sábado, 27 de marzo de 2010

77) El Arenalón (La Marazuela)


EL ARENALÓN (LA MARAZUELA)

Más allá de la Estación de trenes de Las Rozas se extiende una zona residencial conocida desde hace varias décadas con el nombre de La Marazuela. Poco a poco, la acción urbanística ha ido ocupando el área comprendida entre la A-6 y el Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares (que antaño recibía el nombre de El Arenalón), construyéndose urbanizaciones, rotondas y calles asfaltadas que han modificado enormemente el entorno.

Antes de que se produjeran las últimas ampliaciones urbanísticas (que contemplan la construcción de 627.300 metros cuadrados), iniciadas hacia el año 2003 y que aun siguen su ritmo (está proyectada la construcción de 2.000 nuevas viviendas), el lugar contaba con un amplio espacio verde, formado por pastizales y tierras de cultivo, que se extendía hasta el Monte de El Pardo, y del que ya sólo queda el área protegida que se encuentra dentro del Parque Regional.

Durante la Guerra Civil la zona se convirtió en primera línea de fuego. En los combates de enero de 1937, las tropas de Barrón y de Iruretagoyena conquistaron el pueblo de Las Rozas y, cruzando la carretera de La Coruña, ocuparon su estación de trenes y las pocas edificaciones que allí existían (ver apartado de este blog “POZO MISTERIOSO”). Los republicanos se vieron obligados a replegarse hacia El Pardo, intentando una serie de contraataques para recuperar el terreno perdido que no tendrían éxito.

Quedaban así definidas las líneas de unos y otros. Unas líneas separadas por unas docenas de metros y en las que inmediatamente comenzaría una intensa labor fortificadora que acabaría dando como resultado un sólido sistema defensivo de trincheras, refugios, fortines, etc.

Las posiciones franquistas, cuyos puntos fuertes se encontraban en el Cerro de la Paloma, la Colonia Santa Ana y los edificios de la estación, han desaparecido por completo bajo el ladrillo, el cemento y el asfalto. Sin embargo, de las posiciones republicanas, a pesar de la destrucción de numerosos restos, han llegado hasta nuestros días interesantes vestigios, algunos de los cuales, por encontrarse dentro del área protegida del Parque Regional, parecen haberse salvado de la depredación urbanística que caracteriza desde hace décadas al noroeste madrileño.

Los restos más interesantes y llamativos los constituyen una serie de puestos para arma automática (hasta la fecha hemos podido catalogar un total de nueve), cuya tipología, exceptuando uno de ellos con características muy diferentes al resto, responde a la típica de las fortificaciones que el II Cuerpo de Ejército Republicano construyó en la zona: planta cuadrada con frontal semicircular, cubierta consistente en una gran losa de hormigón, con una o dos troneras y construidos en mampostería.

Como suele ser normal, todos ellos (excepto el que comentábamos de características muy distintas), han perdido sus cubiertas. Esto se debe a la acción chatarrera desarrollada durante la posguerra, en la que se destruyeron muchas fortificaciones para extraer el valioso metal (hierro y acero) de sus estructuras. Junto a estas construcciones, también existen, distribuidas por la zona (muchas con los días contados), otras huellas de aquel pasado bélico: atrincheramientos, restos de refugios subterráneos, etc. que nos proporcionan una visión más amplia de cómo fue el sistema defensivo republicano en este sector.

Desde el principio de la contienda, las Fuerzas de la Defensa consideraron toda la zona que se extendía al norte y este de Las Rozas especialmente sensible a una ofensiva enemiga. La posibilidad de que los franquistas rompieran el frente y penetrasen en el Monte de El Pardo, pudiendo progresar hacia la capital, la carretera de Burgos o la Sierra, era un riego que tuvieron muy en cuenta, lo que propició una constante labor fortificadora, estableciéndose una serie de líneas defensivas difíciles de estudiar hoy en día, por discurrir buena parte de ellas por el Monte del El Pardo, donde, hasta la fecha, no se han facilitado permisos para poder realizar labores de investigación en su interior.

