miércoles, 27 de febrero de 2013

124) Tiro al blanco



TIRO AL BLANCO

Hoy volvemos a un tema curioso que ya fue tratado en una anterior entrada de este blog que llevaba el título de "PUNTERÍA" Se trata de las prácticas de tiro que, a tenor de ciertos hallazgos, se practicaban en las líneas del frente madrileño durante la Guerra Civil Española.

Hasta la fecha, me he topado con diversos objetos metálicos (monedas, vainas, cartuchos y cubiertos) que habían sido utilizados para practicar ejercicios de puntería. Es de suponer que, además de estos objetos metálicos, se empleasen también otros muchos, tales como latas, frascos, botellas, maderas, etc., y que el paso del tiempo, o la inevitable destrucción que supone el impacto de un proyectil en esos materiales, hayan borrado cualquier vestigio de estas prácticas de tiro.

Lo que en un primer momento podría haberse interpretado como una práctica puntual o anecdótica de algunos soldados para matar el rato o realizar cierto tipo de apuestas con sus compañeros, se me presenta ahora como un ejercicio regulado, y puede decirse que obligado, practicado de manera cotidiana por las guarniciones de las diferentes posiciones del frente.

Una de las principales responsabilidades y preocupaciones del soldado era el perfecto mantenimiento de su armamento. Mientras la tropa permanecía acantonada en sus respectivas retaguardias, el armamento se mantenía en buenas condiciones de conservación, custodiado en las correspondientes armerías y depósitos habilitados para ese fin. Pero la cosa cambiaba cuando las  unidades eran trasladadas al frente. Las guarniciones de primera línea pasaban en sus incómodas posiciones periodos de tiempo que, como mínimo, se alargaban entre quince días y un mes. Durante ese tiempo, los soldados tenían que evitar a toda costa los potenciales daños que, la siempre difícil y penosa vida en las trincheras, podía ocasionar en los mecanismos del arma.

Tres eran los principales enemigos del fusil en las líneas del frente:

La Oxidación, producida por el agua, la humedad, el contacto con productos inadecuados, o la propia acidez del sudor de las manos (sobre todo en los periodos estivales).

La Suciedad del polvo, el barro, la arenilla, los cuerpos extraños, o la propia grasa del fusil que, al mezclarse con los residuos de la pólvora, se convertía en una especie de barrillo abrasivo que, como lija, producía desgaste y averías.

Los Golpes producidos por el mal trato del armamento y de sus municiones, o por las difíciles condiciones de vida en las trincheras,  y que podían ocasionaran roturas y deformaciones en los componentes del arma.

Para minimizar estas amenazas y evitar que el fusil pudiera quedar inutilizado, el soldado, de manera periódica, debía limpiar y lubricar su fusil, conservándolo siempre en perfectas condiciones de uso. Algo que debía de resultar muy difícil bajo las inclemencias  de la guerra de trincheras, ya que el fusil es un conjunto de complicados y muy sensibles mecanismos y piezas de cierta precisión (recámara, ánima, cerrojo, caja de disparo, muelle recuperador, amortiguador, punto de mira, mecanismo de disparo y expulsión, seguro, gatillo, percutor, alza, etc.).

Durante el periodo de instrucción, el soldado aprendía a montar y desmontar el fusil. Posteriormente, esta práctica, que según los manuales debía de ser capaz de realizar incluso en plena oscuridad, la repetía de manera cotidiana en las trincheras y chabolas del frente. Para ello, debía de buscar un lugar limpio en el que poder extender una tela o lona sobre la que iba depositando las diferentes piezas para proceder a su limpieza, engrase y, en caso necesario, sustitución de las piezas defectuosas. Tras el montaje, había que poner el arma a punto, o lo que es lo mismo, era necesario comprobar si todo se había realizado de forma correcta y graduar los elementos de puntería: el alza y el punto de mira. Es decir, era imprescindible realizar ejercicios de tiro que permitieran las adecuadas correcciones y ajustes en el fusil.

