sábado, 19 de diciembre de 2009

63) Pablo de la Torriente Brau


PABLO DE LA TORRIENTE BRAU

Los combates de la batalla de la carretera de La Coruña supusieron numerosas bajas en ambos ejércitos. La mayor parte de los caídos fueron combatientes anónimos de los que no nos ha llegado ninguna referencia.

Sin embargo, en ocasiones contamos con algunos datos más concretos que, por diferentes motivos, nos permiten poner nombre y apellido, fecha y lugar a episodios y sucesos ocurridos en aquellas lejanas y confusas jornadas.

Hoy queremos recordar al escritor cubano (aunque nacido en San Juan de Puerto Rico) Pablo de la Torriente Brau, que cayó combatiendo en las filas republicanas un 19 de diciembre de 1936, durante la segunda fase de la batalla de la carretera de La Coruña.

Desde muy pronto, Pablo asumió un claro compromiso político, lo que acabaría costándole, primero prisión, y más tarde el exilio en Nueva York, por sus actividades contra la dictadura de Machado. El inicio de la guerra civil española le anima a venir a nuestro país como corresponsal de una publicación norteamérica y de otra mejicana. El contacto con la guerra le convence de que escribir crónicas sobre la misma no es suficiente y decide implicarse más a fondo. Primero como Comisario de la Cultura y poco después como combatiente.

En el frente de Somosierra (Buitrago, Peña del Alemán…) se hace famoso por las arengas dirigidas al enemigo desde las trincheras. Tras una entrevista realizada al Campesino, Pablo decide integrarse en su Brigada, con la que combatirá en el noroeste de Madrid. Como Comisario de la Cultura desarrolla una intensa actividad propagandística (mítines, escritos…) en colaboración con la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Establece una profunda amistad con los poetas Miguel Hernández y Antonio Aparicio. Junto a ellos, decide publicar un periódico para la Brigada del Campesino, aunque Pablo morirá antes de poder ver editado el primer número.

Carismático y dotado de una gran personalidad, Pablo de la Torriente se hace muy querido entre sus compañeros. En Alcalá de Henares conoce a un niño huérfano, Pepito, al que decide apadrinar, y que le acompañará a todas partes en donde no hay peligro, pero con el que acabaría compartiendo un trágico final.

Teóricamente, Pablo muere en combate un 19 de diciembre de 1936, cuando se encuentra con las tropas del Campesino en algún lugar indeterminado entre Majadahonda y Boadilla del Monte, intentando frenar la ofensiva franquista iniciada el día catorce. Sobre su muerte se ha escrito mucho, y también se ha generado mucha leyenda.

Reproducimos aquí dos visiones sobre Pablo de la Torriente y su presencia en España. Entre una y otra aparecen algunas contradicciones o datos diferentes, pero dan una visión general que puede servir como introducción para todo aquel que desee luego profundizar más en el tema. La primera es la que Carlos Fonseca nos presenta en su libro “Rosario Dinamitera. Una mujer en el frente”:

“El comisario político de la unidad era en ese momento el cubano Pablo de la Torriente, que había sustituido a Valeriano Marquina, trasladado a otra unidad. Tenía treinta y cuatro años de edad y era natural de San Juan de Puerto Rico, aunque se había criado en La Habana, donde su familia se instaló cuando tenía sólo cinco años. Su padre era natural de la localidad santanderina de Hermosa, y él había viajado a España por primera vez siendo un niño, en 1903, para asistir en Santander al entierro de su abuelo paterno, el ingeniero Francisco de la Torriente Hernández.

Pablo había llegado a Madrid a finales de 1936 procedente de Nueva York, donde vivía exiliado desde la primavera de 1935 por sus actividades contra el régimen cubano. Un mitin a favor del Frente Popular celebrado en Unión Square le decidió a trasladarse a nuestro país. Lo hizo como corresponsal de guerra del diario “El Machete”, órgano del Partido Comunista mexicano, y de “New Masses”, la revista de los comunistas norteamericanos. “He tenido una idea maravillosa: me voy a España, a la revolución española. A ver a un pueblo en lucha. A conocer héroes. La idea hizo explosión en mi cerebro, y desde entonces está incendiando el bosque de mi imaginación”, escribió a su familia días antes de partir.

En la capital presenció el primer desfile de mujeres por las calles principales. Mujeres jóvenes y viejas, cocineras, operarias y modistillas de los radios del PCE y de la JSU gritando consignas: “Hombres al frente, mujeres a ala retaguardia”, “primera, segunda y tercera, los hombre a las trincheras”, “una, dos, tres y siete, los hombres al frente”.

Pasadas unas jornadas, consiguió un salvoconducto para viajar a Somosierra. Allí entrevistó al Campesino, del que tanto había oído hablar, y se sumó a sus hombres. Escribir, dijo, le parecía poca aportación a la lucha por la libertad, y desde entonces peleó con la pluma y el fusil. Lo hizo en Pozuelo y Boadilla del Monte, y en la retaguardia de Alcalá. Mientras esperaba ser enviado a otro frente de batalla, organizaba actos políticos en la nave de una iglesia para levantar la moral de los milicianos.