En algunos de los Estudios del Sector, realizados por los republicanos en 1937, se hace mención a este riesgo y se señala lo poco apropiado y dificultoso que, en muchos puntos, resulta el terreno para poder desarrollar un eficaz sistema defensivo. Los informes indican que las circunstancias en las que se definió la línea de frente, después de los combates de enero, obliga ahora a buscar soluciones:

“(…) El haberse detenido en esa situación, en momentos de gran peligro para Madrid en los que estaba ordenado a nuestras tropas el más estrecho contacto con el enemigo, y en el enorme perjuicio que hubiera podido acarrearnos el desperdiciar un solo palmo de terreno, obligó a nuestras tropas a ocupar posiciones tácticamente defensivas en muchos sitios deficientes, que han ido rectificándose a través del tiempo.”

Se señala también la potencial amenaza que supondría la acción de carros y lo muy vulnerable que es el sector a la acción de la artillería. En definitiva, si se querían minimizar o evitar los peligros de una posible ofensiva enemiga, había que trabajar y mucho.

La falta de alturas importantes y las numerosas barrancas y vaguadas de la zona dificultaban la posibilidad de poder establecer un correcto plan de fuegos, pero poco a poco, se fueron suprimiendo las abundantes desenfiladas, construyéndose numerosos emplazamientos para arma automática, primero de rollizos y posteriormente sustituidos por otros de mampostería.

Un punto importante de este sistema defensivo lo constituyó el Cerro de la Patatera, una pequeña mesetilla al noroeste del sector con unos campos de tiro frontales magníficos sobre las líneas franquistas y que facilitó el enlace con las posiciones republicanas del Cerro de la Curia, al otro lado de la carretera de La Coruña.

Junto a la ubicación de armas automáticas, se trabajó también en la construcción de abundantes trincheras y refugios subterráneos, así como en la colocación de diferentes obstáculos, principalmente alambrada de espino y fogatas.

A finales de marzo de 1939 (final de la Guerra Civil), las fortificaciones de El Arenalón formaban parte del 2º Subsector de la 8ª D (II C. E.) y estaban guarnecidas por el Batallón de Ametralladoras nº 8 y por el Batallón Disciplinario del II C. E.

En estas posiciones malvivieron cientos de combatientes durante casi tres años. Frente a ellos, a muy pocos metros, se extendían las líneas de sus enemigos, soportando condiciones similares. Unos y otros se vieron inmersos en una agobiante realidad que les obligaba a subsistir bajo tierra, aguantando lluvias de metralla y plomo, con la amenaza de enfermedades como el tifus o la disentería, alimentándose a base de latas de sardinas, comidos por diferentes parásitos (piojos, pulgas, garrapatas, chinches) y a merced de las duras condiciones climáticas.

Siempre en guardia, de día y de noche, porque la primera línea de fuego, aunque se trate de un frente “estable”, supone una persistente actividad bélica (escaramuzas, incursiones, golpes de mano…). Y siempre trabajando, porque las fortificaciones (trincheras, alambradas, nidos de ametralladoras…) exigen un mantenimiento y perfeccionamiento constante.

Hoy en día, afortunadamente, no podemos ni concebir lo que debió de ser aquella locura. Paseamos apaciblemente por los mismos escenarios que hace setenta años se convirtieron en un infierno. Apenas percibimos la existencia de los pocos restos que aun aparecen disimulados e integrados en el paisaje. Mucha gente, ni siquiera sabe que esas extrañas ruinas son todo lo que queda de viejos nidos de ametralladoras.

Todo va siendo borrado por el paso del tiempo, cubriéndose de olvido e indiferencia. Algunos nos sentimos atraídos por ese Pasado, e intentamos indagar y profundizar en él. Pero el tiempo, lamentablemente, corre en nuestra contra.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografías: Algunos de los fortines que aun existen en El Arenalón (JMCM)

Documentación procedente del AGMA.

