sábado, 19 de diciembre de 2009

63) Pablo de la Torriente Brau


PABLO DE LA TORRIENTE BRAU

Los combates de la batalla de la carretera de La Coruña supusieron numerosas bajas en ambos ejércitos. La mayor parte de los caídos fueron combatientes anónimos de los que no nos ha llegado ninguna referencia.

Sin embargo, en ocasiones contamos con algunos datos más concretos que, por diferentes motivos, nos permiten poner nombre y apellido, fecha y lugar a episodios y sucesos ocurridos en aquellas lejanas y confusas jornadas.

Hoy queremos recordar al escritor cubano (aunque nacido en San Juan de Puerto Rico) Pablo de la Torriente Brau, que cayó combatiendo en las filas republicanas un 19 de diciembre de 1936, durante la segunda fase de la batalla de la carretera de La Coruña.

Desde muy pronto, Pablo asumió un claro compromiso político, lo que acabaría costándole, primero prisión, y más tarde el exilio en Nueva York, por sus actividades contra la dictadura de Machado. El inicio de la guerra civil española le anima a venir a nuestro país como corresponsal de una publicación norteamérica y de otra mejicana. El contacto con la guerra le convence de que escribir crónicas sobre la misma no es suficiente y decide implicarse más a fondo. Primero como Comisario de la Cultura y poco después como combatiente.

En el frente de Somosierra (Buitrago, Peña del Alemán…) se hace famoso por las arengas dirigidas al enemigo desde las trincheras. Tras una entrevista realizada al Campesino, Pablo decide integrarse en su Brigada, con la que combatirá en el noroeste de Madrid. Como Comisario de la Cultura desarrolla una intensa actividad propagandística (mítines, escritos…) en colaboración con la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Establece una profunda amistad con los poetas Miguel Hernández y Antonio Aparicio. Junto a ellos, decide publicar un periódico para la Brigada del Campesino, aunque Pablo morirá antes de poder ver editado el primer número.

Carismático y dotado de una gran personalidad, Pablo de la Torriente se hace muy querido entre sus compañeros. En Alcalá de Henares conoce a un niño huérfano, Pepito, al que decide apadrinar, y que le acompañará a todas partes en donde no hay peligro, pero con el que acabaría compartiendo un trágico final.

Teóricamente, Pablo muere en combate un 19 de diciembre de 1936, cuando se encuentra con las tropas del Campesino en algún lugar indeterminado entre Majadahonda y Boadilla del Monte, intentando frenar la ofensiva franquista iniciada el día catorce. Sobre su muerte se ha escrito mucho, y también se ha generado mucha leyenda.

Reproducimos aquí dos visiones sobre Pablo de la Torriente y su presencia en España. Entre una y otra aparecen algunas contradicciones o datos diferentes, pero dan una visión general que puede servir como introducción para todo aquel que desee luego profundizar más en el tema. La primera es la que Carlos Fonseca nos presenta en su libro “Rosario Dinamitera. Una mujer en el frente”:

“El comisario político de la unidad era en ese momento el cubano Pablo de la Torriente, que había sustituido a Valeriano Marquina, trasladado a otra unidad. Tenía treinta y cuatro años de edad y era natural de San Juan de Puerto Rico, aunque se había criado en La Habana, donde su familia se instaló cuando tenía sólo cinco años. Su padre era natural de la localidad santanderina de Hermosa, y él había viajado a España por primera vez siendo un niño, en 1903, para asistir en Santander al entierro de su abuelo paterno, el ingeniero Francisco de la Torriente Hernández.