Su condición de hombre de letras le había permitido conocer a algunos de los integrantes de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, que tenía su sede en el palacio de los Heredia-Spinola, en la calle del Marqués de Duero, número 7, a los que invitaba para que hablaran a los soldados. A dos de ellos, los poetas Miguel Hernández y Antonio Aparicio, los había incorporado al Comisariado de la Cultura de la brigada y preparaba con ellos la edición de un periódico con el nombre de “¡Al Ataque!” Y otro mural.

Pablo no era el único cubano de la brigada, en la que también peleaba Policarpo Candón, de treinta y un años, natural de Cádiz, aunque su familia marchó a Cuba y allí se crió. Como su compañero, lucho contra la dictadura del presidente Gerardo Machado, y había viajado a España para defender la República. Rosario (la “Dinamitera”) hizo amistad con ambos. Le gustaba escucharles hablar con ese tono envolvente y meloso que le sonaba a música (…)

Madrid aguantaba, aunque la situación era crítica. Los rebeldes habían protagonizado varias ofensivas una vez fracasado el ataque frontal. Eran operaciones dirigidas a los nudos de comunicación de acceso a la capital para aislarla, como paso previo al ataque definitivo. Una de ellas se dirigió contra la carretera de La Coruña para incomunicar a las tropas que luchaban en la sierra. El ataque fue repelido a costa de numerosas vidas, entre ellas la de Pablo de la Torriente. Cayó herido el 19 de diciembre en Majadahonda y hasta tres días más tarde no encontraron su cadáver tendido sobre la nieve. Hacía una semana que había cumplido treinta y cinco años, y en tan sólo tres meses en la brigada se había ganado el respeto y el afecto de quienes le conocieron.

El Campesino le condecoró con la insignia de capitán y su cadáver fue enterrado en el cementerio de Chamartín de la Rosa, en Madrid del que se había enamorado nada más poner pié en él. Decía que la alegría de la gente y su capacidad para sobreponerse a las desgracias le recordaban la bullanga del malecón de La Habana. Allí había dejado a su mujer. Teté Casuso, que al conocer la noticia de su muerte reclamó su cadáver para darle tierra en la isla. Sus restos fueron exhumados y trasladados a Barcelona con intención de enviarlos a su país, pero el bloqueo marítimo impidió cumplir el deseo de su esposa y obligó a enterrarlo en la ladera de la colina de Montjüic.

Su muerte fue un golpe para todos. Miguel Hernández y Antonio Aparicio ultimaron los trabajos para imprimir el periódico “¡Al Ataque!”, en el que tanta fe había puesto. Nombraron un corresponsal en cada brigada para que recogiera las colaboraciones de los soldados y lograron que el primer número saliera de la imprenta el 9 de enero de 1937, con la portada íntegramente dedicada al que había sido su comisario y un texto del segundo ilustrado con un dibujo de Fernando Briones, un compañero de la División.” (Fonseca, C. “Rosario Dinamitera. Una Mujer en el frente. Ediciones Temas de Hoy, Madrid, 2006. Pp. 81, 82, 83, 100).

A continuación reproducimos lo que Jorge M. Reverte escribe sobre Pablo en el capítulo titulado “19 de diciembre”, de su libro “La Batalla de Madrid”:

“- Oye, viejo, hay que buscar a Pablo.

Justino Frutos Redondo es jefe de la 2 compañía del 1 batallón móvil de choque que manda el cubano Policarpo Candón. La unidad está desplegada en un frente corto, entre Retamares y Boadilla del Monte, tomada por los moros de Varela el día anterior. El batallón de Candón y Frutos está ya muy fogueado. Sus hombres se han curtido en el frente de Buitrago en donde han colaborado durante varias semanas en la contención de las tropas de Mola. Ese frente se considera ya estabilizado. Las aguas del Lozoya, que son las que bebe Madrid, están a salvo. Por eso, el batallón de choque ha sido trasladado a la zona de Pozuelo, donde la presión de los franquistas es muy fuerte. Intentan aislar a Madrid de la Sierra.

A Frutos le ha llamado su jefe Candón porque no hay noticias del hombre más querido del batallón, el también cubano Pablo de la Torriente Brau, el comisario político que se ha hecho famoso por sus pláticas nocturnas destinadas a los fascistas. Las arengas las lanza a través de unos enormes altavoces y suelen ser de una florida prosa que encandila a las fuerzas propias, aunque no se sabe de cierto si provoca en las filas enemigas a algún efecto semejante, sobretodo porque los moros que hay en frente no tienen demasiadas nociones de castellano. Pablo es un organizador y un trabajador incansable. Él ha convencido a gentes como el poeta Miguel Hernández de que desgranen sus poemas en el frente para subir la moral de las tropas republicanas. Una forma de guerra curiosa, en la que algunos poetas tienen un papel destacado, usando el fusil y la palabra en la misma jornada.

El propio Pablo es escritor, además de periodista, aunque su último oficio antes de venir a España consistía en fregar platos en Nueva York. Un trabajo embrutecedor que ha entretenido a tantos y tantos exiliados políticos cubanos en su obligada marcha a Estados Unidos.

Pablo es, además, un luchador de primera. Un tipo de gran presencia física, con sus 185 centímetros de estatura, y muy valiente. No ha regateado en ningún momento su presencia en la primera línea, su participación en los combates más arriesgados.

De Pablo no se sabe nada desde hace veinticuatro horas. Y Frutos sugiere encabezar una acción peligrosa: con una sección de los nuevos compañeros andaluces que se han incorporado a su compañía, hombres novatos pero muy valientes, se va a infiltrar en las líneas enemigas en su busca.

