viernes, 9 de diciembre de 2011

108) Sentir la Historia


SENTIR LA HISTORIA

“Me gusta la historia. No sería historiador si no me gustara. Cuando el oficio que se ha elegido es un oficio intelectivo resulta abominable dividir la vida en dos partes, una dedicada al oficio que se desempaña sin amor y otra reservada a la satisfacción de necesidades profundas. Me gusta la historia y por eso estoy contento al hablaros hoy de lo que me gusta.” (L. Febvure, “Combates por la Historia”).

Estas palabras, dirigidas a los alumnos de la Escuela Normal Superior (Francia) en el comienzo del curso de 1941, por el insigne historiador Lucien Febvure (1878-1956), renovador y filósofo de la disciplina, me sirven hoy para iniciar las siguientes reflexiones.

Por lo que puedo observar, la mayor parte de las personas que en algún momento determinado se sienten interesadas por la Historia, bien sea en un periodo concreto, en un personaje determinado o en la historiografía en general, se limitan a consultar alguno de los muchos libros publicados sobre ese tema, y, muchas veces, se autolimitan aun más, acudiendo solo a aquellos libros y autores que presuponen van a coincidir con sus ideas.

Nos encontramos así con un gusto e interés por la Historia un tanto pobre y limitado, más próximo a la literatura de entretenimiento (con todos mis respetos hacia este género) que a la historiografía propiamente dicha.

El mundo académico y profesional también tiene sus pegas. Muchos profesionales de la Historia desarrollan una actividad  que podríamos definir como “fosilizante”. Buena parte del mundo académico termina enclaustrándose en sus despachos y departamentos, moviéndose solo a la caza de una buena subvención, de un atractivo presupuesto para algún proyecto, independientemente del interés que éste pueda suscitar realmente. Trabajando, en el mejor de los casos, de puertas adentro, pero sin apenas contacto con las preferencias, inquietudes y preocupaciones de la sociedad. Acomodados en sus respectivas cátedras, muchos profesores y profesoras se dedican, curso tras curso, a repetir robóticamente los mismos temarios, los mismos programas y planes de estudio. Una perorata de datos, fechas, términos y nombres que rebotan entre las paredes del aula, ante la indiferencia y el aburrimiento generalizado del alumnado. Un alumnado que, por otra parte, parece pasar por la Universidad, sin que la Universidad pase por ellos, deseando concluir lo antes posible sus estudios y conseguir así una titulación que, en muchos casos, les servirá para lograr un trabajo que poco o nada tendrá que ver con lo que han estudiado durante sus años de carrera.

Algunos de esos licenciados se decidirán a emprender la titánica realización de una tesis doctoral, la cual, tras largos años de intensa y profunda investigación, acabará, junto a otras muchas tesis, cogiendo polvo en los estantes de algún departamento sin que nadie se interese nunca por lo que ese trabajo pueda contener entre sus cientos de páginas, y sin que el esfuerzo puesto en su realización garantice a su autor un futuro estable o prometedor.   

Por supuesto que no se puede generalizar, pero hoy he querido centrarme en los aspectos que considero más tristes y deprimentes sobre la forma en la que muchos profesionales, aficionados o simplemente curiosos, suelen entender la Historia.

Lo expuesto anteriormente son ejemplos de una forma de hacer y entender la Historia rígida, pobre, limitada, mustia… sin emoción ni sentimiento. No es extraño, por tanto, que para no pocas personas, la Historia sea algo aburrido, con poco sentido y utilidad, volcando en ella diferentes prejuicios, aprensiones y recelos que acaban cimentando la idea de que la Historia, su estudio y conocimiento, no es más que una pérdida de tiempo, a lo sumo, un mero entretenimiento.

Demasiadas limitaciones para una disciplina que forma parte de la propia esencia del ser humano, porque, una de las cosas que nos diferencia claramente de otras especies animales, es la necesidad de saber de dónde venimos, para así, entender el presente que nos ha tocado vivir. Esa irremediable necesidad de plantear preguntas y buscar respuestas de manera constante sobre nuestro pasado, nuestro presente y nuestro indefinible futuro, esta detrás del sentido que para el individuo en concreto, y para la sociedad en general, tiene la Historia, la cual, de una manera u otra, está presente en el resto de disciplinas humanas. En palabras del propio L. Febvure, con el que iniciaba estas reflexiones:

“La historia es la ciencia del hombre. No lo olvidemos nunca. Ciencia del perpetuo cambio de las sociedades humanas, de su perpetuo y necesario reajuste a nuevas condiciones de existencia material, política, moral, religiosa, intelectual. Ciencia de ese acuerdo que se negocia, de la armonía que, perpetua y espontáneamente, se establece en todas las épocas entre las diversas y sincrónicas condiciones de existencia de los hombres: condiciones materiales, condiciones técnicas, condiciones espirituales. Por ahí es por donde la historia descubre la vida."

Al hilo de todo esto, me viene a la memoria una novela que leí hace algún tiempo. Se titula “El país del agua”, del escritor británico G. Swift, publicada por Anagrama y de la que existe una adaptación cinematográfica. En ella, su protagonista, que precisamente es un profesor de Historia, reflexiona sobre el sentido de su disciplina:

“Sólo los animales viven absolutamente metidos en el aquí y ahora. Sólo la Naturaleza ignora la memoria y la Historia. El hombre sin embargo (si me permitís brindaros una definición) es el único animal que cuenta historias. Vaya donde vaya, siempre trata de no dejar tras de sí una estela caótica o un espacio vacío, sino unas cuantas pistas en forma de historias. El hombre tiene que seguir contando historias. Tiene que seguir inventándolas. Mientras haya una historia, todo marcha bien. Dicen que incluso en sus últimos momentos, en la fracción de segundos de la fatal caída (o cuando está a punto de ahogarse) el hombre ve pasar velocísimamente ante sus ojos la historia de su vida.”  

Si aceptamos esta idea de que la Historia forma parte de la propia naturaleza humana (yo así lo creo), ¿por qué conformarnos con un acercamiento a ella tan pobre y limitado como el que suele ser habitual? ¿por qué aceptar un tipo de Historia muerta, poco o nada atrayente, perdiéndose así el enorme potencial que nos ofrece?

Por todo ello, yo prefiero entender la Historia como algo vivo y activo, que se integra en el presente, formando parte del aquí y del ahora. Algo que puede destilar sentimiento y emoción y que lejos de permanecer estático en los ferreos y fríos límites del rigor academicistas, fluye por todas partes, al alcance de todo aquel que quiera aproximarse a ella, sumergirse en sus secretos y descubrir lo que oculta, aprendiendo para ello a descodificar sus claves y códigos. El estudio e interpretación del pasado no debería ser cosa de unos pocos. El trabajo de los profesionales es imprescindible y fundamental, pero el conocimiento histórico no es monopolio suyo. Más allá del corsé de los manuales y las grandes obras historiográficas, la Historia puede vivirse como una experiencia, una aventura, un aprendizaje util y práctico del que se pueden sacar enseñanzas para el día a día. Una actividad que puede ser erudita e intelectual, pero también lúdica y divertida. Conciliar conocimiento y entretenimiento no es tan dificil como a priori podría parecer.

Hay un montón de lazos que unen el presente con el pasado, puntos de inflexión en los que no parecemos deparar. La Historia es una especie de espejo en el que tanto los individuos como las sociedades pueden refejarse. Se puede así, aprender a interpretar, de una manera crítica y reflexiva, el estado de las cosas en el que nos encontramos, sacando conclusiones propias. Se trataría de recojer la idea del clásico Cicerón: “La Historia es maestra de la vida y testigo de los tiempos.”

El acercamiento a la Historia debería de ser mucho más que la lectura de las extensas bibliografías existentes. Son tantas las posibilidades y los medios con los que contamos hoy en día para acercarnos al conocimiento e interpretación del pasado, que el campo de acción puede llegar a ser innabarcable, por ello, parece un error reducirse a las fórmulas que podríamos denominar como tradicionales.

Pero, ante todo, creo que el acercamiento a la Historia es, o debería de ser, una cuestión de necesidad, de actitud, de emoción... y, sobre todo, de sentimiento.

“No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños”
(Marco Tulio Cicerón 106 a. C.-43 a.C.)


JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

DEDICADO A LA GENTE DEL FORO DE GEFREMA, POR SU MANERA TAN ESPECIAL DE ENTENDER Y ACERCARSE A LA HISTORIA.