Pablo había llegado a Madrid a finales de 1936 procedente de Nueva York, donde vivía exiliado desde la primavera de 1935 por sus actividades contra el régimen cubano. Un mitin a favor del Frente Popular celebrado en Unión Square le decidió a trasladarse a nuestro país. Lo hizo como corresponsal de guerra del diario “El Machete”, órgano del Partido Comunista mexicano, y de “New Masses”, la revista de los comunistas norteamericanos. “He tenido una idea maravillosa: me voy a España, a la revolución española. A ver a un pueblo en lucha. A conocer héroes. La idea hizo explosión en mi cerebro, y desde entonces está incendiando el bosque de mi imaginación”, escribió a su familia días antes de partir.

En la capital presenció el primer desfile de mujeres por las calles principales. Mujeres jóvenes y viejas, cocineras, operarias y modistillas de los radios del PCE y de la JSU gritando consignas: “Hombres al frente, mujeres a ala retaguardia”, “primera, segunda y tercera, los hombre a las trincheras”, “una, dos, tres y siete, los hombres al frente”.

Pasadas unas jornadas, consiguió un salvoconducto para viajar a Somosierra. Allí entrevistó al Campesino, del que tanto había oído hablar, y se sumó a sus hombres. Escribir, dijo, le parecía poca aportación a la lucha por la libertad, y desde entonces peleó con la pluma y el fusil. Lo hizo en Pozuelo y Boadilla del Monte, y en la retaguardia de Alcalá. Mientras esperaba ser enviado a otro frente de batalla, organizaba actos políticos en la nave de una iglesia para levantar la moral de los milicianos.

Su condición de hombre de letras le había permitido conocer a algunos de los integrantes de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, que tenía su sede en el palacio de los Heredia-Spinola, en la calle del Marqués de Duero, número 7, a los que invitaba para que hablaran a los soldados. A dos de ellos, los poetas Miguel Hernández y Antonio Aparicio, los había incorporado al Comisariado de la Cultura de la brigada y preparaba con ellos la edición de un periódico con el nombre de “¡Al Ataque!” Y otro mural.

Pablo no era el único cubano de la brigada, en la que también peleaba Policarpo Candón, de treinta y un años, natural de Cádiz, aunque su familia marchó a Cuba y allí se crió. Como su compañero, lucho contra la dictadura del presidente Gerardo Machado, y había viajado a España para defender la República. Rosario (la “Dinamitera”) hizo amistad con ambos. Le gustaba escucharles hablar con ese tono envolvente y meloso que le sonaba a música (…)

Madrid aguantaba, aunque la situación era crítica. Los rebeldes habían protagonizado varias ofensivas una vez fracasado el ataque frontal. Eran operaciones dirigidas a los nudos de comunicación de acceso a la capital para aislarla, como paso previo al ataque definitivo. Una de ellas se dirigió contra la carretera de La Coruña para incomunicar a las tropas que luchaban en la sierra. El ataque fue repelido a costa de numerosas vidas, entre ellas la de Pablo de la Torriente. Cayó herido el 19 de diciembre en Majadahonda y hasta tres días más tarde no encontraron su cadáver tendido sobre la nieve. Hacía una semana que había cumplido treinta y cinco años, y en tan sólo tres meses en la brigada se había ganado el respeto y el afecto de quienes le conocieron.

El Campesino le condecoró con la insignia de capitán y su cadáver fue enterrado en el cementerio de Chamartín de la Rosa, en Madrid del que se había enamorado nada más poner pié en él. Decía que la alegría de la gente y su capacidad para sobreponerse a las desgracias le recordaban la bullanga del malecón de La Habana. Allí había dejado a su mujer. Teté Casuso, que al conocer la noticia de su muerte reclamó su cadáver para darle tierra en la isla. Sus restos fueron exhumados y trasladados a Barcelona con intención de enviarlos a su país, pero el bloqueo marítimo impidió cumplir el deseo de su esposa y obligó a enterrarlo en la ladera de la colina de Montjüic.