Lo que averiguan de la desaparición de Pablo es que se le vio a mediodía del día anterior, después de un combate que duraba ya siete u ocho horas, en el casería de Romanillos. Hubo un gran bombardeo de artillería, y luego se infiltraron los blindados enemigos, seguidos de la infantería mora. Las tropas del batallón móvil tuvieron que retirarse unos dos kilómetros, y lo hicieron de una forma ordenada, hasta pararles. Pero Pablo no apareció, aunque sí el cadáver de su “ayudante”, un niño de trece años, abandonado, al que Pablo había prohijado y que le acompañaba en posiciones teóricamente sin riesgo. El niño, que se llamaba Pepito, fue a buscarle sin pedir permiso a nadie y lo pagó con su vida. Su pequeño cuerpo exánime ha pasado en una camilla por delante de los combatientes.

Frutos pide voluntarios entre la sección de andaluces. Todos dicen que van. Hay que traerlo como sea, esté vivo o muerto. El primer objetivo de la descubierta es la casucha donde un testigo le vio por última vez.

A las tres de la madrugada, los hombres comienzan a moverse en fila india y en silencio hacia las líneas enemigas. Es un frente con muchas discontinuidades, por lo que la acción es realizable. Los voluntarios andaluces van con la bayoneta calada y las bombas de mano preparadas. En esas condiciones, si hay combate será cuerpo a cuerpo.

Por la ventana de la casucha asoma el cuerpo de un moro armado con un fusil. Uno de los hombres se adelanta y logra sorprenderle sin tener que disparar el fusil ni usar una granada. Lo atraviesa con la bayoneta y el centinela muere en silencio. Frutos y sus hombres comienzan a rastrear el terreno. Y Pablo aparece. El cuerpo está aún caliente, ha tardado en morir. Un balazo le atraviesa el pecho. Hay un montoncito de tierra a su lado, donde ha escondido su documentación antes de expiar.

Entre cuatro hombres lo llevan de vuelta a las líneas propias. Su compatriota, el comandante Policarpo Candón, se hace cargo del cuerpo y la documentación.

Pablo de la Torriente es uno de los primeros voluntarios comunistas cubanos en caer en España. Muchas decenas de ellos lo harán en los tres años de la guerra.

Dos días después, Pablo recibirá un homenaje póstumo en Alcalá de Henares. Dos semanas más tarde será enterrado solemnemente en el cementerio de Montjuïc de Barcelona. A la ceremonia asistirán la banda de música de la unidad del Campesino, dirigida por el también cubano Julio Cuevas Díaz, y su amigo Miguel Hernández, que lee ante la tumba la que llamará su “Elegía Segunda”. La primera se la ha dedicado a su amigo Ramón Sijé, muerto también hace poco:

Me quedaré en España, compañero,
me dijiste con gesto enamorado.
Y al fin sin tu edificio tronante de guerrero
en la hierba de España te has quedado.
Pablo de la Torriente
has quedado en España
y en mi alma caído:
nunca se pondrá el sol sobre tu frente,
heredará tu altura la montaña
y tu valor el toro del bramido.
Ante Pablo los días se abstienen ya y no andan.
No temáis que se extinga su sangre sin objeto,
porque éste es de los muertos que crecen y se agrandan
Aunque el tiempo devaste su gigante esqueleto.

Cuando la guerra acabe, el cuerpo de Pablo de la Torriente será arrojado a una fosa común por los vencedores. Su tumba ya nunca podrá ser localizada.” (Reverte, J. M. “La Batalla de Madrid”, Crítica, Barcelona, 2004. Pp. 438-441).

Pablo de la Torriente Brau ha despertado un gran interés a lo largo de los años. En Cuba es muy recordado y homenajeado, donde es conocido como “El mártir de Majadahonda” (aunque yo siempre he considerado que Pablo, en realidad, falleció en el término municipal de Boadilla del Monte), y en España son varias las asociaciones que se encargan de reivindicar su figura.

Como el espacio de este blog es limitado, remitimos a quienes quieran conocer más sobre la figura de Pablo de la Torriente y su obra, al Foro de la asociación Gefrema (Grupo de Estudios del Frente de Madrid), en el que Guilpomad ha estado desarrollando un intenso trabajo de investigación sobre este escritor:


En la página Web del Centro Cultural Pablo de la Torriente encontramos un espacio dedicado al escritor:

Esta misma institución cultural da la posibilidad de descargarse, entre otras obras, los libros que han publicado de Pablo de la Torriente. El enlace es:


martes, 15 de diciembre de 2009

62) Los viejos libros del sótano




LOS VIEJOS LIBROS DEL SÓTANO

Hay unos lugares que desde que aparecieron en mi vida me cautivaron y convencieron de manera irreversible. Me refiero a las bibliotecas. No puedo situar exactamente cómo me enteré de su existencia ni quien me explicó su funcionamiento, pero puedo asegurar que fue pronto, muy pronto, y que enseguida me parecieron uno de los mejores inventos del mundo.

Lo que tardó algo más en llegar, fue la posibilidad de acudir a alguna de ellas. Recuerdo que en el colegio existía una pequeña biblioteca, pero siempre estaba cerrada con llave y no sería hasta los últimos años de la desaparecida EGB, cuando en el horario escolar se incluiría una hora obligatoria de lectura.

