cuerpo de Ejército comienza a planificar un correcto plan de fortificación, en el cual, la zona comprendida entre los ríos Guadarrama y Manzanares va a ser objeto de una especial atención.

Las posiciones que hoy pueden visitarse en el Pinar de Las Rozas formaban parte de la “línea de detención o de resistencia” que el II Cuerpo del Ejército Centro de la República, construyó en este sector del frente (Subsector Nº 3), y cuya defensa correspondía a la 8ª División. Hasta la fecha, en la Dehesa de Navalcarbón, “Proyecto Frente de Batalla” ha podido localizar y catalogar los restos de once fortines, además de importantes trazados de trincheras y otros tipos de huellas correspondientes a refugios, depósitos, alojamientos de tropa, etc. (no renunciamos a seguir encontrando más restos).

La mayor parte de estos trabajos de fortificación fueron realizados por el Batallón de Zapadores del II Cuerpo y por la I ª Compañía del 55 Batallón de Obras y Fortificaciones, desde mediados/finales de 1938. Hoy en día, constituyen uno de los ejemplos más completos y mejor conservados de lo que fue el frente republicano.

Resulta vergonzoso comprobar como estos fortines, a diferencia de lo que sucede en el resto de la Dehesa de Navalcarbón, no reciben la más mínima atención por parte de los responsables del cuidado y conservación de esta zona verde. El interior de estas construcciones históricas se ha convertido en descontrolados contenedores de todo tipo de basuras. Como estos desperdicios no son vistos a simple vista, lo que alteraría negativamente la imagen del parque, pues no se recogen nunca. Y el problema cada vez va a más, porque muchas personas desaprensivas, en vez de utilizar las diferentes papeleras que se encuentran distribuidas por la dehesa, por algún extraño motivo que no llegamos a comprender, prefieren arrojarlas al interior de las fortificaciones. De esta manera, y sin que a nadie parezca preocuparle, se está realizando un cotidiano ataque al medio ambiente y al patrimonio histórico-cultural de la zona.

Por ello, en “Proyecto Frente de Batalla” hemos decidido actuar, procediendo a la recogida de estos desperdicios y trasladándolos al correspondiente Punto Limpio. El principio de este tipo de acciones suele ser duro, porque la basura acumulada durante años es mucha, pero después, se trata sólo de mantenerlo, realizando visitas de limpieza periódicas. El aspecto de los fortines mejora considerablemente, lo que contribuye a que la gente los mire con otros ojos. El siguiente paso sería sacar la tierra que a lo largo de las décadas se ha ido introduciendo en el interior de estas construcciones, pero por el momento, esta labor supera nuestras posibilidades.

Desde aquí, hacemos un llamamiento a la gente para que procure cuidar y mantener en buen estado estos vestigios del pasado que, al día de hoy, constituyen el patrimonio histórico más importante de muchos de los municipios del noroeste madrileño.

"PROYECTO FRENTE DE BATALLA"

Fotografías: Uno de los fortines en los que se ha actuado. El antes y el después (JMCM)

sábado, 8 de agosto de 2009

42) Una asignatura pendiente


UNA ASIGNATURA PENDIENTE

Inevitablemente, el estudio y comprensión de los episodios y procesos históricos se realiza desde el presente. Esta evidencia lleva aparejada la problemática que supone analizar el pasado desde perspectivas y planteamientos actuales.

Las lecturas y relecturas que constantemente se realizan de la Historia, con frecuencia, pecan de este problema, y se analizan sucesos, personajes y pensamientos históricos desde puntos de vista y escalas de valores modernos. Se entra así, en el problema de la objetividad y la subjetividad en el estudio de la Historia.

La obra de todo historiador contiene elementos subjetivos e irremediablemente está sujeta a las influencias del tiempo y del lugar en los que se desarrolla. La objetividad absoluta en las investigaciones historiográficas es imposible, pues supondría una abstracción irreal e intemporal. El estudio de la Historia requiere un proceso de selección, ordenamiento e interpretación por parte del investigador o investigadora de los hechos ocurridos en el pasado. Es aquí donde reside el problema porque muchas veces el historiador (consciente o inconscientemente) parte de posicionamientos ideológicos o prejuicios personales, que provocan una visión distorsionada y contaminada del pasado.

Gran parte de la Historia escrita está conferida como una especie de propaganda política al servicio de unos u otros intereses. Se trata de una forma de hacer Historia que conlleva una constante reinterpretación de la misma, ajustándola a los postulados o intereses de turno. Por ello, es frecuente encontrar un mismo episodio histórico interpretado desde planteamientos totalmente antagónicos, y por tanto, utilizado para justificar posturas o ideas totalmente contradictorias. La Historia de España que hoy se estudia en los colegios no tiene nada que ver con la que estudiaron nuestros abuelos, sin embargo, muchos de los hechos y personajes históricos tratados son los mismos.