viernes, 19 de marzo de 2010

76) Vergüenza


VERGÜENZA

“Áreas de Planeamiento como “Huerta Grande” que es a la que afecta esta actuación. Por motivos de seguridad se ha comenzado a derribar el muro que separa esta finca de la calle de Campomanes, y parece ser que se va a aprovechar esta circunstancia para ensanchar dicha calle, dotándola de dos carriles y una acera más ancha, por que la actual, en algunos tramos no permite siquiera el tránsito de una persona. Del mismo modo se ensanchará la salida hacia la carretera de Majadahonda y la de Boadilla, cambiando la ubicación de la parada del autobús que actualmente es muy conflictiva.” enpozuelo.es/noticias/

No es la primera vez. Quizás, deberíamos de estar ya acostumbrados a este tipo de atentados contra el patrimonio histórico-cultural de nuestra zona, pero NO, no sólo no nos acostumbramos, sino que cada vez nos causa más repulsa, indignación y tristeza.

Hace pocos días, en Pozuelo de Alarcón se ha cometido la increíble barbaridad de derribar uno de los vestigios arquitectónicos más antiguos con los que contaba el municipio. El tapial del siglo XVIII que rodeaba la finca de Huerta Grande ya no existe. Un mal día, el Ayuntamiento, saltándose a la torera todos los protocolos de actuación sobre patrimonio, bienes de interés cultural y arqueología, lo destruyó en pocas horas. Se ponía así fin a dos siglos de Historia. Una Historia a la que, lamentablemente, ya sólo podremos acercarnos a través de la memoria, la fotografía y los documentos escritos.

En junio de 2009 publicábamos en este blog una entrada con el título “POZUELO DE ALARCÓN”, donde reproducíamos parte de las memorias de Mateo Merino, uno de los combatientes republicanos que se encontraban en Huerta Grande durante la batalla de la carretera de La Coruña. En estas memorias, Merino nos hablaba de la casa de Huerta Grande, de sus trincheras, de los combates que se entablaban con las tropas franquistas parapetadas en la cercana Colonia de la Paz. Mateo Merino, recordaba también a sus compañeros y las diferentes sensaciones que aquellas jornadas únicas le causaron.

También hacía alusión al tapial que recientemente ha sido destruido. Nos hablaba de cómo se había convertido en parapeto, abriéndose en él aspilleras por las que poder disparar, y de cómo el fuego del enemigo tenía enfilados algunos puntos de la misma, convirtiéndolos en lugares sumamente peligrosos. Los restos de estas aspilleras, toscamente taponadas, seguían apreciándose hoy en día en el muro, que también contaba con numerosos impactos de bala.
Hoy, todo eso ha desaparecido. La pobre justificación que se ha dado es que el muro estaba en muy mal estado y que por “motivos de seguridad” ha sido derribado. Es lo de siempre: primero se abandonan las cosas, despreocupándose del cuidado y conservación de las mismas (lo que debería de ser una de sus competencias y responsabilidades) y después, con la excusa del supuesto riesgo de que se derrumbe y pueda causar algún daño, se llevan las excavadoras y asunto terminado. ¡Que vergüenza!

Ahora, aprovechando tan “oportuna” circunstancia, se van a desarrollar una serie de obras. Si a todo esto le sumamos la tala incontrolada de los árboles del lugar y el hecho de que el Ayuntamiento ha comprado parte de los terrenos de Huerta Grande para destinarlo a uso público y privado, la jugada parece clara.

En los últimos días, algunas personas interesadas en el tema nos hemos ido acercando al lugar para comprobar in situ este último desatino. Allí, hemos evocado (como tantas otras veces) aquellos terribles días del invierno 1936/37 en que toda la zona se convirtió en un cruento campo de batalla, y en los que “Huerta Grande” (su casa, jardines y desaparecido tapial), fueron protagonistas de primer orden.

La Historia manifiesta su presencia de diferentes maneras, y así, en el hoy desolado espacio que hasta hace pocos días ocupaba el tapial de “Huerta Grande”, han ido apareciendo restos de aquellos días de guerra: balas, vainas, cartuchos, peines… Vestigios históricos que, en su inmensa mayoría, han terminado en alguna escombrera, sin tiempo de poder ser recogidos y catalogados.

En fin. Una nueva e irreparable agresión al patrimonio histórico y cultural del noroeste de Madrid.

Lamentablemente, nos tememos que no será la última.