Fotografía: Con la Historia bajo nuestros pies (Quijorna, JMCM, 2009)

martes, 15 de noviembre de 2011

107) El Plan Masquelet en el NO de Madrid




EL PLAN MASQUELET EN EL NOROESTE DE MADRID

Desde los mismos días de la guerra, se ha ido generado una enorme cantidad de literatura acerca del proceso de fortificación que experimentó la capital española en vísperas de la Batalla de Madrid. Pero lo cierto es que, hasta la fecha, existen pocos estudios serios y bien documentados relativos a esta cuestión.

Si nos fijamos en la prensa madrileña de octubre de 1936, da la sensación de que la capital se estaba transformando en un inexpugnable bastión defensivo, donde miles de ciudadanos de todo tipo y condición, trabajaban sin descanso en la construcción de trincheras y fortificaciones. Esta prensa esta repleta de fotografías en las que aparecen mujeres, ancianos, incluso niños con picos y palas cavando zanjas y levantando parapetos y barricadas de adoquines y sacos terreros. No faltan tampoco algunos líderes de las diferentes organizaciones políticas visitando los lugares en los que se realizan esos trabajos, y hasta poniéndose ellos mismos manos a la obra. A la vez, en cientos de carteles y pancartas que en aquellos días inundaban la ciudad podía leerse: “¡Fortificad Madrid!”, “¡No Pasarán!”, “¡Madrid será la tumba del fascismo!, “Obras de fortificación de Madrid. Horario de Trabajo: de solo a sol. Salario mínimo: la victoria de Madrid.”, y los periódicos hablaban de unos 10.000 trabajadores (en unidades de 500) cavando trincheras en Madrid y sus alrededores, y publicaban crónicas en las que podía leerse:

“Muchos trabajadores voluntarios se desplazan el domingo, aprovechando todos los medios posibles de locomoción, para prestar sus servicios en los diferentes sectores de fortificación de Madrid.”

Pero, en realidad, todo ello respondía a cuestiones propagandísticas, cuyos resultados eran más psicológicos que de cualquier otro tipo. A pesar de la sensación que intentaba transmitirse de que todo el pueblo de Madrid estaba contribuyendo con su esfuerzo a la defensa de la ciudad, la realidad era que muy pocos creían que Madrid fuera realmente defendible, ni que esos trabajos de fortificación fueran a servir de algo.

En este sentido, es interesante el testimonio de Julián Zugazagotia (1900-1940), director entre 1932 y 1937 del periódico “El Socialista”, que había sido diputado entre 1931 y 1936 y sería ministro de Gobernación en el primer Gobierno de Negrín. Tras la guerra se exilió en Francia, pero la Gestapo lo detuvo y lo entregó a Franco, que no tuvo ningún empacho en hacerlo fusilar. Antes de tan trágico final, Zugazagotia, protagonista destacado de aquellos días por haber desempeñado cargos importantes, escribió “Guerra y vicisitudes de los españoles”, donde recoge sus memorias sobre la guerra civil. En este interesante libro, respecto a los trabajos de fortificación que se realizaban en Madrid en aquellos días, el autor escribe lo siguiente:

“En algunas zonas de los alrededores de la capital, equipos de hombres cavaban trincheras. Era la última pasión: cavar trincheras. De los ministerios, de las oficinas públicas, de los establecimientos y comercios, oficinistas y dependientes, embarcados en camiones, eran enviados a hacer fortificaciones. Fortificaciones llamábamos los periodistas a unas zanjas de medio cuerpo que no tendrían posibilidad de utilizar los soldados (…) Los batallones de fortificadores no hacían trabajo útil. En dictamen de ingenieros y arquitectos, las trincheras que se construían no servirían para nada. Eran una pérdida de tiempo. Argumentaban largamente sus puntos de vista, para acabar sosteniendo la necesidad de un método y un plan, que según ellos no había. Aquellas personas a las que se compelía, con menos violencia que malos modos, a tomar la pala y el pico, estorbaban y no ayudaban. Los tajos se encombraban de trabajadores teóricos, tanto más entusiastas, cuanto más inútiles. Las fortificaciones de la capital eran modestísimas zanjas, sin profundidad, de las que la aviación enemiga expulsaría a nuestros combatientes tan pronto como se lo propusiera. Donde las cosas se hacían con más conciencia, empleando en la medida que se podía, el cemento, la obra no adelantaba con la prisa que se requería. Observando aquel trasiego de camiones, cargados de fortificadores de todas las edades, Madrid recibía la impresión de que le estaban haciendo una cintura amurallada, infranqueable para los ejércitos mejor pertrechados de ingenios demoledores. La verdad era mucho más modesta, tan modesta que da vergüenza confesarla. Nadie pasaba a creer que Madrid pudiera defenderse.”

Pero si el testimonio de Zugazagoitia resulta revelador, los informes técnicos realizados por especialistas militares en este sentido son demoledores. Y es que, las autoridades republicanas tardaron mucho en tomarse en serio la amenaza que se les venía encima. Madrid se consideraba una ciudad indefendible, por lo que casi todos los esfuerzos se centraron en el desarrollo de ofensivas militares que pudieran frenar a las columnas enemigas lo más lejos posible de la capital. Ofensivas que, una tras otra, terminaron en fracaso. Quizás, sea ese el motivo por el que se tardó tanto en acometer seriamente la fortificación de Madrid.

Siguiendo la prensa de la época, hasta casi la segunda quincena de septiembre no se habían realizado apenas obras de fortificación, reclamando los periódicos mayor ritmo para unos trabajos que apenas progresaban. Sería a partir del 27 de septiembre, con la entrada de las tropas de Franco en Toledo y la constitución de la primera Junta de Defensa de Madrid, cuando la cuestión de fortificar la capital y sus alrededores empiece a tomarse en serio. A comienzos de octubre la Junta encarga informes que den cuenta de los progresos y trabajos que se habían realizado hasta la fecha. Las conclusiones de dichos informes serían muy negativas: faltaba casi todo por hacer y, la mayor parte de lo realizado, no servía para nada. La Junta solicitó entonces la colaboración de los sindicatos para organizar batallones de fortificadores y para que tranvías y camiones se ocuparan del traslado de estos a las zonas de trabajo. Las secciones de construcción y de transportes de la UGT y la CNT se movilizaron, así como las organizaciones de barrio (Ateneos Libertarios, Casas del Pueblo, Comités de barriada, etc.), requisándose herramientas y material para este fin, pero el tiempo se acababa. Las columnas de África progresaban hacia la capital de manera incontenible.

No obstante, a pesar de la desorganización, la improvisación y el voluntarismo poco eficaz que parece que caracterizaron los trabajos de fortificación en aquellos días, es evidente que existieron planes serios y bien planificados para dotar a Madrid de unas defensas adecuadas, otra cosa es la puesta en práctica y las posibilidades reales que tuvieron los mismos. La dirección de esos planes defensivos se encomendó al general Carlos Masquelet Lacaci. El general Masquelet (1871-1948), respondía a las características propias de muchos militares españoles decimonónicos, herederos directos del liberalismo político y del constitucionalismo surgido en las Cortes de Cádiz. Muy diferente de otros compañeros de armas monárquicos y tradicionalistas del mismo periodo y, mucho más, de los militares denominados africanistas que protagonizarían la sublevación del 18 de julio. Masón y republicano convencido, Masquelet había sido profesor de la Academia de Ingenieros y de la Escuela de Máquinas de la Armada, dirigiendo personalmente la construcción de la nueva Base Naval de El Ferrol, de cuyo proyecto había sido autor. En 1930 alcanzaba el grado de general y al proclamarse la II República fue elegido personalmente por Azaña, del que era amigo íntimo y al que ayudaría en las reformas militares puestas en marcha durante el primer bienio, para ocupar la Jefatura del Estado Mayor Central, siendo nombrado, algo más tarde, jefe del Cuarto Militar del Presidente de la República. Entre el 3 de abril y el 6 de mayo de 1935, en el Gobierno presidido por Lerroux, Masquelet ocupó la cartera del Ministerio de la Guerra, volviendo a presidir este Ministerio entre el 19 de febrero y el 13 de mayo de 1936, durante los Gobiernos de Manuel Azaña y Augusto Barcia. El general Carlos Masquelet estaba considerado como la primera autoridad en España en materia de fortificación militar, por lo que en septiembre de 1936, a pesar de su avanzada edad, se le encargó la  planificación defensiva de Madrid.

