sábado, 21 de noviembre de 2009

59) Ataque sobre La Cañada


ATAQUE SOBRE LA CAÑADA

El día 16 de diciembre de 1936, tras varias jornadas en las que la niebla había complicado seriamente las operaciones militares, las Columnas al mando de Varela atacan en el sector de Boadilla del Monte, consiguiendo ocupar este pueblo y continuando su avance hacia Majadahonda (ver el apartado de este blog “OBJETIVO BOADILLA” ).

El Mando de la Defensa envía rápidamente tropas para cerrar la brecha abierta por el enemigo. Al Norte de Boadilla se sitúa la XI Brigada Internacional, mientras varios batallones de la XII B. I. se colocan al Oeste de Majadahonda. Al mismo tiempo, dos compañías de ametralladoras, un batallón de la IV Brigada, los hombres de “El Campesino” y varios carros se establecen en plan defensivo en la zona de El Plantío-Bosque de Remisa, para evitar una posible progresión de los atacantes hacia la carretera de La Coruña.

Tras varios días de forcejeos, caracterizados por la aparición de la niebla, las tropas de Varela detienen su presión, manteniendo sólo Boadilla del Monte y Villanueva de la Cañada, que había sido ocupada el día 19 por los escuadrones de Monasterio sin demasiada dificultad.

Las condiciones meteorológicas imponen una pausa a ambos contrincantes, lo que será aprovechado por unos y otros para reorganizar sus fuerzas. Ha llegado la Navidad, pero en los campos de batalla ésta apenas se hace notar. Salvo algunos mensajes de felicitación a los soldados por parte de los mandos la guerra continúa su imparable ritmo.

El Estado Mayor de la Defensa de Madrid no puede parar en su actividad organizativa. Son ya muchos los momentos críticos que ha sido capaz de superar, pero el enemigo no parece estar dispuesto a disminuir su presión. La lucha por la capital no permite el más mínimo descanso.

Organizar y combatir, esta es la idea que obsesiona al general Miaja y a su Jefe de Estado Mayor, Vicente Rojo. No vale sólo con resistir los embates del enemigo, hay que actuar ofensivamente. Es imprescindible que las tropas republicanas tomen la iniciativa.

De esta manera, se proyecta una operación de envergadura para el día 29 de diciembre. El objetivo es atacar por sorpresa la línea Villanueva de la Cañada-Brunete, rompiendo el frente y arrebatando al enemigo un estratégico punto de comunicaciones. Pero a la vez, se trata de lograr alguna clara victoria táctica y militar. La conquista (o reconquista) de dos pueblos supondría un buen reforzamiento para la moral, tanto de los combatientes, como de la retaguardia.

Para dirigir la operación se elige al Jefe de la XI Brigada Internacional, Hans Kahle. Hans, nacido en Alemania en 1899, tenía formación militar y había participado en la Primera Guerra Mundial como oficial del Ejército del Kaiser. Finalizada la contienda se incorporó activamente a la militancia revolucionaria, participando en el movimiento espartaquista e ingresando en el Partido Comunista Alemán (KPD). El ascenso del nazismo le obligó a exiliarse (Suiza, Francia), pero su activismo político continuó con igual intensidad, convirtiéndose en delegado del Komintern (Internacional Comunista dirigida por los soviéticos). El estallido de la guerra civil española le animó, como a tantos otros antifascistas, a tomar una postura activa en la misma. Su formación militar hizo que se convirtiera en uno de los Jefes de las Brigadas Internacionales. En la defensa de Madrid adquirió un gran prestigio, y continuó luchando por la Republica hasta 1938, ocupando importantes puestos de mando y participando en muchas de las grandes batallas. Falleció en Alemania, el 1 de septiembre de 1947.

Como señalábamos, a finales de diciembre de 1936, Hans Kahle recibe la orden de dirigir el ataque sobre Villanueva de la Cañada-Brunete. La acción se fija para el día 29 y en las “Directivas ordenadas por el Estado Mayor de la Defensa” podemos leer:


1) OBJETO DE LA OPERACIÓN: Apoderarse por sorpresa, de noche, de Brunete y Villanueva de la Cañada, capturando prisioneros y material, y dominando las comunicaciones para atraer sobre Brunete las reservas enemigas que operan al sur de Boadilla.

