miércoles, 24 de octubre de 2012

119) ¡Brunete! (4ª parte)





¡BRUNETE! (CUARTA PARTE)

En la pasada entrada se recogían testimonios relacionados con los combates que, durante la batalla de Brunete, tuvieron lugar en los cerros que conformaban El Mosquito y en las alturas de Romanillos. Estas dos emblemáticas posiciones, defendidas por guarniciones franquistas, resistirían una y otra vez todos los ataques que sufrieron, lo que, a la postre, terminaría suponiendo un freno para la ofensiva republicana, que, poco a poco, se fue desinflando hasta quedar prácticamente anulada.

Otras dos posiciones muy importantes en el transcurso de aquellos combates fueron la Loma Artillera (Villanueva de la Cañada) y la Loma Fortificada (Villanueva del Pardillo). Estos dos cerros fueron escenario de terribles combates, llegando a cambiar de manos en diferentes momentos.

La llamada Loma Artillera, defendida inicialmente por una centuria de la 5º Bandera de Castilla y por una compañía del 5º Tabor de Regulares, recibió su primer asalto el día 9 de julio, pero sería al día siguiente cuando los combates se hicieron más intensos. Desde las primeras horas del día 10, la posición resistió los reiterados y decididos asaltos realizados por los carabineros de la 3ª B. M., pero, al atardecer de esa misma jornada, con la guarnición prácticamente aniquilada, castigada por la sed y sin apenas municiones, la situación se hizo insostenible. El oficial al mando, el capitán de infantería Antonio Dema Giraldo, decidido a resistir hasta el final, encontraría la muerte al ser alcanzado por una bomba de mano cuando intentaba un contrataque contra las avanzadillas enemigas. Poco después, los republicanos,  tras un último asalto en el que se llegó al cuerpo a cuerpo, consiguieron ocupar la ansiada posición.

Un voluntario falangista de la 5ª Bandera de Castilla, perteneciente a la guarnición de Loma Artillera, nos describe algunos de los ataques que sufrió la posición durante aquella sangrienta jornada, y nos da algún ejemplo de la desesperación que llegó a causar la sed entre los combatientes:

“El amanecer del día 10 fue trágico. En toda la noche, la artillería no nos había dado tregua. Con las primeras luces, el chaparrón de metralla se hizo general. Saltaban los abrigos, se aterraban las trincheras, los muertos se iban quedando sobre el suelo con los ojos abiertos, los heridos que no podían ser evacuados gritaban o aullaban de dolor o maldecían. Había por allí pedazos de cuerpos, brazos, pies. Aquello era el caos, un caos ardiente lleno de gritos, de ruidos ensordecedores, de órdenes y contraórdenes que se escuchaban a medias y se cumplían mecánicamente, con un automatismo de bestia impotente.

Y de pronto, como siempre, como otras veces, un silencio terrible, espantoso, como un vacío siniestro. Y ya, en seguida, los gritos, los disparos, los estallidos de las bombas de mano, las órdenes secas, el ¡Viva la República! de los que venían y la realidad de una muerte peor aún que la de los grandes proyectiles artilleros.

(…) El sol estaba enfrente y arriba. Tiraba sobre la gente que venía. Sobre muchos. Los de alrededor eran desconocidos. Había algún moro y unos cuantos de Falange, como yo. Todos ennegrecidos, con los ojos brillantes, con los uniformes rotos, inexplicablemente rotos. Tiraba sobre lo que veía, como una fiera ya. Con ganas de matar, de tumbarlos a todos, de ponerlos en esas extrañas actitudes de los muertos. Pero ellos se acercaban. Como si no hubiera miedo de quedarse helado sobre la tierra roja, caliente, dura. Como si fuera aquello un juego en un campo de instrucción, como si fueran el mismo demonio.

(…) Empezó de nuevo a tirar la artillería enemiga. Un fuego irregular, terco, imprevisible. Querían rompernos los nervios sin desperdiciar munición. Delante de la posición estaban los muertos del ataque de la mañana (…) Sentí la boca, las fauces, secas. Los labios, con grietas, me dolían.

(…) A las 16:30 h., la artillería volvió a tirar seguido. Las descargas caían, pulverizaban la tierra y nos cubrían de una nube de muerte. Estábamos en el fondo de la trinchera. Empecé a rezar en silencio; maquinalmente al principio; luego, con un fervor lleno de inseguridades, con una imperiosa necesidad de apoyarme en algo ante aquel mundillo de la posición, sacudido, mutilado, destrozado por las descargas de la artillería. A las cinco, más o menos, acabó la preparación y empezó el ataque de los carabineros. Lo de siempre. Tiros y más tiros. El barbero, a mi lado, hizo un extraño movimiento hacia atrás, como un salto. Se quedó apoyado un momento en la pared de la trinchera y fue cayendo lentamente sobre el suelo. Tenía un tiro en la cabeza. Estaba muerto.