El hecho de que el general Masquelet fuera elegido para dirigir dichos trabajos, ha provocado que diferentes autores hablen de un supuesto Plan Masquelet para referirse al conjunto de planes y proyectos defensivos que se pusieron en práctica para fortificar Madrid. Dicho “Plan Masquelet” es poco conocido y, hasta la fecha, no he sido capaz de localizar documentación específica y clara sobre el mismo. Tampoco he encontrado referencias o alusiones a dicho plan en fuentes de la época, lo que me ha hecho pensar que, posiblemente, no existiera un único plan general de fortificación, sino un conjunto de proyectos e iniciativas que fueron ampliándose o modificándose en función de las circunstancias y el desarrollo de los acontecimientos, y cuya dirección y supervisión recayó en el general Masquelet.

No obstante, en fuentes secundarias y trabajos de diferente signo, podemos encontrar referencias concretas sobre los sistemas defensivos y los complejos de líneas fortificadas que los republicanos realizaron para escalonar estratégicamente los movimientos de contención del avance enemigo. Por ejemplo, Martínez Bande, en su libro “La marcha sobre Madrid” recoge diferentes aspectos de ese sistema defensivo:

“Las obras defensivas gubernamentales surgieron siempre aisladas, preferentemente en los cruces de carreteras, siendo además frecuente encontrar los puentes volados o a punto de serlo. Pero en el momento de la marcha sobre Madrid puede hablarse, sin exageración, de un plan general de fortificaciones, obra del general Masquelet, que pretendía detener a las fuerzas de Varela ante una sucesión de obstáculos. Las obras no eran continuas, bien por razones de criterio o por la imposibilidad material de realizarlas, dada la velocidad del avance enemigo, defendían pueblos y cruces de caminos y se escalonaban en profundidad, según cuatro órdenes, aprovechando las diferentes carreteras que se extienden en sentido concéntrico en torno a Madrid.”

Los cuatro órdenes o sistemas defensivos de  los que habla Martínez Bande en su libro, destinados a frenar y contener el avance franquista sobre Madrid desde el sur, son los siguientes:

El primer sistema tenía como puntos fuertes los pueblos de Villamanta, Navalcarnero (considerado la clave del sistema), El Alamo, Batres, Serranillos, los dos Torrejones y Valdemoro.

Un segundo sistema se apoyaba en las localidades de Brunete, Villaviciosa, Móstoles, Fuenlabrada y Pinto, cubriendo también la carretera transversal que los comunicaba, y llegando, luego de bifurcarse, hasta un kilómetro de San Martín de la Vega y el cerro de los Ángeles.

El tercer sistema cubría la capital por el sur en una amplitud de unos 120 grados, llegando hasta el cerro de los Ángeles, punto fuerte del sureste de tales defensas. El último sistema partía de las proximidades de Pozuelo de Alarcón, cruzaba la Casa de Campo y defendía Campamento, Carabanchel y Villaverde, extendiéndose hasta muy cerca de Vallecas.

Por su parte, el sector de la sierra permanecía infranqueable desde los primeros días de la guerra, en que las milicias habían frenado a las tropas de Mola. En este frente se había sabido aprovechar la ventaja que proporcionaba la topografía del terreno, habiéndose realizado, aquí también, importantes obras defensivas, lo que garantizaba no solo que el enemigo no avanzara por este sector, sino también el suministro de agua a la ciudad, al quedar los embalses y pantanos que abastecían a Madrid dentro de la zona republicana.

A medida que los diferentes sistemas de contención iban siendo rebasados por las tropas de Franco, se fueron intensificando los trabajos de fortificación en los alrededores de Madrid, planificándose ya, otras líneas defensivas en el interior de la propia ciudad, hablando algunos documentos de diferentes anillos defensivos (barricadas, parapetos, edificios convertidos en fortines…) que recorrían las calles y plazas de la capital.

De todos estos sectores y anillos fortificados, la zona que más nos interesa en este blog es el noroeste madrileño. Como comentaba más arriba, desconozco la existencia de documentos específicos sobre esta cuestión, pero, a tenor de las distintas fuentes y de las fortificaciones que, en diferente estado, han llegado hasta nuestros días, podemos sacar algunas conclusiones.

En las semanas previas a la batalla de Madrid se realizaron importantes obras de fortificación en la zona noroeste de la región. El objetivo principal, era frenar un posible ataque directo del enemigo por este sector, pero también,  evitar el envolvimiento de la capital y asegurar las comunicaciones con la Sierra.

La mayor parte de estos trabajos se concentraron en las inmediaciones de Aravaca y Pozuelo de Alarcón, y, en menor medida, en la Dehesa de la Villa y Monte del Pardo.

El hecho de que los combates de importancia en este sector se retrasaran hasta el inicio de la Batalla de la Carretera de la Coruña, permitió un margen algo mayor de tiempo para la realización, consolidación y terminación de las diferentes fortificaciones, lo que, posiblemente, contribuyó a que las tropas de Franco tardasen más de un mes en lograr ocupar sus objetivos en este sector. De hecho, tanto los informes de las unidades militares que participaron en los combates, como en las crónicas publicadas por la prensa de la época, se hacen reiteradas menciones a las sólidas fortificaciones que existían en Pozuelo y Aravaca, mencionándose específicamente la existencia de nidos de ametralladoras de hormigón armado, unas construcciones que, en aquellos días, llamaban poderosamente la atención a las tropas atacantes.

Respecto a las características de estas fortificaciones, podemos decir que los restos que se conservan en el noroeste de Madrid, junto a las referencias que nos han llegado de otras ya desaparecidas, son muy similares a las construcciones que, en ese mismo periodo, se construyeron en diferentes puntos de los alrededores de la capital. En general, se trata de puestos para arma automática de gran tamaño y forma cúbica, construidos en hormigón de muy buena calidad, con una única tronera frontal y con unos fuertes muros que llegan a alcanzar el metro y medio de grosor. La mayor diferencia que existe entre los diferentes ejemplares la encontramos en sus respectivas cubiertas, ya que,  mientras unos las tienen en forma piramidal, otras están rematadas en curva, o son totalmente lisas. También encontramos fortines con todas sus paredes en ángulo recto entre si, con algunos de sus bordes achaflanados, o formando rebordes sobresalientes en algunas de sus paredes.

De la eficacia que estas construcciones pudieran tener durante los combates que se desarrollaron entre noviembre de 1936 y enero 1937, es difícil decir algo. Parece que en algunos puntos de Pozuelo si tuvieron cierta utilidad para frenar durante algún tiempo al enemigo, pero, lo que es innegable, es que finalmente, con fortificaciones o sin ellas, prácticamente toda la zona  fue ocupada por las tropas de Franco. Son bastantes los testimonios que he podido encontrar sobre lo ineficaces que, en líneas generales, resultaron estas construcciones. Una ineficacia que no se debió tanto a sus características o ubicación, como al hecho de que, muchas de ellas, ni siquiera llegaron a ser empleadas por los defensores, entre otras cosas, porque desconocían la existencia de estas construcciones en los mismos lugares en los que estaban combatiendo.

En este sentido, son especialmente significativos los testimonios de diferentes protagonistas directos de aquellos días (Mijail Kolstov, Modesto…), los cuales, dejaron constancia de cómo, el caos, la desorganización y la descoordinación que protagonizaron muchas de aquellas jornadas de lucha, provocaron que esas magníficas fortificaciones apenas fueran aprovechadas por los defensores. Sin ir más lejos, el propio Vicente Rojo, Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa, dejaría el siguiente testimonio:

“El conjunto de tales obras estaba muy lejos de poderse considerar terminado cuando el enemigo se acercó a la Plaza, y prácticamente, en la confusión reinante, no se podía pretender su ocupación de una manera ordenada y dirigida. Tal vez las obras más retrasadas, situadas en el propio lindero de la ciudad, pudieran guarnecerse en el último repliegue, y no se debía de perder  la esperanza de que en ellas llegase a consolidarse la resistencia. En cualquier caso, parecía frustrada la previsión del Mando Supremo de fortificar la periferia de Madrid, contribuyendo a ello la falta de conexión entre la dirección de las obras defensivas (a cargo de elementos civiles sin relación con el mando militar) y los comandantes de las diversas Columnas. Las tropas y sus jefes desconocían la localización de las obras avanzadas, que ya se habían terminado, y en su repliegue pasaron junto a ellas sin ocuparlas.”