"PROYECTO FRENTE DE BATALLA"

Fotografías: Entrada de “Huerta Grande”, antes y después de ser destruida (JMCM)

martes, 16 de marzo de 2010

75) Toma de decisiones


TOMA DE DECISIONES

Algunas veces, cuando nos acercamos a momentos o episodios del pasado, nos cuesta entender que las cosas se desarrollaran de una manera y no de otra. No comprendemos porque sus protagonistas actuaron de tal o cual forma. Nos pueden resultar extrañas sus decisiones (o indecisiones), sus errores, sus comportamientos.

Esto nos ocurre porque nosotros, a diferencia que ellos, podemos ver todo aquello con la perspectiva del tiempo. Esta perspectiva nos permite conocer datos, detalles, informaciones que las personas que vivieron aquellos sucesos desconocían por completo, y sobretodo, nosotros conocemos el final de la historia.

Ya hemos señalado muchas veces la enorme confusión que reinó en uno y otro ejército durante la batalla de la carretera de La Coruña. Hoy en día, al adentrarnos en el estudio o conocimiento de aquellas jornadas bélicas, contamos con una serie de fuentes, documentos y trabajos de investigación sobre la misma. Esto nos proporciona una visión general de la que carecieron quienes protagonizaron los combates.

Más o menos, contamos con datos sobre el número y tipo de tropas de cada ejército, su armamento, situación, objetivos, intenciones… Sabemos las consecuencias que tuvieron las diferentes decisiones que tomaron, las debilidades y las ventajas de unos y otros. En líneas generales, podemos analizar día a día, del primero al último, todo lo que fue sucediendo.

Evidentemente, los que se vieron inmersos en esos hechos, no podían conocer todo lo que estaba pasando, y mucho menos, preveer lo que iba a pasar. En muchos momentos, la batalla de la carretera de La Coruña, especialmente su última fase (iniciada el 3 de enero de 1937 y finalizada entorno al 16 del mismo mes), fue una auténtica locura en la que, con frecuencia, se impuso la toma de decisiones rápidas y arriesgadas para intentar resolver los graves problemas de todo tipo que iban surgiendo.

Y es que, una cosa es la planificación de operaciones militares sobre el plano, y otra muy diferente, poder llevarlas a la práctica con éxito. Cada decisión o movimiento cuenta rápidamente con una replica o consecuencia que no siempre se puede prever. En el desarrollo de una batalla resulta imposible pronosticar todo lo que sucederá. Sobre la marcha hay que ir tomando decisiones que unas veces resultarán acertadas y otras erróneas. Se trata de una especie de partida de ajedrez en la que cada contrincante va moviendo sus fichas, aunque de juego de mesa, una guerra, no tiene nada.

El 4 de enero de 1937, con el frente republicano roto por diferentes puntos y las columnas nacionales presionando en un imparable avance por el noroeste de Madrid, la situación se hizo sumamente delicada para los defensores. Nosotros, hoy en día, sabemos que la intención de los atacantes, una vez alcanzada la carretera de La Coruña a la altura de Las Rozas, era la de converger decididamente en dirección Este, hacia la capital. Pero esto que ahora nos parece obvio, no lo era tanto para los responsables de la defensa de Madrid.

La progresión directa hacia la ciudad era una posibilidad, quizás la más probable, pero no la única. Vicente Rojo, Jefe del Estado Mayor de la Defensa, recordaría años más tarde las enormes dudas y temores que asaltaron a los miembros de su equipo cuando fueron informados de que el enemigo había alcanzado la carretera nacional. La brecha abierta en el frente era grande y las tropas republicanas retrocedían descontroladamente, dejando el camino abierto al adversario. Había que tomar una decisión, pero ¿cual? Se temía que los nacionales decidieran internarse en el Monte del Pardo y progresar por él hacia Madrid, por una zona donde se carecía de un sistema defensivo eficaz, y en donde habría sido muy complicado poder frenarles. Pero, como señalábamos más arriba, este hecho era desconocido por los atacantes, cuya intención, por otra parte, era la de aprovechar la carretera para poder embolsar con rapidez a los defensores en el sector de Pozuelo-Aravaca y, si era posible, caer desde ahí sobre la ciudad.