Por fortuna, a mediados de los ochenta comenzaron a aparecer bibliotecas públicas en todos los pueblos. Cada municipio fue teniendo la suya y en cuanto pude me saqué el carné de la que me correspondía, posiblemente el primer carné de mi vida.

Desde ese momento ha sido constante el fluir de libros de todo tipo que han pasado por mis manos gracias a ellas. Horas y horas de lecturas de manera totalmente gratuita. Estamos tan acostumbrados a su existencia que a penas valoramos lo que significan, pero hay que reconocer que resultan maravillosas.

En casa, desde pequeño, me inculcaron el gusto por los libros y la lectura, una afición que me ha acompañado desde siempre. Fui así apreciando y valorando los libros, no sólo por sus contenidos (que también), sino por el valor que en sí tienen. Ciertas editoriales, ediciones, colecciones, etc. se convirtieron en referentes especiales. Hacerse con ellos, normalmente resulta muy complicado. Viejos y olvidados títulos descatalogados o fuera de circulación desde hace décadas y que jamás se han vuelto a reeditar (ni seguramente se reeditarán). Sin embargo, podemos localizarlos en las bibliotecas, consultarlos y manejarlos.

Gracias a ellas he podido manejar libros y publicaciones que de otra manera habrían resultado inaccesibles, bien por su precio, bien por lo difícil que supone encontrar ciertos ejemplares.

Ni que decir tiene que, en lo que al estudio y conocimiento de la guerra civil se refiere, las bibliotecas resultan imprescindibles e insustituibles. En este sentido, no puedo dejar de hacer una mención muy especial a la Biblioteca de Humanidades de la Universidad Autónoma de Madrid, en la que he pasado y paso tantas horas o más que en los pupitres de las aulas.

El primer día que entré en ella, hace ya unos cuantos años, comprendí que estaba adentrándome en otra dimensión respecto a lo que a bibliotecas se refería. Metros y metros de estanterías repletas de miles de libros especializados, una completísima hemeroteca con publicaciones de medio mundo, audiovisuales, mapas de todas las épocas, grandes catálogos, exhaustivas bases de datos… en fin, todo un mundo de información en el que sumergirse. Moverse por sus pasillos era como adentrarse en un laberinto de autores y títulos, suponía perderse en un extenso océano de información.

Además, el servicio de préstamo interbibliotecario permitía solicitar libros de las bibliotecas de otras facultades y universidades, lo que multiplicaba considerablemente las posibilidades de consultar y manejar una gran variedad de obras.

Centrándome en el tema entorno al cual gira este blog, la guerra civil en el noroeste de Madrid, la Biblioteca de Humanidades de la Universidad Autónoma de Madrid es para mí una referencia inigualable. En ella he podido encontrar gran número de títulos, actuales y más antiguos, de los que poder sacar información sobre el tema. Consultando sus catálogos me he ido topando con buena parte de las bibliografías de obligada consulta para adentrarse en el estudio del tema.

Las “Monografías de la Guerra Civil” de Martínez Bande, editadas por el Servicio Histórico Militar; la mastodóntica obra de Ramón Salas Larrazabal, “Historia del Ejército Popular de la República”; los dos tomos del “Diccionario de la Guerra Civil Española” de Manuel Rublo Cabeza; los libros del general Vicente Rojo; las memorias de algunos importantes personajes, como Cipriano Mera, Enrique Lister o los diarios del general Varela, por citar sólo algunos de ellos; las “Operaciones de la guerra de España” de Luís María de Lojendio, los trabajos de López Muñiz, de G. Colodny, de A. Castells, de J. Gaule, de J. Arrarás, del Tebib Arrumi, de G. Cardona, de Rafael Casas de la Vega, de Julián Zugazagoitia, los “Partes Oficiales de Guerra”, las viejas revistas de "Historia Militar", y un larguísimo etcétera que no mencionaré para no aburrir ni marear más a los lectores.

Un conjunto de obras imposibles de consultar sino fuera por las posibilidades que ofrecen ésta y otras muchas bibliotecas.

Una cosa curiosa es que, cuando consulto los catálogos de los fondos de la Biblioteca de Humanidades a la búsqueda de bibliografía relacionada con las batallas de Madrid y de la carretera de La Coruña, me encuentro con que buena parte de los títulos no se encuentran en las estanterías de sala, sino guardados en los sótanos del edificio, donde la Biblioteca, posiblemente por falta de espacio, guarda un importante número de libros de todo tipo.

El caso es que muchas veces, cuando quiero utilizar ciertos títulos, la referencia que de ellos me encuentro en su ficha informatizada me remite al sótano, lo que supone que hay que acudir al bibliotecario o bibliotecaria de turno y solicitar que te lo suba de las profundidades del edificio. El proceso tarda un rato, porque la bajada a los sótanos se realiza sólo cada media hora.

Un día pregunté cual era el criterio que mantenían para decidir que libros podían permanecer en las estanterías de sala y que otros debían de guardarse en el sótano. La respuesta fue que en los sótanos se mantenían los ejemplares especialmente delicados y antiguos y los títulos menos solicitados y utilizados por los usuarios. Debo confesar que ésta contestación me gustó, porque como habitual solicitante de libros del sótano, me pareció pertenecer a una selecta minoría que gustaba de consultar rarezas y antiguallas.