2) FUERZAS: Un Batallón de la XI Brigada (alemán). Un Batallón de fuerzas seleccionadas de la Columna Barceló. Una Sección móvil de Artillería. Un Escuadrón de Caballería. Una Compañía de Guerrilleros de la XII Brigada. Y tres carros blindados.

3) BASE DE PARTIDA: Para las fuerzas de la XI Brigada: Romanillos. Para las fuerzas de la Columna Barceló: Villanueva del Pardillo.

4) MANIOBRA: Las columnas partirán de sus bases con la anticipación suficiente para caer sobre sus objetivos hacia las 4:00 o las 4:30 h de la madrugada. Avanzarán conducidas por guías del país o por patrullas que hayan realizado los reconocimientos de noche en los días precedentes. Avanzarán con precaución para no ser descubiertos cayendo por sorpresa sobre los pueblos respectivos envolviéndolos y cerrando las comunicaciones. Una vez ocupados los pueblos se asegurará el lindero y el dominio de las comunicaciones utilizando preferentemente las armas automáticas.

Caso de ser contraatacadas fuertemente, no se empeñarán en un combate de desgaste, replegándose ordenadamente por el itinerario más corto sobre sus respectivas bases.

La Caballería marchará con la columna que ha de sorprender a Villanueva de la Cañada y una vez ocupado este pueblo cubrirá con un pequeño destacamento la carretera de Quijorna. El resto establecerá enlace entre Villanueva de la Cañada y Brunete y, una vez reconocido este itinerario, operará sobre la carretera de Brunete a Villaviciosa para dominar el puente sobre el Guadarrama y evitar, mediante el fuego, la llegada de reservas.

Complemento del avance sobre Brunete y por si fuese necesario proteger el repliegue del Batallón alemán, fuerzas seleccionadas del Batallón de “El Campesino” avanzarán en dirección sur hacia la Casa del Monje, tratando de dominar, cuando menos por el fuego, la carretera de Boadilla a Brunete.

El Mando apreciará si, como consecuencia de los movimientos de fuerzas que realice el enemigo, procede o no el ataque del núcleo principal de fuerzas del sub-sector de Majadahonda por la región Este de Boadilla, con cuyo objeto dichas fuerzas, a partir de las 7:00 h, se hallarán en disposición de ser empleadas por el General Luckas.

5) ARTILLERÍA: La Sección volante participará en el golpe de mano marchando a la región de Villanueva del Pardillo en la noche de hoy y continuará a Villanueva de la Cañada, una vez ocupado este pueblo. La Batería de la Brigada XI, desde asentamientos al Sur del Km. 4 de la carretera de Majadahonda a Villanueva del Pardillo, se mantendrá en vigilancia para apoyar, caso necesario, a las fuerzas que ocupen Villanueva de la Cañada y Brunete.

El resto de la Artillería emplazada en el sub-sector se hallará en vigilancia para contrarrestar cualquier contraataque enemigo en el frente comprendido entre el Guadarrama y Húmera.

6) MEDIOS SUPLEMENTARIOS: A la columna que parte de Villanueva del Pardillo: 12 camiones. A la Compañía de guerrilleros: 20 coches ligeros. Al Puesto de Mando de la XI Brigada: cartuchos de señales luminosas y medios de transmisión para prolongar el eje telefónico hasta Romanillos.

7) MANDO DE LAS FUERZAS: Lo ejercerá el Teniente Coronel Hans de todas las fuerzas que realicen la operación proyectada sobre Villanueva de la Cañada y Brunete.

En la noche del día 29 de diciembre las fuerzas republicanas inician la marcha hacia sus objetivos. Las que se dirigen hacia Brunete, mandadas por el italiano Nino Nanetti, se desorientarán entre los encinares, llegando a Brunete ya de día. Logran alcanzar las primeras casas del pueblo, pero han perdido el factor sorpresa y no consiguen progresar más.

Por su parte, las tropas cuyo objetivo es ocupar Villanueva de la Cañada, consiguen eludir la vigilancia enemiga y atacan cuando aun no ha amanecido. Los defensores son sorprendidos y se inicia una intensa lucha callejera. El pueblo es ocupado casi en su totalidad por los republicanos, pero un grupo de defensores se hace fuerte en el interior de algunas casas y en la torre de la iglesia. El duelo continuará durante varias horas. Desde Quijorna, los franquistas envían un batallón para socorrer a sus compañeros sitiados en el interior de Villanueva de la Cañada, pero la artillería republicana imposibilita su avance.