Otro de los temores que los republicanos tuvieron desde los comienzos de la batalla (a finales de noviembre del 36) fue el de que los nacionales renunciaran a atacar Madrid y se decantaran por dirigir sus esfuerzos hacia el Norte con la intención de aislar a las guarniciones situadas en la sierra y, una vez aniquiladas éstas, privar a Madrid de los suministros de luz y agua que proporcionaban los embalses, para caer a continuación con todas sus fuerzas sobre la capital.

Esta preocupación quizás explique el porque los defensores de Madrid solicitaron en diferentes momentos al general Pozas (Jefe del Ejército Centro) el envío de refuerzos para establecer una consistente línea defensiva al Norte (Valdemorillo-Vértice Madroñal- Galapagar-Vértice Lazarejo-Las Matas-Torrelodones-Navachescas), en teoría, muy lejos del principal teatro de operaciones. Refuerzos que luego, una vez aclaradas las intenciones reales de los atacantes, serían utilizados en los lugares de verdadero peligro.

Con estos dos temores presente (la posible infiltración en El Pardo y el riesgo de que los nacionales atacasen dirección Norte) el Alto Mando Republicano, siguiendo la máxima de que la mejor defensa es un buen ataque (es decir, ante la duda, la mejor opción es intentar arrebatar la iniciativa al contrincante), planificaría una serie de acciones entre el bosque de Remisa y Pozuelo. Los días 5 y 6 de enero se mantiene un duro pulso que acabará resultando favorable a los nacionales que, ahora sí, muestran claramente sus intenciones de reducir el saliente Pozuelo-Aravaca y enlazar con las tropas que mantienen en la Casa de Campo y la Ciudad Universitaria para, una vez más, intentar el asalto definitivo a la ciudad.

Aclaradas las intenciones de los atacantes, resultó más sencillo tomar decisiones, marcar preferencias y concentrar fuerzas. El peligro seguía siendo enorme, pero al menos, parecía haberse definido. Es ahora cuando todos los esfuerzos republicanos se centrarán decididamente en cortar el paso de los nacionales por la carretera de La Coruña. De esta manera, el comandante Cuevas (Jefe de la 8ª División), a pesar de la pérdida de Pozuelo, logrará constituir un frente más o menos continuo el día 7 de enero. A la zona comienzan a llegar refuerzos de otros puntos de Madrid, e incluso, se trasladan unidades desde otros frentes (la Sierra, Guadalajara, Jaén…).

Con todo, las columnas nacionales continuarán su progresión, ocupando en días sucesivos Aravaca, Cuesta de las Perdices y Cerro del Águila, e intentando progresar hacia el Puente de San Fernando y Puerta de Hierro, en donde chocarían ya con una fuerte resistencia republicana que no fueron capaces de superar.

Hasta aquí, nos hemos dedicado a analizar, en parte, algunas de las dudas y temores que asaltaron a los mandos republicanos en diferentes momentos de la batalla, pero cabría decir lo mismo para los nacionales. Éstos, al igual que los defensores, sufrieron todo tipo de incertidumbres y de recelos. Muchas veces (especialmente en las primeras fases de la batalla), pecaron de subestimar al enemigo que tenían en frente, chocando luego con la cruda realidad de encontrarse con unos defensores tan decididos y obstinados como ellos.

Después, decidieron llevar los combates a campo abierto, donde sus tropas eran muy superiores a las milicias republicanas. Pero surgió entonces un elemento imposible de controlar: las adversas condiciones climatológicas: el frío, la niebla, el hielo… que terminaron frenando su avance, neutralizando el factor sorpresa y dando tiempo a los defensores a reorganizarse.

Cuando finalmente, la climatología les acompaña y deciden poner toda la carne en el asador para lograr sus objetivos, irán dándose cuenta, en el transcurso de los combates, que quizás habían pecado de optimismo en sus posibilidades, y que la meta que se habían propuesto, resultaba sumamente difícil con los medios de los que disponían. Además, enfrente se toparon con un enemigo que, a pesar de retiradas y espantadas puntuales, mostró, en líneas generales, una firme convicción de resistir a toda costa, planteando contraataques siempre que le fue posible.

