miércoles, 9 de febrero de 2011

102) Regulares




REGULARES

Desde el siglo XVI, el ejército imperial de la Monarquía Hispánica había contado entre sus filas con voluntarios indígenas del norte de África. Si no me equivoco, fue el Cardenal Cisneros, durante la conquista de Orán en 1509, quien primero organizó una unidad de caballería de este tipo. Estos soldados musulmanes que luchaban al lado de los cristianos fueron conocidos como los “mogataces”, que creo que quiere decir, “renegados”, un término no demasiado apropiado, ya que estos soldados no renunciaban a su religión islámica.

Se trataba de poder reclutar soldados conocedores del terreno y de la cultura del país, así como acostumbrados a los rigores climáticos y a las tácticas guerreras propias de las tierras africanas para disponer de buenas unidades de choque. Junto a estas “Compañías de Mogataces”, las autoridades españolas, para lograr el control militar y político del territorio, contaron con el apoyo de los llamados “Moros de Paz”, es decir, los nativos que mantenían relaciones de sumisión con los españoles, pagando tributos, comerciando, prestando servicios de guías, interpretes, intermediarios, etc.

En esta misma línea, los españoles emplearían mercenarios para formar unidades irregulares llamadas “harkas”. A lo largo del tiempo, también fueron creándose diferentes unidades regulares compuestas por indígenas, tales como “Los Tiradores del Rif” (1859) o “Los Milicianos Voluntarios de Ceuta” (1895), hasta que, por “Real Orden Circular de 30 de Junio de 1911”, se crean los “Grupos de Fuerzas Regulares Indígenas”, cuyo principal organizador y primer jefe fue el entonces teniente Coronel Don Dámaso Berenguer Fusté.

La primera composición de esta nueva unidad del Ejército Español fue un Tabor (unidad tipo batallón) de Infantería de cuatro compañías y un escuadrón de Caballería, pero para 1914 se habían creado ya cuatro Grupos, cada uno de los cuales estaba formado por dos Tabores de Infantería (de tres compañías), más un Tabor de caballería (de tres escuadrones), una cifra que iría ampliándose paulatinamente a lo largo de los años.

Durante la Guerra del Rif (1911-1927), los Regulares, como no podía ser de otra manera, se convirtieron en un cuerpo de élite, jugando un gran papel en la misma y constituyendo, junto a La Legión, uno de los principales cuerpos integrados en el denominado Ejército de África, encargado de la defensa del Protectorado de Marruecos.

La Guerra del Rif fue un conflicto terrible en el que se emplearon todo tipo de métodos crueles y brutales. Esto facilitó la expansión en la península de la imagen estereotipada del moro salvaje y sanguinario. Esta imagen se vería potenciada a partir de 1934, cuando unidades de este tipo fueron empleadas para reprimir la revolución asturiana de octubre, una represión en la que no se escatimó a la hora de castigar, humillar y atemorizar a la población y que dejó una profunda huella en el imaginario colectivo. Como es sabido, esa misma imagen de moros crueles y sanguinarios, seguiría siendo explotada durante toda la guerra civil.

En julio de 1936 estas unidades se sumaron a la sublevación y, gracias al puente aéreo establecido por los aviones alemanes e italianos en el estrecho de Gibraltar, llegaron a la península, donde formaron parte de las vanguardias y unidades de primera línea del ejército sublevado. Se calcula que en la guerra civil participaron unos 80.000 regulares (algunos estudios suben la cifra a los 100.000) integrados en cinco Grupos: Tetuán nº 1, Melilla nº 2, Ceuta nº 3, Larache nº 4, Alhucemas nº 5. Las bajas sufridas por estas unidades, al tratarse de tropas de choque, fueron muy cuantiosas: unos 11.000 muertos y más de 55.000 heridos. De hecho, se construyeron varios cementerios musulmanes en la península para dar sepultura a este tipo de combatientes. Un ejemplo es el cementerio musulmán de Luarca (Asturias), en donde reposan los restos de más de 300 norteafricanos, un cementerio, por cierto, totalmente abandonado y en estado ruinoso hoy en día.

En el noroeste de Madrid, durante la batalla de la carretera de La Coruña, estas tropas fueron masivamente empleadas en los más duros e importantes combates. Por mencionar sólo algunas de esas unidades, encontramos a los tabores I de Alhucemas, II y V de Larache y al II de Tetuán entre las tropas que, al mando de Siro Alonso, se lanzaron sin éxito al asalto de Pozuelo, en los últimos días de noviembre de 1936. También están presentes estas tropas en el sector de Bodilla del Monte a mediados de diciembre, donde actúan, entre otros, los tabores I, II y III Tetuán. Y, en la última fase de la batalla, en enero de 1937, nos encontramos, por ejemplo, al VI tabor de Melilla, entre las tropas de Buruaga que ocupan el Vértice Cristo, o, bajo las órdenes de Iruretagoyena, al VI tabor de Tetuán y a algún batallón de Tiradores del Ifni (saharauis). La verdad es que, durante aquellas jornadas, los tabores de regulares llevaron buena parte del peso de la lucha, siendo empleados como auténtica carne de cañón.

Hace pocos días, mientras paseaba en Villanueva del Pardillo por una de las zonas que hace más de setenta años se convirtió en un cruento campo de batalla, me encontré una insignia correspondiente a una unidad de Regulares. El hallazgo se produjo a simple vista (nunca utilizo detector de metales ni nada por el estilo) y posiblemente corresponde al emblema del “Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas Tetuán Nº 1” (o quizás al de Melilla, que también actuó por esta zona) La insignia en cuestión, es de las que se lucían en el cuello del uniforme y consiste en una media luna (con el número del Grupo en su centro) sobre dos fusiles cruzados (fusileros). Lógicamente, se encentra algo deteriorada, pero resulta lo suficientemente atractiva y sugerente (al menos, a mí me lo parece).

Por el lugar en el que la encontré, creo que debe de estar relacionada con la Batalla de Brunete (julio de 1937), y es de suponer que su dueño no debió de correr muy buena suerte. Durante aquel lejano verano, la zona fue escenario de cruentos combates en los que tropas regulares intentaron, una y otra vez, sin lograrlo, desalojar a los republicanos de sus posiciones. Durante varios días se sucedieron los asaltos de los norteafricanos que, a la carrera y con las bayonetas desnudas, intentaban salvar una extensa tierra de nadie, llana y sin apenas accidentes en los que protegerse, para llegar hasta los parapetos republicanos donde, entre sacos terreros trincheras y alambradas, los fusiles, morteros y ametralladoras, escupían una cortina de plomo y fuego que dejaba el terreno sembrado de muertos y heridos.

Fue precisamente en mitad de esa tierra de nadie, comprendida entre las posiciones republicanas y los puntos de partida de los regulares, donde encontré la insignia. Hoy en día, este lugar es tranquilo y poco transitado y su aspecto no parece haber variado demasiado respecto al que debió de tener durante la guerra. Por ello, con la insignia en la palma de mi mano, no me costó demasiado imaginar los tabores de regulares avanzando con sus uniformes color garbanzo bajo el fuego enemigo. Gentes nacidas en puntos remotos del norte de África que, en aquellos lejanos días, llegaron hasta aquí a luchar, matar… y morir.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ.

Fotografías: Anverso y reverso de la insignia encontrada en Villanueva del Pardillo (JMCM)

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