La mañana transcurre. Brunete resiste y Villanueva de la Cañada no termina de ser ocupada por completo. Aunque los refuerzos enviados por los franquistas desde Quijorna han sido detenidos por la eficaz acción de la artillería republicana, las cosas no se están desarrollando como debieran. A las 14:00 h del día 30 de diciembre, el Alto Mando da la orden de volver a las bases de partida, desarrollándose el repliegue sin mayor percance.

El intento republicano por romper el frente enemigo ha fracasado, pero las tropas implicadas en la operación, en líneas generales, se han comportado bien. Hans Kahle será felicitado personalmente por Vicente Rojo y se alabará también la conducta de Nino Nanetti.

A pesar de no haberse logrado los objetivos, la prensa republicana se hará eco de las acciones desarrolladas, presentándolas como un gran éxito de las Fuerzas de la Defensa. Algunos ejemplos son:

Sobre esta operación contamos con otro testimonio interesante. Se trata de la opinión que Mijail Koltsov escribió en su “Diario de la guerra española” (Akal Editor, Madrid, 1978, p. 313). Kolstov (cuyo verdadero nombre era Mijail Fridliand), oficialmente se encontraba por aquellas fechas en España como corresponsal del periódico soviético “Prauda”, pero a la vez desarrollaba una poco clara labor de comisario y consejero político al servicio de la URSS. Su figura y su actuación en suelo español darían suficiente juego como para dedicarle un blog entero. En dicho “Diario”, el 30 de diciembre de 1936 recoge la siguiente reflexión:

“Ayer y hoy los madrileños intentaron una ofensiva para tomar Brunete y Villanueva de la Cañada. Participaban las unidades de la que fue columna Barceló y dos batallones de la XI Brigada Internacional. Fue acordado atacar a los fascistas de noche. Pero las unidades se pasaron la noche deambulando por el bosque, se desorientaron y cuando entraron en combate eran las nueve de la mañana y estaban bastante agotadas. Pero irrumpieron en Villanueva de la Cañada y tomaron casi todo el pueblo. Si hubieran proseguido el combate, tal vez habrían logrado tomar Brunete; no sé por qué, hoy se dio la orden de cesar la operación. (…) Estoy totalmente convencido de que si la operación se hubiera prolongado un par de días, Brunete se habría tomado sin gran dificultad.”

Como vemos, uno de los primeros intentos republicanos por tomar la iniciativa durante la batalla de la carretera de La Coruña, no alcanzaba el resultado esperado, pero dejaba buena impresión sobre las posibilidades de acción que algunas unidades mostraban. No hay que olvidar que en los frentes de Madrid, a la vez que se combatía sin tregua, se estaba procediendo a la organización del futuro Ejército Popular de la República, convirtiendo las heterogéneas milicias en auténticas unidades tácticas.

Brunete (que había sido ocupado por los franquistas el 30 de octubre de 1936), Villanueva de la Cañada, Quijorna, Villanueva del Pardillo, eran pueblos cuyos nombres comenzaron a sonar durante los combates de la batalla de la carretera de La Coruña (nov. 36/ene. 37), pero sería unos meses después, concretamente en julio de 1937 (Batalla de Brunete), cuando todo el peso de la guerra caería sobre ellos. La destrucción que estos pueblos sufrieron fue de tal magnitud que, finalizada la contienda, hubieron de ser reconstruidos casi por completo a través de un plan con el explícito nombre de “Regiones Devastadas”.

En los alrededores, aun son abundantes los restos de aquel pasado bélico.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía 1) Hans Kahle.
Fotografía 2) Villanueva de la Cañada, 1937.

Documentación procedente del AGMA

martes, 17 de noviembre de 2009

58) Bajo nuestros pies


BAJO NUESTROS PIES

Arroyos, barrancos, lomas y cerros. Tierras de cultivo, caminos, bosques y roquedos.

En torno a los grandes núcleos urbanos que se han ido formando en el noroeste de Madrid en las últimas décadas, permanece un paisaje alternativo y distinto, como reminiscencia de un pasado que se resiste a desaparecer, pero que, lamentablemente, parece tener los días contados.

El asfalto, el ladrillo y el cemento, poco a poco, van ganando la partida. Nos roban el paisaje, nos transforman el entorno del que formamos parte. Muchos de los espacios que conocí en mi infancia, sobreviven sólo en mi recuerdo. Las calles, los edificios, los parques y jardines de ayer, son casi irreconocibles en el presente. Una constante mutación que nos rodea y afecta sin que parezca que se pueda hacer nada por evitarlo.

