lunes, 24 de septiembre de 2012

118) ¡Brunete! (3ª parte)





¡BRUNETE! (TERCERA PARTE)

Ya hemos visto como, desde el primer momento en  el que comenzaron a llegar a los Cuarteles Generales y los Puestos de Mando del ejército franquista las noticias de una fuerte ofensiva en el sector de Brunete, el principal objetivo de éstos, fue el intentar impedir a toda costa que los republicanos siguiesen avanzando y lograsen ensanchar la brecha abierta en el la línea del frente. Para ello, echaron mano de todas las reservas de las que disponían, e improvisaron unidades con los soldados de la retaguardia más inmediata a la zona de combates. Estas rápidas iniciativas, y la lentitud e indecisión que mostraron los mandos de las unidades republicanas en los primeros momentos de la batalla, permitieron que los franquistas se hicieran fuertes en posiciones estratégicas contra  las que luego se estrellarían reiteradamente las unidades republicanas.

Dos de estas “resistencias decisivas” se dieron en la cadena de cerros conocida como El Mosquito y en las lomas que conforman Romanillos, ambas, importantes posiciones de la orilla izquierda del Guadarrama en las que los franquistas se hicieron fuertes y que, posteriormente, servirían de base de partida para su contraofensiva. El Mosquito y Romanillos son dos topónimos que han pasado a la historia por los durísimos y sangrientos combates que en ellos tuvieron lugar durante la batalla de Brunete. El día 9 de julio, el general Miaja ordena que estas posiciones sean conquistadas. Los combates se extenderán a lo largo de varias jornadas, suponiendo numerosas bajas para ambos ejércitos, pero El Mosquito y Romanillos resistirán todas las embestidas.

Un soldado oficinista del Cuartel General de la 11ª División, recuerda como fue enviado, en los primeros momentos de la batalla, a El Mosquito en una unidad improvisada al mando del capitán de infantería Estanislao Gómez-Landero y Koch, oficial que sería herido de muerte en la defensa de la posición, obteniendo a título póstumo la Laureada y el ascenso a comandante:

“El día 7 hicieron una limpia de gente, escribientes, conductores, ordenanzas y demás, y nos enviaron a primera línea. A mí me tocó en suerte El Mosquito, que es un cerro que está, yendo desde Boadilla a Brunete, a mano izquierda y como a unos dos kilómetros de la carretera.
Nos llevaron en un camión para que llegásemos antes. Hacía un calor de horno. Yo había tirado con fusil solo un par de veces, en instrucción, pero por mi suerte, y por ser oficinista desde antes de que me llamaran, me destinaron a oficinas. Total: que estaba hecho un soldado de primera. ¡Ni idea!
El Mosquito es un cerro estrecho y alargado. Desde la carretera, al desviarse a la izquierda, como antes decía, se toma un camino que va por lo alto del cerro, todo a lo largo del cerro, que tiene lo menos cuatro o cinco kilómetros (…) Lo primero que nos tocó fue cavar trincheras. Yo, la verdad, es un ejercicio que podrá ser bueno, pero que nunca me ha gustado. En eso también nos diferenciábamos bastante de los soldados de verdad. Para ellos, el pico era, como el fusil, un instrumento que manejaban con soltura. Para nosotros, para la purrela de los Cuarteles Generales, aquello era un tormento. A mí se me llenaron las manos de ampollas al poco rato, y lo malo era que encima se reían de mí. Me decían señorito, que es un mote que siempre sienta muy mal y la verdad es que no sé por qué.
Pero todo no fue cavar. Lo peor fue que allí, más o menos, estábamos medio rodeados, y tan pronto venían tiros de la parte de Brunete, como de la parte de Boadilla. Así que el ejercicio del pico lo alternábamos con empleo de nuestro armamento sobre individuos que aparecían en cualquier sitio.
(…) El día 9 la cosa cambió. Hubo un ataque en toda regla, pero no por nuestro lado. Atacaban mucho con carros y todo. Por allí corrió la voz de que habían sido los legionarios de la 8ª Bandera los que se habían encargado de aliviarles, por lo visto, con pérdidas gordas. Desde luego, el ataque al cerro tenía tomate… Había que subir una buena cuesta y todo a pecho descubierto. El cerro debía de ser lo que se llama una posición estratégica, o sea, de primera. Por delante hay una vaguada grande que va a parar al río Guadarrama. Por detrás, baja otra vaguada que viene desde más allá de Boadilla. De esta forma, el cerro, o sea, la serie de cerros donde está El Mosquito, eran como una pared que se hubiera colocado a posta para defender el pueblo de un ataque desde la parte de Brunete. En la práctica se veía claro. Los rojos, para atacarnos, tenían que avanzar lo menos dos kilómetros al descubierto y tenían que subir una fuerte cuesta. Nosotros, en cambio, estábamos divinamente. Teníamos detrás una zona grande a cubierto de todas las vistas del enemigo. Allí podíamos movernos con seguridad; por allí podían venir refuerzos y víveres y municiones y de todo. Había un inconveniente (que todo hay que decirlo), y era que el terreno, lo mismo delante que detrás de la línea de cerros, estaba cubierto a trozos de monte, o sea, de árboles y matas grandes, entre los que era fácil ocultarse.
(…) Bueno, pues al grano… El día 10 por la mañana fueron a por nosotros y no de broma (…) Empezaron por una buena preparación artillera. Nos calentaron bien las orejas. Como media hora o así duró el fuego. Mientras tiraban los artilleros, vimos en la loma de enfrente, como a unos dos kilómetros, aparecer una gran cantidad de tanques rusos, unos 15 ó 20, que tiraban con cañón desde las encinas y que se movían rápidamente de una encina a otra. La infantería se había colado mucho más. Empezaron a tirar con armas automáticas desde bastante cerca. Eran muchos y, prácticamente, ocupaban casi todo el barranco que hay delante de la línea de cerros donde está El Mosquito. Habían aprovechado la noche para infiltrarse sin peligro, y hasta que los carros no empezaron su avance no salieron de sus madrigueras. Ahora ya se les veía aprovechar el terreno y tirar bien (…) La gente estaba muy decidida a no dejarles pasar (…) Con lo que no podíamos contar es que aquellos sujetos pudieran atacarnos por la espalda… Y así fue. Alguna unidad debió de chaquetear, porque de pronto nos encontramos entre dos fuegos (…) La posición nuestra, con El Mosquito, con el mismísimo Mosquito, era como una isla rodeada de enemigos. El capitán ordenó una reagrupación de los efectivos. El fuego enemigo empezó a abrir claros. Había que moverse porque los parapetos se vaciaban con tanto fuego.
(…) La compañía que estaba a nuestra izquierda fue destrozada, entró el pánico, y empezaron a chaquetear hacia Boadilla (…) En campo libre, como eran muchos más, llevaban las de ganar. Vi varios que caían y algunos que eran hechos prisioneros.
Entonces arreció el ataque. Debían de creer que la resistencia estaba vencida y empezaron a avanzar descaradamente, como si fueran a una verbena. Sin embargo, desde la izquierda seguía el fuego desde unas posiciones que habían sido nuestras. La situación, yo la vi negra. Empecé a pensar en escapar, palabra de honor, porque allí parecía que no había nada que hacer. Miraba, sin poderlo remediar, a una zona que parecía que no tenía enemigo. Pero el capitán nos libró de una muerte segura o de caer prisionero, que era casi peor.
Mientras el que más y el que menos pensaba en escapar, él siguió danzando de un lado para otro, dando ánimos, exponiéndose visiblemente, entre una verdadera granizada de balas. Yo lo veía y no lo creía. ¿Cómo era posible que aquel  hombre permaneciera vivo a pesar de tanta exposición? Pero allí estaba como un demonio o un ángel, invulnerable entre los proyectiles.
De pronto, ¡zas!, el capitán que cae. Bueno; aquello fue grave. Sin él, la posición estaba perdida. Allí, la voluntad de aguantar hasta vencer era la suya; allí, el ánimo era el suyo, y suyo el valor y el espíritu indomable frente a lo que viniera. Cayó en el fondo de una trinchera, estaba herido.
Lo levantó un moro. La cabeza del capitán caía hacia atrás. Le echaron en una camilla para llevárselo, si se podía. Pero, no se cómo, el hombre se levantó. Al intentar andar se tambaleaba. Un sanitario pretendió ayudarle, ¡Fuera, fuera! Ha sido un desvanecimiento… Ya estoy bien. Siguió andando, vacilante, dando ánimos. Vi que la guerrera estaba rota en la unión con la manga derecha. Salía sangre que empapaba su costado.
(…) El capitán murió. En los últimos momentos del ataque, cuando los bastardos comenzaron a chaquetear cuesta abajo, cuando ya todo estaba ganado, el capitán recibió una nueva herida, esta vez en el vientre, esta vez mortal sin remedio. Era la segunda vez que caía y ya para no levantarse. De la camilla rezumaban gotas de sangre que se embebían en la tierra áspera de El Mosquito." (Soldado franquista defensor de El Mosquito).