Es evidente que la Historia no tiene una sola lectura, pero debemos de ser muy conscientes de que muchas de las que se realizan contienen una buena dosis de manipulación, ideologización y falseamiento. Por ello, lo más conveniente es no quedarse limitado a una sola interpretación del pasado (la que más nos gusta), sino acercarnos al mayor número de ellas para poder contar con una perspectiva lo más amplia posible.

Ningún acontecimiento histórico de importancia es resultado de una sola causa. El proceso histórico es un continuo causa-efecto, acción-reacción, no siempre fácil de entender ni precisar. Aquí surge otro problema: a la hora de entender un suceso histórico concreto deberemos de buscar sus causas y analizar sus consecuencias, pero precisar las causas y las consecuencias de los episodios históricos, no resulta tan fácil como a priori podríamos suponer. Por ejemplo: ¿Cuál fue la causa que desencadenó la guerra civil española? Unos dirán que fue el alzamiento militar del 18 de julio, otros lo situarán en el triunfo electoral del Frente Popular, o en el asesinato de Calvo Sotelo, o en la revolución de Asturias del 34, etc., etc., etc.

Parece lógico pensar que debemos de hablar de múltiples causas y consecuencias y aquí es donde surge un nuevo problema, porque dependiendo de la subjetividad del historiador de turno, surgirán unas u otras interpretaciones de los diferentes procesos históricos, poniendo el acento en unas causas y presentando unas consecuencias diferentes de las que presentarán otros. A la hora de investigar el historiador se ve obligado a escoger entre la multitud de datos que conoce, o que podría llegar a conocer, escogiendo aquellos que considera importantes o útiles para construir su interpretación del episodio o proceso histórico que está estudiando. El riesgo está en este proceso de selección porque, consciente o inconscientemente, puede falsear la realidad. No se trata sólo de que mentiras históricas nos cuentan, que también, sino de que verdades nos ocultan.

La selección de unos datos o fuentes en detrimento de otras, supone una interpretación de la Historia en la que, sin necesidad específica de mentir, se puede estar presentando una verdad a medias. Cualquier episodio o personaje histórico puede revestirse de una especial grandiosidad si solo nos fijamos en sus aspectos positivos, y al contrario si lo hacemos en los aspectos negativos. En la Historia hay argumentos suficientes para justificar cualquier postura.

La Historia es así, no está sujeta a una única interpretación, a una verdad fija e inamovible. Por el contrario, está (o debería de estar) en una constante revisión, reinterpretándose en base a nuevos datos, documentos, fuentes, etc. Las múltiples y diferentes interpretaciones de la Historia no son algo nuevo, desde siempre han estado ahí, enriqueciéndola y dotándola de libertad.

Lo que resulta más problemático es la frecuente ideologización y politización (muchas veces sutil) de la Historia. Existe toda una legión de creadores de opinión que de manera cotidiana desarrollan un discurso interesado y condicionado a sus intereses de grupo. Basándose en falsedades, invenciones y verdades a medias, construyen una visión monolítica de la Historia que contamina y dificulta un conocimiento serio, constructivo y sosegado de la misma.

Yo creo que si de algo sirve la Historia es, principalmente, para comprender el presente en el que nos encontramos. Por ello debemos de huir de las verdades absolutas, los dogmatismos y fundamentalismos de uno u otro signo con el que frecuentemente nos encontramos todos y todas las que nos acercamos al conocimiento histórico.

Comprender los procesos históricos (pasado, presente y futuro) es una labor trabajosa y siempre incompleta. El estudio de la Historia debería de tener como meta, no el crear mentalidades y opiniones, sino el dar a conocer el pasado y explicarlo para hacer inteligible el presente y facilitar la construcción racional del futuro. Esa es su importancia y responsabilidad en la sociedad.

Estas cuestiones, propias de cualquier estudio historiográfico, se hacen aun más evidentes y manifiestas cuando se trata la guerra civil española. A pesar del tiempo transcurrido, el tema sigue levantando pasiones, estirando tensiones y generando serios apasionamientos.