Su muerte fue un golpe para todos. Miguel Hernández y Antonio Aparicio ultimaron los trabajos para imprimir el periódico “¡Al Ataque!”, en el que tanta fe había puesto. Nombraron un corresponsal en cada brigada para que recogiera las colaboraciones de los soldados y lograron que el primer número saliera de la imprenta el 9 de enero de 1937, con la portada íntegramente dedicada al que había sido su comisario y un texto del segundo ilustrado con un dibujo de Fernando Briones, un compañero de la División.” (Fonseca, C. “Rosario Dinamitera. Una Mujer en el frente. Ediciones Temas de Hoy, Madrid, 2006. Pp. 81, 82, 83, 100).

A continuación reproducimos lo que Jorge M. Reverte escribe sobre Pablo en el capítulo titulado “19 de diciembre”, de su libro “La Batalla de Madrid”:

“- Oye, viejo, hay que buscar a Pablo.

Justino Frutos Redondo es jefe de la 2 compañía del 1 batallón móvil de choque que manda el cubano Policarpo Candón. La unidad está desplegada en un frente corto, entre Retamares y Boadilla del Monte, tomada por los moros de Varela el día anterior. El batallón de Candón y Frutos está ya muy fogueado. Sus hombres se han curtido en el frente de Buitrago en donde han colaborado durante varias semanas en la contención de las tropas de Mola. Ese frente se considera ya estabilizado. Las aguas del Lozoya, que son las que bebe Madrid, están a salvo. Por eso, el batallón de choque ha sido trasladado a la zona de Pozuelo, donde la presión de los franquistas es muy fuerte. Intentan aislar a Madrid de la Sierra.

A Frutos le ha llamado su jefe Candón porque no hay noticias del hombre más querido del batallón, el también cubano Pablo de la Torriente Brau, el comisario político que se ha hecho famoso por sus pláticas nocturnas destinadas a los fascistas. Las arengas las lanza a través de unos enormes altavoces y suelen ser de una florida prosa que encandila a las fuerzas propias, aunque no se sabe de cierto si provoca en las filas enemigas a algún efecto semejante, sobretodo porque los moros que hay en frente no tienen demasiadas nociones de castellano. Pablo es un organizador y un trabajador incansable. Él ha convencido a gentes como el poeta Miguel Hernández de que desgranen sus poemas en el frente para subir la moral de las tropas republicanas. Una forma de guerra curiosa, en la que algunos poetas tienen un papel destacado, usando el fusil y la palabra en la misma jornada.

El propio Pablo es escritor, además de periodista, aunque su último oficio antes de venir a España consistía en fregar platos en Nueva York. Un trabajo embrutecedor que ha entretenido a tantos y tantos exiliados políticos cubanos en su obligada marcha a Estados Unidos.

Pablo es, además, un luchador de primera. Un tipo de gran presencia física, con sus 185 centímetros de estatura, y muy valiente. No ha regateado en ningún momento su presencia en la primera línea, su participación en los combates más arriesgados.

De Pablo no se sabe nada desde hace veinticuatro horas. Y Frutos sugiere encabezar una acción peligrosa: con una sección de los nuevos compañeros andaluces que se han incorporado a su compañía, hombres novatos pero muy valientes, se va a infiltrar en las líneas enemigas en su busca.

Lo que averiguan de la desaparición de Pablo es que se le vio a mediodía del día anterior, después de un combate que duraba ya siete u ocho horas, en el casería de Romanillos. Hubo un gran bombardeo de artillería, y luego se infiltraron los blindados enemigos, seguidos de la infantería mora. Las tropas del batallón móvil tuvieron que retirarse unos dos kilómetros, y lo hicieron de una forma ordenada, hasta pararles. Pero Pablo no apareció, aunque sí el cadáver de su “ayudante”, un niño de trece años, abandonado, al que Pablo había prohijado y que le acompañaba en posiciones teóricamente sin riesgo. El niño, que se llamaba Pepito, fue a buscarle sin pedir permiso a nadie y lo pagó con su vida. Su pequeño cuerpo exánime ha pasado en una camilla por delante de los combatientes.