En la retaguardia, estos ejercicios de tiro eran fáciles de realizar, existiendo zonas habilitadas para ese fin, pero la cosa se complicaba algo más en las primeras línea de fuego, donde la movilidad y el espacio se encontraban muy limitados por el constante hostigamiento del enemigo.

Ciertamente, los diferentes hallazgos que he podido efectuar al pasear hoy en día por las viejas líneas del frente, no pueden considerarse una referencia indiscutible de lo que intento recoger en esta hipótesis, máxime, si tenemos en cuenta que todos los hallazgos se han realizado a simple vista y sobre el terreno, sin alterar el entorno y sin el menor uso de cualquier tipo de aparato, sistema o tecnología para la detención de metales, lo que limita mucho las muestras obtenidas y, en consecuencia, la información que de éstas se pueda obtener. Pero, a pesar de ello, lo cierto es que todos los objetos utilizados como blanco de tiro que he podido encontrar a lo largo del tiempo, se encontraban en posiciones de primera línea, y que todos ellos eran objetos cotidianos y muy abundantes en las trincheras: vainas, monedas de escaso valor, cubiertos de campaña… a los que habría que sumar otros objetos que no han soportado el paso del tiempo y la erosión.

Los objetos empleados para afinar la puntería aparecen en las posiciones de ambos ejércitos y da la sensación de que eran colocados sobre los taludes formados con los sacos terreros, más o menos deshechos, de los parapetos de primera línea. Los tiradores debían de efectuar sus disparos desde las aspilleras de alguna de las trincheras posteriores que conformaban el complejo sistema defensivo, de tal manera que, las balas perdidas, o los proyectiles que no alcanzaban el blanco (que debían de ser bastantes), iban directamente a estrellarse contra las líneas enemigas.

De esta manera, considero que la mayor parte de estos ejercicios de puntería no respondían al capricho o al aburrimiento de los soldados, (no parece lógico pensar  que los correspondientes oficiales al mando de las unidades de primera línea consintieran desperdiciar munición en trivialidades de ese tipo de una manera generalizada), sino que la explicación  a estas prácticas se encuentra en los ejercicios de tiro que la tropa realizaba en sus prolongadas estancias en las primeras líneas de fuego , tanto para ejercitar la puntería, como para comprobar el correcto mantenimiento y funcionamiento de sus fusiles.

Los ejercicios de tiro son una práctica presente y constante en todos los ejércitos, tanto en tiempo de paz, como, por supuesto, en tiempo de guerra. En las primeras líneas del frente, estos ejercicios seguían siendo necesarios (más bien imprescindibles) porque, aunque se pueda disparar contra las líneas enemigas de manera  cotidiana, la distancia de los objetivos y las condiciones de la guerra de trincheras impide comprobar la efectividad del tiro y corregir los posibles defectos en el funcionamiento del arma.

Creo que, en estos argumentos, podría estar la explicación de la presencia de diferentes objetos empleados como blanco en las trincheras de primera línea.
JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ
Fotografía: Ejemplos de vainas empleadas como blanco, encontradas en diferentes posiciones de la GCE en el noroeste de Madrid (JMCM, 2013).

jueves, 14 de febrero de 2013

123) ¡Brunete! (epílogo)







 
¡BRUNETE! (EPÍLOGO)


El día 26 de julio de 1937, el general Franco daba la orden de suspender su contraofensiva en el oeste de Madrid. De esta manera, finalizaban los encarnizados combates de la bolsa de Brunete. Terminaba así  la que, por el volumen  de tropas y medios empleados, sería la más importante batalla que se desarrolló en el frente madrileño durante la Guerra Civil Española. Durante casi un mes (21 días para ser más exactos) cerca de 100.000 combatientes se enfrentaron en una terrible lucha de desgaste que tendría pocos resultados.