Francisco Alonso tiraba sin descanso. No se volvió para ver al barbero. Los rojos se acercaban implacables, aprovechando el terreno. El combate se prolongaba. Las bombas de mano de defensiva, de esas de piña con rascador, hacían estragos entre ellos, que estaban descubiertos. Sus Laffitte no nos llegaban.

En vista de que de frente no había nada que hacer, se iban corriendo hacia las alas. Aparecieron unos tanques. Atacaban una posición nuestra que debía de estar más abajo. Un mozo trajo botellas de gasolina. No había otra cosa. Las botellas habían sido de cerveza. De cerveza fresca. Fresca.

Francisco Alonso dejó de disparar. Cogió una botella, la rompió el cuello contra el cerrojo del fusil y empezó a beber a grandes tragos.

-¿Qué haces, idiota? Deja eso. Te vas a morir.

Le quité la botella. Francisco Alonso me miró. Me dio miedo el brillo de sus ojos. Después se agarró el vientre y cayó doblado hacia adelante. Traté de incorporarle. Francisco Alonso se retorcía.

-¡Un sanitario, un sanitario!- grité.

Francisco Alonso dejaba de existir. (Voluntario falangista de la 5ª Bandera de Castilla perteneciente a la guarnición de Loma Artillera).

Con la Loma Artillera conquistada por los republicanos, la situación del pequeño caserío de Villafranca del Castillo se hizo crítica. Sin embargo, la guarnición de dicha posición consiguió resistir durante toda la noche hasta la llegada de refuerzos. El día 11, con la intervención del 2º Tabor de Tetuán, los franquistas comienzan a restablecer la situación. A lo largo de aquella tarde, logran reconquistar la Loma Artillera, en donde los republicanos llevaban aguantando desde la jornada anterior un constante bombardeo por parte de la artillería y la aviación franquista. Dicha posición, a pesar de los numerosos intentos republicanos por recuperarla nuevamente, sería mantenida ya por parte de las tropas de Franco hasta el final de la batalla.

Mientras todo esto sucedía, un poco más al noroeste, los defensores de Villanueva del Pardillo y la Loma Fortificada resistían desde las primeras horas del día 9 de julio los ataques de la 2ª y de la 111ª B. M. En la noche del 10 al 11, la guarnición franquista del batallón San Quintín, cercada en sus posiciones, con un terrible desgaste y con sus mandos muertos en combate, ofrece su rendición.

A partir de ese momento, la Loma Fortificada se convierte en posición republicana. Los mandos franquistas considerarán fundamental recuperar este cerro, empleando para ello a sus mejores unidades. En las sucesivas jornadas se lanzarán poderosos ataques contra la posición, ataques que serán rechazados una y otra vez por los defensores republicanos y que causarán un alto número de bajas y un importantísimo desgaste a algunas de las mejores unidades franquistas desplegadas en el sector.

Un oficial del Cuartel General de la 11ª División del Ejército Nacional nos narra algunos de los intentos de arrebatar la Loma Fortificada a los republicanos:

“La solidez de nuestras líneas en los sectores de Romanillos y El Mosquito, junto con la ocupación de Loma Artillera, hizo posible pensar en nuevas acciones ofensivas contra la Cota 660, en Villanueva del Pardillo. A ello se dedica, desde el día 12, las mejores unidades y los jefes más prestigiosos. Pero sobre la Cota 660 parece que pesa una maldición, parecida a la que los rojos debían de creer que pesaba sobre El Mosquito o sobre Romanillos.

Por nuestra parte se intenta formalmente ocupar el objetivo nada menos que cuatro veces. Con otros tantos fracasos y abundantes bajas.

La primera vez es el comandante López Maraber quien, al mando de su 2º Tabor de regulares de Tetuán, inicia el ataque desde el arroyo Palacios. Eran las 11:00 h. del día 12. El tabor progresa entre el fuego enemigo. El comandante da ejemplo a sus hombres avanzando el primero. Pero la Loma Fortificada resiste con coraje. Los moros ven cortado su avance por las agudas guadañas invisibles de las ametralladoras. Las cuestas que llevan a lo alto de aquél cerrete se llenan de cuerpos inanimados. El comandante tira de la gente y los alienta. Sus hombres le conocen y él los conoce a ellos. Ponen pie en las líneas rojas, pero es imposible seguir. El sol abrasa a los regulares, pegados al suelo. El comandante cae. Está inconsciente. Lo evacuan. Las ametralladoras rojas siguen sembrando la muerte y el avance se detiene. Son las 5 de la tarde (…) El jefe del tabor moría poco después en Boadilla.