Desde entonces, mientras espero la entrega del título solicitado, no puedo evitar imaginar unos sótanos oscuros y profundos en los que se amontonan polvorientos y olvidados libros cuyos contenidos, parece hacer mucho tiempo que a nadie interesan. Cuando por fin recibo el ejemplar, una pequeña emoción me acompaña hasta la mesa en la que abro sus tapas y comienzo a ojearlo. Ediciones algo antiguas, algunas ya con varias décadas, de las que he oído hablar y de las que he visto múltiples referencias en libros más modernos, pero cuyos originales es la primera vez que puedo consultar.

En ocasiones, estos libros han sido donaciones particulares a la Biblioteca de Humanidades. Cuando es así, en sus primeras hojas suelen aparecer las referencias del donante. Un donante que en algunos libros se repite, cómo es el caso de un tal Profesor Lorca, del que hasta ahora, nadie a quien he preguntado me ha sabido dar más información, pero que, evidentemente, llegó a tener un interés muy especial por la guerra civil en Madrid, pues buena parte de los libros que solicito del sótano llevan su marca. Es por ello que, sin conocer nada más de estos donantes, no puedo dejar de sentir cierta afinidad con alguno de ellos pues, por lo que parece, en algún momento nos interesaron los mismos temas.

Datos, fechas, referencias, análisis, nombres propios, lugares, mapas, estudios, fotografías, reseñas, narraciones, experiencias, memorias, investigaciones, bibliografías, sucesos, hechos, recuerdos, impresiones, sentimientos, vivencias…

Los libros, sean antiguos o modernos, constituyen auténticos contenedores de información. Una información más o menos objetiva, más o menos manipulada, pero interesante para todo aquel que sepa descodificarla y aprovecharla. Entre las hojas impresas se deslizan los retales y jirones de un tiempo pasado que, en cierta manera, revive cada vez que abrimos un libro.

No cabe duda de que las bibliotecas constituyen uno de los lugares más idóneos y apropiados en los que practicar la “caza” de libros.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografías: Dos imágenes de la Biblioteca de Humanidades de la UAM (JMCM)

miércoles, 9 de diciembre de 2009

61) Trincheras vacías


TRINCHERAS VACÍAS

Como ya hemos señalado en otros apartados de este blog, el 14 de diciembre de 1936 comienza el segundo intento de los rebeldes por alcanzar la carretera de La Coruña. Todo el frente noroeste se convulsiona por la potencia de la ofensiva, pero es en el sector de Boadilla donde la presión se hace notar con más fuerza.

El objetivo de los atacantes es, partiendo de sus bases de Villaviciosa de Odón, Brunete y Quijorna, ocupar la línea Villanueva del Pardillo-Majadahonda-cruce de caminos al sureste de Las Rozas-bosque Remisa-Aravaca-Cuesta de las Perdices-cerro del Águila.

El tiempo no acompaña, pero las pésimas condiciones climatológicas llevan retrasando la acción más de 24 horas. Si no quieren perderse del todo los efectos de la sorpresa es necesario actuar ya. Cuatro columnas, al mando de los coroneles Sáez de Buruaga, Monasterio, Siro Alonso y el teniente coronel Barrón, bajo las órdenes del general Varela entran en acción. Con el propósito de distraer tropas del adversario, los atacantes comienzan presionando en torno a Valdemorillo, pero el objetivo principal es Boadilla del Monte. Para lograr ocupar este pueblo es necesario conquistar primero el Vértice Mosquito, lo que se conseguirá en las primeras acometidas.

Son buenas fuerzas de choque las que actúan: norteafricanos que han venido a España a matar y a morir, y legionarios que llevan meses dando sentido a su apelativo de “novios de la Muerte”. Tropas aguerridas y profesionales que saben operar y maniobrar correctamente en campo abierto. Frente a ellos, milicianos cuya escuela militar está siendo el propio campo de batalla, pero que, sorprendentemente, llevan semanas impidiendo que los sublevados logren entrar en Madrid. Unas tropas que jornada a jornada van mostrándose más eficaces y resistentes, aunque dejando muchas bajas en el camino.

El día 15 es una jornada de combates confusos. Un forcejeo sangriento que no aporta grandes novedades tácticas. Los atacantes rozan las primeras casas de Boadilla, que se difumina en el paisaje entre bancos de espesa niebla, pero no logran su objetivo.

Por fortuna para Varela, el día 16 amanece totalmente despejado. La artillería puede actuar a capricho y las columnas atacan con toda su fuerza. Los hombres de Buruaga entran en Boadilla, donde se seguirá combatiendo durante horas, mientras las columnas de Barrón y de Siro Alonso avanzan por el Oeste y por el Este.

El Estado Mayor de la Defensa recurre a todas las reservas de las que puede echar mano. Hay que cerrar la brecha e impedir la progresión del enemigo hacia Majadahonda. Las XI y XII Brigadas Internacionales y varios batallones sueltos sacados de aquí y de allá se embeben en los combates. Se suceden los ataques y contraataques, pero no se consigue frenar al enemigo.

Las avanzadillas rebeldes se infiltran entre las lomas de encinas que separan Boadilla de Majadahonda. También se combate duramente en las laderas de Romanillos y en los alrededores de Villanueva de la Cañada. Los choques son muy violentos, pero ninguno de los dos contrincantes parece estar dispuestos a renunciar.