La modificación del paisaje es otra forma de desmemoria, de olvido, de amnesia generalizada. En algunos sitios donde hasta no hace mucho tiempo podían contemplarse unos atardeceres estupendos, hoy sólo vemos tejados y muros de ladrillo visto. Agradables zonas por las que antaño se podía pasear entre retamas y encinas, son ahora urbanizadas avenidas donde proliferan grandes edificios empresariales de cristal y aluminio.

Todo cambia, nada permanece. ¡¿Qué decir de los escenarios de la guerra civil?!

En pocos años, al ritmo que se viene desarrollando esta metamorfosis paisajística, no quedará prácticamente ninguna referencia que permita un encuentro in situ con la Historia. Lo que fueron campos de batalla, líneas de frente, centros de resistencia, observatorios o puestos artilleros, van cayendo uno a uno bajo las palas excavadoras, portadoras del progreso y la modernidad.

La vida, la Historia… no se detienen. Continúan su imparable ritmo, día a día, año a año, generación tras generación.

A mi me gusta, siempre que puedo, salir al encuentro de esos lugares que, con mejor o peor fortuna, aun resisten los embates del tiempo. Pequeños espacios que todavía mantienen parte de su fuerza, de su magnetismo, de su personalidad.

Hace unos setenta años, en la tierra que hoy se extiende bajo nuestros pies, se entablaron crudos combates, peleas a muerte y acciones desesperadas por el control del territorio. Tras las grandes batallas, los hombres cavaron trincheras y construyeron sólidos fortines con los que agarrarse al terreno. Comenzó así, una dura guerra de posiciones, donde la muerte siguió rondando a quienes se vieron inmersos en ella.

Muchos de aquellos combatientes quedaron para siempre en este lugar. En el fragor y las prisas de la lucha, sus cuerpos fueron precariamente enterrados por compañeros o extraños. Sepultados para siempre en el mismo campo de batalla en el que cayeron.

A pesar de los múltiples cambios y transformaciones, los restos y huellas de aquella guerra siguen apareciendo, integrados ya en el paisaje. A lo largo de múltiples paseos por el noroeste de Madrid, he podido toparme con multitud de ellos. Algunos, como los fortines, son evidentes y visibles para cualquiera que pase a su lado. Otros, son más difíciles de detectar, pero también pueden aparecer a la vista del observador atento: balas, vainas, peines, metralla… que evidencian que aquí, no hace tanto tiempo, hubo una guerra.

Junto a los restos materiales permanece otro tipo de presencia. Una presencia no tan palpable pero manifiesta para quienes cuentan con datos e información sobre lo que se vivió en estos lugares. Se trata de la que proporciona el paisaje, el entorno, la vista. La lectura de libros, de documentos, de memorias… proporciona datos concretos sobre episodios del Pasado. Acudir a los escenarios de ese Pasado con algo de información sobre él, hace que contemplemos las cosas desde otra perspectiva y podamos mirar y sentir de forma diferente.

A pesar de la desaparición o destrucción de bastantes lugares o de que otros muchos sean víctimas de todo tipo de vertidos incontrolados, todavía podemos acercarnos a espacios verdaderamente evocadores.

Se ha escrito y publicado mucho sobre la guerra civil, pero ningún libro es capaz de igualar el coctel de emociones y sentimientos que supone acudir a los escenarios bélicos. Unos escenarios marcados para siempre por la Historia que en ellos se vivió. Una Historia que late bajo nuestros pies, nos rodea y envuelve cada vez que nos acercamos a ellos, estableciéndose cierto tipo de complicidad.

Al menos mientras la destrucción y el olvido no los alcance del todo.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía: Las Rozas, enero de 1937. Combatientes republicanos se dirigen hacia las líneas de fuego. Tras ellos, las tumbas de compañeros caídos en el combate. Sus cuerpos, como los de tantos otros de uno y otro bando, descansan para siempre bajo esta tierra.

viernes, 13 de noviembre de 2009

57) Enmendando errores



ENMENDANDO ERRORES

En los últimos años, el interés por los restos de la guerra civil está experimentando un auge considerable. Cada vez somos más las personas que sentimos curiosidad por conocer esta parte de nuestra Historia.