Por un lado, la primera gran ofensiva del incipiente Ejército Popular de la República no consiguió más que una pequeña ganancia territorial de unos 100 kilómetros cuadrados y paralizar durante algunas semanas la campaña franquista en el norte; por otro lado, el Ejército Nacional, en la contraofensiva que desencadenó a partir del día 18, y con la que Franco pretendía finiquitar de una vez por todas el correoso frente madrileño, no logró más que recuperar una pequeña parte del terreno perdido, aunque eso sí, había sido capaz de neutralizar la iniciativa de su enemigo.

Respecto a la valoración que los investigadores hacen de esta batalla, puede decirse que existen versiones para todos los gustos. Unos dan la victoria al Ejército Nacional, otros consideran vencedor al Ejército Popular de la República, algunos hablan de empate técnico o tablas. Todo depende del enfoque, la perspectiva y la interpretación que se haga de aquellos combates.

No voy a entrar ahora en esos análisis. Lo que en este epílogo me interesa tratar sobre aquella cruenta batalla es lo que hoy en día queda de la misma.

Setenta y cinco años después, el nombre de Brunete mantiene unas reminiscencias bélicas que el tiempo no ha logrado borrar. Puede decirse que la asociación que se hace de este topónimo con la GCE permanece, de alguna manera, en el subconsciente colectivo, al menos, en el subconsciente colectivo de ciertas generaciones. Pero esta relación se manifiesta de muy diferentes maneras. Para todos a los que nos interesa la Historia de la GCE, Brunete aparece como una de las grandes operaciones militares que tuvieron lugar durante la contienda, uno de los episodios decisivos cuyo resultado marcó el posterior desarrollo de la guerra, y nos interesamos por profundizar más en su desarrollo a través de la bibliografía disponible. Pero no cabe duda de que la inmensa mayoría de la gente ve esta batalla (y en general todo lo relacionado con la GCE) como una referencia lejana y ajena, o ignora casi por completo su existencia. Sea como sea, lo que resulta evidente es que la batalla de Brunete ya es Historia, pero una Historia sobre la que todavía cabría decir muchas cosas.

A lo largo de los últimos años, he subido a las lomas y cerros en los que se establecieron las principales posiciones, he visitado los lugares que albergaron los puestos de mando, he cruzado las resecas llanadas por las que las unidades se lanzaron al combate, he deambulado por las orillas de  los ríos y arroyos que moldean el paisaje en el que tan duramente se luchó, he paseado por las calles de los reconstruidos pueblos, me he movido por las trincheras, fortines y refugios que cada uno de los dos ejércitos construyó tras la batalla para defender sus respectivas líneas de frente… en fin,  he recorrido multitud de veces la mayor parte de los entornos en los que se desarrolló esta batalla, topándome, en no pocas ocasiones, con diferentes restos de aquellos días, unos restos que aparecen a simple vista, sobre el terreno (balas, vainas, metralla…). Puede decirse que, en todos estos paisajes, la guerra ha dejado una especie de patina. Una pátina, muchas veces, sutil y poco perceptible para quienes ignoran lo que se vivió en aquellos lugares, pero visible para los que nos acercamos a ellos con las pistas que nos permiten mirar con otros ojos, descodificar sus secretos, descubrir cosas.

Otras veces, esa patina es clara y manifiesta, como sucede con los monumentos conmemorativos de esta batalla que aún existen distribuidos por algunos pueblos. Para quienes sentimos la Historia y nos interesamos por profundizar en sus secretos, toparse una y otra vez con estos hitos que solo plasman la Historia de una manera sesgada y partidista, provoca una sensación extraña. Intentaré explicarme:

Es verdad que estos monumentos son también Historia, pero forman parte de la Historia que el bando vencedor construyó tras la GCE, y dan testimonio de la ideología en la que se sustentaba el régimen franquista, una ideología y una interpretación del pasado con la que trató de justificar la sublevación de julio de 1936, los años de guerra que ésta provocó, y la posterior dictadura que la siguió. Durante cuarenta años se impuso una única versión de los hechos, una versión que continúa "¡Presente¡" en todos los monumentos conmemorativos que aún existen de la batalla de Brunete, así como en el callejero de algunos de los pueblos en los que ésta se desarrolló.