Los días 17 y 18 vuelve la niebla, una niebla incluso más densa y duradera que la de días anteriores. La ofensiva dirigida por Varela no puede continuar en esas condiciones. El avance se detiene, pero entre las encinas y retamas se continúa luchando. Van a ser dos días de extrema dureza. Los bosquecillos, lomas y arroyos del entorno se convierten en una especie de laberinto. Los hombres se mueven sigilosos, con cautela, entre una niebla densa y traicionera. Nadie está seguro de nada. Se oyen señales de lucha por todas partes sin poder asegurar de donde provienen los ruidos.

El terreno es propicio para la emboscada y la sorpresa, y las líneas de frente no están definidas. Muchas trincheras cambian de manos en diversas ocasiones. En otras, los hombres permanecen en guardia, agazapados con el dedo en el gatillo, atentos al más mínimo sonido que señale peligro. Junto a ellos, cadáveres de amigos y enemigos, algunos de los cuales llevan ya varios días tendidos en el barro que inunda el fondo de las trincheras.

Se producen pequeños golpes de mano, acciones de descubierta, combates cuerpo a cuerpo en los que se tira de bombas de mano y bayonetas. Matando y muriendo casi a ciegas. Una lucha fea y sin cuartel, de día y de noche, entre niebla, frío y barro.

El día 19 las fuerzas de Varela deciden recuperar la iniciativa y continuar el avance, pero ya es tarde. Los republicanos han tenido tiempo de organizar y fortificar sus posiciones. Barrón avanza con decisión, pero sus hombres chocan con una dura resistencia y pronto tienen que volver a sus bases de partida. Sólo las tropas de Monasterio consiguen ocupar Villanueva de la Cañada, pero para el resto de fuerzas el avance es imposible.

Frenadas y enmarañadas en un terreno complicado, y muy castigadas por varios días de difíciles combates, las columnas franquistas reciben la orden de replegarse. Las tropas de Varela mantendrán Boadilla del Monte y Villanueva de la Cañada, pero abandonan sus posiciones más allá de estos pueblos. Las fuerzas atacantes han logrado algunas ganancias de terreno, pero han vuelto a fracasar en su objetivo principal. Madrid parece cada vez más inalcanzable.

Por su parte, los republicanos, a pesar de haber recibido un nuevo mordisco en su línea de frente, han sido capaces de minimizar el peligro. En general, los combatientes se han comportado bien. Cada día muestran una mayor capacidad de lucha y van siendo capaces de actuar correctamente en campo abierto. El día 23 de diciembre, el Alto Mando republicano, ante la ausencia de actividad por parte del enemigo, da la orden de avanzar.

Los hombres salen de sus trincheras y con precaución se ponen en marcha. Poco a poco, van recuperando el terreno perdido en los días anteriores. Con cierta sorpresa, comprueban que el enemigo parece haber abandonado sus posiciones. En su avance van encontrándose con las huellas de los duros combates que se han vivido: cadáveres, armamento abandonado, documentación perdida, desertores y extraviados. Todas las trincheras que van encontrando están vacías de combatientes y, tras recorrer varios kilómetros sin incidentes, vuelven a ocupar posiciones a pocos metros de Boadilla del Monte.

Un informe del día 24 de diciembre de 1936 dirigido al Estado Mayor de la Defensa ilustra muy bien cómo es este avance. El documento está firmado por Félix Garizábal, Comisario Político que acompaña a las fuerzas republicanas. En él podemos leer:

“Han avanzado unos 2 o 3 kilómetros hacia Boadilla del Monte encontrando 4 cadáveres moros y bastante munición. La munición recogida era nuestra, seguramente la que se abandonó cuando la retirada de Boadilla. En una descubierta que hicieron anoche las fuerzas al mando del General Luckas se encontraron que el enemigo no hacía resistencia y de esa manera avanzaron los citados kilómetros, llegando a una trinchera que estaba abandonada, con cuatro moros muertos y la munición antes dicha. La documentación encontrada a los moros dicen que se la enviarán al Estado Mayor.

También el Batallón franco-belga ha avanzado y ha encontrado las trincheras sin enemigos, encontrando abundante material y bombas de mano.

Lo mismo le ha ocurrido al “Campesino”, encontrando 15 cadáveres moros y la trinchera desalojada.

El Batallón que encontró los cuatro cadáveres fue el Batallón “Prieto” y también encontró dentro de la trinchera un manifiesto editado por el Quinto Regimiento que el camarada presenta al Estado Mayor.

Al “Campesino” se le han pasado 4 moros, diciendo que se pasaban por estar hambrientos.

Las fuerzas de los Batallones “Prieto” y “Madrid” siguen avanzando y han tomado una trinchera que dista del pueblo de Boadilla del Monte unos 400 metros sin encontrar resistencia y encontrando gran número de bombas de mano y munición de fusil. También han encontrado en esta última trinchera siete cadáveres de Guardias Civiles y bastantes cadáveres nuestros, seguramente de la retirada que se hizo en Boadilla.

Los Batallones “Prieto”, “Madrid”, franco-belga y “Campesino” tienen un completo enlace y siguen avanzando”

Terminaba así el segundo intento de los sublevados por alcanzar la carretera de La Coruña, un objetivo que volverían a intentar (esta vez con éxito) en pocos días. Mientras tanto, la Navidad de 1936 llegaba a Madrid, una ciudad cuyo destino era todavía incierto, pero que desde principios de noviembre llevaba resistiendo, contra todo pronóstico, los duros embates de un enemigo decidido y tenaz.