Pasear por los antiguos campos de batalla, recorrer olvidadas líneas de frente, visitar fortines y trincheras, son actividades sugerentes y atractivas que, muchas veces, llevan aparejado el querer comprender e interpretar lo que vemos, adentrándonos en el estudio de lo que sucedió en esos lugares. Pero esto, no siempre resulta sencillo.

Como ya hemos señalado en otros apartados de este blog, los estudios serios sobre la guerra civil en el noroeste de Madrid no son demasiado abundantes. Si nos centramos en las grandes batallas desarrolladas en la zona, la verdad es que podríamos quedarnos con tan sólo cuatro o cinco libros de referencia. Son éstos, grandes trabajos de estudio e investigación, pero fueron publicados hace ya varias décadas y, aunque hasta la fecha no han sido superados por ningún otro trabajo, lo cierto es que están ya muy exprimidos y no dejan de presentar ciertas limitaciones.

Respecto a las líneas de frente establecidas tras dichas batallas, y al como se desarrolló la guerra en ellas, los estudios con los que contamos son más recientes, pero a pesar de haber aparecido algunas muy buenas aportaciones, en general, son también muy escasos y queda mucho trabajo por hacer.

En definitiva: que no resulta sencillo adentrarse en un estudio y conocimiento profundo de la guerra civil en el noroeste de Madrid, prevaleciendo un buen número de dudas, preguntas e interrogantes al respecto. Este vacío de información, unido al creciente interés que la guerra civil despierta en cada vez más número de personas, a veces provoca que, allí donde faltan datos, éstos se inventen. En ocasiones se construyen teorías e interpretaciones sin ningún fundamento, presentándose como ciertas, cosas basadas en meras impresiones o fantasías.

Con frecuencia no se contrasta la información ni se comparan las fuentes. Los errores y equivocaciones se transforman en verdades. Falsas verdades que a base de repetirse una y otra vez se terminan aceptando como reales sin mayor complicación.

No todo lo que está publicado o aparece en Internet tiene porque responder a la realidad. Lo mismo se puede decir de los testimonios orales, los recuerdos, etc. La memoria, muchas veces, es engañosa y, sobretodo, no suele ser nada objetiva.

Son varios los ejemplos que podría presentar al respecto, pero voy a centrarme sólo en uno. Elijo este caso porque son ya muchas las veces que me he encontrado con este error, tanto en conversaciones, como en cosas publicadas en Internet. Se trata de la interpretación que, cada vez con más frecuencia, se da a un monumento existente en la actual carretera del Plantío (que, durante la guerra, constituía un tramo de la carretera de La Coruña). Dicho monumento consiste en una especie de monolito, levantado en memoria de Don Luís Blanco Aguirre, capitán del Cuerpo de Ingenieros.

Es mucha la gente que relaciona a este militar con la guerra civil, presentándolo como uno de los caídos del bando franquista durante los combates de enero de 1937. La verdad es que, para los que sentimos interés por el tema, la idea resulta sugerente. Tan sugerente y atractiva que se ha terminado por aceptar como cierta. Pero de cierta no tiene nada.

Don Luís Blanco Aguirre nació en Bilbao, el 8 de junio de 1884. Ingresó en la Academia Militar a la edad de catorce años y en 1904 alcanzó el grado de teniente. Prestó servicios en Telégrafos, en las Comandancias de Tenerife y de Gran Canarias. En 1910 ascendió a capitán y fue destinado al Centro Electrotécnico y de Comunicaciones y nombrado profesor de la Escuela Práctica de Automóviles.

El viernes 13 de octubre de 1911 fue un día fatídico. Al regreso de unas prácticas en Villalba, el vehículo conducido por el capitán Blanco, que iba acompañado por otros cuatro militares, sufrió un trágico accidente en el kilómetro 15 de la carretera de La Coruña. Don Luís Blanco Aguirre murió en el acto y otros tres oficiales resultaron con heridas leves. El capitán Blanco, que en aquel momento contaba 27 años, recibió sepultura en la Sacramental de San Justo, en Madrid, y su fallecimiento causó una gran conmoción entre sus compañeros de armas, haciéndose eco del suceso diversa prensa de la época. Un ejemplo es el ABC publicado el sábado 14 de octubre de 1911, en cuya página 6 aparece una referencia muy completa del accidente. Los interesados pueden consultarlo pinchando aquí.