Algunos investigadores y analistas de la batalla de la carretera de La Coruña, han criticado a los generales nacionales (Franco, Varela, Orgaz…) el no haber sido capaces de aprovechar los momentos de debilidad republicanos, no sabiendo explotar las situaciones críticas que causaron a los defensores en diferentes momentos de la batalla. Pero, una vez más, la respuesta sería la misma que planteábamos más arriba: los generales nacionales desconocían la totalidad de lo que estaba ocurriendo en las filas de su enemigo y, por otra parte, eran muy conscientes de las posibilidades reales de las fuerzas con las que ellos mismos contaban (pocas reservas, numerosas bajas, agotamiento de las unidades de choque…).

Cada ejército hizo lo que pudo para lograr sus objetivos. Jugo sus cartas como mejor supo, intentando resolver la avalancha de problemas, complicaciones y peligros que fueron surgiendo a lo largo de la batalla. Los resultados finales los conocemos: los nacionales ocuparon una serie de pueblos al noroeste de Madrid, dominando las principales alturas y otros puntos de gran interés estratégico, pero fracasaron en el verdadero objetivo que, desde los primeros días de noviembre, llevaban intentando, la conquista de la capital; por su parte, los republicanos lograron hacer realidad su consigna de “No Pasarán”, pero a costa de un elevado número de bajas y con un enemigo apostado en las mismas puertas de la ciudad, sometiendo a ésta a una constante y grave amenaza, que se mantendría hasta el final de la guerra.

Hoy en día, leyendo y analizando aquellas jornadas, podemos especular sobre lo que deberían de haber hecho los unos y los otros. Podemos opinar sobre aciertos y errores, imaginar posibilidades y fantasear con lo que podía haber sido y no fue, pero todo eso, no pasa de ser historia-ficción.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Foto 1) Vicente Rojo con diferentes jefes militares (Hans Khale, Barceló, Gorev…), durante la batalla de Madrid. Nov. 1936.
Foto 2) Franco con dos miembros de su Estado Mayor (Medrano y Barroso). Invierno 1936/37.

domingo, 14 de marzo de 2010

74) Una ensalada de tiros


UNA ENSALADA DE TIROS

Hay gente que va al campo a coger setas. Otros se dedican a buscar fósiles y minerales. También hay quienes recogen flores, espárragos, cardillos, acederas u otros tipos de plantas comestibles. A mí, de vez en cuando, me gusta ir a buscar balas.

Con algo de paciencia y buena vista, sabiendo donde y cómo, resulta relativamente habitual poder localizar restos de todo tipo de munición. La guerra civil, como todas las guerras, supuso un intenso derroche de material bélico. Setenta años después, a pesar del paso del tiempo y la erosión, de las labores de limpieza que realizó el ejército durante años, del trabajo de recogida hecho por los chatarreros y “metralleros” de la posguerra, a pesar de las grandes transformaciones sufridas en muchos entornos, aun hoy, es posible toparse con estos vestigios del pasado.

Casi tres años de guerra dieron para mucho tiro, y miles de pequeños proyectiles se esparcieron por toda la región noroeste de Madrid. Miles de balas mortales que no encontraron su objetivo. Balas de múltiples calibres, con diferentes formas y tamaños. Balas procedentes de medio mundo (Alemania, Francia, EEUU, Italia, México, URSS…) que hoy constituyen una clara prueba de que aquí, no hace tanto tiempo, hubo una guerra.

Con la mirada atenta, mientras recorres las viejas posiciones o los olvidados campos de batalla, puedes toparte con estos restos. A mi me gusta recogerlas, limpiarlas, identificarlas, catalogarlas y coleccionarlas.

En realidad es como buscar una aguja en un pajar, pero poco a poco, te acostumbras a localizarlas. Tu ojo se “tecnifica” y aprendes a detectar formas, tamaños, colores que permanecen semienterrados o prácticamente ocultos en el terreno, esperando a que un día, más de setenta años después de que fueran disparadas, pases por ahí, las veas y las recojas.