El cerco sobre la capital se estrecha. Miles de personas se van a ver inmersas en los desastres de la guerra. Una guerra que día a día se muestra más terrible y cruel. Es sólo el comienzo. Por delante quedan muchos meses de bombardeos, de hambre, de violencias de todo tipo, de penurias y miseria, de destrucciones y de tragedias irreparables.

Todo resultaba demasiado incierto aquel 24 de diciembre de 1936. En los frentes de Madrid miles de combatientes vivaqueaban engullidos por la locura de la guerra. En el “Parte Oficial de Guerra” de aquella noche (el que diariamente se radiaba por las emisoras y se publicaba en la prensa), el Ejército franquista se limita a señalar “Fuego de fusil y cañón en los distintos frentes del Ejército del Norte”, omitiendo cualquier referencia al Frente del Centro. Pero los combatientes republicanos pueden escuchar buenas noticias:

“Madrid: El movimiento de avance iniciado ayer por nuestras fuerzas del primer sector en el frente de Romanillos-Boadilla, ha continuado durante todo el día de hoy, llegando al fin de la jornada a ocupar una línea situada aproximadamente a unos cuatrocientos metros al norte de Boadilla.

El enemigo, durante nuestro avance, se ha limitado a hostilizarnos con fuego de artillería, sin que su infantería haya hecho acto de presencia.

En el terreno recorrido por nuestras bravas milicias se han hallado bastantes cadáveres de moros y de guardias civiles, así como bombas de mano y cartuchos que han sido abandonados por los facciosos en su repliegue.

En las últimas horas de la tarde, la aviación enemiga bombardeó el puente de los Franceses y el Campo del Moro. Nuestra aviación ha actuado batiendo las posiciones enemigas”.

Era Nochebuena, pero la guerra continuaba su imparable ritmo.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía: Fusiles Mosin-Nagant en el interior de una trinchera.

Documentación procedente del AGMA

martes, 1 de diciembre de 2009

60) Contra los elementos


CONTRA LOS ELEMENTOS

La Batalla de la carretera de La Coruña estuvo caracterizada por las malas condiciones climatológicas. Los inviernos madrileños son duros: nevadas, lluvias, heladas, temperaturas gélidas, niebla…

Aquel invierno de 1936/1937 fue especialmente crudo. Los motores de los vehículos se estropeaban, el agua se congelaba en las cantimploras, los soldados, con las manos y pies entumecidos, se hundían en trincheras embarradas mientras sus capotes y mantas se cubrían de escarcha.

La niebla fue la gran protagonista. Una niebla espesa, impenetrable, que aparecía y desaparecía de manera impredecible. Una niebla que imposibilitaba la acción de la aviación y de la artillería, desorientaba a las tropas y dificultaba seriamente las operaciones diseñadas por los mandos.

Algunos días, el tiempo mejoró considerablemente, lo que fue aprovechado por los rebeldes para desarrollar sus ofensivas. Pero, incluso en aquellas jornadas en que los cielos aparecieron despejados, se hicieron notar las condiciones adversas del invierno, especialmente el frío y la humedad.

Pasados los años, quienes vivieron aquellas jornadas seguirían recordando la difícil climatología que tuvieron que sufrir. Luís María de Lojendio, en su libro “Operaciones de la guerra de España, 1936-1939”, editado en Barcelona por Montaner y Simón, S.A, en 1940, recoge los siguientes recuerdos sobre la batalla de la carretera de La Coruña:

“Yo seguí directamente en el campo este ciclo de operaciones dirigido por el general Orgaz, que había sido nombrado Jefe de la División Reforzada de Madrid de nueva creación, y recuerdo, tanto haciendo memoria como recorriendo las notas que de entonces conservo, una cierta impresión de confusión en las luchas de aquellos días. Jornadas de mal tiempo, terrenos embarrados, lluvias, nubes bajas. Muchos días, la niebla era tan intensa que ni siquiera desde aquella primera trinchera de la Casa de Campo, junto a la carretera de Extremadura, en la que bastante tiempo estuvieron de guarnición soldados del Batallón de Ceriñola, se conseguía ver la masa de Madrid. El mal tiempo hacía que se operase cuando se podía. De ahí esa impresión intermitente de esta fase de la campaña. (…) Por aquellos días, salvo en los de calma forzada por el tiempo deshecho, todo el frente madrileño ardía en guerra. Cuando el Ejército nacional avanzaba hacia la carretera de La Coruña, el enemigo con su tropa internacional y numerosos carros rusos en vanguardia, contraatacaba dura y ásperamente por todos los sectores: por Usera, por Basurero, sobre Carabanchel, en la Ciudad Universitaria, sobre las posiciones de la Casa de Campo.

Las impresiones de aquellas jornadas se funden de manera confusa y calidoscópica: cadáveres sobre la nieve en la Casa de Campo, el general Orgaz en su Cuartel General de Navalcarnero, el mismo edificio en el que antes visitábamos al coronel Yagüe, la prensa extranjera en aquella casa de Cuatro Vientos que perteneció al general Cabanellas, los moros en su Ramadán en las trincheras, la destrucción de Pozuelo, la cabaña del teniente coronel Bartomeu en las Garabitas, la herida del general Varela, nuestra entrada desde Aravaca a la Cuesta de las Perdices. Todas estas impresiones mezcladas de mal tiempo, mucha lluvia y mucho barro, intenso cañoneo y fuego cruzado de fusil y ametralladora en todos los recodos peligrosos”.