Más de tres décadas después del final de la dictadura, todos los monumentos, placas, nombres de calles y simbología conmemorativa que hacen alusión a la batalla de Brunete, exaltan solo a los caídos de uno de los bandos, lanzan odas a la figura del "caudillo" o transmiten una interpretación ideologizada de aquellos combates. Es lógico que así sea, si tenemos en cuenta en que momento fueron levantados estos monumentos, pero resulta menos lógico que, al día de hoy, no exista todavía la más mínima reseña a los combatientes del otro bando que se enfrentó en aquella batalla.

Sin querer equiparar a los unos y a los otros, y caer en esa posición aséptica con la que se suele analizar en los últimos tiempos la GCE (el tan explotado "todos fueron iguales"), que, además de ser una interpretación falsa, no deja de ser también una nueva forma de desvirtuar el pasado, vaciándolo del necesario análisis crítico que requiere cualquier investigación historiográfica que pretenda ser medianamente seria y útil, me parece, cuando menos, inaceptable, que no exista todavía la menor medida, ni el más mínimo gesto, para intentar contrarrestar, complementar o, al menos, equilibrar la versión  completamente parcial que reflejan esos monumentos y el nombre de ciertas calles.

El presente se debe construir conociendo y comprendiendo, en su total magnitud, el pasado que nos ha precedido, con sus luces y sus sombras, con lo que nos agrada y con lo que nos disgusta de él. Solo así podremos sentirnos una sociedad plenamente madura y responsable. Ningunear, ignorar, desdeñar a quienes fueron protagonistas de toda una parte de nuestra Historia reciente, es una injusticia para con quienes vivieron y sufrieron aquellos sucesos, ya que se les niega su lugar en la Historia, pero también para quienes vivimos el momento actual, ya que nos impide tener una perspectiva más amplia y completa de los tiempos que nos precedieron, unos tiempos, cuyo conocimiento y comprensión, son imprescindibles para intentar entender mejor el presente que vivimos y poder sacar enseñanzas de aquellos episodios tan trágicos.

Yo no tengo claro que todos esos monumentos tengan que desaparecer, como decía más arriba, creo que también forman parte de la misma Historia, pero, al menos, debería de buscarse la manera de equilibrar las cosas, creando los elementos que permitan interpretarlos en su justa medida, rescatando del olvido al que fueron condenados hace ya muchos años, a los combatientes del otro ejército, reivindicando también su memoria y su lucha, máxime, si tenemos en cuenta que, muchos de ellos, reposan para siempre en tumbas anónimas y desconocidas, entre los encinares, los secanos, los pastizales y las llanadas que rodean Brunete y el resto de pueblos que fueron escenario de aquellos combates.

Quizás sea una utopía, pero me gustaría creer que, independientemente de valoraciones ideológicas o partidistas (que considero lógico que existan), la batalla de Brunete, y por extensión cualquiera de las batallas de la GCE, puede tener, al día de hoy, un tratamiento historiográfico, sosegado, desapasionado, sincero, justo y, sobretodo, respetuoso con quienes sufrieron sus terribles consecuencias, pudiendo, todo ello, tener también su plasmación visible en los espacios y lugares en los que esa batalla se desarrolló. Algo parecido a lo que sucede en otros países, con otras guerras. Aquí van dos ejemplos que considero especialmente significativos:


Por último, y como refuerzo de la idea que intento transmitir, quiero terminar esta serie dedicada a la batalla de Brunete, en su 75º aniversario, con las opiniones de dos de sus más eminentes y reconocidos estudiosos y analistas, los ya desaparecidos, José Manuel Martínez Bande y Rafael Casas de la Vega. Los dos, militares pertenecientes al ejército de Franco, pero que, ya hace muchos años, realizaron un esfuerzo de objetividad, tratando de mantener una postura desapasionada de aquellos hechos, a pesar de sus simpatías, su formación y sus antecedentes. En este sentido, creo que resultan bastante significativas las palabras que, en 1976, plasmó el propio Casas de la Vega en la presentación de la 2ª ediciones de su libro:

"Brunete" vuelve a salir tal cual era. Nada ha cambiado para él. El respeto que entonces, en 1967, mostraba para los dos bandos de nuestra guerra sigue siendo actual. El interés por la verdad sigue siendo el mismo. El mismo es el rigor y el amor a todos aquellos hombres que se batieron con fiereza y murieron o sufrieron sin remedio.