Eficaces o no, esas fortificaciones fueron levantadas en aquellos lejanos días de guerra. Algunas de ellas aun se conservan. En el noroeste de Madrid, podemos encontrar buenos ejemplos  en la Dehesa de la Villa, en la Carretera de Castilla, o, en Pozuelo de Alarcón, en el Cerro de los Gamos o en la C/ Isla de Sálvora. También tenemos referencias de otras fortificaciones similares ya desaparecidas, pero de las que se han conservado referencias y fotografías, como puede ser el caso de las fortificaciones del Cerro Perdigones, posiblemente enterradas al construirse el parque que hoy en día existe en ese lugar y que Severiano Montero recogió en su libro “Paisajes de Guerra” (CAM, Madrid, 1987), o los desaparecidos fortines del Cerro de Bularas, destruidos sin contemplación hace pocos años y que Ricardo Castellano incluye en su libro “Los restos de la defensa” (Almena, Madrid, 2007), ambos ejemplos en Pozuelo de Alarcón.

La Batalla de la Carretera de La Coruña dio paso a la estabilización de un frente, en cuyas líneas, las fortificaciones de las que venimos hablando perdieron la utilidad para la que habían sido construidas, ya que, al quedar muchas de ellas en territorio ocupado por las tropas atacantes, la disposición de sus troneras terminaron apuntando hacia la dirección contraria a las líneas de fuego. Es muy posible que alguno de ellos, durante el tiempo que duro la contienda, fuera reutilizado con diferentes fines militares (refugio, depósito, polvorín…). Sabemos también que tras la guerra algunos de estos fortines se emplearon como infraviviendas. Otros, víctimas de la expansión urbanística desarrollada en la zona,  fueron enterrados o destruidos.

Sería interesante que los que han llegado hasta nuestros días, algunos en excelente estado de conservación, recibieran una protección adecuada que permitiera que, estos vestigios del primer cinturón defensivo con el que se intentó proteger a Madrid en los primeros meses de guerra, no desaparecieran para siempre.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía 1: Carretera de Castilla (JMCM)
Fotografía 2: Isla de Sálvora (JMCM)

domingo, 23 de octubre de 2011

106) Ríos de tinta





RÍOS DE TINTA

La Historia, como ciencia social, trata de reconstruir la realidad pasada mediante los datos que de la misma perviven en el presente. Esos datos del pasado se encuentran en las diferentes, y muy variadas, fuentes historiográficas, entre las que siempre han destacado las fuentes escritas. No en balde, tradicionalmente, se llama también Historia al periodo que transcurre desde la aparición de los primeros documentos escritos (hace algo más de 5.000 años) hasta nuestros días, diferenciándolo así de la Prehistoria que, según la definición clásica, sería el periodo de tiempo anterior a la aparición de la escritura. 

Evidentemente, esta definición tradicional resulta excesivamente simplista, habiéndose generado entorno a esta cuestión intensos debates y controversias entre las diferentes escuelas y corrientes historiográficas, pero nos sirve como ejemplo ilustrativo del puesto de honor que las fuentes escritas han tenido y siguen teniendo en los estudios históricos.

Desde hace milenios, el ser humano ha tenido la necesidad de hacer perdurables ideas, pensamientos y experiencias de diferente índole, empleando para ello distintos materiales, tales como la piedra, la madera, el barro, el papiro o el pergamino… Pero, sin ninguna duda, el gran triunfador fue el papel, que los chinos fabricaban ya en el siglo II d. C., y que junto a la tinta ha acompañado los devenires de la humanidad hasta nuestros días.

Durante siglos, gracias al papel y la tinta, se han generado infinidad de documentos escritos en los que ha ido quedando constancia de diferentes actividades históricas y culturales. Estos documentos constituyen buena parte de la materia prima empleada por los historiadores para realizar sus investigaciones. Los encargados de recopilar, clasificar y custodiar los documentos son los archivos, de origen tan remoto como la escritura, ya que su existencia esta constatada ya en el Antiguo Egipto y Mesopotamia.

España, desde antiguo, cuenta con importantísimos archivos históricos, destacando ejemplos como el Archivo General de Simancas (primer archivo oficial de la Corona de Castilla, fundado en 1540) o el Archivo General de Sevilla (fundado en 1785 con la finalidad de recopilar la documentación de las diferentes colonias españolas). El siglo XIX supondría el empuje decisivo para la proliferación y consolidación de los archivos estatales, creándose cuerpos de funcionarios para este fin y poniéndose las bases de la archivística moderna.

La organización actual de los archivos españoles se formó a partir de la Constitución de 1978, repartiéndose las competencias entre el Estado y las diferentes Comunidades Autónomas. Es por ello que existe una doble legislación: por un lado, la legislación estatal de aplicación general, recogida en la Ley de Patrimonio Histórico Español de 1985 (a la que hay que sumar una serie de decretos posteriores), y, por otra parte, las diferentes legislaciones autonómicas, siendo el Ministerio de Cultura, a través de la Subdirección General de los Archivos Estatales, el responsable de dirigir y coordinar todas las actuaciones orientadas a la custodia, conservación y difusión del rico Patrimonio Documental Español.

Existen también otros muchos archivos al margen del sistema archivístico estatal y de los sistemas archivísticos de las comunidades autónomas, como pueden ser los archivos del poder ejecutivo (Ministerios, Presidencia del Gobierno, Consejo de Estado), los del poder legislativo (Congreso y Senado), los del poder judicial (Audiencia Nacional, Tribunal Supremo, etc.), y los del Ejército. Por último, están los numerosos archivos privados, cuyo origen está en personas e instituciones no vinculadas a la Administración (archivos personales, nobiliarios, eclesiásticos, empresariales, etc.).

Los archivos históricos militares, imprescindibles para el estudio de la Guerra Civil, han tenido su propia trayectoria. Posiblemente, el antecedente más antiguo de archivo histórico militar que encontramos en España sea el Depósito de Guerra, creado en 1810 con el objetivo de recopilar la documentación militar generada durante la Guerra de la Independencia (1808-1814). En 1847 este Depósito se dividió en dos secciones: una de geografía y topografía y otra, de historia y estadística militar, donde fue recogiéndose la documentación de las diferentes guerras y campañas españolas. Pero el Depósito de la Guerra, que con diferentes altibajos y reformas acabaría desarrollando una línea puramente historicista, sería suprimido en julio de 1931.

Habría que esperar al final de la Guerra Civil para volver a encontrar un archivo histórico militar, concretamente a junio de 1939, cuando el nuevo régimen franquista ordena el establecimiento de un Archivo Histórico de la Campaña, encargado de recoger y clasificar la documentación “propia y del enemigo” que pudiera servir para el estudio histórico de la contienda. Unos meses más tarde, en noviembre de ese mismo año, se creaba por orden ministerial el Servicio Histórico Militar, refundiendo el Archivo Histórico de Campaña con la documentación procedente del antiguo Depósito de la Guerra y de la Comisión Histórica de las Campañas de Marruecos. Debido a los problemas de espacio que la acumulación de documentos ingresados había provocado, en 1994 se creó, en el seno del Ejército de Tierra, un nuevo archivo histórico: el Archivo General Militar de Ávila, cuyo núcleo inicial se constituyó, precisamente, con el conjunto de documentos acumulados en el Servicio Histórico Militar sobre la Guerra Civil (1939-1936). En diciembre de 1998 el nuevo Reglamento de Archivos Militares cambió la denominación del Archivo Central del Servicio Histórico Militar, pasando a denominarse Archivo General Militar de Madrid (IHCM) con categoría de archivo nacional.

En la actualidad, el Ministerio de Defensa gestiona un total de 8 archivos históricos de carácter nacional: Archivos Generales Militares de Segovia, Madrid, Guadalajara y Ávila, Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos del Servicio Geográfico del Ejército, Archivo General de la Marina “Álvaro de Bazán”, Archivo del Museo Naval y Archivo Histórico del Ejército del Aire, a los que vendrá a sumarse próximamente el Archivo General e Histórico de la Defensa; y 17 archivos intermedios correspondientes a los de los tres respectivos Cuarteles Generales y a los de las antiguas circunscripciones territoriales de los Ejércitos. Al grupo de archivos históricos cabría añadir también, aunque no tengan carácter de archivos nacionales, los archivos históricos de los dos establecimientos científicos de la Armada: el Real Instituto y Observatorio de la Armada y el Instituto Hidrográfico de la Marina.