Conociendo parte de la Historia que hay detrás de ellas, sabiendo algo de los combates con los que están relacionadas, no pueden dejar de resultar ciertamente evocadoras, provocando diferentes impresiones y sentimientos.

En ocasiones, intentas compartir la emoción que te produce este tipo de hallazgos con otras personas. En general suelen mostrar indiferencia, incapaces de ver poco más que pequeños trozos de metal oxidado, simple chatarrilla. Algunos muestran cierto interés o curiosidad. Entonces aprovechas para explicarles algo sobre el tema.

Les hablas de cosas tales como que cuando se apretaba el gatillo del fusil, el percutor era impulsado hacia adelante por la fuerza de su muelle, lo que provocaba que la punta del percutor golpeara bruscamente sobre el fulminante, que por tal motivo se inflamaba. Entonces, por los oídos del culote se comunicaba el fuego a la carga de pólvora, cuya combustión, producía unos gases que ejercían una potentísima presión en el interior del cartucho, lo que provocaba que la bala se desengarzara del cuello o gollete de la vaina, tomara las estrías o rayas del ánima (haciéndola tomar un movimiento de rotación) y fuera proyectada hacia el objetivo contra el que se apuntaba el arma.

Les explicas cosas así, y ellos te escuchan con aparente atención, aunque con cara de estar pensando: “pero que me está contando este tipo”.

El noroeste madrileño, al igual que muchos otros lugares, esta repleto de estos restos:

Munición de Moisin-Nagant, de Mauser, de 303 British, de Ariaska, de Lebel, de Winchester, de Berdan, de Remington… Calibres del 7 mm, del 7,5, del 8, del 9… En fin, lo que popularmente se suele definir como una auténtica “ensalada” de tiros.

Mucho más que trozos de metal oxidado. Pequeños vestigios del Pasado. Recordatorios de un una terrible guerra.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía: Surtido de balas recogidas en diferentes paseos por Las Rozas (JMCM)

viernes, 5 de marzo de 2010

73) Trincheras del noroeste


TRINCHERAS DEL NOROESTE

“TELEGRAMA OFICIAL. GABINETE TELEGRÁFICO. MINISTERIO DE LA GUERRA

Madrid, Alcalá de Henares.

Del General Jefe del Ejército Centro al General Jefe de la Defensa de Madrid. Orden que se transmite para su conocimiento y cumplimiento al Jefe de la Novena División, al Jefe de la Tercera División en El Escorial y al Jefe de la Segunda División en Guadarrama.

En contestación a su escrito fecha 14 del corriente y vistas sus manifestaciones debe de ordenar lo siguiente:

1º) Fortificar la línea cota 700 (al Este del Km. 19 del Ferrocarril)-Km. 20 de la carretera de La Coruña-Km. 4 de la carretera a Las Rozas-500 m al Oeste del Km. 2 de la carretera de Villanueva del Pardillo-1 Km. al Norte de Villanueva del Pardillo.

2º) Guarnecerla con un mínimo de seis batallones y tres baterías de alcance máximo de entre las disponibles en su agrupación.

3º) Retirar a la zona Torrelodones-Galapagar-Hoyo de Manzanares-El Escorial al resto de fuerzas de la agrupación para que se reorganicen y descansen teniendo preparados a su inmediación camiones de que disponen por si fuera necesario su transporte urgente a otro emplazamiento del frente de este Ejército (…)

Comuníqueme, en el día de mañana, la composición y emplazamiento de las unidades que guarnecen la línea defensiva citada.”

Estos son algunos fragmentos del telegrama en el que el general Pozas, Jefe del Ejército Centro Republicano, daba la orden para que las tropas que se encontraban desplegadas en el noroeste de Madrid, cesaran los combates y se establecieran en plan defensivo. Eran mediados del mes de enero de 1937, y la batalla de la carretera de La Coruña había llegado a su fin.