Las palabras de estos dos autores con las que quiero poner fin en este blog a la serie de cinco entregas y un epílogo sobre la batalla de Brunete, y que creo que sirven para justificar la necesaria visión equilibrada, sin mistificaciones, ni distorsiones, de la que hablaba antes, son las siguientes:

"Brunete es la batalla de la sed. Los soldados padecieron terriblemente bajo el fuego abrasador de un sol implacable, cuyos ardores apenas si se podían combatir. A estos sufrimientos había que añadir las penalidades propias de una lucha armada; el cansancio y el fuego de las armas, con su inevitable tributo de sangre y de tensión moral. Puede decirse que, en general, todas las fuerzas se batieron con estoica indiferencia ante el dolor, sabedores de que en aquel terreno martirizado se ventilaba la suerte posterior de la guerra." (José Manuel Martínez Bande)
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"En los campos de Brunete, 90.000 hombres llegaron a tener, en veinte días, un total de cerca de 40.000 bajas. Es decir, de cada dos hombres que tomaron parte en la batalla, uno resultó muerto, herido, enfermo o prisionero. Sobre la tierra caliente de Castilla ardieron las cosechas y los árboles, y se consumieron los hombres. Se combatió con salvaje entereza y se murió con heroísmo, con un decente heroísmo, sin alardes. Sobre la parda tierra de Brunete se momificaron los cuerpos sin vida y se gangrenaron las terribles heridas de los moribundos. La gente sufrió y temió. Era la primera gran batalla de la guerra." (Rafael Casas de la Vega)

Pienso que el miedo, la sed, la miseria, la angustia, el dolor… que los combatientes de uno y otro bando sufrieron durante la batalla de Brunete, son claro reflejo de la terrible realidad que supone una guerra. Creo que todo ello, más allá de planteamientos ideológicos o partidistas, constituye una lección que no debería de ser olvidada.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

NOTA:

Para los contenidos y testimonios recogidos en las cinco entregas dedicadas en este blog al 75º aniversario de la batalla de Brunete, se ha utilizado la siguiente bibliografía:

  • Casas de la Vega, R., “Brunete”, Caralt, Barcelona, 1976.
  • Martínez Bande, J. M., “La ofensiva sobre Segovia y la batalla de Brunete”, Edit. San Martín, Madrid, 1972.
  • Montero Barrado, S., "La batalla de Brunete", Raíces, Madrid, 2010.
  • Revilla Cebrecos, C., "…De esos tenemos tantos como el que más", G. del Toro Editor, Madrid, 1976.
  • Salas Larrazabal, R., "Hª del Ejército Popular de la República", La Esfera de los Libros, Madrid, 2006.
  • "Frente de Madrid", revista del Grupo de Estudios del Frente de Madrid (Gefrema).

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Fotografía 1: Monumento a los combatientes franquistas junto al cementerio de Brunete  (JMCM, 2012).
Fotografías 2 y 3: Dos de las placas conmemorativas que existen en los edificios de la Plaza Mayor de Brunete (JMCM, 2011)
Fotografía 4: Placa con el nombre de una calle de Quijorna (JMCM, 2011).
Fotografía 5: Placa con el nombre de una calle de Villanueva de la Cañada (JMCM, 2014).
Fotografía 6: Restos de cartuchería encontrados, a simple vista, en una de  las posiciones más disputadas durante la batalla de Brunete (JMCM, 2013).