(…) El segundo ataque se produce en las primeras horas del día 13. Se pensó que el fracaso del 2º Tabor de Tetuán se había debido a una insuficiente preparación por el fuego. En consecuencia, se solicita y se logra la cooperación de la aviación y de toda la artillería disponible en el subsector. Los bombardeos acuden puntualmente a la cita, y, sobre la loma, se centran los fuegos de tres Grupos de artillería. La Loma Fortificada parece que va a ser removida por los terribles impactos directos, y las trincheras enemigas sienten el azote implacable de los aviones de la cadena. El despegue de la base de partida que hace el 2º de Alhucemas, mandado por el comandante Muslera, es espectacular. Entre los cadáveres de los tetuaníes, los de Alucemas avanzan. Pero los defensores (creo que unidades de la 111ª Brigada), resisten con gran heroísmo. Vuelve a restallar la tremenda cantinela de las ametralladoras, y los de Alhucemas han de detener su avance para retroceder, ordenadamente y por decisión superior, a la Loma Artillera. El ataque ha sido aun más costoso que el del día anterior. El enemigo cobra con ello conciencia de su fuerza y decide  a su vez un ataque fortísimo, que pone en peligro nuestras posiciones de Loma Artillera y Villafranca en los días siguientes.

(…) El tercer ataque nuestro a la Cota 660 de Villanueva del Pardillo se produce el día 16. Para ello se ha creado un grupo de columnas de maniobra que se pone bajo el mando del teniente coronel Miguel Rodrigo (…) Para la ejecución está prevista una acción profunda y violenta por el fuego de la artillería y la aviación (…) La operación fracasa porque la columna de la derecha se extravía y da un rodeo que la lleva cerca de Majadahonda. Con ello, la convergencia de los esfuerzos queda desvirtuada. El 9º Tabor de Melilla se estrella contra una pared insalvable de proyectiles lanzados desde una posición que se ha ido endureciendo tras los sucesivos ataques de que se la ha hecho objeto.

(…) El último ataque tiene lugar en la tarde del día 17. Ya no importa el secreto ni la elaboración de una maniobra complicada y más o menos aleatoria; lo que importa es desencadenar un ataque violentísimo por el fuego sobre la cota y sus alrededores y aplastar a sus defensores bajo una masa de bombas de aviación y de proyectiles de artillería, para, a continuación, lanzar al asalto simultáneo tres unidades escogidas: el 1º y 9º Tabores de Melilla y el 2º de Alhucemas.

De acuerdo con lo proyectado, a las 19:45 h. se inicia la preparación por el fuego y, a las 20:00 h., se produce el avance. Los tres tabores van acolados. Se espera que su avance, convergente sobre la cima del cerrete, produzca un efecto decisivo sobre los defensores. Pero la realidad es muy otra. Sólo el 9º de Melilla logra un progreso de unos 500 metros; los otros dos no pueden avanzar un paso.

La cota 660 se ha perdido definitivamente para el Ejército Nacional hasta que finalice la guerra y, lo que es peor, con ella se pierde la posibilidad de lanzar un ataque de flanco sobre el enemigo, ataque que había sido planeado con sumo cuidado pero que no pudo lanzarse.” (Oficial perteneciente al Cuartel General de la 11ª División del Ejército Nacional).

Setenta y cinco años después, la Loma Artillera y la Loma Fortificada, dos cotas cuyo control supuso un alto tributo de sangre y sufrimiento, parecen pasar desapercibidas para la mayoría de la gente. En la primera se han ubicado unas instalaciones hípicas y buena parte de sus laderas permanecen cercadas por las vallas de fincas y parcelas particulares. El caso de la segunda es especialmente doliente, ya que, no hace demasiados años, una de sus caras fue objeto de un brutal deslome que la ha dejado desfigurada de manera irreversible. Este emblemático cerro, que durante la Guerra Civil soportó el impacto directo de cientos de toneladas de proyectiles de todo tipo, no ha podido resistir el implacable delirio urbanístico de los últimos tiempos. Una falta de sensibilidad histórica y medioambiental que se hace aun más criticable y rechazable si tenemos en cuenta que, hasta el día de hoy,  tan colosal excavación no ha servido absolutamente para nada más que para crear una enorme explanada vacía y desolada.

FIN DE ¡BRUNETE! (CUARTE PARTE).
CONTINUARÁ...
JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía 1) Loma Artillera (JMCM, 2012).
Fotografía 2) Loma Fortificada (JMCM, 2012).