Como es fácil de imaginar, durante la Guerra Civil Española, tanto el Ejército Popular de la República como el Ejército Nacional, generaron una enorme cantidad de todo tipo de documentación escrita y gráfica: diarios de operaciones, informes, mapas, croquis, itinerarios, partes, órdenes, contraórdenes, estadillos… que en la actualidad se encuentra custodiada en los diferentes archivos históricos militares a los que hemos hecho alusión. Acudir a sus fondos supone una interesante experiencia que nos traslada a aquel pasado bélico. Pero, aunque la documentación militar suele ser muy precisa y está repleta de todo tipo de detalles, no debemos olvidar que siempre, de los diferentes hechos que del pasado intentamos estudiar, por muy abundantes que en ocasiones puedan ser las fuentes con las que contamos, sólo nos han llegado datos parciales e incompletos, siendo misión de los investigadores e investigadoras el intentar ir recomponiendo un enorme rompecabezas del que siempre faltarán piezas.

He tenido ocasión de pasar muchas horas consultando documentación militar de la Guerra Civil. Legajos y carpetas que contienen miles de folios escritos a mano y a maquina procedentes de los diferentes frentes y unidades militares. Es lo que queda de un continuo fluir de documentos que durante la contienda iban de los cuarteles generales a los puestos de mando de las diferentes unidades y viceversa. Vestigios de un constante tránsito de papel escrito entre los despachos de la retaguardia y las ruinas y chabolas de las trincheras de primera línea. Las guerras (al menos antes de la aparición de los soportes digitales) no se hacían solo con pólvora, sino también con abundante papel y tinta que posibilitasen la correcta comunicación entre los diferentes escalones que constituían los ejércitos. Gracias a todo ello,, y a la importante labor que realizan  los diferentes archivos históricos, hoy en día podemos acercarnos a aquel pasado e intentar reconstruir y saber interpretar parte del desarrollo bélico de la contienda española.

Algunas veces, cuando paseo por las viejas trincheras de la Guerra Civil, junto a restos de cartuchería, aparecen también tinteros. Viejos y, muchas veces, fragmentados recipientes de vidrio que en su día se emplearon para escribir todo tipo de documentos, desde partes e informes oficiales a cartas particulares, pasando por cartillas de ortografía para aprender  a escribir. Viejos documentos que han llegado hasta nuestros días gracias, en gran medida, a la valiosa labor que realizan los diferentes archivos históricos.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía 1: Fotocopia de documento manuscrito de la 8ª División del EPR (AGMA)
Fotografía 2: Fotocopia de documento manuscrito de la 20 División del EN (AGMA)
Fotografía 3: Algunos tinteros encontrados en trincheras del noroeste de Madrid (JMCM)

jueves, 21 de julio de 2011

105) Batalla de la ctra. de La Coruña (epílogo)


BATALLA DE LA CARRETERA DE LA CORUÑA: EPÍLOGO

Siempre había creído que la batalla de la carretera de La Coruña había terminado el 16 de enero de 1937, cuando las tropas de Iruretagoyena, establecidas en plan defensivo en el sector de Las Rozas desde el 4 de enero, con el apoyo de una columna procedente de Boadilla del Monte, al mando de Asensio, consiguen neutralizar la contraofensiva republicana que se había iniciado el día 11 de enero (para refrescar la memoria y situar la acción, consultar las entradas de este blog “EL FINAL DE UNA OFENSIVA”, “CONTRAATQUE EN LA NIEBLA” y “JORNADAS DE CONTRAOFENSIVA”).

Siguiendo los contenidos de las grandes obras de referencia (principalmente, Martínez Bande y Salas Larrazabal), el 13 de enero, “a las 7:00 h. de la mañana sale la Columna (de Asensio) para cumplir su objetivo de batir las concentraciones enemigas que se han infiltrado entre Majadahonda, Las Rozas y Villanueva del Pardillo, y cooperar al restablecimiento del Vértice Cumbre”, objetivo que consiguen el día 16.

Hasta ahora, pensaba que, ocupado nuevamente el Vértice Cumbre y neutralizado el peligro de la contraofensiva republicana en el sector de Las Rozas, las tropas franquistas habían dado por terminadas sus acciones ofensivas y ambos ejércitos se habían limitado a fortificar y organizar sus respectivas líneas. Pero hace poco tiempo, Jacinto M. Arévalo Molina me facilitó un documento que, al leerlo detenidamente y cotejarlo con la bibliografía clásica, me ha hecho cambiar de idea. Dicho documento, fechado el 17 de enero de 1937 y firmado por el Jefe de la 31ª Brigada Mixta, además de describir la línea de frente que el ejército republicano ocupaba en esas fechas en el frente de Las Rozas, así como el número de tropas que en él estaban desplegadas, informa de las acciones que el enemigo ha desarrollado en un nuevo esfuerzo por seguir explotando su éxito, intentando ampliar así la bolsa de terreno conquistado.

A tenor de los contenidos de este interesante documento, las tropas franquistas, una vez ocupado el Vértice Cumbre y descongestionada la presión sobre los pueblos de Majadahonda y Las Rozas, intentan nuevas acciones ofensivas encaminada a romper las líneas republicanas existentes entre la carretera de La Coruña y la carretera de El Escorial. De esta manera, y según podemos leer en dicho documento:

“Sobre las 10:00 h. de la mañana empieza la acción artillera sobre nuestras líneas. Se intensifica dicha acción artillera sobre las 11:30 h., hasta las 14: 00 h, dirigiendo sus tiros certeros sobre la Vereda de la Cuesta, con el Canal, al sur del bosque del Km. 21 de la carretera (de La Coruña), hasta el Km. 4 de la carretera de Las Rozas a El Escorial.

Tras esta preparación artillera, que con bastante menos intensidad, deja sentirse en los flancos de la línea, un grupo compuesto de 25 tanques, seguido de Infantería y de una masa de Caballería, trata de romper nuestra línea que, en principio y durante más de 30 minutos, es contenida. Procedente de Las Rozas, entre La Cumbre y la carretera de El Escorial a Las Rozas y el Cementerio de Las Rozas, nuevamente ejercen presión, con una supuesta finalidad de rompimiento del frente y tratar de infiltrarse con objeto de tomar posiciones ventajosas sobre los altos del Lazarejo y otros entre la carretera de La Coruña y de El Escorial a Las Rozas.”

Según este informe, la situación para los republicanos se vuelve muy delicada ya que, en los seis kilómetro de línea republicana que es atacada, se contaba solo “con un fusil ametrallador y una ametralladora, que se interrumpía con mucha frecuencia.” Cubriendo estas posiciones se encontraban desplegados, aproximadamente, unos 1.200 hombres, la mayoría encuadrados en la 31ª Brigada Mixta, aunque también había algunas compañías de la 3ª y de la 29ª. Una cifra respetable, pero que en realidad, según el informe al que venimos refiriéndonos, “son un mosaico de fuerzas” de muy diversa procedencia, algunas, “en periodo de organización y sin medios combativos”, de manera que solo la correcta actuación de los mandos que actuaban sobre el terreno, logró evitar el desastre, al lograr transmitir a los soldados el espíritu y ánimo necesario para enfrentarse a un enemigo “más numeroso, y con elementos bélicos muy superiores.”

Pero las dificultades y problemas para los republicanos no terminan aquí. La presión enemiga es fuerte y consigue romper las posiciones republicanas en diferentes puntos, produciéndose duros forcejeos por intentar cerrar la brecha y recuperar el terreno perdido. Algunos batallones se desmoralizan y retroceden, permitiendo el avance de una cuña enemiga por el mismísimo centro de las líneas republicanas. Por si esto fuera poco, el apoyo de la Artillería deja mucho que desear:

“Nuestra Artillería, a pesar de las insistentes peticiones, dándoles objetivos claros y concretos de nidos de ametralladoras, no dieron señales de vida. Solo he de manifestar que, a última hora de la tarde, hicieron 6 disparos, uno, la batería que se encontraba en las proximidades del Puente del Retamar, y cinco, la que se me presentó a las 5 de la tarde, que al ponerse en posición, fue bombardeada por el enemigo, ocasionándoles 6 bajas. A la primera de estas baterías, después de insistentes llamadas telefónicas, opté por mandarla en propio, resultando que el que la mandaba estaba ausente, y el brigada que quedaba en sustitución dijo que no sabía tirar.”

Pero los problemas no terminan ahí, algunas unidades republicanas, especialmente las fuerzas centrales, se quedan sin munición, al agotar completamente sus dotaciones reglamentarias, estimando en unos 80.000 los cartuchos consumidos durante los combates.