Como podemos comprobar, Don Luís Blanco Aguirre falleció, nada más y nada menos que veinticinco años antes de que estallase la guerra civil española, sin embargo, es mucha la gente que, sin fundamento de ningún tipo, cree, e incluso asegura, que el capitán Blanco fue uno de los oficiales franquistas caídos durante la batalla de la carretera de La Coruña. Una invención o un error que se repite una y otra vez hasta que se acepta como real.

Lo que no puedo asegurar es si, el monumento en cuestión, fue levantado por los familiares y amigos del capitán o a iniciativa del Ejército, ni tampoco desde que momento se encuentra en el lugar que hoy ocupa. Pero espero que lo aquí expuesto sirva de pequeña contribución para enmendar este error, cada vez más extendido entre algunos aficionados y aficionadas a la guerra civil en el noroeste de Madrid.

Es normal cometer equivocaciones, por ello se debe de tener cuidado con las informaciones y fuentes que manejamos y procurar, dentro de lo posible, contrastar y comparar los datos. Sería gracioso que se termine aceptando que el monumento de la carretera de El Plantío se levantó en memoria de un oficial franquista y que con la nueva “Ley de la Memoria Histórica” en la mano, alguien solicite su retirada.

El atractivo que va suscitando la guerra civil provoca que algunos quieran ver huellas y restos de la misma en todas partes, y eso es un error. Ni todos los restos de hormigón son fortines, ni cualquier trozo de metal oxidado es metralla, ni un desconchón en una fachada tiene porque ser un impacto de bala. Tampoco todas las calles o monumentos dedicados a militares tienen porque estar relacionas con la guerra civil. Haberlos los hay (de momento), pero no se puede perder la perspectiva y la medida de las cosas. Más que nada, para no volvernos locos y locas del todo.

Hallar datos y referencias sobre el capitán Blanco no ha sido fácil. Sin la ayuda del investigador Jacinto Arévalo y de Don Carlos Zamorano, del Instituto de Historia y Cultura Militar de Madrid, habría sido aun más complicado. A los dos mi agradecimiento.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía 1): Monumento en memoria del capitán Don Luís Blanco Aguirre, con el escudo de ingenieros en la base (JMCM)
Fotografía 2): Inscripción que aparece en el monumento. Muy deteriorada, lo que ha dado pie a las especulaciones (JMCM)
Fotografía 3): Necrológica de Don Luís Blanco Aguirre aparecida en una revista militar de la época.

sábado, 7 de noviembre de 2009

56) Tormentas de metal y fuego



TORMENTAS DE METAL Y FUEGO

En el siglo XIV, un nuevo arma hacía su aparición en Europa: el cañón. Aunque al principio su uso no pareció demasiado impresionante, pronto iba a demostrar su verdadero potencial bélico. Parece ser precisamente España el lugar en el que tenemos primeramente documentada la utilización de estos ingenios. De la mano de los árabes, las armas de fuego y el uso de la pólvora para fines militares se introdujo en Europa. Algunas fuentes hablan de su utilización en Orihulela, en 1331, y se sabe con seguridad (“Crónicas de Alfonso XI”) que en el asedio de Algeciras de 1342 se emplearon cañones.

La palabra cañón procede del griego kanun, que significa “tubo”. Los primeros modelos de esta arma se fabricaron en latón y en diversos tipos de bronce, pero pronto se hizo evidente que el hierro fundido era el mejor material para ellas. Primitivas, poco eficaces, y difíciles de transportar, su empleo resultaba tan peligroso para el que las usaba como para el enemigo (en ocasiones, la pieza no resistía la presión de los gases y, literalmente, “el tiro salía por la culata”) y su eficacia era más bien psicológica, recibiendo el nombre de “Trueno de Fuego”.

A partir del siglo XV los cañones, cuyo manejo se extiende rápidamente por toda Europa, se van haciendo más efectivos y eficientes. Pero sus limitaciones seguían siendo muchas. El modelo más característico, la bombarda, consistía en un gran tubo de hierro forjado colocado sobre un soporte de madera. La puntería se ajustaba a ojo, utilizando cuñas para calzarlo, y sus proyectiles, macizos, pesaban una media de 136 Kg. (aunque los había mucho más pesados). Su manejo era muy lento, no alcanzando más de 10 disparos al día. Se empleaba exclusivamente como arma de asedio, para abrir brecha en las murallas, lo que a la larga, supondría el declive de los castillos medievales y una auténtica revolución en la arquitectura de fortificación.