Frutos pide voluntarios entre la sección de andaluces. Todos dicen que van. Hay que traerlo como sea, esté vivo o muerto. El primer objetivo de la descubierta es la casucha donde un testigo le vio por última vez.

A las tres de la madrugada, los hombres comienzan a moverse en fila india y en silencio hacia las líneas enemigas. Es un frente con muchas discontinuidades, por lo que la acción es realizable. Los voluntarios andaluces van con la bayoneta calada y las bombas de mano preparadas. En esas condiciones, si hay combate será cuerpo a cuerpo.

Por la ventana de la casucha asoma el cuerpo de un moro armado con un fusil. Uno de los hombres se adelanta y logra sorprenderle sin tener que disparar el fusil ni usar una granada. Lo atraviesa con la bayoneta y el centinela muere en silencio. Frutos y sus hombres comienzan a rastrear el terreno. Y Pablo aparece. El cuerpo está aún caliente, ha tardado en morir. Un balazo le atraviesa el pecho. Hay un montoncito de tierra a su lado, donde ha escondido su documentación antes de expiar.

Entre cuatro hombres lo llevan de vuelta a las líneas propias. Su compatriota, el comandante Policarpo Candón, se hace cargo del cuerpo y la documentación.

Pablo de la Torriente es uno de los primeros voluntarios comunistas cubanos en caer en España. Muchas decenas de ellos lo harán en los tres años de la guerra.

Dos días después, Pablo recibirá un homenaje póstumo en Alcalá de Henares. Dos semanas más tarde será enterrado solemnemente en el cementerio de Montjuïc de Barcelona. A la ceremonia asistirán la banda de música de la unidad del Campesino, dirigida por el también cubano Julio Cuevas Díaz, y su amigo Miguel Hernández, que lee ante la tumba la que llamará su “Elegía Segunda”. La primera se la ha dedicado a su amigo Ramón Sijé, muerto también hace poco:

Me quedaré en España, compañero,
me dijiste con gesto enamorado.
Y al fin sin tu edificio tronante de guerrero
en la hierba de España te has quedado.
Pablo de la Torriente
has quedado en España
y en mi alma caído:
nunca se pondrá el sol sobre tu frente,
heredará tu altura la montaña
y tu valor el toro del bramido.
Ante Pablo los días se abstienen ya y no andan.
No temáis que se extinga su sangre sin objeto,
porque éste es de los muertos que crecen y se agrandan
Aunque el tiempo devaste su gigante esqueleto.

Cuando la guerra acabe, el cuerpo de Pablo de la Torriente será arrojado a una fosa común por los vencedores. Su tumba ya nunca podrá ser localizada.” (Reverte, J. M. “La Batalla de Madrid”, Crítica, Barcelona, 2004. Pp. 438-441).

Pablo de la Torriente Brau ha despertado un gran interés a lo largo de los años. En Cuba es muy recordado y homenajeado, donde es conocido como “El mártir de Majadahonda” (aunque yo siempre he considerado que Pablo, en realidad, falleció en el término municipal de Boadilla del Monte), y en España son varias las asociaciones que se encargan de reivindicar su figura.

Como el espacio de este blog es limitado, remitimos a quienes quieran conocer más sobre la figura de Pablo de la Torriente y su obra, al Foro de la asociación Gefrema (Grupo de Estudios del Frente de Madrid), en el que Guilpomad ha estado desarrollando un intenso trabajo de investigación sobre este escritor:


En la página Web del Centro Cultural Pablo de la Torriente encontramos un espacio dedicado al escritor:

Esta misma institución cultural da la posibilidad de descargarse, entre otras obras, los libros que han publicado de Pablo de la Torriente. El enlace es:


1 comentario:

  1. Pablo era de izquierdas pero JAMÄS perteneció al partido comunista de Cuba o al partido socialista popular, nombre que le pusieron al partido cuando se vendieron a Batista en los años cuarenta.

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