Con estos datos, parece increíble que los republicanos fueran capaces de resistir el ataque enemigo, pero lo consiguen. A las 19:45 h consiguen rechazar, en el flanco izquierdo, un nuevo ataque apoyado con fuego de mortero, aunque a costa de un fuerte desgaste. Respecto a la cuña que el enemigo había conseguido introducir en el centro del dispositivo republicano, la situación será resuelta por la acción de la Caballería que, desde su base en Navachescas, se incorporará a los combates en el “crítico momento”, avanzando por el flanco izquierdo “en una demostración envolvente hacia Las Rozas, que dio por consecuencia que la masa principal de ataque enemigo, se replegara cesando la presión y obligando de tal forma a distraer fuerzas que, empleadas para contener los movimientos de la Caballería, me permitieron con las fuerzas de que disponía de Infantería, pretender un corte en la vanguardia enemiga, que a pesar de mis esfuerzos, no pude realizar.”

Con todo, la actuación de la Caballería republicana parece que fue decisiva, ya que, con su despliegue, logró desbaratar la acción del enemigo que, en su repliegue, dejó abandonados sobre el terreno varios morteros y ametralladoras que los republicanos no pudieron recoger “porque la Artillería ejerció una presión sobre ellos, con el constante e intenso bombardeo.”

El número de bajas republicanas, aunque el oficial que informa no puede precisarlo con exactitud, gira en torno a las 130, “entre ellas, bastantes mandos subalternos que, con un espíritu ejemplar, quisieron contener a la gente, dando muestras de su arrojo al rechazar, sobretodo, el primer intento de ataque enemigo”, considerando que “a pesar de la presión enemiga, sus progresos han sido muy escasos con relación al sacrificio que en hombres y material pusieron en juego.”

El documento termina con la siguiente “Opinión Particular”:

“Las fuerzas que componen la línea, las considero insuficientes, mal dotadas y con un (gran) agotamiento físico debido a los días de lucha, bajas tenidas, e inclemencias del tiempo, unido todo ello a la diversidad de procedencia que, por lo tanto, carecen de una unidad de organización que sería preciso de todo momento atender. Sin embargo, las anima un gran espíritu, prescindiendo, claro es, de la desmoralización ya descrita, que ha obedecido a la intensidad del ataque enemigo por una parte, a la escasez de medios para contrarrestarlo por otra, y al desamparo muy manifiesto que se ha visto por parte de la Artillería.”

El contenido de este documento significa que las tropas de Franco intentaron seguir explotando el éxito una vez recuperado el Vértice Cumbre. La cosa puede tener su lógica, ya que la concentración de fuerzas que suponía la Columna de Asensio (4 batallones, carros y artillería), sumada a las guarniciones locales de Iruretagoyena, podían permitir, a pesar del presumible desgaste, un esfuerzo por intentar conseguir nuevas posiciones ventajosas, avanzando sus líneas de frente varios kilómetros al noroeste de Las Rozas.

De esta manera, nos encontraríamos ante una especie de pequeño epílogo de la batalla de la carretera de La Coruña que, desconozco por qué motivo, no aparece mencionado en los libros que tratan dicha batalla. Sea como sea, lo que parece claro es que, después de que las tropas de Asensio y de Iruretagoyena ocuparan nuevamenten el Vértice Cumbre, se siguió combatiendo duramente en la bolsa de terreno comprendida entre Las Rozas, la carretera de La Coruña y la carretera de El Escorial.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Documentación procedente del AGMA.


Fotografía: Caballería republicana en acción.

martes, 5 de julio de 2011

104) Pensamientos


PENSAMIENTOS

Compromisos académicos, laborales y personales provocan que este blog se encuentre algo paralizado. Por otra parte, después de más de dos años y medio de “FRENTE DE BATALLA”, creo necesario coger un poco de aire y perspectiva para ordenar ideas, sentimientos y reflexiones.

Hace ya bastante tiempo que ando enredado en una densa telaraña de datos, mapas, documentos, libros, fotografías, topónimos, coordenadas, ruinas… Hace mucho tiempo que entablo una especie de debate con el Pasado. Un Pasado al que hay que saber ir sacándole las respuestas. Respuestas que suelen aparecer de manera parcial, a veces encriptada, recogiendo retales de aquí y de allá, para luego, intentar darles forma, contenido y sentido.

No se trata solo de acumular datos, fuentes o referencias. No se trata solo de preparar refritos bibliográficos más o menos elaborados en las formas, pero que luego, en el fondo, aportan poco o nada nuevo, repitiendo las mismas verdades, perpetuando los mismos errores. Desde el principio, en este blog he intentado evitar esas dinámicas. Está claro que no siempre lo he conseguido, pero al menos, procuro que esa sea siempre la actitud con la que me pongo a escribir los diferentes artículos.

En la Facultad aprendí que un buen historiador no puede limitarse a la simple reproducción de documentos, datos y referencias historiográficas. El historiador debe de ir más allá. Debe de ser capaz de razonar, interpretar, descodificar la potencial información que contienen las diferentes fuentes historiográficas, dándolas sentido y contenido y haciéndolas entendibles. Para ello, además de un método, unas herramientas y una técnica, es necesario un esfuerzo, un compromiso, una actitud, una sensibilidad…

Mi escritorio está lleno de libros, fotocopias, artículos, planos, anotaciones, cuadernos, carpetas… donde se acumulan cientos de datos y referencias a la espera de ir siendo interpretados y clasificados. Mi ordenador contiene archivos llenos de fichas, coordenadas, cartografías, fotografías y extensos y sesudos textos repletos de notas a pie de página y comentarios.

En ocasiones, tengo la sensación de haberme convertido en una especie de espiritista o nigromante que conjura a personas y sucesos del Pasado, desempolvando del olvido cosas que sucedieron hace mucho tiempo, cosas de las que ya nadie se acuerda y cuyos protagonistas desaparecieron hace bastantes años. Cuando me sumerjo en los viejos documentos de la guerra civil, y comienzan a aflorar referencias, episodios y sucesos acontecidos en aquellos días, es como si dispusiera de una especie de maquina del tiempo que me permitiera trasladarme a aquel Pasado bélico, saliendo a la luz multitud de informaciones y referencias a las que poder seguir la pista::

“21 de julio de 1937: Un segundo ataque más duro que el anterior y con pocas condiciones de defensa, aunque se sostuvo con la máxima violencia durante hora y media, fue de nuevo rechazado de plano por los escasos defensores de la posición, aumentando sus bajas y prolongando la resistencia ya sin trincheras, en los embudos de los proyectiles y ligeras elevaciones del terreno…”
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“31 de octubre de 1937: Consiste la línea de trincheras en una zanja corrida que se encuentra trazada por las crestas topográfica del terreno, de una profundidad de 1,70 m., por 0,80 m. de ancho, con aspilleras para tiradores cada 4 m. aproximadamente, y nidos de ametralladoras de escasa consistencia. Existen caminos de evacuación con término en los barrancos que se encuentran en la parte posterior de la línea...”
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“6 de noviembre de 1938: A las 17:25 h de ayer. Nuestras fuerzas procedieron a la voladura de una contramina propia en la cota 660, debido a que frente a ella el enemigo estaba construyendo otra; habiéndose hecho en el preciso memento en que personal enemigo de Zapadores efectuaba trabajos en su galería. Es probable que se hayan producido bajas…”
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“13 de enero de 1939: A las 7:30 h del día de hoy, el Centro de Resistencia nº 2 que ocupa este Batallón fue bombardeado intensamente por la Artillería enemiga; al amparo de esta preparación de Artillería, la Infantería contraria salió de sus posiciones en dirección a las ocupadas por este Batallón, llegando a una distancia de 200 m aproximadamente de las posiciones 13 a 14 bis, las que con sus fuegos de armas automáticas consiguieron detener el avance enemigo que no ha podido en todo el día adelantar un solo paso…”
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“9 de febrero de 1939: A las 18:00 h de hoy fue relevada sin novedad la 1ª Compañía del 444 Batallón de la 111ª Brigada, por la 4ª Compañía del mismo, quedando aquella en situación de reserva del Batallón. El resto de la jornada transcurrió con la actividad acostumbrada en fuego de fusil y armas automáticas. Nuestros morteros hicieron 6 disparos y nuestro lanzaminas 5. Los morteros del enemigo efectuaron un total de 42 disparos…”

Con documentación, datos y referencias de este tipo, acudir a los viejos campos de batalla o visitar las olvidadas líneas de frente, se convierte en una experiencia especial y diferente. No me canso de recorrer estos lugares, algunos de ellos muy transformados y alterados por el paso del tiempo, pero que pueden seguir transmitiendo fuerza y magnetismo y que, muchas veces, proporcionan descubrimientos sorprendentes y posibilitan una mejor interpretación de las informaciones que contienen los documentos escritos.