Hacia 1700, como resultado de complejos estudios y avances científicos, el cañón experimentó un auge espectacular. Se introdujo el rayado helicoidal, consistente en un tallado de la cara interna de las paredes del cañón, lo que proporcionaba al proyectil una rotación sobre su eje para estabilizarlo. Al ser disparada la pieza, las estrías en el ánima del cañón hacen que el proyectil adquiera un movimiento de rotación, lo que facilita la penetración del mismo en las capas del aire. Se contrarrestan así, las fuerzas que frenan al proyectil (resistencia del aire y gravedad de la tierra), obligándolo a mantenerse de tal forma que incida de punta en el blanco. El tipo de estrías varía en función del calibre.

Con el tiempo, las piezas de artillería fueron siendo cada vez más prácticas y manejables y se diseñaron modelos en función de su uso (artillería de campaña, naval, de asedio…). También van apareciendo nuevos tipos de munición, destacando las de tipo explosivo.

Poco después de las guerras napoleónicas aparece el obús que, básicamente, se diferencia del cañón en las posibilidades de su trayectoria: tendida y directa para el cañón, curva e indirecta para el obús.

En el siglo XIX, gracias a las técnicas modernas de fundición de acero, la artillería experimentará una verdadera revolución. Será ahora cuando aparezca la carga por la parte trasera de la pieza y se diseñen nuevas formas de encapsular la munición, lo que permitió una mayor potencia y alcance de la misma. En 1897 aparece el primer cañón con el retroceso controlado por un sistema hidráulico.

Todos estos avances técnicos hacen que para la Primera Guerra Mundial, la artillería sea el arma más temible y destructiva. La artillería se divide en dos tipos: Ligera y Pesada, en función de que su calibre fuese inferior o superior a 105 mm. La munición experimentó un desarrollo impresionante, apareciendo bombas explosivas, incendiarias, de fragmentación, etc. y algunos modelos de cañón alcanzarían proporciones titánicas, como los gigantes construidos sobre raíles (El llamado “Berta” alemán, disparaba sobre París a más de 100 Km. de distancia).

Según los estudios realizados por los investigadores J. M. Manrique y L. Molina y publicados en su libro “Las armas de la Guerra Civil Española” (La Esfera de los Libros. Madrid, 2006), las plantillas artilleras del Ejército español en 1936 sumaban, aproximadamente, un total de 1.220 cañones y obuses de campaña, montaña, costa, antiaérea y acompañamiento de Infantería. Las importaciones de material de artillería realizadas durante la guerra son difíciles de precisar, pero deben de contarse por miles de piezas, si bien es cierto que la calidad de éstas varió mucho, siendo muy superior el material que los sublevados recibieron de sus aliados italianos y alemanes.

España se convirtió en el campo de pruebas perfecto en el que experimentar y probar todo tipo de artillería: de campaña, de costa, antiaérea, de montaña, antitanque, de trinchera, naval…

La acción de la artillería resultaba básica, pero para una verdadera eficacia, ésta debía de colaborar estrechamente con la Infantería. El “Reglamento de Grandes Unidades”, vigente en España al iniciarse la contienda, en lo referido a la táctica de la artillería de campaña decía:

“El comandante de Artillería de una División tiene a sus órdenes el conjunto de la Artillería de ésta, a excepción de las fracciones puestas transitoriamente a disposición de las Unidades de Infantería, constituye Agrupaciones con las mismas y les da misiones, indica las zonas de posiciones y de observatorios, y dirige su combate; también dirige el servicio de municionamiento de la División (…) La misión general de la Artillería divisionaria es la de preparar y acompañar con sus fuegos, y proteger el avance de la Infantería, mediante los tiros de preparación, de apoyo directo y de protección. (…) Para responder a tales misiones, el general de la División repartirá normalmente su Artillería en las dos facciones siguientes:

• De apoyo directo, cuyos fuegos deben de acompañar a la Infantería lo más cerca posible. (…) La pieza de apoyo directo es la ligera campaña y montaña (…) y debe caracterizarse por su rapidez de tiro.