Otro testimonio interesante sobre las duras condiciones climatológicas durante la batalla de la carretera de La Coruña lo encontramos en el fascículo nº 29 del coleccionable “La Guerra de España”, editado en los años setenta del siglo pasado por la desaparecida revista “La Actualidad Española”. En este fascículo se recoge una entrevista, firmada con las siglas N. F, al teniente general López Muñiz. En ella encontramos información interesante:


“LA BATALLA DE LA NIEBLA, UNA LUCHA CONTRA LOS ELEMNTOS”

El teniente general López Muñiz fue jefe del Estado Mayor del teniente general Varela. Al estallar la guerra civil era comandante de las fuerzas que permanecieron durante gran parte de la contienda en el territorio que comprenden la Cuesta de las Perdices, Boadilla, Villanueva de la Cañada y Villanueva del Pardillo.

Como participante activo en estos acontecimientos, hemos acudido a entrevistarle para que nos hable del periodo que va del 15 de noviembre de 1936 al 15 de enero de 1937 en esta zona donde él se encontraba.

-Mi general, el teniente general Varela fue herido durante unas operaciones que tuvieron lugar en Villanueva de la Cañada. ¿Puede explicarnos cómo ocurrió?

-El día de Navidad del año treinta y seis nos encontrábamos en un reconocimiento en Villanueva de la Cañada. Íbamos unos quince o dieciséis, cuando de repente, y sin que lo esperásemos, a la salida del pueblo, un tanque que se encontraba escondido entre unos árboles allí situados disparó contra nosotros. El único herido fue el general Varela. Le recogimos. Presentaba dos heridas. Le trasladamos rápidamente a Griñón, donde le atendieron. Permaneció en convalecencia hasta poco antes de la batalla del Jarama, en que volvió a tomar el mando.

-La Batalla de la Niebla ha sido una de las operaciones de nuestra guerra en la que los elementos atmosféricos impidieron a las fuerzas nacionales un avance mayor en la lucha de las cercanías de Madrid. ¿Cómo fueron aquellos acontecimientos?

-El día trece de diciembre de mil novecientos treinta y seis, nuestros objetivos iban encaminados a la consecución de Boadilla del Monte y Villanueva de la Cañada. Para ello, durante la noche, concentramos los últimos efectivos, utilizando autobuses y camiones de requisa. Un súbito descenso de la temperatura complicó extraordinariamente los movimientos. Las carreteras, completamente heladas, estaban resbaladizas como el cristal; los parabrisas tenían una capa de hielo que imposibilitaba la visión. Hubo numerosos accidentes; más de un camión terminó en la cuneta y las tropas pasaron la noche en vivac, sometidas a intenso frío. Hubo necesidad de aplazar veinticuatro horas el comienzo de esta ofensiva.

El día catorce amaneció cubierto de densa niebla. Era materialmente imposible iniciar un avance. La visibilidad era nula; la cooperación entre armas y columnas era materialmente imposible. Se acordó esperar a que el sol levantase. A las doce del día, a pesar de que la niebla aun no había levantado, el general Orgaz decidió encomendar el comienzo de la operación a la columna Buruaga. Se habían perdido los efectos de una operación por sorpresa.

-En las mismas puertas de Madrid, ¿pensaba usted que la guerra podía estar a punto de terminar?

-Cuando empezamos las operaciones todo nos parecía hecho. Teníamos moral. Todos ansiábamos saber de nuestras familias, que permanecían en Madrid. Sin embargo, no se pudo continuar. Allí nos quedamos hasta cerca de la terminación de la contienda.

-Madrid era centro del Ejército republicano. Su mayoría numérica era manifiesta frente a las fuerzas entre las que usted se encontraba ¿Utilizaron la guerrilla en algún momento?

-No, pero sí golpes de mano. No podíamos pretender otra cosa. Ellos tenían mayores medios. Los objetivos que conseguíamos costaban fuertes bajas.

Hoy es 1 de diciembre de 2009. Han pasado setenta y tres años desde que se produjera la Batalla de la carretera de La Coruña. Los primeros días de frío van llegando al noroeste madrileño. Dicen (y probablemente sea cierto) que los inviernos actuales son cada vez más suaves, pero no por ello resulta difícil imaginar lo mal que debieron de pasarlo quienes aquí combatieron. Muchas veces, cuando en esta época del año recorro los antiguos campos de batalla, una intensa niebla cubre el paisaje. Es entonces cuando comprendo porque aquellas duras jornadas de guerra recibieron el nombre de “Batalla de la Niebla”.

Algunas mañanas, un espeso manto gris lo envuelve todo, impidiendo ver más allá de unas decenas de metros. Bien protegido del frío y la humedad, recorro los mismos lugares en los que antaño se combatió. Ya no hay balas surcando el aire, ni explosiones atronando por todas partes. Ya no se escuchan los sonidos mecánicos de tanques, ni los gritos de hombres enzarzados en combates cuerpo a cuerpo. Todo permanece tranquilo y en silencio. Sólo mi imaginación y mi sentir parecen evocar aquellos días.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía: Tropas franquistas en los alrededores de Madrid en el invierno de 1936/37.