La XV Brigada Internacional fue la encargada de llevar el esfuerzo principal en el ataque a El Mosquito. En los reiterados intentos por cumplir dicho objetivo, sus batallones serían diezmados sin conseguir expulsar a las guarniciones franquistas que defendían la posición. Un combatiente internacional anónimo de origen estadounidense, se refería de la siguiente manera a la experiencia que le supuso el ataque a El Mosquito:

“Fue algo terrible. Yo noté todos los síntomas del miedo: palpitaciones del corazón, ojos desorbitados y pantalones mojados por la orina.”

Harry Fisher nos proporciona  la descripción de uno de aquellos terrible asaltos al cerro, un asalto en el que sería herido de muerte el comandante del batallón Lincoln, Oliver Law, cuyo cuerpo fue enterrado, junto al de otros compañeros de armas, en la misma zona de combates, en algún lugar indeterminado:

“Miré a los soldados que estaban a mi alrededor, todos esperando la orden de lanzarse contra la cumbre. Casi nadie hablaba; todo el mundo miraba atentamente hacia delante. De repente Oliver Law empezó a correr hacia la cima. Paul Burns agitaba su pistola y gritaba: ¡Vamos allá! Yo estaba helado, no me podía mover. Quizás pasaron unos diez segundos hasta que de repente me sentí lleno de vergüenza. Extrañamente olvidé mi miedo, mi sed, mi fuerte instinto de conservación y me dirigí a la cumbre. Pasaba por encima de cuerpos caídos y seguí corriendo unos cien metros o quizás más; escuchaba el silbido de las balas a mi alrededor y veía el polvo que levantaban al clavarse en el suelo. Entonces vi a John Power; yacía en el suelo con un dolor terrible. Me tiré al suelo y por primera vez vendé una herida. Ya no sentía tanto temor como antes; era capaz de pensar con claridad y de actuar. Me di cuenta de que había vencido el miedo al ser útil y tomar a alguien bajo mi cuidado. A unos diez metros delante de mí, el comandante Law seguía de pie gritando: ¡Vamos a echarles de la colina! ¡Adelante! Pero carecía de protección y estaba completamente expuesto al fuego. Las balas parecían tenerle como único objetivo. John le gritó: ¡Al suelo, al suelo! Demasiado tarde. Fue alcanzado en el estómago y se desplomó. Su enlace, Jerry Weinberg, le ayudó a retirarse: Law se arrastraba mientras Jerry tiraba de él. Cuando pasó a nuestro lado dijo: “No es grave. En pocos días estaré de vuelta”. En menos de una hora había muerto. Lo enterraron a corta distancia, detrás de nuestras líneas; en la inscripción, hecha con una sencilla tabla de madera, se podía leer: Aquí yace Oliver Law, el primer americano negro que mandó en combate a americanos blancos. Justo entonces oímos que teníamos que retirarnos a nuestra posición de partida.” (Harry Fisher, soldado del batallón Lincoln).