• De acción de conjunto, para reforzar el apoyo directo cuando sea preciso tiros de protección durante los ataques y cumplir, dentro de su alcance, todas las misiones de contrabatería y tiros de prohibición, cuando por excepción, no se realicen por la Artillería del Cuerpo de Ejército (…)

Para apoyar el ataque necesita la Artillería mantener un íntimo enlace con la Infantería (…) y, para hacerlo efectivo, emplea observatorios, destacamentos de enlace, aeroplanos y toda clase de elementos de transmisión; la Infantería coopera empleando artificios (cohetes, humos, etc.), paineles de identificación y todos sus medios de transmisión. (…) Para que la infantería designe los objetivos a la Artillería, se utilizarán planos cuadriculados, y, a falta de éstos, se señalarán en los que hay disponibles, de manera bien inteligible y de común acuerdo, por medio de signos, números o letras, todos los puntos o zonas en que los jefes de Infantería prevean que será necesario utilizar los tiros de detención; el medio más práctico de indicar a la Artillería el omento de ejecutar éstos será el empleo de cohetes de señales, con arreglo a un código establecido en el plan de transmisiones." (Reproducido en “Las armas de la Guerra Civil Española” de J. M. Manrique y L. Molina).

Técnicamente, los proyectiles recibían el nombre de granadas artilleras. Éstas podían ser de diferentes tipos: rompedoras (la carga interior al explosionar rompe en cascos el cuerpo del proyectil formando haces); de metralla (cargada con muchos balines de plomo que al explosionar salen proyectados); especiales (cargadas con materiales incendiarios, fumígenos o tóxicos que entran en acción al explosionar la carga, también era frecuente cargarlas con octavillas de propaganda).

Junto a los cañones (trayectoria rasante) y los obuses (trayectorias curvas), podríamos incluir a los morteros (trayectorias muy curvas con grandes ángulos de caída), muy apropiados para la guerra de trincheras por su gran capacidad para batir tras obstáculos y hondonadas.

Los proyectiles van provistos de espoletas, unos aparatos colocados en la ojiva (parte puntiaguda) que sirven para producir la inflamación de la carga interior de los proyectiles, originando su explosión. Fundamentalmente constan de percutor y cebo y podían ser de diferentes tipos: a percusión (la explosión se produce al chocar contra un cuerpo resistente); a tiempos (explosión en un momento previsto de la trayectoria); de doble efecto (a voluntad funcionan a percusión o a tiempos).

La acción de la artillería era realmente terrorífica. Las explosiones creaban auténticas tormentas de metal y fuego. Los proyectiles se fabricaban en una aleación de muy baja calidad para que rompieran en el mayor número posible de fragmentos. Estos cascotes alcanzaban un radio en función de su tamaño y calibre (entre 30 y 40 m para los más pequeños, y de varios cientos de metros para los más grandes). Las esquirlas se convertían en cientos de cuhillas al rojo vivo que barrían todo lo que encontraban a su paso. Las heridas que producían eran brutales, pues sus trayectorias no eran limpias, sino que serpenteaban amputando y destrozando los cuerpos. Además, estaban los efectos de la onda expansiva, que derribaba obstáculos y podía dañar seriamente los órganos internos del cuerpo.

A los daños físicos que producían los fuegos artilleros se sumaban los efectos morales. El estrépito de las explosiones, las polvaredas y embudos que se producen en el terreno y la indefensión que sienten quienes reciben una descarga artillera provoca una tensión extrema que, en muchas ocasiones, resulta insoportable, produciéndose desbandadas y retiradas incontroladas.

Según algunos estudios, se calcula que, durante la guerra civil, en los frentes de Madrid se lanzaron un mínimo de 16 millones de artefactos. La verdad es que sus restos aparecen por todas partes. Si recogiese toda la metralla que encuentro al pasear por lo que fueron escenarios bélicos, podría montar una chatarrería. En general, se trata de amorfos y oxidados trozos de metal y cascotes de mayor o menor tamaño sin ningún peligro. Pero hay que tener mucho cuidado, porque aunque no es muy frecuente, puede darse el caso de toparse con munición no detonada o activa. Ni que decir tiene que, si sucede esto, no debe tocarse ni manipularse. Puede ser MUY PELIGROSO y se debe de informar para que sea convenientemente retirada y desactivada. Como suele decirse, las últimas víctimas de la guerra civil se están produciendo hoy en día, pues todos los años hay que lamentar algún accidente por la ignorancia o la imprudencia de algunas personas.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía 1: Restos de proyectiles artilleros encontrados en el noroeste de Madrid (JMCM)
Fotografía 2: Metralla y cascotes, muy abundantes en los lugares que fueron escenarios bélicos (JMCM)
Fotografía 3: Diferentes tipos de espoletas. Por supuesto, todas detonadas durante la guerra y, por tanto, sin ningún peligro hoy en día (JMCM)