Es esta una cuenta pendiente que demuestra la enorme incapacidad e inmadurez que en este país tenemos para enfrentarnos a nuestro pasado, un pasado, como en este caso, no tan lejano. En estos tiempos que corren, en los que tanto se habla de memoria histórica (no deja de ser, cuando menos sospechoso, que hasta la memoria tenga que ser legislada), y en los que unos y otros agitan las mismas banderas y gritan las mismas consignas que tantos y graves problemas han creado a lo largo de nuestra Historia, se hace necesario fomentar y desarrollar un espíritu crítico por encima de partidismos e intereses de grupo que sólo buscan mantenerse o hacerse con el poder a toda costa, y que para ello, desarrollan un comportamiento irresponsable y siguen fomentando un borreguismo, una alienación, una pasividad social y un pensamiento único que puede beneficiar mucho a sus intereses particulares, pero poco a los intereses generales.

Y para ello hay que mirar al pasado de frente, saber de donde venimos, el coste que ha supuesto llegar hasta donde nos encontramos y mantener una postura consciente y activa con la realidad que nos rodea, que nos influye, nos condiciona y de la que irremediablemente formamos parte.

Es aquí donde los historiadores y las historiadoras, sus trabajos e investigaciones, las universidades y de más foros y ámbitos de estudio, pueden y deben hacer mucho. Por que es éste el verdadero sentido del estudio de la Historia (de la más cercana y actual a la más antigua y alejada en el tiempo), constituir una autentica herramienta que sirva de utilidad a las diferentes sociedades, a la sociedad en su conjunto, y no ser un mero instrumento creador de opiniones y mentalidades al servicio de tal o cual grupo; falto de libertad; que se autocensura; más pendiente de decir lo políticamente correcto y de no perder su puesto en un pobre y, en ocasiones, patético escalafón, que de pasar a un activismo, a un autentico compromiso con el presente que vivimos y con el pasado del que venimos, para ir poniendo las bases que permitan construir un futuro aceptable y positivo para todos y todas.

Entender cómo una sociedad puede llegar a enfrentarse en una cruenta guerra civil de tres años, requiere análisis, reflexiones y estudios serios y responsables. No vale reducirlo todo a un discurso de buenos y malos, de mejores y peores. Tampoco sirve el relativismo simple y facilón de “todos fueron iguales”. La guerra civil fue el desenlace final de un complicado proceso político, económico y social que sufrió España durante décadas. Un proceso que puede y debe ser analizado desde múltiples perspectivas.

En poco más de un siglo (desde la muerte de Fernando VII en septiembre de 1833, hasta julio de 1936), se produjeron en España: 11 cambios de régimen, 3 destronamientos de reyes, 4 atentados contra monarcas, 2 destierros de regentes, 2 Repúblicas (la primera de once meses, con 4 presidentes), 2 dictaduras, 8 Constituciones, 109 Gobiernos (uno cada once meses) y 4 Presidentes del Consejo de Ministros asesinados.

El siglo XIX supuso para España la completa pérdida del Imperio, cinco guerras civiles, cuarenta pronunciamientos liberales y cuatro absolutistas, decenas de regímenes provisionales y un número de alzamientos y revoluciones muy próximo a los dos mil, además de la primera guerra de Marruecos (1859-1860) y una humillante derrota militar contra EEUU, que supuso el colofón para que en las esferas internacionales España fuera vista como una vieja potencia derrotada y en decadencia.

Con la excusa de recuperar su prestigio perdido (aunque las causas reales fueron los intereses económicos de ciertos grupos de poder, con el rey Alfonso XIII a la cabeza) el país se introdujo en una nueva aventura colonial, esta vez en el norte de África. Mientras España, literalmente se desangraba en la guerra del Rif (1909-1926), en el interior las tensiones sociales, políticas y económicas sumían al país en un estado de crisis permanente. Las oligarquías y élites tradicionales, a las que se había sumado una nueva y pujante alta burguesía, no estaban dispuestas a ceder el más mínimo de sus privilegios. A la par, surgía un movimiento obrero fuerte y organizado que, de la mano del anarquismo, se convertiría en el sindicalismo más activo y combativo de toda Europa. La patronal y autoridades respondieron a las huelgas con una represión salvaje y con lo que se conoció como pistolerismo (léase terrorismo de Estado, al que los anarcosindicalistas respondieron con la misma moneda), que causó cerca de 300 muertos en apenas dos años (algunos días, los muertos no cabían en los depósitos de cadáveres).

Los datos son esclarecedores. En 1931, año en el que se proclama la Segunda República, la mitad de la población española (España tenía entonces 24 millones de habitantes) era analfabeta, y existían 8 millones de pobres. La mitad de la riqueza del país estaba concentrada en las manos de 20.000 personas. En el campo existían 2 millones de campesinos sin tierras, mientras provincias enteras pertenecían a una sola familia.

La Iglesia contaba con un enorme peso y poder en la sociedad española. Una Iglesia que durante generaciones había ido forjando una imagen de enemiga de clase para importantes sectores de la población. Al comienzo de la década de 1930, existían en España 20.000 frailes, 31.000 curas, 60.000 monjas y más de 5.000 conventos. El patrimonio del clero era incalculable.