Mientras la XV Brigada Internacional se desangraba y perdía a muchos de sus mejores hombres frente a El Mosquito, la XIII Brigada Internacional sufría un castigo similar en su intento de ocupar las alturas de Romanillos. En sus memorias, Artur London recuerda:

“A la izquierda sonó el ¡hurra! de los franceses del 2º batallón que atacó con empuje irresistible. Los republicanos olvidaron las torturas de la sed y solo experimentaron un sentimiento: el orgullo del avance y el triunfo conseguido. A unos 1.200 m de distancia se elevaba el conjunto fortificado de Romanillos que debía tomar la XIII brigada. Las unidades avanzadas lograban aproximarse hasta unos 800 ó 700 m de él. En un lugar accidentado, la 3ª compañía de ametralladoras del Chapaiev cayó en una emboscada preparada por los moros. Los que se salvaron, apoyándose en la 1ª compañía, avanzaron de nuevo y se encontraron ante un cuadro horrible: los soldados republicanos habían sido terriblemente mutilados por los moros; tenían arrancados los ojos, el corazón y los órganos genitales. Los fascistas recibieron grandes refuerzos en hombres y armas y se hizo evidente que la lucha por Romanillos iba a ser muy dura.” (Artur London, combateiente de las Brigadas Internacionales).

Hans Scheidmühl, fue un voluntario alemán de la XIII B. I que participó en el ataque a Romanillos y en otros duros combates de la batalla de Brunete. Sus impresiones sobre aquellas jornadas fueron recogidas por un amigo suyo, teniente del Ejército Popular de la República. En ellas, su protagonista plasma claramente el malestar que fue extendiéndose en algunas unidades de la XIII B. I. a lo largo de la batalla:

“Llegamos el día 4, procedentes de Pozoblanco. La brigada había sido reorganizada. Los efectivos estaban casi al completo. Teníamos 4 batallones: Capaiev, Henri Vuillemin, Maurice Thorez y Otumba. El último era todo, o casi todo, de españoles; en los otros había también bastantes (…) Murieron allí cientos, y cientos se escaparon, y cientos quedaron sin cuidados tirados en el monte. Fue lo peor que he visto…
(…) Más tarde atacamos sin descanso el vértice Romanillos y la zona que se extiende al sur del mismo. Allí estuvimos hasta el día 11, manteniendo intactas las posiciones que habíamos ocupado, y soportando fortísimos ataques de los fascistas. Tres de nuestros batallones formaron durante 4 días una muralla formidable contra la que se estrellaban los intentos enemigos por extenderse hacia el sur; otro batallón, en segunda línea, acudía a donde se le necesitaba.
Pero, el mismo día 11, empezó nuestra desgracia. Vimos como llegaban refuerzos al otro lado. La aviación alemana, que hasta entonces podía menos que la rusa, empezó a hacerse dueña del aire. Todavía avanzamos por el ala derecha en un intento de desbordar el caserío de Romanillos (…) Avanzamos, sí, unos centenares de metros, pero nos resultó demasiado costoso. La brigada quedó fuertemente golpeada. Seguimos defendiendo los centros de resistencia de primera línea, aunque aquello era una costra ligera que el menor empujón habría echado por tierra. Necesitábamos urgentes refuerzos y se nos negaron; necesitábamos víveres y atención sanitaria, y se nos abandonó en el monte de Romanillos como si fuéramos apestados. Los hombres empezaron a murmurar. Nos habían engañado. Éramos carne de cañón, carroña seca al sol como nuestros camaradas  aún sin enterrar entre las encinas. Nos había olvidado la División, nos había olvidado el Ejército. Estábamos solos en un mundo de enemigos implacables a punto de saltar sobre nosotros.
Y, luego, la aviación. ¡Qué maldición continua sobre nosotros! Venían y se iban sin que nadie les molestara. Nos bombardeaban, nos ametrallaban en vuelo rasante. Nos hacían la vida imposible desde que amanecía hasta la noche.” (Hans Scheidmühl, voluntario alemán de la XIII B. I).

La XIII B. I., que se destacó por su valor y coraje en las primeras jornadas de la ofensiva, terminaría protagonizanndo un grave episodio de rebeldía y amotinamiento durante la batalla de Brunete, lo que provocaría que sus mandos fueran juzgados, sus efectivos integrados en otras unidades y la brigada disuelta.
FIN DE "¡BRUNETE!" (TERCERA PARTE)
CONTINUARÁ...
JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ
Fotografía 1) Una de las pocas lomas que se conservan en El Mosquito, una zona fuertemente alterada por la expansión urbanística (JMCM, 2012).
Fotografía 2) Vista de Romanillos desde el río Guadarrama (JMCM, 2012).

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