Por su parte, las tropas nacionales, prácticamente agotadas en fuerzas y recursos tras haber logrado contener los últimos contraataques republicanos iniciados el día 11 de enero en el sector de Las Rozas-Majadahonda-Villanueva del Pardillo, hacían lo propio, comenzando una incesante labor fortificadora que daría lugar a una guerra de trincheras o guerra de posiciones que, hasta el final de la contienda, caracterizaría a este sector del frente. Un sector en el que, en muchos puntos, las posiciones de unos y otros, apenas estarían separadas por unas decenas de metros.

Desde este momento, va a ir tejiéndose por el paisaje una especie de telaraña compuesta de trincheras, parapetos, galerías, túneles, alambradas de espino, fortines, casamatas, chabolas, refugios, observatorios, sacos terreros, pozos de tirador y nidos de ametralladora, que constituirían lo que se denominó un “Frente Estable”.

Uno frente a otro, cada ejército comienza a clavarse al terreno. Día a día, cientos de hombres van a verse inmersos en esta locura que les condena a vivir en la tierra excavada, cubiertos de la vista del enemigo para evitar ser alcanzados por sus disparos, pero a la vez, vigilantes y acechantes a los movimientos del contrario, intentando predecir y anticiparse a sus intenciones. Protegerse y vigilar. Cavar y combatir. Fortificar y destruir.

La guerra de trincheras, un tipo de guerra que había alcanzado su máxima crueldad y brutalidad en el frente occidental durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918), se reproducía ahora en Madrid, alcanzando incluso, sus arrabales y algunos de sus barrios.

Durante casi tres años, una estrecha tierra de nadie separó las dos Españas. Una tierra de nadie, muchas veces confusa y poco clara. Cambiante, traicionera y extremadamente peligrosa, en la que las destrucciones, las ruinas, los cráteres de las explosiones, el silbido de las balas, los cadáveres abandonados… se convirtieron en los elementos cotidianos, proporcionando al entorno un aire surrealista e irreal, crudo y deprimente.

Como si de topos o lombrices se tratase, los soldados tuvieron que acostumbrarse a vivir semienterrados en zanjas, galerías y subterráneos. Huecos y agujeros toscamente trabajados, incómodos, angostos y tristes. Unas trincheras que en verano se convertían en verdaderas parrillas y en invierno en lodazales inmundos. Lugares donde los parásitos y las enfermedades podían llegar a resultar tan desesperantes como el constante hostigamiento del enemigo. Un tipo de guerra que acabaría causando más bajas que las sufridas en el transcurso de las grandes batallas.

Unos trabajos que no cesaron en ningún momento. Por el contrario, fueron en constante aumento, ampliando y perfeccionando las líneas, manteniéndolas y fortaleciéndolas de manera incesante. Llama la atención el hecho de que en los partes informativos de los dos ejércitos sigan apareciendo alusiones a estos trabajos hasta las mismas vísperas del final de la guerra.

Una labor en la que los técnicos e ingenieros militares volcaron enormes esfuerzos. Planes y proyectos de defensa y fortificación diseñados en croquis y documentos que luego eran desarrollados sobre el terreno, demostrando su acierto o ineficacia. Teoría y práctica retroalimentándose mutuamente sobre la marcha de ataques, contraataques, golpes de mano, minas y contraminas, acciones de descubierta, operaciones locales, etc. que terminaron por alterar y modificar el espacio, siendo necesario el uso de nuevos topónimos que sirvieran de referencia para situarse en los mapas y que hacían clara alusión a los “desastres de la guerra”: “Posición Volada”, “Casa Destruida”, “Parapeto de la Muerte”, “Loma Fortificada”, “Loma Artillera”…

Los vestigios de aquel pasado siguen siendo visibles en el terreno. Como heridas mal cicatrizadas, muchos trazados de trincheras forman hoy parte del paisaje. Lomas, colinas y cerros surcados por un zigzagueante rastro de lo que fueron unas líneas defensivas en las que cientos de hombres aguantaron las penurias de la guerra.

A pesar de los muchos años transcurridos, el tiempo aun no ha logrado borrar del todo su presencia. Una presencia que pasa inadvertida para mucha gente, pero que delata parte del Pasado aquí vivido.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografías: Restos de trincheras en Las Rozas y Majadahonda (JMCM)

Documentación procedente del AGMA