De esta manera, el trabajo de campo y el trabajo de estudio, se van complementando y retroalimentando mutuamente, funcionando como una especie de centrifugadora de conocimientos, sensaciones y emociones que acaba enganchando. Conocer lo que ocurrió en un lugar concreto, un día y a una hora determinada, establece una especie de nexo de unión entre el Pasado y el Presente, de manera que, al buen observador, al observador atento, no se le escapa que, dentro de ese mismo paisaje que hoy visita, perviven otros muchos paisajes en una especie de sincretismo que, una vez que se aprende a manejar sus claves, puede proporcionar sensaciones únicas y agradables sorpresas.

Después de cada salida, con los cuadernos llenos de notas y apuntes, y la mente repleta de sensaciones y emociones, se vuelve al estudio de las fuentes: de los documentos de época, de las reseñas bibliográficas, de las memorias de los protagonistas, de los mapas y croquis de época… Toda esa información vuelve a ser cotejada, contrastada, revisada, complementada… para llegar así a nuevas averiguaciones, comprobar hipótesis, descartar equivocaciones y plantear nuevas dudas y preguntas. Y así, una y otra vez en un proceso que no tiene fin, ni más límite, que el que uno mismo quiera ponerse, porque una cosa te lleva a otra, una respuesta a una nueva pregunta y la solución de una duda, despierta otros tantos interrogantes.

Terminar conociendo la Historia que hay detrás de las ruinas de los fortines y trincheras que llevo visitando desde niño, ir encontrando otros nuevos, saber identificar los restos bélicos que puntualmente aparecen aquí y allá, descubrir parte del Pasado que hace décadas se vivió en los mismos espacios por los que hoy me muevo… proporciona sensaciones difíciles de explicar.

Parte de esta especie de locura procuro encauzarla a través de este blog, compartiendo con los lectores y lectoras descubrimientos, pensamientos y sensaciones, intentando dar a conocer aspectos que considero interesantes. Otras muchas cosas van quedando reservadas, para darlas salida a través de otros cauces o medios más apropiados. Sea como sea, lo cierto es que me veo inmerso en un proceso complejo e intenso, pero también interesante y emocionante.

Paso a paso… me voy moviendo entre un Pasado y un Presente repleto de trincheras, acciones de combate, fortificaciones, cotas y vértices, documentos, libros, planos y mapas, coordenadas, topónimos, armamento, unidades militares, posiciones de guerra, restos bélicos, informaciones, emociones y sensaciones muy especiales… sin saber muy bien hacia dónde me lleva todo ello.


JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía de JMCM

lunes, 4 de abril de 2011

103) Granada metrallera (shrapnel)



GRANADA METRALLERA (SHRAPNEL)

En el post “TORMENTAS DE METAL Y FUEGO” , publicado en este blog en noviembre de 2009, me detenía un poco en el arma de Artillería. En aquel artículo se hacía un rápido recorrido por la historia y evolución de la artillería y sus características esenciales.

Como es sabido, los proyectiles de cañones y obuses reciben el nombre técnico de granadas artilleras. Durante la guerra civil española, en esencia, existían tres tipos de proyectiles artilleros: las granadas rompedoras, las granadas metralleras y las granadas con carga especial (incendiarias, gases tóxicos, octavillas de propaganda…). Hoy me detendré un poco en el segundo grupo: la granada de metralla, también conocida como shrapnel.

Las características básicas de este tipo de proyectil son su carga, compuesta por cientos de balines de plomo endurecido, y su espoleta de tiempos o de activación retardada, la cual permitía a los artilleros “programar” en que momento de su trayectoria debía de explosionar el proyectil. De esta manera, se lograba que la granada explosionara antes de tocar el suelo, varios metros por encima del objetivo. Al explotar el proyectil en altura, la carga de balines salía proyectada hacia delante en forma de cono, produciendo una auténtica granizada de plomo sobre el enemigo. La dimensión de ese cono de explosión variaba en función del calibre y del tipo de pieza empleada (obús o cañón). Para el calibre 75 mm, uno de los más empleados en este tipo de armas, la base del cono de explosión podía alcanzar 150 m de largo por 20 m de ancho. No cuesta mucho imaginar los terribles efectos que estos proyectiles debían de tener contra personal descubierto.

El antecesor de la granada metrallera o shrapnel fue el bote de metralla, un rudimentario tipo de proyectil muy empleado durante el siglo XVIII y que, como su propio nombre indica, consistía en un bote metálico cargado con objetos que, al romperse, actuaban como metralla (piedras, clavos, balas de mosquete…). Pero sería el artillero británico Henry Shrapnel (de quién recibió el nombre) el verdadero inventor de este “ingenio” militar, ya que consiguió diseñar un tipo de espoleta que permitía a los artilleros marcar el momento exacto de su explosión.

Fue precisamente España uno de los primeros lugares en los que el shrapnel sería empleado, concretamente, durante la Guerra de la Independencia (1808-1814), en la que la artillería inglesa pudo comprobar su efectividad sobre la infantería francesa. Los testimonios de época hablan de las terribles heridas que los balines del shrapnel producían en los soldados que, a cuerpo descubierto y en formaciones cerradas, avanzaban por el campo de batalla. Especialmente espeluznante son los testimonios sobre las mutilaciones que los balines de plomo causaban en el rostro, arrancando narices, destrozando mandíbulas y abriendo horribles heridas en el cráneo. No olvidemos que la infantería de la época carecía de cualquier tipo de casco o protección para la cabeza, y que actuaba en formaciones lineales, compactas y profundas, lo que multiplicaba la acción destructiva de las granadas metralleras. Su efecto debía de ser como si te disparasen desde el cielo.

A lo largo del siglo XIX, el shrapnel fue experimentando diferentes mejoras y modificaciones en su diseño (espoleta, carga explosiva, materiales…), lo que permitió ampliar su poder mortífero. En la Primera Guerra Mundial (1914-1918) la granada metrallera fue masivamente utilizada en un diseño similar al que se emplearía años después, durante la guerra civil española. Este diseño era sencillo pero efectivo: en la base de la envoltura o cuerpo del proyectil se situaba el explosivo que debía de proyectar la carga de balines, para activar ese explosivo, la espoleta de tiempos, convenientemente programada, enviaba al activarse un potente chorro de fuego a través de un tubo interno que la comunicaba con la carga explosiva de la base, lo que provocaba su detonación y la proyección de los balines (para una mejor comprensión, ver dibujo de arriba, realizado por J. Millán Lavin.).

Son muchos los testimonios que podemos encontrar sobre la utilización de granadas metralleras durante la Primera Guerra Mundial y sus letales efectos en la tropa que intentaba salvar la tierra de nadie para atacar alguna posición enemiga. Testimonios que bien podrían servir para la guerra civil española, pues el uso que se hizo de este arma fue muy similar en ambos conflictos.

La guerra de posiciones terminaría limitando las posibilidades del shrapnel, puesto que las trincheras y fortificaciones proporcionaban una protección relativamente efectiva contra las temidas lluvias de plomo, pero me consta que en los frentes estables de nuestra guerra civil, las granadas metralleras se siguieron empleando masivamente por ambos ejércitos. Además de cómo arma ofensiva, el shrapnel se utilizó con frecuencia para corregir el tiro de la artillería, ya que el proyectil, al estallar sobre los objetivos, provocaba una densa nube blanca en el cielo que servía como referencia a los observatorios.

Es relativamente frecuente encontrar balines de granadas metralleras al pasear por los viejos escenarios bélicos. Su aspecto es el de una especie de tosca canica de plomo. He tenido ocasión de encontrar varios de ellos en los múltiples paseos que realizo por lo que fueron campos de batalla y líneas del frente, pero hace pocos días me topé con un hallazgo realmente llamativo. Paseaba por lo que queda de unas trincheras republicanas en Las Rozas, cuando me llamó la atención un pequeño trozo de metal oxidado que asomaba en el terreno. Al comenzar a desenterrarlo para ver de qué se trataba, comenzaron a aparecer decenas de balines de una granada metrallera. Seguí excavando con cuidado y pude comprobar que el trozo de metal oxidado que me había llamado la atención correspondía a una espoleta de tiempos detonada, junto a ella, apareció también la pieza circular (con su correspondiente orificio por el que pasaba el tubo conductor de fuego) que separaba el explosivo de la carga de balines del proyectil.