La institución militar, tras siglos de un gran protagonismo en la sociedad española, pasó a sufrir un desprestigio cada vez más latente. Tras la perdida de las últimas colonias y el final de las campañas en África desapareció la amenaza de un enemigo exterior, y por tanto, el mantenimiento de la estructura militar se volvió problemática y conflictiva. El Ejército contaba con 15.000 oficiales, de los cuales, 800 eran generales (1 oficial por cada 6 hombres y 1 general por cada 100 soldados). Un Ejército anticuado y obsoleto, una superestructura costosa de mantener que veía perder a marchas forzadas su prestigio e influencia en la política española. En su seno pronto surgieron las divisiones, unas divisiones que eran fiel reflejo de las tensiones que sacudían al país.

Los radicalismos se extendieron por toda la geografía nacional. España entró en una imparable polarización que, cada vez más, obstaculizaba un posible entendimiento entre las diferentes posturas. La violencia se convirtió en un método cotidiano para resolver diferencias, y la sangre siguió corriendo como preludio de la enorme hecatombe hacia la que se dirigían los españoles.

Por si todo esto no era suficiente, el panorama internacional vino a complicar aun más las cosas. Las potencias europeas, incapaces de solucionar sus disputas de una forma pacífica o diplomática, se vieron inmersas en una guerra como nunca antes se había visto: la Primera Guerra Mundial (1914-1918), cuyas consecuencias dejarían el campo abonado para una contienda de proporciones apocalípticas (la Segunda Guerra Mundial, 1939-1945). El triunfo de la Revolución Rusa (1917) dejó claro el riesgo que el socialismo (en sus múltiples familias) suponía para los regímenes capitalistas occidentales. La crisis económica que estalló en 1929 destapó todas las contradicciones y tensiones internacionales. La lucha de clases adquirió niveles peligrosos y como contrapartida se produjo el ascenso de los fascismos, que convirtieron en regímenes totalitarios a importantes países europeos. En Europa, una vez más, sonaban tambores de guerra y las potencias comenzaron a dividirse en bloques.

Mientras, en España las pasiones se desatan. La conflictividad social y política se hace endémica y la convivencia resulta cada vez más complicada. Los dirigentes políticos de uno y otro signo, una vez más, demuestran una enorme irresponsabilidad, echando leña a un fuego cada vez más intenso e incontrolado.

La “gimnasia revolucionaria” de los libertarios, la “dialéctica de los puños y las pistolas” de los falangistas, la verborrea radical de los socialistas, el dogmatismo político de los comunistas, las reformas decepcionantes e insuficientes de los republicanos, el fundamentalismo religioso de la Iglesia, el reaccionismo estéril de las derechas, los militares “salvapatrias”, la brutalidad represiva de las Fuerzas de Seguridad, el discurso hostil de la prensa…

Todo ello sumado al uso de la violencia por los unos y por los otros, a la existencia de más de 30.000 presos políticos en las cárceles, a importantes episodios revolucionarios e insurrecciónales por toda España, y a un rosario interminable de muertos, arrastró a España a un callejón sin salida en el que las diferencias acabaron resolviéndose en una guerra abierta. Una guerra civil que sumió al país en la mayor tragedia de su Historia reciente. Una tragedia cuyas consecuencias, terminada la contienda, habrían de sufrirse aun durante cuarenta años. Cuarenta años de división, de represión, de miedo. Una ruptura profunda cuyos ecos aun resuenan en el presente.

Resulta paradójico que en el Artículo 6 de la Constitución de la República Española de 1931 podamos leer: “España renuncia a la guerra como instrumento de política nacional”. Es una pena que estas buenas intenciones, como tantas veces ha sucedido a lo largo de nuestra Historia, quedase en papel mojado y, apenas cinco años después, la guerra campara a sus anchas por todo el país con sus desastres y desgracias.

Ser capaces de entender ese pasado reciente del que venimos, asumirlo, sacar conclusiones, adoptar decisiones y posturas valientes, sinceras y constructivas respecto a él, es una asignatura pendiente que todavía no hemos sido capaces de superar. Políticos, investigadores, periodistas y de más creadores de opinión, salvo honrosas excepciones, siguen demostrando una irresponsabilidad, cuando no una maliciosa ignorancia, que resulta triste e insultante.

Las páginas de la Historia están ahí para ser leídas, aunque algunas de sus páginas resulten molestas y desagradables. Sólo entonces podremos empezar a pensar en pasar hoja.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía: "Duelo a garrotazos" (Francisco de Goya).