Es decir, que me había topado con lo que quedaba de un shrapnel que, setenta años antes de que yo pasara por allí, había estallado defectuosamente ya que, aunque la espoleta se había activado correctamente, por algún motivo (posiblemente fallo del explosivo) la carga de balines no había salido proyectada, cayendo el proyectil en el suelo sin causar mayor daño. Del cuerpo o vaso no encontré ni rastro, pero era evidente que, más o menos quebrado, el proyectil había caído entero en ese lugar y que después (¡a saber cuándo y cómo!), el vaso había desaparecido. Quizás, en algún momento, alguien lo cogió, vaciando al hacerlo su contenido.

Fuera como fuese, el caso es que allí estaban los restos de una inservible espoleta (muy deteriorada por el paso del tiempo), la oxidada pieza interior de una granada metrallera y buena parte de su carga de balines (cerca de trecientos). Para que los lectores y lectoras de este blog puedan hacerse una idea más exacta de cómo era este tipo de proyectiles he encabezado este post con una fotografía en la que aparecen los hallazgos de los que hablo junto a un vaso de proyectil. Un vaso que, aunque encontrado hace tiempo y en un lugar totalmente distinto, corresponde al de una granada metrallera o shrapnel.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía de JMCM
Dibujo de J. Millán Lavin

miércoles, 9 de febrero de 2011

102) Regulares




REGULARES

Desde el siglo XVI, el ejército imperial de la Monarquía Hispánica había contado entre sus filas con voluntarios indígenas del norte de África. Si no me equivoco, fue el Cardenal Cisneros, durante la conquista de Orán en 1509, quien primero organizó una unidad de caballería de este tipo. Estos soldados musulmanes que luchaban al lado de los cristianos fueron conocidos como los “mogataces”, que creo que quiere decir, “renegados”, un término no demasiado apropiado, ya que estos soldados no renunciaban a su religión islámica.

Se trataba de poder reclutar soldados conocedores del terreno y de la cultura del país, así como acostumbrados a los rigores climáticos y a las tácticas guerreras propias de las tierras africanas para disponer de buenas unidades de choque. Junto a estas “Compañías de Mogataces”, las autoridades españolas, para lograr el control militar y político del territorio, contaron con el apoyo de los llamados “Moros de Paz”, es decir, los nativos que mantenían relaciones de sumisión con los españoles, pagando tributos, comerciando, prestando servicios de guías, interpretes, intermediarios, etc.

En esta misma línea, los españoles emplearían mercenarios para formar unidades irregulares llamadas “harkas”. A lo largo del tiempo, también fueron creándose diferentes unidades regulares compuestas por indígenas, tales como “Los Tiradores del Rif” (1859) o “Los Milicianos Voluntarios de Ceuta” (1895), hasta que, por “Real Orden Circular de 30 de Junio de 1911”, se crean los “Grupos de Fuerzas Regulares Indígenas”, cuyo principal organizador y primer jefe fue el entonces teniente Coronel Don Dámaso Berenguer Fusté.

La primera composición de esta nueva unidad del Ejército Español fue un Tabor (unidad tipo batallón) de Infantería de cuatro compañías y un escuadrón de Caballería, pero para 1914 se habían creado ya cuatro Grupos, cada uno de los cuales estaba formado por dos Tabores de Infantería (de tres compañías), más un Tabor de caballería (de tres escuadrones), una cifra que iría ampliándose paulatinamente a lo largo de los años.

Durante la Guerra del Rif (1911-1927), los Regulares, como no podía ser de otra manera, se convirtieron en un cuerpo de élite, jugando un gran papel en la misma y constituyendo, junto a La Legión, uno de los principales cuerpos integrados en el denominado Ejército de África, encargado de la defensa del Protectorado de Marruecos.

La Guerra del Rif fue un conflicto terrible en el que se emplearon todo tipo de métodos crueles y brutales. Esto facilitó la expansión en la península de la imagen estereotipada del moro salvaje y sanguinario. Esta imagen se vería potenciada a partir de 1934, cuando unidades de este tipo fueron empleadas para reprimir la revolución asturiana de octubre, una represión en la que no se escatimó a la hora de castigar, humillar y atemorizar a la población y que dejó una profunda huella en el imaginario colectivo. Como es sabido, esa misma imagen de moros crueles y sanguinarios, seguiría siendo explotada durante toda la guerra civil.

En julio de 1936 estas unidades se sumaron a la sublevación y, gracias al puente aéreo establecido por los aviones alemanes e italianos en el estrecho de Gibraltar, llegaron a la península, donde formaron parte de las vanguardias y unidades de primera línea del ejército sublevado. Se calcula que en la guerra civil participaron unos 80.000 regulares (algunos estudios suben la cifra a los 100.000) integrados en cinco Grupos: Tetuán nº 1, Melilla nº 2, Ceuta nº 3, Larache nº 4, Alhucemas nº 5. Las bajas sufridas por estas unidades, al tratarse de tropas de choque, fueron muy cuantiosas: unos 11.000 muertos y más de 55.000 heridos. De hecho, se construyeron varios cementerios musulmanes en la península para dar sepultura a este tipo de combatientes. Un ejemplo es el cementerio musulmán de Luarca (Asturias), en donde reposan los restos de más de 300 norteafricanos, un cementerio, por cierto, totalmente abandonado y en estado ruinoso hoy en día.

En el noroeste de Madrid, durante la batalla de la carretera de La Coruña, estas tropas fueron masivamente empleadas en los más duros e importantes combates. Por mencionar sólo algunas de esas unidades, encontramos a los tabores I de Alhucemas, II y V de Larache y al II de Tetuán entre las tropas que, al mando de Siro Alonso, se lanzaron sin éxito al asalto de Pozuelo, en los últimos días de noviembre de 1936. También están presentes estas tropas en el sector de Bodilla del Monte a mediados de diciembre, donde actúan, entre otros, los tabores I, II y III Tetuán. Y, en la última fase de la batalla, en enero de 1937, nos encontramos, por ejemplo, al VI tabor de Melilla, entre las tropas de Buruaga que ocupan el Vértice Cristo, o, bajo las órdenes de Iruretagoyena, al VI tabor de Tetuán y a algún batallón de Tiradores del Ifni (saharauis). La verdad es que, durante aquellas jornadas, los tabores de regulares llevaron buena parte del peso de la lucha, siendo empleados como auténtica carne de cañón.

Hace pocos días, mientras paseaba en Villanueva del Pardillo por una de las zonas que hace más de setenta años se convirtió en un cruento campo de batalla, me encontré una insignia correspondiente a una unidad de Regulares. El hallazgo se produjo a simple vista (nunca utilizo detector de metales ni nada por el estilo) y posiblemente corresponde al emblema del “Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas Tetuán Nº 1” (o quizás al de Melilla, que también actuó por esta zona) La insignia en cuestión, es de las que se lucían en el cuello del uniforme y consiste en una media luna (con el número del Grupo en su centro) sobre dos fusiles cruzados (fusileros). Lógicamente, se encentra algo deteriorada, pero resulta lo suficientemente atractiva y sugerente (al menos, a mí me lo parece).

Por el lugar en el que la encontré, creo que debe de estar relacionada con la Batalla de Brunete (julio de 1937), y es de suponer que su dueño no debió de correr muy buena suerte. Durante aquel lejano verano, la zona fue escenario de cruentos combates en los que tropas regulares intentaron, una y otra vez, sin lograrlo, desalojar a los republicanos de sus posiciones. Durante varios días se sucedieron los asaltos de los norteafricanos que, a la carrera y con las bayonetas desnudas, intentaban salvar una extensa tierra de nadie, llana y sin apenas accidentes en los que protegerse, para llegar hasta los parapetos republicanos donde, entre sacos terreros trincheras y alambradas, los fusiles, morteros y ametralladoras, escupían una cortina de plomo y fuego que dejaba el terreno sembrado de muertos y heridos.

Fue precisamente en mitad de esa tierra de nadie, comprendida entre las posiciones republicanas y los puntos de partida de los regulares, donde encontré la insignia. Hoy en día, este lugar es tranquilo y poco transitado y su aspecto no parece haber variado demasiado respecto al que debió de tener durante la guerra. Por ello, con la insignia en la palma de mi mano, no me costó demasiado imaginar los tabores de regulares avanzando con sus uniformes color garbanzo bajo el fuego enemigo. Gentes nacidas en puntos remotos del norte de África que, en aquellos lejanos días, llegaron hasta aquí a luchar, matar… y morir.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ.

Fotografías: Anverso y reverso de la insignia encontrada en Villanueva del Pardillo (JMCM)